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LO COYOTLATELCO: LA CONSTRUCCIÓN
DE NARRATIVAS ARQUEOLÓGICAS
ACERCA DEL EPICLÁSICO
P ATRICIA FOURNIER G ARCÍA ESCUELA N ACIONAL DE A NTROPOLOGÍA E HISTORIA , INAH
Entre discursos, especulaciones
y revisionismos
El balance de las jornadas de discusión en el
marco del seminario cuyas aportaciones
principales se incluyen en este volumen es,
en primer lugar, lo productiva que resulta la
interacción entre los distintos investiga-
dores asistentes quienes dieron a conocer
muchos más datos e interpretaciones que
los sospechados o ya conocidos en la
literatura para distintas regiones, zonas o
sitios, según fuera el caso. Las dinámicas
que se generaron, en segundo lugar,
demostraron que hay, en lo general, tenden-cias constructivas y de gran apertura en la
reevaluación de lo Coyotlatelco frente a
nuevas líneas de evidencia. En tercer lugar,
no sólo quedó manifiesta la debilidad
teórica de muchos de los postulados en
parte especulativos que aún se encuentran
en los estudios al respecto, sino que existe
una necesidad insoslayable de contar con
más información y de aproximarse a su
análisis crítico con posiciones teóricassólidas. Por último, se manifestó una
auténtica preocupación por la protección
del patrimonio cultural en peligro, conside-
rando que el registro arqueológico se ha
minimizado ante toda clase de afectaciones
y destrucciones: desafortunadamente, cada
vez hay menos fuentes de datos para
avanzar en el conocimiento científico no
sólo de patrones de distribución de rasgos
sino de las dinámicas sociales en los valles
centrales durante el Epiclásico, a excepción
de las zonas arqueológicas legalmente
protegidas, y pronto podría llegar el mo-
mento en que aquello con que se cuenta sea
lo único que exista para fundamentar
interpretaciones, inferencias o explicaciones
a futuro.
La evaluación de los resultados del
seminario implica, necesariamente, remitir-
se a la forma en que se hace arqueología de
lo Coyotlatelco desde hace décadas y cuáles
son tanto los parámetros de sustento comolas directrices de los estudios acerca de esa
temática, de manera que se requiere pro-
ceder a realizar una “arqueología de la
arqueología”, una somera historiografía de
la producción de las narrativas derivadas de
las investigaciones arqueológicas que versan
sobre el Epiclásico en el Altiplano central,1
así como hacer alusión a las vertientes
teórico metodológicas que han incidido en
1 Cabe resaltar una de las conclusiones del seminario
que reviste particular importancia para nuestra líneaargumentativa, es decir, que a partir de las discusioneslogró comprenderse que la cerámica Coyotlatelco seprodujo en tres regiones (la cuenca de México, el vallede Toluca y la región de Tula), aun cuando en cadauna de ellas los complejos cerámicos presentan distin-tos tipos y variantes, que reflejan precisamenteprocesos de regionalización durante el Epiclásico. Eldetallado estudio de Gaxiola (1999) ilustra los pro-blemas de conceptualización de lo Coyotlatelco eninvestigaciones previas.
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que determinados modelos se perpetúen en
la literatura científica.
Falsar hipótesis previas al existir nuevas
evidencias forma parte indispensable del
avance de las ciencias tanto exactas comosociales, por lo que se trata de un proce-
dimiento metodológicamente indispensable
en la investigación de la realidad pretérita
con base en la cultura material, a menos que
se opte —como ocurre desde hace más de
setenta años— por tendencias metafísicas
esencialistas. Este fue el caso, por ejemplo,
de los estudios de Vaillant en el centro de
México, con los que estableció una historia
cultural fundamentada en la invención,
difusión, intercambio, migración y en datos
tomados de las fuentes etnohistóricas,
correlacionando determinados tipos cerámi-
cos con grupos étnicos. En aras de la justicia
y la contextualización, en esa época era
teóricamente consistente que Vaillant inter-
pretara los cambios abruptos en los estilos
cerámicos como el resultado de emigracio-
nes o de la difusión, fundamentalmente
(Lyman et al. 1997). Un caso análogo refiere
a los planteamientos respecto al Epiclásicode Jiménez Moreno (1959), que en su
momento fueran vanguardistas, si bien en
definitiva es difícil que hoy día puedan
validarse empíricamente esos postulados y
que se sigan aplicando como tablas de la ley.
