intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

14
Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne 50 | 2016 Les intellectuels en Espagne, de la dictature à la démocratie (1939-1986) Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición a la democracia Intellectuels : l’opposition à la dictature, la transition à la démocratie Intellectuals: the opposition to the dictatorship, the transition in the democracy Elías Díaz Edición electrónica URL: http://journals.openedition.org/bhce/501 DOI: 10.4000/bhce.501 ISSN: 1968-3723 Editor Presses Universitaires de Provence Edición impresa Fecha de publicación: 1 diciembre 2016 Paginación: 49-61 ISSN: 0987-4135 Referencia electrónica Elías Díaz, « Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición a la democracia », Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne [En línea], 50 | 2016, Publicado el 09 octubre 2018, consultado el 10 diciembre 2020. URL : http://journals.openedition.org/bhce/501 ; DOI : https://doi.org/10.4000/bhce. 501 Bulletin d’histoire contemporaine de l’Espagne

Upload: others

Post on 03-Jul-2022

1 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

Bulletin d’Histoire Contemporaine del’Espagne 50 | 2016Les intellectuels en Espagne, de la dictature à ladémocratie (1939-1986)

Intelectuales: la oposición a la dictadura, latransición a la democraciaIntellectuels : l’opposition à la dictature, la transition à la démocratieIntellectuals: the opposition to the dictatorship, the transition in thedemocracy

Elías Díaz

Edición electrónicaURL: http://journals.openedition.org/bhce/501DOI: 10.4000/bhce.501ISSN: 1968-3723

EditorPresses Universitaires de Provence

Edición impresaFecha de publicación: 1 diciembre 2016Paginación: 49-61ISSN: 0987-4135

Referencia electrónicaElías Díaz, « Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición a la democracia », Bulletin d’HistoireContemporaine de l’Espagne [En línea], 50 | 2016, Publicado el 09 octubre 2018, consultado el 10diciembre 2020. URL : http://journals.openedition.org/bhce/501 ; DOI : https://doi.org/10.4000/bhce.501

Bulletin d’histoire contemporaine de l’Espagne

Page 2: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición a la democracia

Elias DÍAZ____________________________________________________________________Universidad Autónoma de Madrid

Hay un hecho de sustancial relevancia que, a mi juicio, no ha sido apenas tomado en consideración al tratar -ahora ya con perspectiva histórica- de la transición a la democracia en nuestro país tras la muerte del dictador Francisco Franco aquel 20

de noviembre de 1975. Me refiero al efectivo arranque por entonces a escala internacional y con enorme fuerza política, económica e ideológica de la que fue (mal) denominada como «revolución conservadora» y que más justamente debería calificarse de «reacción o contrarrevolución conservadora».

Lo significativo en cualquier caso para nuestro asunto es que la ilusionada y tan esperada transición democrática española tuvo al fin que hacerse a todos los efectos dentro de ese contexto global: es decir, bajo el férreo y negativo condicionante que fue en los Estados Unidos la llegada al poder de Ronald Reagan (1980), precedido en Gran Bretaña por Margaret Thatcher (1979) y en el Pontificado Romano por Karol Wojtila (1978), este en ruptura con el más abierto catolicismo de años anteriores. A ese nivel internacional, el enemigo en la guerra fría (y la política de bloques) era sin duda para ellos el comunismo de los regímenes del Este (URSS y demás). Pero en el propio ámbito interno occidental, la obsesiva orientación de aquella política, el ataque en todos los frentes, lo era de modo principal contra el socialismo democrático, incluso contra los mayores avances de la misma socialdemocracia.

Tal reacción lograría así fraguar e imponerse hasta hoy mismo a través, puede decirse, de la conjunción fundamentalista tecnocràtica y teocrática de los agentes desde entonces reconocidos como «neocons» y «teocons». Es decir, el neoliberalismo económico como dogma científico del pensamiento único, reforzado a su vez (lex mercatoria, ley natural) por un iusnaturalismo en su núcleo duro como inmutable doctrina bíblica y/o eclesial (o su equivalente en la sharia islamista): ambos en informal coalición, con sus diferencias «neocons» y «teocons», siempre y en todo caso como contumaz obstáculo frente a las libres decisiones de la soberanía popular1.

No eran iguales, no serían las mismas, las posibilidades (potencialidades) de la transición a la democracia en nuestro país si ésta se producía en uno u otro contexto (favorable o no) de carácter global, internacional. Y de ello, de esos u otros límites, se tenía ya plena conciencia (conocimiento) en aquellos momentos. Para las izquierdas, para la socialdemocracia en concreto, significaba ir a contracorriente de la poderosa maquinaria neoliberal. Hay sin

i De estas cuestiones ya clásicas en la filosofía jurídica y política -como es el iusnaturalismo- me he ocupado desde siempre en otros escritos míos: por ejemplo. Sociología y Filosofìa del Derecho (1971) y últimamente, para sus repercusiones economicistas actuales, en De la institución a la Constitución. Política y cultura en la España del siglo XX. Madrid, Trotta, 2009.

dQ

Page 3: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

duda que tener todo esto muy en cuenta -sin buscar con ello justificaciones no justificadas- para mejor entender la realidad de estos nuestros tiempos que van desde la transición (1976-1982), pasando por los logros de su consolidación, hasta incluso, con mil vicisitudes en medio, la gran crisis actual que se manifiesta entre 2007 y 2008. Pero también, a pesar de ello y contra ello hay que resaltar a su vez el gran impulso positivo que hizo posible la consecución (instauración o reinstauración) de la democracia que la Constitución exige en una «sociedad democrática avanzada» y en el marco -no se olvide- de un Estado social y democrático de Derecho. Ahí, entre esas condiciones objetivas y subjetivas, se situaría en concreto la positiva función crítica y cívica asumida en la transición por los intelectuales (de ellos tratan especialmente estas páginas), reenlazando así -esto es aquí lo decisivo- con sus anteriores compromisos y aportaciones por la democracia en aquellos complicados espacios de oposición frente a la dictadura2.

