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Comunicación y Metáforas del Espacio Público (Una aproximación desde la filosofía del lenguaje)

Por: Fabio E. López Díaz

[email protected]

Comme cela est commun qu'un même mot clair quand on l'emploie est obscur quand on le pèse. Cela tient à ce qu'on les emploie toujours avec leur définition momentanée, avec ce qui suffit à les maintenir. Quand isolés, on les regarde �on cherche à leur substituer l'ensemble indéterminé de leurs relations� au lieu qu'en composition cet ensemble est déterminé. [Paul Valéry, Cahiers I]

ontemporáneamente el espacio público es abordado en las más variadas direcciones: desde el urbanismo, la administración pública de las ciudades y el discurso regulativo del derecho; hasta campos tan complejos como la sociología (en el

estudio del comportamiento de los grupos y los actores cuyos roles se desenvuelven bajo formas específicas de interacción y coexistencia), la antropología (a través de la indagación por la comprensión del hombre como 'ser de la locomoción', por el advenimiento de lo multicultural y la crisis de los discursos identitarios) y la discusión filosófica (con ocasión de la transformación de la espacio-temporalidad, la constitución ontológica de un mundo común y, por supuesto, el papel de las teorías de la comunicación en la comprensión y cuestionamiento de la subjetividad moderna). Este documento dirige su atención a ciertos problemas que bien podrían entenderse como 'marginales' respecto de los debates llevados a cabo en el plano político y cultural. Se trata, en efecto, de hacer una exploración esquemática del modelo de comunicación que subyace a la reflexión sobre el EP �modelo que usualmente deja a un lado la cuestión del poder� y, de igual manera, comprender las razones por las que realiza el tratamiento metafórico del espacio público de la manera como se viene haciendo. Se trata, en este último caso, de indagar por un conjunto de caracterizaciones que en distintos ámbitos se vale de analogías formales �la mayoría de los veces asociadas con el recurso retórico de la metáfora� con el fin de suscitar una inteligibilidad que los diferentes discursos ponen en suspenso a partir de cierta precariedad (¿expresiva? ¿conceptual? ¿descriptiva?), que parece confinarlos, en muchas ocasiones, hacia el deslizamiento y la opacidad del sentido sobre aquello que constituye la base de su labor académica y política. Si bien es cierto que la comprensión cabal de ambos aspectos corre el riesgo de la parcialidad al deslizarse dentro de la red conceptual de distintos ámbitos y disciplinas, el intento de análisis que aquí se ofrece busca establecer qué tipo de gramáticas dominan la representación del espacio público como una fenomenología de lo visible y lo común. En este sentido, este documento intenta desmentir la incuestionada convicción de que el uso metafórico, en el discurso argumentativo de estos saberes, está en condiciones de salvar la brecha explicativa cuando se emplean expresiones metafóricas.

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Si bien es cierto que todo discurso está atrapado en una red conceptual que permite la delimitación de su campo y de su 'objeto', no se puede ignorar cómo constantemente, al interior del mismo, se apela al uso de metáforas que, en la mayoría de los casos, busca disolver la tensión explicativa y expositiva a la que está sometido. En este sentido una exploración que involucre los discursos dominantes sobre el EP, debe tomar como punto de partida la pertinencia y productividad del 'recurso a la metáfora' en los momentos decisivos de la exposición. La razón para realizar dicha evaluación se funda en la manera como algunos discursos sobre la vida pública privilegian el uso de metáforas tales como theatrum mundi1, espacio de aparición2, dispositivo de dramatización3 y otras tantas que deslizan el tratamiento del fenómeno de lo público hacia regiones un poco opacas a pesar de la fácil comprensión que cualquier intérprete puede tener de ellas. Aunque a primera vista esto parece no ser inquietante, la tesis que intentaré defender apunta, precisamente, al hecho de que lejos de tratarse de un uso gratuito o de simples 'giros' del lenguaje; el empleo de ciertas metáforas posee un eficacia simbólica que no está desligada de efectos políticos �por no decir 'ideológicos'� que pretenden alcanzarse a través de estas caracterizaciones. Pensar que la calle es un 'escenario' o que los individuos asumen 'máscaras' es, en cierto sentido, participar de una iconografía, así como de la constitución de un discurso que parece desinteresarse por las condiciones de vida de esta manera encubiertas y, a la vez, disipa la urgencia por ofrecer alternativas a los complejos problemas de la vida urbana más allá del hacinamiento, la contaminación y la preocupación esteticista por el aseo y la desocupación de la vía pública. A mi modo de ver, una indagación por la metafórica que domina lo público �sobre todo en relación con el EP�, se hace necesaria entre otras cosas por la cooptación discursiva, así como por la dispersión y fragmentación de los discursos involucrados con estos tópicos. La noción de punto de vista ha sido empleada para justificar la 'parcelación discursiva' con miras a crear legítimos derechos a partir de la imagen perspectivista o relativista acerca de la movilidad de criterios sobre lo público. En términos políticos, por ejemplo, se propende por la construcción de ciudadanía y por la generación de nuevas formas de participación que vinculen a la sociedad civil con el desarrollo de las ciudades y su administración.4 En la perspectiva de los comunicadores, los medios de comunicación no sólo logran transformarse en una alternativa de expresión y preocupación por la 'manera de estar juntos', sino que disuelven las fronteras y las brechas marcadas por la desigualdad económica a través del libre acceso y del conjunto de mediaciones simbólicas que éstos proveen a la frágil corteza de la 'opinión pública'. No es difícil, entonces, reconocer el papel que juega la 'jerga de lo público' en la administración de nuestras imágenes sobre la vida que se organiza a través de metáforas bajo la égida de la 'coexistencia' (Goffman).5 En lo que sigue intentaré mostrar cómo el empleo de expresiones metafóricas, en la órbita de los discursos que nos atañe, ofrece un panorama acerca de la manera como sus usuarios se representan no sólo el papel del lenguaje en general, sino el papel de la metáfora en particular. Partiendo de la aguda intuición del filósofo canadiense Charles 1 Richard Sennett, El declive del hombre público, Península, Barcelona, 1978. p. 48ss. 2 Hannah Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona, 1998. p. 222ss. 3 Isaac Joseph, Retomar la ciudad. El espacio público como lugar de la acción, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1999. p. 14. 4 Cfr. Nuria Cunill, Repensando lo público a través de la sociedad. Nuevas formas de gestión pública y representación social, Nueva Sociedad, Caracas, 1997. 5 Erving Goffman, Relaciones en público. Microestudios de orden público, Alianza Editorial, Madrid, 1979.