Para entrar en materia, sin duda alguna
hay que referir a investigaciones seminales,
pues a partir de los estudios pioneros de
Rattray (1966) y Braniff (1972), a lo largo de
los últimos veinte años se han realizadomúltiples pesquisas arqueológicas, gracias a
las cuales se cuenta con nuevos datos y
propuestas para aproximarse a una mejor
comprensión de lo ocurrido en el centro de
México a raíz del decline de Teotihuacan, si
bien las causales de ese proceso aún no se
han esclarecido. Han sido sustanciales los
avances y se ha incrementado el cúmulo de
datos, se cuenta con un número consi-
derable de fechamientos de radiocarbono
así como con resultados analíticos derivados
de la aplicación de diversas técnicas, por loque en consecuencia en algunos estudios se
ha procedido a reevaluar no sólo la demar-
cación temporal en fases sino, además, el
significado de los patrones de distribución y
de los cambios observables en la cultura
material del Epiclásico como evidencias de
dinámicas poblacionales para distintas
regiones (cf. Cervantes y Fournier 1994,
Cowgill 1996, Jiménez Betts 1998, 2005 y en
este volumen, Gaxiola 1999 y en este volu-
men, Manzanilla et al. 1996, Parsons et al.
1996, Sanders 1989, Solar 2002 y en este
volumen, Sugiura 1996, 2001, 2005), muchas
de las cuales se caracterizan por tradiciones
cerámicas en extremo semejantes.
Así, se han generado nuevos planteamien-
tos aun cuando su impacto se ha relativizado
y siguen prevaleciendo interpretaciones
de índole particularista, en gran medida
sustentadas acrítica y conjeturalmente en las
fuentes documentales, por lo que en ciertamedida hay un estatismo interpretativo
propiciado por la vigencia del particula-
rismo histórico, en ocasiones aderezado con
elementos de la ecología cultural. Parecería,
asimismo, que se han sacralizado los mode-
los ya arcanos construidos por los mismos
arqueólogos como narrativas y, a pesar del
sustento fáctico de los nuevos discursos,
cualquier cuestionamiento o revisión llega
inclusive a descalificarse ágilmente; inclusoal recurrir precisamente a los datos y a la
contrastación empírica de las hipótesis
alternativas con todo el rigor metodológico
necesario, quien osa atentar contra lo
establecido se convierte, en definitiva, en un
o una agente contracultural. Sin lugar a
dudas se requiere una posición abierta a las
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nuevas evidencias y dejar a un lado el
dogmatismo ante las perspectivas, inter-
pretaciones o propuestas que se vienen
desarrollando (cf. Cowgill 1996).
En los modelos interpretativos que sehan perpetuado afortunadamente no se ha
llegado por completo a posiciones helio-
centristas como las de los difusionistas del
siglo XIX, pero es fácil apreciar que se han
construido mitos genésicos con base en una
serie de rasgos culturales, en particular de lo
Coyotlatelco; las hipótesis que emanan de la
lectura de Jiménez Moreno (1959), seguidas
por Braniff (1972, 2005) e incluso Rattray
(1996), se continúan y, en particular para la
región de Tula, ahora giran en torno a que
al menos parte de la población Coyotlatelco
se originó y muchos de los elementos de esta
tradición tienen su origen en la periferia
norte de Mesoamérica en regiones como la
sierra entre Jalisco y Zacatecas y tal vez el
Bajío en Guanajuato y Querétaro (Mastache
et al. 2002:60);
a lo anterior hay que agregar especulaciones
sobre que “Estos grupos, portadores de una
nueva tradición cultural, probablemente se
originaron [...]” en las zonas citadas
(Mastache et al. ibid.:302), o bien se ha
propuesto que “la mayoría de las influencias
norteñas en la cultura Coyotlatelco tenían su
origen en la cultura Chalchihuites o en otras
culturas estrechamente relacionadas con
estos pueblos” (Mastache 1996:49).