En esta perspectiva histórica el enfrentamiento político y la lucha intelectual contra el régimen franquista en la España que va de 1939 a 1975, a mi juicio, puede muy bien analizarse, estructurarse y hacerse girar de modo principal en tomo a dos situaciones relevantes, dos fechas simbólicas, incluso dos generaciones las de 1956 y 1968. Los respectivos rótulos de socialdemócratas y libertarios que como síntesis suelo utilizar para identificar de manera abreviada y en términos políticos a una y otra incluyen a su vez, dentro de cada una, tengo que advertir, posiciones plurales diferenciadas aunque con connotaciones de izquierdas compartidas. Como también las poseen entre sí socialdemócratas y libertarios, a pesar de sus distancias no sólo generacionales (desde comienzos de los años cincuenta hasta la culminación abierta de los sesenta) en esa historia común de la resistencia contra la dictadura. Por supuesto que antes, entre y después de ellas, en un continuum básico, hay asimismo substanciales acciones de carácter interno e internacional, económico y social, que -a diferencia de las mencionadas de carácter negativo- posibilitaron y prolongaron aquellas no únicas circunstancias y coyunturas temporales3.

Señalaría así desde esta orientación que todo lo que, concorde con esa inicial historia, confluye políticamente en la denominada generación de 1956 podría en verdad adscribirse en el ámbito de lo que cabe entender en términos muy genéricos como socialdemocracia. Es cierto, sin embargo, que en ese tiempo este término era todavía y seguiría siendo en amplia medida muy preterido -sólo preferido entonces por sus sectores más reformistas- a favor de formulaciones socialistas que de modo explícito (en ocasiones, sólo retóricamente) se declaraban sin más como revolucionarias. Por su lado, en ese marco que se abre por entonces, los comunistas españoles (europeos), -muerto Stalin en 1953 y reprobado duramente por Kruschev en ese mismo 1956- la verdad es que eran o empezaban a ser en realidad socialdemócratas, aún con diferencias de más «ortodoxo» lenguaje y mayor activismo y organización. Lo resalto como elogio y sin acogerme ahora al viejo significado

2 No entro aquí en el debate acerca de la estricta periodización que corresponde a la transición como inicio del siempre abierto proceso de consolidación de la democracia. Yo situaría su término ad quem en 1982 pero otros la retrasan hasta 1986 con la entrada de España en la Comunidad Europea. Reenvío por todas, entre la amplia bibliografía disponible, a las obras de Raúl M orodo, La transición política, prólogo de Alfonso G uerra (Madrid, Tecnos, 1984) y a José Félix Tezanos, Ramón C o ta r e lo y Andrés D e B la s (eds.), La transición democrática española, Madrid, Sistema, 1989.

3 Esa genérica adscripción política procede de mi escrito de igual título. Entre socialdemócratas (1956) y libertarios (1968) en la obra colectiva La generación del 56, Edición de Antonio Lopez Pina (Madrid, Ed. Marcial Pons, 2010, p. 235-259), trabajo ahora muy revisado y reorientado para esta nueva salida pública. Incluyo en el término «generación» -lo prefiero al de «cohorte»- comunes connotaciones ideológicas y políticas, teóricas y prácticas (todo ello de modo flexible y abierto).

___

Page 4: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

de equivalencia entre ambas titulaciones (o con la del socialismo democrático que yo, entonces y ahora, prefiero). De un modo u otro, la mayor parte de los intelectuales trabajaron -creo- en esa plural línea general. Esa lenta evolución del comunismo occidental a través del eurocomunismo no impediría, sin embargo, en la Europa del Este las intervenciones armadas de los soviéticos -precedidas en 1953 por la de Berlín Oriental- para la represión en Hungría y en Checoeslovaquia (contra las libertades y «el socialismo con rostro humano» de Alexander Dubcek) respectivamente en esos mismos años de 1956 y 1968. Pero los conflictos internos y las disidencias cada vez se manifestarán con mayor claridad e incluso naturalidad4.

Hubo un largo, muy denso y fructífero itinerario en nuestro país -es lo que quiero de modo muy particular resaltar aquí- entre esas gentes y generaciones del 56 y del 68. Expresado en conceptos más bien simbólicos diríamos así que, dentro de la izquierda crítica frente al capitalismo, la primera era más socialdemócrata y de carácter institucional, la segunda más libertaria y atenta a la sociedad civil. La primera más interesada por cuestiones relacionadas con partidos políticos, elecciones o parlamento; la segunda por los movimientos sociales, las libertades cívicas o la liberalización de las costumbres. Entre una y otra, entre la primera generación democrática de la postguerra y la última ya en el tardofranquismo, se van forjando buena parte de los materiales que -unidos a esos otros factores antes aludidos- van a hacer posible, tras la muerte del dictador, la transición y la construcción de la actual democracia. Relevancia, pues, del trabajo intelectual y conexión de fondo -esto es aquí lo decisivo y que no debe olvidarse- entre la cultura de la oposición (a la dictadura) y la cultura de la transición (a la democracia), con todos los cambios que los tiempos, las críticas y las autocríticas habrían de imponer. Al hablar, pues, de los intelectuales en la transición (tras 1975) hay siempre que hablar, a su vez, de los intelectuales en la oposición (antes de 1975)5.

En tal itinerario, en el contexto de la izquierda (o mejor, de las izquierdas en plural), lo que caracteriza a esa socialdemocracia inicial es, ante todo, la oposición, el rechazo total y la lucha pacífica (que no pasiva) contra la dictadura y por la democracia. En ella coincidiría andando el tiempo la de menor intensidad y compromiso proveniente de otros sectores, liberales, monárquicos, socialcristianos, etc. Lo que, por su parte, más en concreto propugnaban los partidos y las gentes socialistas y comunistas, operando juntos o separados (en España más de lo primero, contra la dictadura, que de lo segundo, una vez lograda ya la democracia), así como los intelectuales de estas connotaciones, eran

4 Para ese espacio político, su historia, sus gentes y sus acciones, con carácter tan decisivo y conflictivo, pueden verse, entre otros, los libros de Gregorio M orán, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España (1939-1985) o el de Santiago C a r r illo Memorias', ambos en Planeta, 1986 y 1993 respectivamente.