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Taylor �quien ha sometido a evaluación la comprensión contemporánea de la epistemología por parte de los filósofos de la ciencia y los científicos�6, es posible sostener que nuestra interacción con los demás, así como nuestro conocimiento del mundo, depende exclusivamente de nuestro 'conocimiento de agente', es decir, depende no solamente del conjunto de representaciones manipuladas y administradas por los discursos dominantes de una época y una cultura, sino que también dependen de nuestro modo usual de estar en el mundo. Aunque parezca extraño, quienes defienden e invocan posturas ligadas al desempeño de nuestro 'sentido común', generalmente ignoran la trama de influencias y disposiciones que están sobredeterminadas por los discursos que circulan de manera hegemónica en nuestros ámbitos sociales. Por esta razón, vale la pena identificar qué tipo de prácticas, sobreentendidos y, en última instancia, supuestos de índole cognitiva y social regulan nuestra manera de ser en el mundo y nuestra interacción con los demás. Específicamente, en el ambiente discursivo en el que se desarrolla la comprensión del EP, es posible establecer el trasfondo (background) a través del cual se construyen las imágenes contemporáneas del EP. Para este propósito es importante identificar la concepción de la metáfora que subyace a su fragmentación discursiva. 1. La metáfora en la discusión contemporánea. En los últimos años ha tomado fuerza la tesis según la cual la metáfora, lejos de ser un asunto exclusivamente lingüístico, está implicada en la constitución de los procesos cognitivos de los seres humanos al punto que, de ella, sólo podemos tener una imagen correcta si la pensamos en la órbita de lo mental. En este sentido, la metáfora ya no es vista como un simple giro del discurso sino que, por el contrario, ha de concebírsela como un asunto netamente conceptual, ligado a procesos convencionales a la vez que hace parte de nuestro sistema de pensamiento y nuestro aparato lingüístico. Esta perspectiva, estrechamente vinculada a la ciencia cognitiva contemporánea, permite establecer vínculos 'representacionalistas' en la relación mente/lenguaje/realidad. A lo largo de las últimas dos décadas lingüistas como Mark Johnson y George Lakoff han defendido esta posición con éxito. Lakoff, por ejemplo, nos permite entrar en los dominios de la metáfora cuando analiza el valor paradigmático de la metáfora cotidiana: el amor es como un viaje, según él:

La metáfora involucra el entendimiento de un dominio de la experiencia (el amor), en términos de otro dominio de la experiencia completamente distinto (el viaje). Técnicamente hablando, la metáfora puede ser entendida como una proyección [as a mapping (in the mathematical sense)] a partir de un dominio de origen (en este caso, el viaje), hacia un dominio de destino (en este caso, el amor). Como se ve la proyección está fuertemente estructurada, hasta el punto de que hay correspondencias ontológicas de acuerdo con las cuales entidades en el dominio del amor (amantes, sus metas comunes, sus dificultades, la relación amorosa, etc.) se corresponden sistemáticamente con entidades del dominio del viaje (viajeros, vehículos, destinos, etc.).7

La lingüística cognitiva, es decir la disciplina que estudia la relación entre la estructura del lenguaje y nuestro aparato cognitivo concibe, como lo muestra la cita anterior, un vínculo 6 Ver «La superación de la epistemología» en Charles Taylor, Argumentos filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad, Paidós, Barcelona, 1997. pp 19-42. 7 Cfr. George Lakoff, «The Contemporary Theory of Metaphor», documento HTLM http://www.ac.wwu.edu/~market/semiotic/lkof_met.html (c) Copyright George Lakoff, 1992 To Appear in Ortony, Andrew (ed.) Metaphor and Thought (2nd edition), Cambridge University Press.