Analizando estos discursos, en primer
lugar debe reevaluarse que al referirnos a loCoyotlatelco debería ser en el sentido de una
cultura arqueológica y no de un “pueblo”
específico —los “coyotlatelcos” (Braniff
2005) cuyas manifestaciones materiales
recibirían el calificativo de “coyotlatelcas”
(cf. Moragas 2005)—, considerando que el
investigador es quien define una cultura
arqueológica con base en una serie de atri-
butos o rasgos que tienen una distribución
tempoespacial dada (cf. Clarke 1984:441),
por lo que resulta confuso hacer equivalen-tes las culturas arqueológicas a “pueblos”,
grupos o entidades étnicas (Jones 1997:106).
A partir de la observación de atributos
recurrentes en la cerámica arqueológica es
factible proponer que lo Coyotlatelco es un
estilo, es decir, que se trata de la expresión
material de acciones intencionales —que se
desarrollan en un espacio y tiempo dados—
para producir artefactos con una forma
genérica y con proporciones determinadas,
con ciertas clases de apéndices particulares,
en muchos casos con combinaciones cromá-
ticas específicas así como según patrones
decorativos establecidos 2 (véanse por ejem-
plo las contribuciones de Gaxiola, Jiménez
Betts, Avilez y Solar, así como de Fournier,
Cervantes y Blackman en este volumen).
Incluso podría hablarse de una tradición ce-
rámica Coyotlatelco sensus Willey y Phillips
(1958), dada la distribución de rasgos
morfoestilísticos similares que expresanrelaciones históricas en un área cultural
dada con límites geográficos definidos
(Willey 1945), o bien por caracterizarse por
la estabilidad de rasgos formales a lo largo
de un periodo relativamente largo y en
zonas poco amplias (Willey y Phillips 1958).
Otra alternativa sería postular que lo Coyo-
tlatelco constituye una tradición cultural,
caracterizada por un patrón definido en las
prácticas de subsistencia, la tecnología, las
2 Aun cuando la definición de lo que es un estilo depen-
de de la posición teórica, en términos generales puedeplantearse que es un aspecto de la variabilidad de losartefactos, está determinado por aspectos socioeconó-micos y técnicos, es una vía para el intercambio deinformación por tratarse de una expresión simbólica, yes parte de los elementos de identidad y exclusivos degrupos particulares, o bien de distintos grupos queinteractúan (cf. Renfrew y Bahn 2000).
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adaptaciones ecológicas y la cosmovisión.
Sin embargo, si lo Coyotlatelco pudiera
concebirse como una tradición cultural,
debería contarse con bases fácticas para
inferir que en cualquier lugar donde se iden-tifique cerámica de tradición Coyotlatelco
hubo los mismos elementos y dinámicas
sociales en una época determinada.
Más allá de que exista claridad teórica y
conceptual en las mencionadas narrativas
míticas respecto al estilo Coyotlatelco, parece
olvidarse que para que la interpretación,
inferencia o explicación sean plausibles
—naturalmente rebasando lo puramente
descriptivo—, si se pretende aproximarse
al conocimiento del pasado con base en
la cultura material es indispensable dar
respuesta, en primer lugar y con la mayor
precisión posible, a dos preguntas ineludi-
bles en la arqueología que refieren a las
dimensiones temporal y espacial: cuándo y
dónde ocurrió un evento. Obviamente una
vez que se logra ubicar en tiempo y en
espacio un evento determinado, un patrón
de eventos, una clase de eventos o un
proceso específico, el reto es determinar qué variables sociales y/o naturales fueron
las causales y qué grupos o sociedades
estuvieron involucrados en que sucediera y
por qué.