5 Para el marco intelectual español de toda esta época y con amplísimas referencias nominales, reenvío a mi libro Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975), última reimpresión, Tecnos, Madrid, 1983; primera edición, hasta 1973, en Edicusa, la editorial de «Cuadernos para el Diálogo», Madrid, 1974. Este libro tuvo asimismo buena acogida en Europa. Así, su edición italiana 11 pensiero politico­sociale spagnolo dalla dittatura alla democrazia (1939-1975), en traducción de Irina Bajini con Prefacio de Renato Treves, Editore Arnaldo Lombardi, Milán, 1990; y la alemana Intellektuelle unter Franco. Eine Geschichte des spanisches Denkens, en traducción de Ruth Zimmerling, Vervuert Verlag, Frankfurt am Main, 1991. También la obra colectiva (con Introducción de Josep María C a ste l le t ) La cultura bajo elfranquismo, Barcelona, Ediciones de Bolsillo, 1977. Después, para los posteriores tiempos, entre otras y en relación con cuestiones aquí aludidas, la obra colectiva (edición a cargo de José B. M onleón), Del franquismo a la posmodernidad. Cultura española 1975-1990, Madrid, Akal, 1995; Juan P ecourt, L os intelectuales y la transición política. Un estudio del campo de las revistas políticas en España, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008; Francisco Vazquez G arcia, La filosofía española: Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1965-1990), Madrid, Abada Editores, 2009.

51

Page 5: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

efectivos avances hacia el socialismo, hacia una mayor igualdad en el mundo económico y social. Pero se proponían hacerlo -me parece necesario destacarlo- cada vez más a través de una aceptación sustantiva, aunque para nada acritica e inmovilista (capitalista), de las instituciones, de los procedimientos, de los derechos y valores del Estado democrático, es decir del Estado de Derecho, con Parlamento representativo, libres elecciones, pluralidad de partidos, etc6.

Creo que esa vía plural compartida (democracia y socialismo), expresión entonces, no sin reticencias e incertidumbres, de la más valiosa filosofía política europea, había ido también impregnando muy amplios sectores sociales de nuestro país a lo largo de los años sesenta y setenta: intelectuales, profesionales, técnicos, clases medias y de modo muy destacado las definidas como fuerzas del trabajo y de la cultura. La misma filosofía que sustenta después, a pesar de todo, la transición, la consolidación de la democracia y la propia Constitución.

Comprendiendo un más dilatado espectro histórico e ideológico, el profesor Juan Pablo Fusi ha resaltado, por su parte (y me interesa asimismo que sea él quien lo relacione), que «la visión crítica que muchos intelectuales tuvieron de España a lo largo del siglo fue una de las claves para el desarrollo de las ideas de libertad y democracia en el país». Y en ello, junto al valor intrínseco de la cultura, insiste él de manera muy especial en dos concretos y decisivos «momentos» de esta nuestra historia: en la preparación de la República de 1931 y -señala también- en los trabajos por la recuperación de la democracia bajo el franquismo. «La República -escribió por entonces Azorín- la han hecho posible los intelectuales». Era el triunfo del «espíritu de Giner de los Ríos, con todas las ramificaciones de la antigua Institución Libre de Enseñanza».

Recuperando esa tradición (de verdad) liberal y, resaltaría yo, vinculada a ella la tradición socialdemócrata, Fusi vuelve a remarcar, respecto a ese segundo «momento» el impacto de la cultura como forma de contestación frente a la dictadura de Franco y «como instrumento esencial de la futura democratización del país». Constata así aquel, ahora en relación muy concreta con nuestro tema: «Desde finales de la década de 1950, la cultura de la oposición desempeñaría -al menos en los ámbitos universitarios- el papel de conciencia crítica de la sociedad y, como tal, su mera existencia, cualquiera que fuese su calidad, contribuyó sustancialmente a erosionar los fundamentos ideológicos del franquismo y a crear las ideas y valores sobre los que se fundamentaría la futura democracia del país»7.

Esa plural cultura política liberal, laica y socialdemócrata desde sus raíces y con sus consecuentes líneas de pensamiento son las que han vertebrado todo lo mejor de la España contemporánea. Es cierto, no obstante, que, junto a ello, en ese mismo tiempo de los años sesenta y setenta se produce en sectores tal vez minoritarios pero muy activos de los países más desarrollados, y asimismo entre nosotros, una muy fuerte -y, a mi juicio, desviada- radicalización izquierdista que alcanzaría relativa amplia difusión y operatividad. Son posiciones que derivan de hechos y conflictos de gran repercusión en la política mundial de

6 En ese contexto es en el que publiqué yo desde 1963 los trabajos que dieron lugar a mi libro Estado de Derecho y sociedad democrática, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1966. Entre otras cosas, en él trataba yo precisamente de ayudar a contrarrestar la operación de ocultación ideológica del régimen franquista que en esos años intentaba presentarse en el exterior, sin ningún éxito por lo demás, bajo esa prestigiosa fórmula del Estado de Derecho. Véanse allí las vicisitudes y consecuencias de tal operación y las acaecidas a mi propio libro.

7 Juan Pablo Fusi, Un siglo de España: la cultura, Madrid, Marcial Pons, 1999, p. 12, 69-70, 126, 149 ó 192 para esos y otros puntos conexos. Esta obra forma parte de la trilogía formada también por los volúmenes sobre Política y sociedad (Santos Juliá) y sobre Economía (José Luis García D elgado y Juan Carlos Jiménez).

52

Page 6: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

la época. Así, ejemplos decisivos, como protesta (positiva) frente a la guerra de Vietnam y, sin necesaria conexión, como influencia (negativa) de la China de Mao, aquellas en términos generales se configuran como pretendida contestación total frente a las democracias del mundo occidental. Más en concreto, frente al gran poder de la indudable fáctica simbiosis, convertida por ellos en absoluta «falacia de la identidad» (empírica y supuestamente racional), entre capitalismo y democracia: en nuestro país, con mucho mayor fundamento, entre capitalismo y dictadura (planes economicistas con connotaciones tecnocráticas de 1959, 1962 y siguientes).