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doblemente arraigado entre nuestra experiencia �especialmente Lakoff y Johnson hacen referencia a la experiencia corporal� y el tipo de correlatos conceptuales sobre los que avanzamos nuestras relaciones con el mundo y nuestras interacciones con los demás. La base de dicha perspectiva es representacionalista.8 En efecto, apoyados en la analogía matemática de las funciones y las relaciones entre conjuntos puede estructurarse la noción de proyección como la operación mediante la cual se crean isomorfismos del tipo propuesto entre dos órdenes (en este caso entre dominios de la experiencia); esta versión es satisfactoria en la medida en que permanezca incuestionada la noción misma de proyección. En el caso de la metáfora, se trata de una ruta basada en el desplazamiento de una perspectiva semántico-cognitiva, según la cual se propone una ruta alternativa para la expresión de un pensamiento. Se tematiza el amor, sobre una base experiencial (experiential basis), es decir a partir de la memoria �colectiva o individual� acerca de lo que se conoce, de manera que la proyección del dominio del viaje hacia el dominio del amor es posible gracias a que también de este último dominio tenemos una base experiencial. Como se puede observar la proyección funciona convencionalmente constituyendo vínculos arbitrarios entre los aspectos o elementos de cada dominio, de esta forma se postula una gramática de los órdenes que impone cada registro. Finalmente, que la metáfora funcione depende exclusivamente de la convencionalidad de la práctica social que permite cierto grado de flexibilidad en las comparaciones emergentes. Naturalmente, viajar es algo distinto a amar, sin embargo, dirigir la atención sobre algunos aspectos de los viajes permite entender ciertas cosas del amor pero no todas ni en la misma dirección, se trata más bien de un isomorfismo más que de una disolución sobre la base de la identidad o la sinonimia. Al aceptarse este tratamiento de la metáfora podemos asegurar su eficacia en la explicación de algunas metáforas empleadas para caracterizar el EP. Veamos una aplicación desde esta perspectiva a propósito de un texto traído a colación por Isaac Joseph para dar a entender el funcionamiento de las poses en el EP. Según Joseph las poses permiten explicar por qué cuando estamos en el EP estamos sometidos a una franca exposición; esto es valorado desde dos ópticas: primero, se está expuesto (y en cierto sentido un poco inerme) a la mirada escrutadora de los demás pero, en segundo lugar, nosotros también administramos nuestro potencial derecho a examinar y escrutar a los demás. Crece, entonces, una tensión entre la afinidad estética �la exposición fotográfica� y la intimidación asesina �la exposición a la mira telescópica del francotirador�. La primera se descarta por su capacidad de ser administrada, se trataría más bien de una versión esteticista de la exposición, la segunda permite comprender la vigilancia ordenadora y administrativa de la circulación en el EP.

La función de las poses en un espacio público y el hecho de que deben ser comprendidas 'a primer golpe de vista' ha sido analizada por David Sudnow [...] Adoptamos poses, dice Sudnow, cuando atravesamos las calles, cuando entramos en un almacén, cuando aparentamos no haber visto a alguien. Cada vez nos preocupamos de ser comprendidos a primera vista. Y lo

8 Por 'representacionalista' entiendo la caracterización de la realidad en términos de una radical distinción entre la mente y el mundo, al punto que se puede establecer que la labor cognitiva de la mente �conocer el mundo� se alcanza a partir del empleo de los conceptos que están en la cabeza y que reproducen fielmente lo que pasa en el mundo. Entre muchas de las opciones filosóficas que defiende una perspectiva representacionalista, a la que dedico especial atención es a la perspectiva que pretende explicar el vínculo entre nuestras representaciones mentales y el mundo desde un punto de vista convencional. Cfr. Infra.

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que hace que no se trate verdaderamente de una máscara, es que no adoptamos la pose como si estuviéramos ante un fotógrafo. No sólo el parámetro temporal no es el mismo, sino que las poses sucesivas que adoptamos no se agencian según la coherencia de una imagen fija sino en una actividad móvil. [...] Son estas secuencias las que se denominan usos del espacio público. Las competencias que desplegamos allí provienen del hecho de que somos observados, por cualquiera, y que construimos nuestras apariencias no por gusto de la exposición sino para ayudarle a aquel con quien nos encontramos a manejar la inestabilidad de la imagen y la falta de tiempo. 'El muro se levantó poco a poco. Al ritmo del golpeteo de las balas. Pues el vacío es aquí sinónimo de peligro mortal. Ver, es el poder de ser visto, ser tomado como blanco. Es sentir la mirilla del francotirador puesta sobre la nuca. Entonces, el miedo partió a Sarajevo en dos' [Didier François ...] El francotirador aprovecha la libertad de ir y venir y sabe lo que hace: el terror que ejerce no es ciego, no provoca al azar víctimas en la población general. Su mirilla le permite escoger su blanco con mucha precisión: el paseante singular que se aventura en descubierto. El francotirador pretende reinar sobre el espacio de circulación y seguir siendo el amo de lo visible. (Joseph, 1999: 38-9)

La teoría de la metáfora de Lakoff defiende acertadamente que una metáfora no es una aserción en el sentido semántico-pragmático del término, es decir, que no sólo no intenta realizarse a través del enunciado metafórico una descripción verdadera, sino que la enunciación metafórica no compromete al hablante a defenderla como si se tratara de una de sus más firmes creencias. En este sentido, el amor es como un viaje, pero no es un viaje. De acuerdo con esta observación, y las demás de la teoría de Lakoff, intentemos especificar el núcleo metafórico de la anterior cita. Pseudoaserción: Quienes circulan por la calle �transeúntes, viandantes, etc.� obran como si estuvieran posando, pero no están posando.

- Aserción derivada1: Las poses en el espacio público no son poses como las realizadas ante un fotógrafo.

[Comentario: La precariedad del lenguaje lleva al autor a emplear el mismo término con distinto sentido, salvando así la impertinencia interpretativa del gesto voluntario y premeditado.]

Metáfora frustrada: Quienes circulan por la calle �transeúntes, viandantes, etc.� obran como si estuvieran posando ante un fotógrafo.

[Comentario: En efecto, se trata de una metáfora, aunque no es la adecuada para 'describir' o 'representar' o 'expresar' lo que el autor quiere decir.]

No obstante observemos la estructura de esta metáfora: Dominio de origen Dominio de destino (Pose fotográfica) (Comportamiento en la calle) • Obediencia a determinadas señales ● Obediencia a pautas de comportamiento • Instrucciones sobre la posición del cuerpo ● Intercambios de apoyo (Goffman)

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• Congelamiento de la situación/quietud ● Abstracción del movimiento/ruptura de la . secuencia (desentendimiento del cuerpo . frente a la interpelación o encuentro) . . Veamos la metáfora exitosa:

- Aserción derivada2: Las poses en el espacio público no son poses como las realizadas ante un francotirador.