Entre el particularismo y los
inmigrantes errantes
En los estudios arqueológicos citados, lamigración resulta ser la explicación más
socorrida del cambio cultural en la que se
basa, como señala Braswell (2003), el
investigador perezoso quien prefiere obviar
las teorías o modelos de mayor rigor y
complejidad, o bien es incapaz de recurrir a
éstos. El mismo Boas reconoció que para
comprender la historia no sólo es necesario
saber qué son las cosas, sino cómo llegaron
a existir (Boas 1922). No obstante, esta
parte de la herencia boasiana parece olvi-
darse frente a su legado difusionista, puesen las interpretaciones del cambio cultural
que han prevalecido acerca de la cultura
arqueológica Coyotlatelco la migración ha
sido favorecida como el factor causal.
De cualquier manera, entre los procesos
que históricamente se han asociado con la
constitución de unidades sociopolíticas o
Estados se incluyen la expansión, la coloni-
zación, la diáspora de bienes de intercambio
o de fuerza de trabajo y la emigración (cf.
Sanjek 2003). Cabe preguntarse qué se
entiende por migración, pues salvo excep-
ciones (Sugiura 2005) se ha dado por
sentado su significado en los estudios acerca
de lo Coyotlatelco. Una definición de amplia
aplicabilidad refiere a que se trata de una
reubicación de residencia a largo plazo más
allá de los límites espaciales de una co-
munidad dada donde habitan una o más
unidades sociales, como resultado de un
decremento en los beneficios de permanecerresidencialmente estables o bien por el
incremento en los beneficios que se espera
obtener al reubicarse en un destino progra-
mado (Clark 2001). Bajo esta perspectiva,
además, debe tomarse en cuenta que los
procesos migratorios deben analizarse tanto
en el nivel interregional como en el intra-
rregional (Sugiura idem.).
Independientemente de que se recurra a
las teorías recientes acerca de la migraciónen las que llega a haber cierto balance entre
los modelos externalistas y los internalistas,
dentro del mismo particularismo histórico
se plantearon una serie de criterios que,
comúnmente, se han obviado en la arqueo-
logía del Epiclásico en el Altiplano central.
Es decir, es indispensable 1) la identificación
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de los inmigrantes como una unidad
intrusiva en los territorios donde penetraron;
2) rastrear esa unidad hasta su sede original;
3) determinar la contemporaneidad de todas
las manifestaciones de esa unidad; 4) esta- blecer que existieron condiciones favorables
para la inmigración; 5) demostrar que otras
hipótesis no se ajustan a los datos, por
ejemplo la invención independiente o la
difusión de rasgos (Rouse 1958); e inclusive
(Sanger 1975) 6) establecer que todos los
subsistemas culturales estuvieron involu-
crados y no solamente uno aislado, caso de
la cerámica de cierto estilo. Igualmente
desde la historia cultural se planteó que al
considerar que las migraciones “explican” el
cambio cultural se ha incurrido en graves
errores en las reconstrucciones históricas, al
no prestar suficiente atención a las secuen-
cias cronológicas o al aceptar acríticamente
como si fueran hechos las interpretaciones
teóricas de la secuencia cultural basadas en
datos de distribuciones de poca consistencia
(Brainerd 1951).