Surgen así -y también aquí- grupos, de mayor o menor entidad, que se definen como revolucionarios y que se autositúan a la izquierda de los partidos socialistas (PSOE, PSC, PSI), de la «Agrupación Socialista Universitaria» (ASU) u otros, y del propio partido comunista (PCE): con frecuencia en fuerte relación conflictiva ideológica y política con ellos, considerados como meramente reformistas y socialdemócratas. Como se ve, no muy lejos pues de mi descripción pero sí de mi prescripción y valoración. Con diferentes interpretaciones, unos y otros, de la obra de Marx, de Lenin y de los marxismos posteriores, tales grupos por otro lado con rotulaciones a veces expresamente socialistas y comunistas (así, el «Movimiento comunista» o la «Liga comunista revolucionaria»), van a reconocerse, recordemos, como con inspiraciones trotskistas, maoístas, castristas o vinculados también a los movimientos de liberación popular y nacional del entonces designado como «tercer mundo». Todos ellos, también sus intelectuales, eran antifranquistas, por supuesto, pero a su vez poco o nada entusiastas de la democracia realmente existente (según ellos, inevitablemente burguesa y capitalista). Y en algunos de sus extremos, mostrándose en exceso condescendientes cuando no practicantes de la violencia y sus vías de acción directa: ahí está precisamente ETA desde 1958, primer asesinato en 1968, con una historia de cuarenta y tres años de infamia hasta en 2011, su definitivo final; y después también FRAP, GRAPO y otros más en ese confuso extremismo supuestamente de izquierdas8.

Con caracteres propios, sin recurso a la violencia, entre esos grupos de radical filiación izquierdista, destacaría aquí quizás el de mayor interés: por sus aventuradas propuestas teóricas (amalgama cristiano-marxista junto a otras diversas heterodoxias), por su amplia y abierta irradiación casi en franquicia (con conocidos militantes y destacados dirigentes) y por su permanencia pública (1958-1969). Me refiero al que fue entre nosotros el «Frente de Liberación Popular» (FLP, el «Felipe» en el argot político de la época), FOC, «Front Obrer de Catalunya» en su version catalana, ESBA, «Euskadiko Sozialisten Batasuna» en la vasca.

Uno de sus primeros fundadores y más creativos inspiradores, tanto en el plano teórico como en el organizativo, José Ramón Recalde, que tiempos después sobrevivió con gran entereza a un atentado de la barbarie terrorista etarra, ha sintetizado con acierto en nuestros

8 Entre la amplia bibliografía, véanse los libros de Consuelo Laiz, La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española, Madrid, Los libros de la Catarata, 1995; o de José A lvarez Cobelas, Envenenados de cuerpo y alma. La oposición universitaria al franquismo en Madrid (1939-1970), Madrid, Siglo XXI, 2004: obra con referencias también al movimiento estudiantil en toda España y con especial atención a esos procesos de radicalización. En algunos de mis escritos de esos años de la transición (también después y hasta hoy mismo), desde la perspectiva del Estado de Derecho y del socialismo democrático, he formulado frecuentes críticas al radical reduccionismo del conjunto de aquellas posiciones: así en los reunidos después en mis libros Legalidad-legitimidad en el socialismo democrático (Madrid, Civitas, 1977) o en De la maldad estatal y la soberanía popular (Madrid, Debate, 1984).

______

Page 7: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

días pros y contras de aquella organización. Reproduzco aquí por extenso sus propias, muy significativas, palabras:

Para sorpresa de los dirigentes de la dictadura, en el año 1956 habían entrado en la lucha nuevas generaciones. Y, en el nuevo ambiente creado, entramos también algunos de nosotros, impulsados seguramente por la necesidad que teníamos de incorporar a la lucha el pensamiento cristiano, nunca único en el Felipe, pero sí con un gran peso en los primeros años. El campo en el que aspirábamos a marcar nuestro terreno tenía estos objetivos, que juzgábamos compatibles: socialismo cristiano, diálogo entre cristianismo y marxismo, y una vía no comunista para formular la rebeldía. Y detrás de todos estos objetivos estaba el de la transformación de las estructuras: la revolución. Nos definíamos identificando al enemigo, que era el capitalismo. Y acentuábamos especialmente nuestro socialismo con una concepción intemacionalista del mismo. Nuestro enemigo fue el franquismo, pero también es cierto que nos oponíamos a las democracias occidentales, que juzgábamos cómplices del sistema capitalista y colonial. Luego, nosotros, pero también los ideólogos del sistema neocapitalista, hemos tenido que hacer el aprendizaje de la democracia. En todo caso fue bueno haber luchado contra el franquismo y fue malo no haber hecho a tiempo este aprendizaje democrático9.

La verdad es que había, y continúa habiendo, abundantes pruebas empíricas para constatar y denunciar -como aquí se está haciendo- aquel maridaje espurio entre democracia y capital, incluso el inicuo sometimiento de ella a él. Pero otra cosa muy diferente es aceptar sin más como insalvable, esencial y hasta como racional -además de real- esa situación y la famosa, ya mencionada, «falacia de la identidad». Tales grupos ultraizquierdistas eran del todo proclives a ello para enfrentarse a ambos, tanto al capitalismo como a la democracia vigentes en el mundo occidental (ésta no en aquella España). De manera dogmática y hasta paradójicamente, por la banda opuesta, también lo son (proclives a tal falacia) los fundamentalistas neoliberales para defender que no hay democracia sin capitalismo, ni capitalismo sin democracia. Las etapas postreras de las dictaduras de Franco y Pinochet han sido, perpetrado el gran terror, ejemplos bien próximos por no referirme a otros precedentes (aún, si cabe, más ominosos) de esa no forzosa identidad -por el lado malo- entre lo real (capitalismo) y lo racional (democracia)10.

Frente a esa inapelable, esencialista y reduccionista, falacia de la identidad cabe muy bien sostener que si no se logra más en la pugna frente al capital no es precisamente por culpa (deficiencia estructural o racional) de la democracia. Al contrario, los avances y

9 José Ramón R ecald e, Prólogo a la obra de Julio Antonio G arcía A lc a lá , Historia del «Felipe» FLP, FOC y ESBA) De Julio Cerón a la Liga Comunista Revolucionaria, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001, p. 16.