[Comentario: La precariedad del lenguaje lleva al autor a emplear el dominio de la experiencia (pose) con el sentido de gesto no premeditado aunque convencional y/o ritual.]

Metáfora exitosa: Quienes circulan por la calle �transeúntes, viandantes, etc.� obran como si estuvieran posando (estuvieran expuestos) ante la mira de un francotirador.

[Comentario: Esta metáfora es exitosa porque se adecua a la 'descripción', 'representación', 'evocación' o 'expresión' empleada por el autor (el pensamiento que tiene en mientes) vinculado con la vigilancia.]

Observemos la estructura de esta metáfora: Dominio de origen Dominio de destino (Vigilancia) (Comportamiento en la calle) • Prevención frente a determinadas señales ● Tensión: Apariencias normales/Alarmas (Goffman) • Pérdida de naturalidad en los movimientos ● Intercambio corrector/Control social

Intrusión sin posibilidad de reivindicación/ (Goffman) Infracción territorial (Goffman)

• Desviación de la mirada/Imposibilidad de ● ¿Desatención cortés? (Goffman)/ intercambio ¿Derecho a la indiferencia? (Delgado)9

Probablemente en este tipo de análisis nunca se estará lejos de cometer arbitrariedades y lecturas tendenciosas; sin embargo he querido mostrar con este ejemplo �ejemplo que, por lo demás, se puede replicar hasta la saciedad en la literatura sobre el EP�, cómo nos encontramos ante cierta desazón e incomodidad al ver que la correspondencia entre los elementos de cada dominio tienen cierto sabor a 'artificio'. Un argumento de perogrullo que viene en favor del sentimiento experimentado es que en la vida cotidiana, aquella que se marca por la coexistencia y que, por ello mismo es vida pública, diría Goffman, no nos sentimos así; a menos que, en efecto se esté bajo el influjo de una guerra sin cuartel, como en el caso de la vida pública en Palestina o Chechenia, es decir en casos extremos. Dos días después de los atentados en Madrid o, incluso, pocos días después de cualquier tragedia o

9 Todas las alusiones a Goffman se encuentran en Op. cit. Igualmente, cfr. Manuel Delgado, El animal público. Hacia una antropología de los espacios urbanos, Anagrama, Barcelona, 1999. p. 201 También: Manuel Delgado, Disoluciones urbanas. Procesos identitarios y espacio público, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2002. Capítulo 7: «Anonimato y ciudadanía», Cfr. p. 243.

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masacre en Colombia, quienes no estamos directamente involucrados con los hechos volvemos a nuestra natural indiferencia. Pero, por otra parte, en nuestras sociedades ligadas al consumo y a la banalidad administrada por los medios de comunicación que �en este país significa: aquí no pasa nada� es mucho más probable que asumamos una actitud similar a quien posa ante la lente de un fotógrafo, a que asumamos el gesto paranoico del ciudadano, el viandante o el transeúnte modelado por los discursos de la antropología y la sociología urbanas. Más allá de esta pequeña digresión, quisiera señalar que, en términos analíticos, la teoría de la metáfora que parece respaldar la comprensión de las metáforas propuestas para entender el funcionamiento y emergencia del EP descansa el supuesto de que la convención (la noción de convencionalidad) juega un papel decisivo dentro del marco de la comunicación en general. Pues no se puede ignorar que las metáforas que acompañan a los discursos, según la teoría de Lakoff, articulan las correspondencias ontológicas entre uno y otro dominio a través de la operación de proyección (mapping), es decir de un proceso convencional. A estas observaciones hay que agregar que dentro del contexto discursivo las metáforas deben aportar a la comunicación en cuestión, esto es, deben tener una función comunicativa.

Lo que nos muestra la teoría que estamos examinando es que la metáfora nos permite comprender rasgos del dominio de destino a través de los rasgos correspondientes del dominio de origen. Lo que se vuelve problemático en la perspectiva teórica de Lakoff es que las metáforas deben proporcionar una gramática, es decir, deben estar en condiciones de ser reinterpretadas y descifradas sobre la base de reglas que administren no sólo los vínculos entre sistema y proceso (Hjelmslev), sino los aspectos prácticos vinculados con su uso y pertinencia (perspectiva pragmática).

Un modelo que se apoye en la base experiencial y tenga como punto de partida la convencionalidad de la proyección no resuelve al menos tres problemas: a) Qué tan arbitrario �o laxo� puede llegar a ser el vínculo entre el dominio de origen y el dominio de destino; b) Cuáles son los criterios que determinan la pertinencia o fracaso de una metáfora en un contexto dado10 y c) Cómo contribuye la metáfora a la comunicación.

10 Alguien podría sugerir que 'justamente' el contexto está en condiciones de establecer los valores de pertinencia y adecuación; sin embargo, la multiplicidad de enunciados metafóricos que se pueden realizar con ligeras o con drásticas variaciones nos impide sostener que el contexto sea determinante. Si lo es se trata ya de casos extremos. Umberto Eco ha defendido que el sentido literal de las palabras empleadas permiten controlar no sólo lo que se puede decir, sino lo que se puede interpretar. Pero, como él mismo lo reconoce, en el caso de la metáfora se exige que haya cierta 'nivelación enciclopédica' para poder interpretar una metáfora, es decir, si no tenemos universos lingüísticos, culturales y cognitivos compartidos, las metáforas no serían interpretables. De tal forma que el contexto y el cotexto contribuyen pero no disuelven el papel de la interacción misma. Cfr. Umberto Eco, Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo, Lumen, Barcelona, 1993. pp. 28ss. Así mismo Umberto Eco, Los límites de la interpretación, Lumen, Barcelona, 1992, pp. 33ss. Objeciones al trabajo semiótico de Eco se encuentran en Fabio López Díaz, «El caballo de Nerval. Los mundos posibles de Umberto Eco» en Interlenguajes. Revista de Semiótica y Lingüística Teórica y Aplicada, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Vol. 3 No. 1, Enero-Junio de 2001. pp. 29-50. Ver también, Fabio López Díaz, «El problema de la interpretación y la significación metafóricas» en Ideas y Valores. Revista Colombiana de Filosofía, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, No. 123, Diciembre de 2003. pp. 43-71.