Entre quienes se mantienen en el marco
particularista, no ha interesado desarrollaro retomar alguna teoría de la migración que
permita fundamentar si ciertos patrones
que se identifican en el registro arqueo-
lógico son el resultado del intercambio, la
difusión, el desarrollo tecnoestilístico o la
migración. Una teoría de la migración
debería proporcionar las herramientas
conceptuales y metodológicas para elucidar,
además, la organización y logística de las
unidades migrantes, las causas posibles dela emigración (por ejemplo, la guerra,
presión poblacional, ganancia económica,
entre otros), la escala de la migración, las
rutas migratorias, así como el impacto en el
área de emigración y en la de inmigración,
principalmente (cf. Clark 2001, Burmeister
2000). Con estas bases sería factible
construir modelos para distinguir si deter-
minados artefactos o elementos de cultura
material se introdujeron en una región dada
como resultado de movimientos poblacio-
nales como la conquista y colonización. Porotra parte, hay que considerar que los
patrones o atributos de alta visibilidad en
los artefactos y la arquitectura son más
susceptibles de ser emulados y, en con-
secuencia, no son indicadores confiables de
la migración, caso de los cánones en la
composición de los diseños en la cerámica y
los estilos de la arquitectura cívico ceremo-
nial, mientras que los atributos de baja
visibilidad reflejan marcos compartidos de
aprendizaje por lo que pueden evidenciar
migraciones poblacionales, por ejemplo las
técnicas de manufactura de la cerámica sin
decoración, los patrones conceptuales en
el diseño de la ornamentación en las piezas
decoradas, o la organización del espacio
doméstico (cf. Clark 2001, Hill et al. 2004,
Lyons 2003).
Respecto a lo Coyotlatelco, es indispen-
sable diferenciar entre homologías cerá-
micas e identidades cerámicas. En el caso delas homologías se trata de tipos cerámicos
semejantes, o incluso de copias, definidos
para asentamientos o regiones separadas, si
bien la tecnología de manufactura varía. Las
identidades, a su vez, implican el flujo real
de las vasijas de uno a otro o bien otros
asentamientos, en donde se consumen estos
bienes. En principio los análisis macroscó-
picos pueden servir de base para distinguir
entre las homologías y las identidades,según atributos como el estilo decorativo, el
acabado de la superficie, la forma genérica,
subclases formales y los componentes no
plásticos de la pasta, aun cuando los análisis
composicionales (petrografía, difracción de
rayos X y, sobre todo por su mayor precisión,
la activación neutrónica) constituyen la vía
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más adecuada para llegar a determinar con
un alto nivel de confiabilidad el origen de
los materiales cerámicos. Las homologías,
es decir, las copias de factura local, cons-
tituyen, en principio, evidencias de ladispersión de ideas o creencias acerca del
aspecto de las vasijas, de su decoración y de
su manufactura; significarían que hubo
movimientos poblacionales o migraciones,
movimientos de segmentos poblacionales
(comerciantes, productores o consumidores),
que las piezas fueron hechas sobre pedido
según las necesidades de consumo de las
élites, o bien que ocurrieron procesos de
emulación como parte de la interacción
social. Las identidades, caso de la cerámica
importada que puede indicar el flujo de
bienes, significarían actividades de inter-
cambio o comercio, interacciones socio
ceremoniales, la realización de rituales, o
situaciones de transporte casual, entre otros
(cf. Ball 1983, Braswell 2003).
Con base en lo anterior, resulta evidente
que la migración y la colonización deberían
asociarse con patrones arqueológicos claros
con un alto grado de consistencia en la variabilidad de los artefactos, además de
que debería haber una sucesión cronológica
desde la sede original de los emigrantes, a lo
largo de las rutas a través de las cuales se
dieron los movimientos poblacionales hasta
el lugar donde se reubicaron.
Entre la palabra sacralizada
conjetural y las nuevas evidencias
Sin duda, tal como señalara hace una
década Cowgill (1996), el establecimiento de
los límites cronológicos de los procesos
epiclásicos presenta, en muchos casos,
serias limitantes, dado que los fechamientos
de radiocarbono se reportan heterogénea-
mente lo cual incide en que las interpreta-
ciones sean susceptibles de cuestionarse
respecto a sus fundamentos; se requiere dar
a conocer si las fechas se calibraron, el
rango con una y dos desviaciones estándarasí como la fecha media, como datos
mínimos, lo cual a menudo queda como un
misterio en los pocos estudios donde se
reportan los resultados analíticos de
radiocarbono (cf. Mastache 1996).