10 Para el debate sobre el «lado bueno» de esa crítica a la falacia de la identidad -democracias con posibilidades socialistas-, ver mi libro Ética contra política. Los intelectuales y el poder (Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1990) y concretamente a su capítulo segundo sobre «Las razones del socialismo»: capitalismo y socialismo se entienden aquí y allí (p. 73) no como «dos esencias absolutas, perfectamente cerradas y totalmente aisladas e incomunicadas entre sí, con desconocimiento pues de sus diversas fases y evoluciones, sino más bien como de muy complejas y diferenciadas formas de producción y hasta de vida (no, por tanto, reducibles exclusivamente a términos económicos, puesto que también lo son de carácter cultural y ético) que han de situarse y entenderse siempre dentro de un total proceso histórico y social». Tales procesos históricos de la sociedad industrial y posindustrial (incluyendo la situación crítica actual) así como sus correlatos teóricos desde A. Smith, K. Marx, J.S. Mill, Schumpter, Keynes, JJayek y demás hasta hoy, encuentran entre nosotros riguroso análisis y exigente reflexión crítica en el excelente y polémico libro de Salvador Giner, El futuro del capitalismo, (Barcelona, Península, 2010): retomo de allí, sin reducir a ello otras connotaciones e implicaciones, un dominante aserto «el capitalismo carece de moral»: no encarnaría pues una concreta moral, ni es sin más y en todo caso inmoral, lisa y llanamente carece de fibra moral.

_ _

Page 8: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

conquistas sociales que se han logrado ante él, lo han sido siempre precisamente gracias a (través de) la democracia y, dentro de ella, fundamentalmente por las luchas, el impulso y el entendimiento propiciado desde posiciones que coinciden básicamente con los procesos históricos de lo que en Europa se ha venido definiendo como socialdemocracia (o socialismo democrático) y su Estado social y democrático de Derecho. No todas las reformas conducen sólo e inevitablemente a reforzar y consolidar el sistema, también pueden contribuir a transformarlo y en profundidad. No entenderlo así implica sin más una «entificación metafísica» del capitalismo y de sus sacralizados mercados. Me parece que nada de esto debiera ser olvidado hoy en la gran crisis producida por el capital y sufrida por la democracia. A ésta, al Estado social y a la socialdemocracia no les faltan ideas, no les faltan razones, lo que les falta -en no pocas ocasiones también por deficiencias propias­es poder real (nacional y transnacional, global) frente a quienes controlan de verdad los mercados financieros y especulativos contra las intervenciones y legítimas regulaciones de los Estados democráticos.

En cualquier caso -y volviendo a nuestro tema- es de esta y otras similares cuestiones de las que ya discutía la izquierda intelectual (no sólo ella) en aquellos años bajo/contra el franquismo. Otro inteligente e intermitente «Felipe» de entonces, Joaquín Leguina, ha dictaminado en nuestros días de forma gráfica, rotunda y, a mi juicio, también muy certera que «el FLP murió de un empacho del mayo del sesenta y ocho». Traduzcamos «empacho» por exceso de confusa indeterminación ideológica y de lógica impotencia revolucionaria para cifrar los principales ingredientes negativos del radicalismo izquierdista mal derivado del 56 y que, más enraizado en el 68, sin embargo comenzaría pronto a decaer11. Estas mis críticas teóricas y políticas a unos y otros de tales radicalismos izquierdistas para nada implican dejar de reconocer el alto valor, personal y social, de sus luchas contra el franquismo: esto era lo esencial. Y ahí se encuentran gentes que lo pagaron con la cárcel, incluso con la vida o con otras muchas ofensas y represiones a lo largo de ese tiempo convulso y difícil que, a pesar de todo, se trata de articular aquí en tomo a esas generaciones del 56 (tras los años del gran terror) y del 68 (cercanos ya del definitivo final)12.

Entre esas dos fechas, es, en efecto, cuando se fragua esa otra cultura de entendimiento (éste en los dos sentidos de la palabra) con fuerte no única presencia e impulso de la

11 Palabras de Joaquín Leguina en la obra de García A lcalá, ya citada antes, p. 162. Véanse también en dicha obra los Estatutos de FLP aprobados en 1962 y dónde éste quedaba definido entre otros caracteres (arts. 1 y 2) como una «organización revolucionaria» [...] «que responde a las necesidades de la lucha revolucionaria que el pueblo español tiene hoy planteada». En mi libro (de 1990) Ética contra política. Los intelectuales y el poder (ya alegado para otros temas en la nota anterior) p. 169 a 171 se hablaba del bloque FLP-FOC-ESBA con nombres propios, al igual que de otras formaciones socialistas de la época que en buena parte acabarían por confluir políticamente en el PSOE.

12 Querría resaltar y recordar aquí, entre esas todavía numerosas víctimas de la dictadura en sus últimas etapas, al buen amigo, inteligente y comprometido estudiante de nuestra Facultad de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, joven militante del FLP, Enrique Ruano que fue asesinado por la policía político-social del régimen franquista en aquel inolvidable 20 de enero de 1969. Su muerte conmocionó a toda la Universidad española que respondió a ello con numerosos actos de protesta y manifestaciones, causa inmediata, a su vez, de la declaración del «estado de excepción» en todo el país. En memoria suya -en la estela del homenaje celebrado en el Paraninfo de su Universidad el 20 de enero de 2009, en los cuarenta años del indignante crimen- se ha publicado la obra colectiva, con más de veinte colaboraciones, Enrique Ruano. Memoria viva de la impunidad del franquismo (ed. Ana D omínguez Rama), Editorial Complutense, 2011, con información y análisis sobre los movimientos estudiantiles de esos años y ahí con predominio cuantitativo de la discutible línea ideológico-política ya apuntada por García Alcalá en el capítulo de su mencionada obra Historia del «Felipe» (véase antes notas 9 y 10).

______

Page 9: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

institucional socialdemocracia, aunando lo mejor de los nuevos movimientos sociales de inspiración libertaria, que hizo posible después una transición (una ruptura) real y racional desde la cerrada dictadura a la utopía siempre abierta y en construcción en que consiste la democracia. Está siendo arduo y muy plural desde estas perspectivas el debate sobre el significado y sobre las aportaciones y negaciones implicadas y derivadas a escala casi universal del famoso 1968. Este, con variantes decisivas en nuestro país pero siempre bajo la represión dictatorial, iba a tener como resultado, en enero del 69, esa ya mencionada declaración del «estado de excepción» en todo el territorio nacional.