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2. Comunicación y convención Los tres problemas que acabamos de señalar se encuentran vinculados con la órbita de la convención y la comunicación. Para terminar me referiré a la distancia que los trabajos de algunos sociólogos y filósofos ofrecen como punto de partida para una revisión crítica del contemporáneo auge de teorías de la comunicación como la habermasiana, así como el cuestionamiento al papel que juega la convención en las interacciones comunicativas. En la década de los 60's el filósofo norteamericano David K. Lewis, publicó un libro dedicado al estudio filosófico de la convención,11 mostrando que si bien la convención implica una regularidad en la conducta, de igual manera supone un conocimiento común o conocimiento mutuo (a common knowledge) como requisito para la coordinación de las conductas (Lewis, 1969: 52ss.).12 Dicho trabajo se considera una contribución decisiva para defender la principal tesis de la filosofía del lenguaje ordinario de Austin y Searle, según la cual «Hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de conducta (altamente compleja) gobernada por reglas. Aprender y hablar un lenguaje es (inter alia) aprender y haber dominado esas reglas».13 En los estudios sobre la comunicación esta tesis, ligada a la de Lewis, dio como resultado la caracterización de ésta como un tipo de conducta fuertemente convencional.14 La comprensión de los actos de habla emitidos durante la interacción comunicativa depende, según Searle, del aspecto convencional del lenguaje; en este sentido el desconocimiento de las reglas que gobiernan dichos actos deformaría la comunicación por la realización de infortunios y/o nulidades a través de ellos. Uno de los más interesantes resultados de esta perspectiva pragmática fue la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. Quisiera exponer de manera esquemática el fundamento de la discusión a partir de dos modelos de comunicación que nos permite comprender el fracaso del modelo comunicativo basado en la convención y la cooperación.

Consideremos rápidamente dos formas de entender la comunicación: un modelo semiótico o modelo del código15 «De acuerdo con el modelo del código, la comunicación se consigue mediante la codificación y la descodificación de mensajes». (Sperber & Wilson 1994; 13) Desde esta perspectiva, el modelo del código asume la forma de un proceso de emparejamiento de mensajes (p. 14) en donde el test de equivalencia sostiene que lo percibido a uno y otro lado es significativamente lo mismo. En esto, como se verá más adelante, una teoría del significado literal juega un papel decisivo en razón de la tesis más popular del modelo del código según la cual el conjunto de representaciones que entran en contacto a través del intercambio comunicativo es, en esencia, el mismo; es decir, produce resultados parafraseables. La comprensión lograda (tomemos el caso de la comunicación verbal que es prototípica para los teóricos) nos ofrece la imagen de lo que el otro tiene en la cabeza. Como se puede observar inmediatamente la existencia del código es incuestionada y los procesos de codificación y descodificación presumen cierta inamovilidad del código.

11 David K. Lewis, Convention. A Philosophical Study, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1969. 12 Una crítica interesante al vínculo entre comunicación y convención fue esbozada por Donald Davidson en «Communication and Convention», en Inquiries into Truth and Interpretation, Clarendon Press- Oxford, 1984. pp. 261-280. 13 John Searle, Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Cátedra, Madrid, 1986. p.22. 14 Sin embargo, vale la pena aclarar que Searle no alude al trabajo de Lewis en el texto a que se hace referencia en la cita anterior, aunque el estudio de este último apuntala las tesis defendidas por el primero. 15 Dan Sperber & Deirdre Wilson, La relevancia. Comunicación y procesos cognitivos, Visor, Madrid, 1994.

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Si pudiéramos ofrecer una imagen de la eficacia del modelo del código tendríamos una perspectiva normativa según la cual sólo lo que podemos decir es lo que queremos decir. En este sentido el fenómeno de la incomunicación consistiría, prima facie, en incurrir en violaciones de tipo sintáctico-semántico, que hacen de nuestras proferencias algo no significativo. Según Sperber & Wilson, el fracaso del modelo del código radica en que la tesis de la identidad de las representaciones es extrema y ambiciosa, puesto que continuamente se asiste en el proceso comunicativo a la experiencia de la ambigüedad y la generación de malentendidos que pueden sobrevivir a la más exhaustiva clarificación. Este intento, según el cual es posible llegar a la claridad en el mensaje, está supuesto a partir de la idea bastante extendida de que podemos obedecer a un conjunto de reglas de interpretación que eliminan la distorsión (ruido). Como es claro, la principal objeción a esta esperanza radica en que la manera como seguimos las reglas es por excelencia un asunto que abandona el margen de la conciencia y la tematización efectiva, es decir, nadie invoca la regla gramatical que le permite hablar, simplemente habla. La pregunta es un tanto falaz pero sugerente: ¿Cómo obedecemos algo que ignoramos? Si fuéramos máquinas nuestro programa bajo la determinación de diversos automatismos se encargaría de nuestras operaciones, entre ellas la interacción a través del lenguaje. Pero, aún si fuéramos máquinas lo suficientemente complejas como para depender exclusivamente de nuestro software, sabemos que el espectro de flexibilidad abierto a las diversas situaciones presume y asume el gesto positivo de hacer lances autorizados en el tablero de la acción, sin cálculo alguno, sobre las situaciones azarosas. Sin embargo, como veremos más adelante, estas condiciones están lejos de tomarse como evidentes. Como sostienen Sperber & Wilson: «Para justificar el modelo del código de la comunicación verbal habría que demostrar que todos los casos de asignación de referente pueden resolverse mediante reglas que combinan automáticamente propiedades del contexto con propiedades semánticas del enunciado» (p. 24). Lo cual es, evidentemente, un despropósito en la medida en que, por lo menos, las propiedades del contexto son ellas mismas contextuales.