A pesar de la paulatina acumulación de
fechamientos, ha sido común que se inter-
preten a la ligera o bien se desechen si no se
ajustan a los modelos interpretativos que se
han perpetuado, caso semejante a los
resultados derivados de estudios analíticos
con técnicas arqueométricas como las
asociadas con la biología molecular, si es
que llega a recurrirse a éstas. Cabe señalar
que los análisis de ADN para el caso de
Teotihuacan durante el Clásico y fines del
Epiclásico (en contextos asociados con el
estilo cerámico Mazapa) indican que
genéticamente las poblaciones de esas
épocas eran diferentes entre sí (Manzanilla
2005); por otra parte, llama la atención enparticular que en un asentamiento del
Epiclásico de la región de Tula —claramente
relacionado con el complejo Coyotlatelco de
esa región (Cervantes y Fournier 1994) y
que se ubica relativamente próximo a la
urbe tolteca del Posclásico temprano— no
exista vínculo genético alguno entre las
poblaciones otomíes de esa región y las de la
Ciudad de los Dioses, sean del Clásico o de
fines del Epiclásico (Fournier y VargasSanders 2002), caso semejante a una serie
de muestras de entierros recuperados en
Tula, que datan de diversas fases (Paredes
2005). Es difícil interpretar este multi-
variado mosaico genético entre dos de las
principales regiones productoras de lo
Coyotlatelco, aun cuando resulta claro que
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de haber provenido los portadores de la
tradición cerámica citada de alguna zona
ubicada al norte de la Cuenca de México no
podría tratarse de la región de Tula, cuyos
habitantes eran genéticamente otomíes almenos desde el Epiclásico, lo cual nos
conduce a insistir en que las homologías
cerámicas no necesariamente se relacionan
con flujos poblacionales y menos aun con
movimientos migratorios.
Aun cuando es obvio que las nuevas
evidencias resultan en extremo incómodas
para muchos que se adhieren a los “sacrali-
zados” modelos plagados de especulaciones
y conjeturas acerca de las migraciones como
causales de lo Coyotlatelco en los valles
centrales, es necesario recurrir a la informa-
ción disponible en la actualidad. Los datos
acerca de los procesos y dinámicas sociales
ocurridos en el noroeste de Mesoamérica
(cf. Jiménez Betts 2005 y en este volumen),
evidencian la contemporaneidad de las
homologías cerámicas y la falta de sustento
de hipótesis acerca de relaciones filogené-
ticas: los complejos cerámicos pueden
compartir, bajo la línea argumentativa quehemos desarrollado, algunos elementos a
resultas de procesos de interacción y no
necesariamente por el influjo de poblacio-
nes “norteñas” hacia los valles centrales,
antes de, durante o después de la ruptura
del sistema integrativo teotihuacano.
Además, los fechamientos ahora disponi-
bles para el valle de México (cf. Manzanilla et
al. 1996, Parsons et al. 1996) y, sobre todo, la
región de Tula (véase el capítulo de Fournier,Cervantes y Blackman en este volumen),
que cubren con rigor los requerimientos
antes citados acerca de su precisión, indican
que estamos tratando con procesos coetá-
neos y no secuenciales de norte a centro en
lo que respecta al apogeo del estilo Coyotla-
telco y otros parcialmente homólogos.
Desafortunadamente, para el Bajío
—amplia zona a la que se le ha imputado un
rol de mediadora entre el noroeste de
Mesoamérica y la región de Tula— se han
desarrollado secuencias cerámicas que di-fícilmente pueden fijarse en el tiempo con
un grado mínimo de precisión, por lo
que siguen retomándose acríticamente los
planteamientos sacralizados para tratar de
comprender la proliferación de determina-
das tradiciones estilísticas epiclásicas en el
Altiplano central (cf. López y Nicolás 2005,
Mastache et al. 2002).