Cabe, pues, en términos más generales preguntar, ¿qué puede haber quedado de válido de aquel entorno del 68, en medio de tanto ruido y frustración pero también de tanto esfuerzo y entusiasmo? Quizás, me parece, la tenaz afirmación -vieja herencia ácrata-de un rebelde espíritu libertario, de un ansia incontenida de libertad (siempre en la base la autonomía moral) invocada también en ámbitos nuevos de la vida personal, social, sexual, intelectual: liberación de viejas y no tan viejas ataduras, prejuicios, jerarquías, estructuras dominantes de uno u otro signo convertidas en rutinas de opresión. Fue mucho lo que se avanzó por entonces en esos ámbitos de la sociedad civil y de los que serían «nuevos movimientos sociales»13.

Pero, como ya se ha remarcado aquí, en términos políticos ese pacífico libertarismo del 68 era muy poco o nada institucional, muy poco o nada estatal. El rechazo era directo y absolutamente válido contra todo tipo de totalitarismos claros o encubiertos. Pero también se ejercía, a veces de manera un tanto fácil, simplista e incontrolada respecto de las instituciones que dan sentido (racional) a las democracias realmente existentes. En cualquier caso -veamos lo más positivo- se primaba la acción y la transformación llevada a cabo no, o no tanto, a través de las instituciones estatales (socialdemocracia) sino de las vías creadas en y por la propia sociedad civil, y en ella por las libres asociaciones pacifistas, ecologistas, feministas, antirracistas, por el conjunto de los entonces denominados «nuevos movimientos sociales». Ello implicaba, en ese lado positivo, la formación de un más denso y trabado tejido social, la consecución de una sociedad civil más vertebrada, en definitiva necesarios avances para un real e imprescindible fortalecimiento y profundización de las sociedades democráticas. Lo cual, sin embargo, lado negativo, no tendría porque excluir para nada -al contrario, reclama- la, a mi juicio, necesaria intervención en esas u otras tareas, de la consecuente acción jurídico-política institucional y estatal. Son cuestiones siempre presentes y hoy de nuevo, invocando a Stéphane Hessel -y, entre nosotros, a José Luis Sampedro- a través del tan difundido movimiento de los «indignados» (15-M, por ese día de Mayo de 2011) de muy amplia irradiación, de máxima y apremiante actualidad14.

13 Es desbordante la bibliografía producida sobre los movimientos estudiantiles y, en general, de protesta y contestación juvenil simbolizados en aquel año 68: Estados Unidos, México, Italia, Alemania y, entre ellos, el del polémico mayo francés. Se han incrementado y actualizado los análisis con ocasión, en 2008, de su cuarenta aniversario. Reenvío aquí, con información también sobre algunas nuevas obras publicadas al interesante número especial de «El País» (Babelia), 19 abril 2008, donde se resalta-como escribe Antonio Elorza- , que en ese contexto mundial, «la España franquista era otra cosa». Véase sobre ello, y otras cuestiones tratadas en estas páginas, el libro de Elena Hernandez Sandoica, Miguel Angel Ruiz Carnicer y Marc B aldó Lacomba, Estudiantes contra Franco (1939-1975). Oposición política y movilización juvenil, Madrid, La Esfera délos Libros, 2007. Y también, con varios capítulos de análisis en profundidad sobre el 68, sobre sus implicaciones y derivaciones, el de Francisco Fernández B uey, Por una Universidad democrática, Barcelona, El viejo Topo, 2009.

14 Bien merece dejar señal -para la génesis aquí de tales movimientos- de ese breve y estimulante escrito de Stephane Hessel, ¡Indignaos! (prólogo a la traducción española. Destino 2010, de José Luis Sampedro).

___

Page 10: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

Las conclusiones de estas líneas de ahora sobre la construcción de la democracia, formuladas ya de modo explícito desde algunos trabajos míos de los primeros años ochenta, implican la exigencia de construir perentorias vías de conjunción -de homogeneización crítica- entre instituciones políticas y movimientos sociales. Las primeras, aisladas de la sociedad civil, tienden a su inevitable anquilosamiento de sentido cada vez más rígido y conservador; los segundos, prescindiendo de las instituciones estatales, acaban por mostrar, de manera también inevitable, sus ineficiencias y siempre sus graves insuficiencias. De ahí que esa correlativa conjunción entre las propuestas (institucionales) socialdemócratas y las derivadas (sociedad civil) de los movimientos libertarios puedan verse por muchos, y también, desde hace tiempo, por el autor de estas páginas, como componentes fundamentales de lo que sería hoy el mejor -más coherente y eficaz- socialismo democrático15.

Junto a la propuesta de esa homogeneización crítica entre instituciones políticas y movimientos sociales, la «tesis» quizás fundamental de este escrito -derivado también de mis propias y ya largas experiencias personales- es, como reza el título del mismo, la profunda conexión existente entre la oposición a la dictadura y la transición a la democracia. En este sentido, los intelectuales que configuran o ayudan a configurar las líneas ideológicas y/o científicas predominantes en la política de la transición a la democracia, e incluso después en la siempre mejorable consolidación de esta, provienen de ese tiempo y espacio que fue formándose en la oposición a la dictadura. En ella habría que situar asimismo el contenido concreto de la influencia de esas tan mencionadas generaciones del 56 y del 68, los itinerarios entre ellas, sus antecedentes y consiguientes a todos los efectos. Y con ello, en el fondo, replantear la vieja y siempre nueva relación de los intelectuales y la política y hacer reseña de toda esa labor que penosamente y con grandes esfuerzos se fue llevando a cabo, contra la dictadura, en ese obscuro pero nada inerte tiempo que va de 1939 a 197516.

Y es que en el campo de la cultura, aquí resaltado, como también en otros, la lucha por la democracia empezó mucho antes de 1975-1976. Incluso, a pesar de las casi insalvables dificultades, antes de esos años cincuenta y sesenta. Hubo desde el principio entre los vencidos, desde el final mismo de la guerra civil, una cultura -oral y escrita- de verdadera resistencia duramente perseguida y reprimida pero que, con grandes esfuerzos y sacrificios, seguía operando en la clandestinidad. Pero como digo, sería ya después, en los años posteriores, cuando las actitudes democráticas -aunque siempre de manera muy matizada, incluso con inevitables simulaciones y ocultaciones-, puedan de nuevo comenzar a manifestarse y a

Los debates desde ahí suscitados también en otros países, debieran recibir detenida, aunque no acritica, atención.