Un segundo modelo de la comunicación, parte de manera crítica del modelo del código y, si bien no es completamente extraño a éste sí introduce elementos de carácter cognitivo de gran importancia. En este sentido, quienes defienden el modelo inferencial de comunicación asumen que los procesos y estados mentales, que intervienen en la interacción comunicativa, dan un margen de suficiente flexibilidad evaluativa por parte de los participantes quienes dependen del tipo de cadena inferencial construida para evaluar la información ofrecida. En este sentido, la comprensión no se limita o no se estipula en términos de emparejamiento de representaciones sino en el reconocimiento de la intención del otro, y de la extracción de consecuencias previstas no necesariamente explícitas. La descodificación, en este caso, no sería suficiente dado que no se trata solamente de saber qué tiene el otro en la cabeza efectivamente, sino que estaría ofreciendo un excedente de sentido (esto último indujo al filósofo Paul Grice a postular su teoría de las implicaturas conversacionales).16 Preguntas del tipo ¿cómo puede el oyente inferir exactamente las conclusiones que el hablante desea mostrar? (Sperber & Wilson, 1994: 28) Llevaron a los defensores de este modelo a postular la idea según la cual para que la comunicación sea efectiva se debe compartir un conjunto de supuestos que permita determinar el contexto o marco de referencia socialmente vinculante. Pero lo cierto es que un contexto no está

16 Véase al respecto: H. P. Grice, «Lógica y conversación» en Luis M. Valdés (Ed.); La búsqueda del significado, Madrid, Tecnos, 1991. pp 511 - 530.

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únicamente constituido por el entorno que se hace visible para el hablante en cada caso; de hecho la visibilidad contextual por parte de cada participante no sólo es bastante móvil sino que atiende a la manera como cada uno se posiciona frente al mismo. A la hipótesis según la cual para que la comunicación sea efectivamente posible, en la medida en que se comparta un conjunto de supuestos, se la conoce como la hipótesis del conocimiento mutuo.

Como puede intuirse es difícil esperar que el oyente tenga el don de la anticipación acerca de qué tipo de conocimiento se requiere para poder comunicarse con el otro sobre la base de que la comunicación consiste tratar de coincidir con otro. Analíticamente hablando: para coincidir con otro no necesito conocer previamente la cadena de supuestos sobre la que descansa su aparato cognitivo, sino orientarlo hacia un punto de convergencia en donde el carácter ostensivo (forma expedita de la evidencia y la relevancia según Sperber & Wilson) nos lleva al silencio, es decir, en dichos casos sobran las palabras.

Veamos ahora un tercer modelo, el desarrollado por Habermas que trataré de esbozar sobre la base de los supuestos radicalmente novedosos y alternativos a los dos modelos anteriores. Habermas entiende que existen dos tipos de acción social o interacción a las que recurre un agente para solucionar problemas y mantenerse en el hilo del entramado social: una acción orientada por una actividad teleológica y una acción orientada a entenderse. Bajo esta distinción subyace otra que, cualitativamente, nos abre hacia una dimensión ética de la acción comunicativa. Habermas distingue entre acción estratégica y acción comunicativa propiamente dicha:

Los tipos de interacción se distinguen ante todo por el mecanismo de coordinación de la acción, y en particular según que el lenguaje natural se utilice sólo como medio en que tiene lugar la transmisión de informaciones o como fuente de integración social. En el primer caso hablo de acción estratégica, en el segundo de acción comunicativa. Mientras que aquí la fuerza generadora de consenso del entendimiento lingüístico, es decir, las energías que el propio lenguaje posee en lo tocante a crear vínculos, se tornan eficaces para la coordinación de la acción, en el caso de la acción estratégica el efecto de coordinación permanece dependiente de un ejercicio de influencias (el cual discurre a través de actividades no lingüísticas) de los actores sobre las situaciones de acción y de los actores unos sobre otros.17

Esta perspectiva es mutuamente excluyente, según Habermas, porque no se puede aspirar simultáneamente a lograr acuerdos (sin ningún tipo de coacción) y, al mismo tiempo, inducir al otro a comportarse de la manera que esperamos que lo haga. A pesar del acusado reduccionismo al que tengo que recurrir dadas las pretensiones de este documento, quisiera sugerir una línea interpretativa de lo que Habermas entiende por comunicación. En primer lugar, la auténtica comunicación es aquella acción que está orientada a entendernos; este entendimiento está motivado racionalmente en la medida en que nosotros no sólo estamos en condiciones de conocer y exponer las razones que sin coacción alguna nos lleva a realizar nuestras interacciones lingüísticas sino que, en cada caso, nuestros lances en la escena comunicativa tienen pretensión de validez. Si esto no fuera así, sostiene Habermas, la acción se viciaría en el sentido en que al menos uno de los interlocutores no conocería la motivación ni la intencionalidad del otro, es decir, habría transformado su actuación en una actuación estratégica. Como se puede observar, el modelo habermasiano se nutre de los dos modelos anteriores dado que el modelo del código sigue vigente en una pretensión normativa según la cual, dentro de una marco de racionalidad, el modo de usar