Lo ocurrido a raíz del ocaso de Teoti-
huacan y los procesos relacionados con la
dispersión del estilo Coyotlatelco aún son
tema de especulaciones, en particular en lo
referente a las distintas divisiones en
complejos cerámicos de las secuencias
propuestas para las tradiciones de la Ciudad
de los Dioses. Entre los investigadores
especializados en la Cuenca de México no se
ha llegado a acuerdos acerca de si la fase
Metepec tiene aplicabilidad fuera de
Teotihuacan, si es factible mantener como
fases separadas la Oxtotipac y la Xometla—propuestas por Sanders (1986a, 1986b)—
y si, igualmente, pueden aplicarse para
secuencias fuera de la gran urbe e, incluso,
si la primera tiene validez tipológica. Dado
que se carece de fechamientos de radio-
carbono para estas dos últimas fases,
mientras que el final de la Xolalpan tardío
se ha ubicado hacia 600 d.C. (Manzanilla
2005), si comparamos con los nuevos
fechamientos para la región de Tula quepermiten postular que igualmente alrededor
de 600 d.C. surge el estilo Coyotlatelco, nos
enfrentamos a la necesidad de que se realice
un reajuste en la secuencia para Teoti-
huacan.
La importancia de estos cambios en las
secuencias no sólo radica en el aspecto de
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interpretación hasta ahora favorecida desde
el particularismo histórico por carecerse de
bases fácticas para la contrastación.
Sin duda es una ardua empresa tratar de
comprender la complejidad social con baseen fragmentos de la cultura material de
unos cuantos asentamientos que parcial-
mente han sobrevivido al devenir histórico,
aunada a las múltiples limitantes de la
investigación arqueológica que abarcan
desde la recuperación en campo de datos
hasta la presentación misma de los resul-
tados analíticos. Dado que todo proceso
social es multicausal, no se descarta la
posibilidad de que como parte de la
interacción entre distintos grupos durante el
Epiclásico los movimientos de algunos
incidieran en los desarrollos ocurridos
aunque, insistimos, el movimiento de
información y de artefactos pudo tener una
incidencia más fuerte que los flujos pobla-
cionales. Difícilmente puede plantearse que
el estilo Coyotlatelco se generara indepen-
dientemente en la Cuenca de México, el
valle de Toluca y la región de Tula, zonas
colindantes, aunque desconocemos cuálesfueron los mecanismos que propiciaron su
proliferación, adopción y modificación bajo
cánones propios en cada una de esas
regiones en donde se produjo cerámica
apegada a las pautas generales del estilo
pero con diversificaciones. Cabe preguntarse
cuál fue el significado ideológico cosmovi-
sional de las representaciones materiales
homólogas, incluyendo los elementos de
diseño en las vasijas y las figurillas,fundamentalmente, si los usuarios (se trate
de productores o consumidores) de vasijas
apegadas estilísticamente a lo Coyotlatelco
pudieron o no tener afinidades biolingüís-
ticas, aun cuando al menos en la región de
Tula ese estilo se relaciona con poblaciones
otomíes (Fournier y Vargas Sanders 2002) y
no como se ha especulado con “chichimecas
norteños” (Braniff 2005:49); el grupo bio-
lingüístico otomí muy probablemente fue
oriundo de los valles centrales según los
estudios glotocronológicos (cf. Fournier1996), por lo que carece de sustento la
conjetura de que se trató de inmigrantes del
septentión que arribaron a regiones como la
de Tula en el Epiclásico.
Resta, obviamente, que los especialistas
en la arqueología de Teotihuacan contri-
buyan a la comprensión del proceso de
decline de ese complejo sistema estatal que
impactó en amplias áreas de Mesoamérica,
temática a la que si bien se hizo alusión
en las discusiones del seminario de lo
Coyotlatelco quedó en puntos suspensivos.
Siguen siendo más las interrogantes que las
respuestas sustentadas en el registro ar-
queológico acerca de los desarrollos Epi-
clásicos en los valles centrales. No obstante,
los aportes del seminario que se plasman en
este volumen en definitiva han ampliado las
perspectivas y abierto nuevas tendencias
para aproximarse, al menos, al esclare-
cimiento de las variables vinculadas conlos desarrollos sociales y los correlatos
materiales asociados con ese peculiar estilo
cerámico. ▣
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