15 Sobre ello pueden verse mis ya citados libros De la maldad estatal y la soberanía popular (1984) cap. IV, y Ética contra política. Los intelectuales y el poder (1990) cap. II, apartado 3. Antes, también, el capítulo XXY, «Socialismo democrático: instituciones políticas y movimientos sociales», de mi recopilación La transición a la democracia. Claves ideológicas, Madrid, Eudema, 1987. Como se ve mi propósito ha sido seguir insistiendo en esos dos polos de mi viejo libro de 1966: Estado de Derecho (por la parte institucional socialdemócrata) y sociedad democrática, hoy fortalecida por el factor libertario de los nuevos movimientos sociales. Últimas consideraciones mías en esa línea, el artículo «Sociedad civil y Estado democrático, ¿dos legitimidades?», en la revista Temas para el debate, 200, julio 2011.

16 Para esa identificación-delimitación de los intelectuales (es decir a qué y a quién llamar «intelectual») puede verse, en la estela crítica de, entre otros, Norberto Bobbio o Jose L. Aranguren, el capítulo VI («Intelectuales hoy: el poder político y los otros poderes») de mi ya mencionado libro De la Institución a la Constitución (2009). Asimismo el artículo de Juan Pecourt, «El intelectual: definiciones y polémicas en la transición política española». Sistema, 223, octubre de 2011, con interesantes anotaciones concretas para este nuestro ámbito actual sobre los modelos de intelectual que él denomina como individualizado, colectivo y masificado.

______

Page 11: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

actuar, ilegalmente, con alguna mayor presencia pública y social. Son ya también, en no pocos casos, hijos de los vencedores que no quieren tener nada que ver con la dictadura siniestra y falaz: el símbolo y punto de arranque, por ello se ha recordado aquí, podría ser 1956, con una difusa extensión y preparación que iría más allá de los conocidos sucesos protagonizados por los estudiantes en febrero de aquel año en la Universidad de Madrid17.

Lo que hay antes de esas fechas, antes de la década de los cincuenta, en el mundo universitario, político e intelectual, son más bien, en esas muy duras condiciones de la clandestinidad, los últimos rescoldos y resistencias de la República y de la prolongación no violenta de la guerra civil. No hablo aquí de la guerrilla armada que trajo en jaque al régimen durante algunos años más: aludo sólo a ese clima de supervivencia, de resistencia y de reconstrucción socialista, comunista, anarquista, liberal o democrática sin más18. Habría así que recordar en esos primeros años -mediados de los cuarenta- a la «Unión de Intelectuales Libres» o después, en 1946-1947 el difícil intento de vuelta de la «Federación Universitaria Escolar» (FUE), que había sido tan activa desde 1927 en los momentos previos y en los acontecimientos centrales del quinquenio republicano. Sobre su actuación en la postguerra tenemos, entre otros, los artículos de Luis Rubio Chamorro y Javier Pradera. Señala así éste: «La FUE significó el intento de propagar en las aulas universitarias los ideales derrotados en la guerra civil que otros militantes defendían en las fábricas o en las serranías. La represión policial desbarató la organización clandestina estudiantil en 1947 y la oposición universitaria entraría en hibernación durante casi diez años»19.

Con todo, se va gestando durante tales años una conciencia, una presencia y una protesta soterrada que acabaría conduciendo a 1956. Lo recuerdo, por ejemplo -donde yo lo viví- en la Universidad de Salamanca (siempre con la sombra del Unamuno final, con el terrible verano de 1936 detrás) en el entorno de Tierno Galván -desde 1954- y después ya en el mismo 56 con la incorporación de Ruiz Giménez a su cátedra en dicha Universidad, tras su destitución por Franco como Ministro de Educación Nacional20. Junto a ello, antes de

17 Como exposición detallada de tales hechos, también con datos sobre el régimen (y la oposición) en años anteriores y posteriores, está el libro de Pablo Lizcano, La generación del 56. La Universidad contra Franco, Madrid, Grijalbo, 1981. Para un análisis de fondo, los numerosos e interesantes documentos seleccionados y editados por Roberto M esa (autor también de un muy significativo Prólogo) en la obra Jaraneros y alborotadores, Madrid, 1982. Debe consultarse asimismo la mucho más reciente obra colectiva (2010) ya citada aquí, La generación del 56, edición de Antonio López Pina, con valiosos y numerosos testimonios actuales y semblanzas personales de las gentes adscritas a ella.

18 Sobre todo ello, de gran valor documental con numerosas entrevistas y fuertes polémicas posteriores, la obra de Sergio V ilar, Protagonistas de la España democrática. La oposición a la dictadura, 1939- 1969, París, Ediciones Sociales, 1969: en España no pudo publicarse hasta 1976 (Barcelona, Aymá). Ya en democracia, la Crónica del antifranquismo de Fernando Jauregui y Pedro V ega, Barcelona, Argos Vergara, 1983, tomo I, p. 80 y ss.

19 Ambos artículos publicados en El País: Luis Rubio Chamorro, Un antecedente histórico. La Federación Universitaria Escolar, precursora de la contestación en las aulas españolas (31 de enero de 1989) y Javier Pradera, Memoria de un tiempo difícil. Un libro testimonial sobre la primera oposición al régimen de Franco (18 de junio de 1989) a propósito de la reedición de la obra Otros hombres de Manuel Lamana, que junto con Carmelo Soria, Nicolás Sánchez Albornoz y otros (Manuel Tuñón de Lara, Jorge Campos o Vicente Aguilera Cerni), trabajaron por entonces en ese retorno y potenciación de dicha organización universitaria.