17 Jürgen Habermas, Pensamiento postmetafísico, Madrid, Taurus, 1990 p. 73

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nuestro saber es no coercitivo y, además, reconoce el cálculo normativo dentro del cual se inscribe dicha acción. En otras palabras, reconocemos las reglas bajo las cuales nuestros argumentos valen, y valen porque, según Habermas, basta con que se recurra a la base de criterios públicos, bajo condiciones donde se estipula la posibilidad de la crítica, para que se haga visible el entendimiento entre alter y ego. En segundo lugar, el modelo habermasiano asume responsablemente la tesis del conocimiento mutuo, proveniente del modelo inferencial, en la medida en que el dispositivo de la racionalidad nos permite calcular, bajo una perspectiva interpretativa, qué es lo que el otro quiere que yo infiera.18 Dado que el modelo comunicativo de Habermas se autoerige como base sólida para entender cómo es posible la integración social a partir de la acción comunicativa, quiero presentar de inmediato las objeciones que filósofos de la talla de Cornelius Castoriadis y Gilles Deleuze y sociólogos como Pierre Bourdieu han esbozado directa o indirectamente al modelo habermasiano. El primer indicio de lo idealista de la posición de Habermas se centra en su perspectiva de la racionalidad, pues ésta es asumida como un

componente que supone ser por todas partes y siempre el mismo y [es capaz de] separar los comportamientos individuales con relación a esta racionalidad. [Pero podemos recordar que] El entendimiento es social-históricamente instituido y cada vez inmerso en la institución imaginaria global de la sociedad ... es la racionalidad misma de otras sociedades y otras épocas la que es diferente, porque ella es tomada de otros mundos imaginarios.19

En este sentido, lo que Habermas nos ofrece como racionalidad es un atributo ahistórico que, en cada caso, debería dar razón de la actuación humana. Si tal no fuera el caso, la Barbarie sólo podría entenderse como una formación racional que ha devenido estratégica dada su imposición efectiva y violenta. Pero no es necesario ir tan lejos porque, como lo ha mostrado Walter Benjamin, toda fundación de un orden social es un acto de violencia que demanda la aceptación so pena de quedar excluido del conjunto de lo social. Lo que no tematiza el profesor Habermas es el asunto que, justamente, le da sentido a toda forma de socialización o integración social como él tiene a bien llamar: el conjunto de dispositivos de poder que entra en juego en la constitución de las presuntas intersubjetividades que se disponen sobre el entramado del mundo de la vida. Por esta razón, nos recuerda el sociólogo Pierre Bourdieu que «no hay que olvidar que esas relaciones de comunicación por excelencia que son los intercambios lingüísticos son también relaciones de poder simbólico donde se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores y sus respectivos grupos».20 Si entendemos que la actividad académica tiene una dimensión política gracias a la cual contrastamos los enunciados teóricos con las diversas manifestaciones de los fenómenos tratados en la realidad; nos encontramos con que el modelo habermasiano asume una posición ciega frente a la pregunta por el sentido de lo institucional. Bajo la idea de la eficacia simbólica propuesta por Bourdieu podemos entender que el sentido de toda 18 El sociólogo francés Raymond Boudon ha llegado a conclusiones similares acerca de la inadecuación del conocimiento mutuo por otra vía, véase su ensayo: «Pequeña sociología de la incomunicación» en Jean-Marc Ferry, Dominique Wolton et al. El nuevo espacio público, Gedisa, Barcelona, 1998. pp. 57-72. 19 Cornelius Castoriadis; «Individuo, sociedad, racionalidad, historia» en Psiquis y sociedad: una crítica al racionalismo, Ensayo y Error, 1998 p. 145. 20 Pierre Bourdieu; ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios simbólicos, Akal Universitaria., Madrid, 1990 p. 11.

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institución es generar formas de pliegue y sujeción determinadas por la dominación política, por tomar un ejemplo, se puede observar que, en las pugnas del bilingüismo se hace visible que

La integración de la misma comunidad lingüística es un producto de la dominación política constantemente reproducida por instituciones capaces de imponer el reconocimiento universal de la lengua dominante, [lo cual] constituye la condición de la instauración de relaciones de dominación lingüística. (Bourdieu, 1990: 20)

Pero este caso no vale sólo para las comunidades lingüísticas sino para los fenómenos que internamente se desarrollan en este proceso de institucionalización como es el caso de la comunicación en general, ya que el principio de aceptabilidad, junto con la idea de lo razonable y, en última instancia, con la idea imperialista de racionalidad, suponen que la validez es un criterio confiable a partir del cual todos nos exponemos en igualdad de condiciones. El profesor Habermas no tiene en cuenta aquello sobre lo que, justamente, la filósofa Nancy Fraser ha insistido en su libro Iustitia interrupta: que los mecanismos de la diferencia no son constataciones discursivas del tipo tu piensas de una manera yo de otra sin ningún tipo de implicación, sino como límite y evidencia de nuestra incapacidad para el diálogo, no. Lo que sostiene Nancy Fraser es que la diferencia es un asunto social en el cual ya el mismo sentido de la interlocución está viciado porque no todos tenemos acceso a los mismos medios ni disertamos sin ningún tipo de coacción. En la comunicación surgen públicos que son cualitativamente asimétricos y que no pueden responder de la misma manera a criterios externamente impuestos como los de racionalidad, claridad, validez, sinceridad, etc.21 Si entendemos con Castoriadis que las instituciones no son sólo edificios, sino que son básicamente dispositivos imaginarios que distribuyen y canalizan las formas de representación e interpretación de la realidad, se hará comprensible porqué su reproche a Habermas, cuando el primero sostiene:

[�] siempre es de lógica de lo que se trata, y si allí hubiera conflicto, sería conflicto de dos lógicas. Todo lo que no sea relevante, todo lo que no puede ser racionalmente reconstruido en un seminario de filosofía �nada menos que la totalidad de la historia humana- es escoria, déficit a colmar progresivamente, etapa de aprendiz, fracaso pasajero en el estilo de solucionar problemas que se le ofrece a la humanidad. (Castoriadis, 1998: 135)

A mi modo de ver, no hay manera de entender �a menos que se tenga una mirada

un poco estrecha sobre el fenómeno comunicativo, en el sentido de que éste sólo sirva para informar y esto no tenga ningún tipo de impacto pragmático en la vida social de los individuos� cómo el modelo habermasiano concibe a la comunicación como un fin en sí mismo. En estricto sentido la comunicación no puede ser un fin en sí mismo dado que siempre nos comunicamos para, y con ocasión de, algo. Se puede objetar que comunicarse para entenderse acerca de algo en el mundo, por ejemplo, es un fin en sí mismo; pero esto no es cierto puesto que nos entendemos acerca de algo en el mundo, para seguir estando en el mundo. En la medida en que somos algo más que cerebros en un balde, ese entenderse siempre implica y comporta algo más: el hecho de que estamos en el mundo.

21 Véase, Nancy Fraser; Iustitia interrupta. Reflexiones críticas desde la posición �postsocialista�. Siglo del Hombre, Bogotá. 2000. Especialmente cap. 3.

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Por lo demás, es interesante observar que al fenómeno de la comunicación le es inherente la distancia interrogante que nos lleva, a pesar de que entendamos lo que el otro quiso decir, a pensar en todo lo que el otro no ve. Es cierto que la comunicación se juega en la escena de un hacerle ver algo al otro que de otra manera no notaría, lo que generalmente se traduce en aquello que nosotros queremos que vea. Pero esto en modo alguno significa que nuestro interlocutor (quien tiene una historia, un universo de representaciones, y que entra desde su singularidad en el éxodo de lo instituido) vea lo mismo, o deje de ver lo que le da sentido a su existencia. Considero que una comprensión de la metáfora ligada no tanto al dispositivo de la expresión y la representación sino a esta percepción de la comunicación y la incomunicación, permite entender que las convenciones contribuyen fuertemente en la articulación de lo social pero, también, a su viva desarticulación a partir del momento en que la pregunta por las normas sociales y la flexible interpretación de las mismas tiene sentido.22 Por último, y volviendo a la cuestión de la metáfora, no deja de sorprender cómo los teóricos de la antropología y la sociología urbanas desdeñan el carácter revelador de sus propias reflexiones, como ocurre con Isaac Joseph en El transeúnte y el espacio público. Este autor se encarga de examinar el papel que juega el lenguaje en la comprensión de las categorías sobre las cuales se asienta el discurso microsociológico sobre el EP en estos términos:

Lo cierto es que la fuerza de los análisis de la microsociología sólo se concibe poniendo entre paréntesis la historia, convocada aquí y allí sólo de manera alusiva, como por añadidura, para legitimar un comparación imprevista, una analogía formal, una metáfora. Lo esencial de la microsociología del espacio público está en una estética de la asociación: enmarañamientos, redes, haces, círculos ... otras tantas formas de la sensibilidad social, otras tantas percepciones que mantienen el discurso del espacio público más acá de un cuerpo conceptual y más acá de una teoría descriptiva. Las metáforas funcionan entonces como índice de un análisis futuro que permanece vacío, al que todavía le falta algo y al que siempre le faltará algo, como si las metáforas fueran indicaciones de una precariedad en el pensamiento. (Joseph, 1988: 66-7) [El subrayado es mío].

Como se ve, la 'precariedad del pensamiento' no puede ser invocada sin contradicciones. Sólo puede defenderse desde un marco representacionalista y, en este sentido, su pasión por la metáfora haría crisis. Por una parte, ha de respetarse la tesis de Lakoff de que un enunciado metafórico no es una aserción, en ese caso de nada vale invocarlo si nuestro propósito ulterior radica en explicar, representar o describir algo, porque, justamente, ese algo no es así. Argumentar como lo hace Joseph citando a Judith Schlanhger que «el saber discursivo, por oposición al saber simbólico, está condenado a utilizar metáforas por el hecho mismo de que formula sus problemas y sus resultados en el mismo lenguaje que el discurso común» (Joseph, 1988: 67n) Es un despropósito porque esta autora concibe que la brecha entre lenguaje y metalenguaje es radical e insalvable. Pero, como lo ha mostrado Umberto Eco, nuestro propio lenguaje funciona como metalenguaje de sí mismo �piénsese en las formulaciones sobre la gramática más allá de la notación lingüística chomskyana� y, por esta razón su argumento es insatisfactorio.

22 Véase al respecto el artículo del sociólogo Ronald Hitzler: «El ciudadano imprevisible. Acerca de algunas consecuencias de la emancipación de los súbditos», en Ulrich Beck (Comp.) Hijos de la libertad, Fondo de Cultura Económica, México, 2002. pp 152-171.

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Emplear metáforas en el 'saber discursivo' no es un delito. Este ensayo no tiene un ánimo purista, lo que he querido mostrar a lo largo del mismo es como ciertas formas incuestionadas de contribuir a los saberes discursivos son peligrosas, incluso en términos políticos. En realidad, quienes habitamos la calle no somos simplemente actores o bailarines organizados por un cacodaimon, creo que una película tan nociva como popular como lo es The Matrix, nos muestra que debemos abandonar la vena mántica según la cual nuestros destinos están regidos por fuerzas ocultas que sólo son accesibles a la perspectiva del Ojo de Dios a la que hace referencia el filósofo Hilary Putnam. No estamos posando, simplemente vivimos y resistimos a los 'presuntos relatos liberadores' que critican y buscan formas alternativas al Status Quo; pero que paradójicamente jamás agencian su disolución.23 Bibliografía.

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23 He realizado una crítica al representacionalismo en «El tránsito de la representación mental a la representación social» inédito.

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