20 Me viene ahora a la memoria alguna de las oficiales manifestaciones de ese año de 1956 organizadas por el Régimen (por el SEU) contra la intervención rusa en Hungría. Los estudiantes comenzamos coreando en efecto «libertad para Hungría», pero llegados a la Plaza Mayor y aledaños el grito unánime y entusiasta (universalizado y «globalizado», diríamos hoy) era ya sin más -o, mejor dicho, paratodos- el de «libertad, libertad..!». Así estaban las cosas. En esos años de Salamanca (1956-1960) y en ese ambiente universitario es cuando Joaquín Ruiz Giménez comenzó a pensar en la necesidad de lo que

___

Page 12: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

ello, y en términos más generales es un hecho fundamental la existencia bajo el franquismo de una soterrada cultura de resistencia y de oposición que (en los inicios con muy graves dificultades de persecución y de constante humillación, pero siempre hasta el final en la ilegalidad) contribuyó muy decisivamente a la reconstrucción de la democracia en nuestro país. Una cultura muy diferente por cierto del concepto freudiano de ella en cuanto normas de casi irremediable carácter represivo de los instintos humanos -así era la cultura oficial- base de aquella su proclamada desazón o malestar de la cultura. Hubo intelectuales, en el sentido amplio de la palabra, hombres del mundo de la cultura, de la ciencia, del arte o la literatura, y asimismo gentes del común, que también desde el interior (con ayudas del exilio) se enfrentaron con uno u otro grado de decisión y valor cívico al poder (al poder del dictador y sus acólitos) postulando su democrática devolución al pueblo, a la soberanía popular.

Lo recordaba muy bien, frente a masoquistas y/o inhibicionistas que siempre existen, alguien que lo vivió, que luchó por ello y creyó que no fuese bueno dejarlo olvidar (y concuerdo con él). Me refiero ahora en concreto, pero habría otros muchos testimonios más, a lo que ha dejado escrito el ya desaparecido Manuel Vázquez Montalbán reenlazando con otros viejos textos suyos sobre estas cuestiones:

La lucha contra el franquismo desde el estamento intelectual fue un empeño por la reconstrucción de la razón frente a todos los irracionalismos que sostenían la quimera de la cultura autárquica. Recuperar la memoria heterodoxa y vencida; reconstruir una vanguardia crítica asesinada, exiliada o aterrorizada como consecuencia de la guerra; todo eso se hizo tozuda y precariamente primero en el contexto de un país aterrorizado y luego en el marco de un país voluntariamente desmemoriado... Aquella oposición, con todos sus matices ideológicos, tenía una cultura porque tenía una conciencia del cambio caracterizada por la negación de todas las miserias de un poder miserable21.

Las fuerzas del trabajo y de la cultura: las que con el tiempo -en los años cincuenta- pasarían a denominarse así, frieron casi desde el principio, y por ese orden, los dos ejes básicos de la oposición a la dictadura implantada en nuestro país como consecuencia de la nefasta sublevación militar y la guerra civil. Hubo, pues, una resistencia activa, no sólo una mera y pasiva «aguantancia». Aunque la cultura es siempre mucho más que la simple enumeración de libros, revistas, escritores, obras artísticas o cursos de profesores, es en este sentido más restrictivo (que permite diferenciarla de las «fuerzas del trabajo») en el que se está hablando aquí en cuanto oposición intelectual que se potencia en esos años cincuenta

después (desde 1960 ya aquel en la Universidad Complutense de Madrid) sería la publicación de la revista «Cuadernos para el Diálogo» en octubre de 1963, seguida de numerosos libros en amplia labor editorial. Véase sobre ello la obra de Javier M uñoz Soro, Cuadernos para el Diálogo (1963-1976) Una historia cultural del segundo franquismo, Madrid, Marcial Pons, 2006; se trata del primer estudio de fondo sobre la historia y los contenidos principales de aquella influyente revista. En la vida intema y externa de ella suelo yo diferenciar dos grandes etapas: la más genuina y coherente, de 1963 a 1969; y una segunda (1969-1976) con crisis y tensiones internas (como la derivada del golpe contra el gobierno democrático de Salvador Allende en Chile)que reencontrarían la básica y fundamental concordia de la revista, tras la muerte del dictador, con el proyecto común y plural de la transición y la Constitución democrática.

21 Manuel V ázquez M ontalbán, «Sobre la memoria de la oposición antifranquista». El País, 26 de octubre de 1988. Desde ahí, para esta fundamental cuestión y para todos los otros temas aquí tratados, la obra de Nicolás Sartorius y Javier A lfaya, La memoria insumisa. Sobre la dictadura de Franco, Madrid, Espasa-Calpe, 1999. Entre las numerosas y también valiosas memorias personales publicadas sobre todos estos años, yo destacaría de manera muy singular -por la forma y por el fondo- los dos volúmenes de José Manuel Caballero B onald, Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001) reeditadas ahora con el título común, ya adelantado en ellas, de La novela de la memoria, Seix Barrai, Barcelona, 2010. Como obra colectiva de investigación, Javier Tusell, Alicia A lted y Abdón M ateos (coords.), La oposición al régimen de Franco, UNED, 1988-1990.

______

Page 13: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

tras las anteriores huelgas y protestas de amplios sectores de la clase obrera. Y una vez más habría que reafirmar que el contexto que conduce a 1956 puede muy bien ser considerado como símbolo destacado del inicio en ciertos sectores de tal oposición y de recuperación del pensamiento democrático22.

Hay, así, con todas las matizaciones y reducciones que se quieran, una generación universitaria e intelectual del 56, la primera en el interior que expresa un muy claro y rotundo despegue institucional, político y cultural respecto del régimen totalitario del general. Situándose justamente dentro de ella, escribe desde esa perspectiva, y en mi opinión con plena razón, Raúl Morodo: «Nuestra generación, que nace y se desarrolla en el franquismo, es, así, una generación que prepara la transición política que comienza en 1975»23. Por su parte, la mirada de los españoles trasterrados también se hace más atenta por aquellos años hacia lo que está ocurriendo en el país y hacia las posiciones y acciones de la oposición democrática en el interior. Quizás también en esto Juan Negrín fue uno de los más avisados y adelantados. Escribe así a Pablo de Azcárate (precisamente en ese mismo 1956, el 10 de febrero) profundamente desilusionado y agotado por las inútiles querellas y conflictos entre los políticos del exilio (moriría muy poco después el 12 de noviembre de ese mismo año): «Cada vez tengo más esperanza con lo que de dentro pueda surgir y los recientes informes y síntomas de disgregación y descontento confirman mi confianza»24.

Sin tener en cuenta lo aportado por esa generación socialdemócrata del 56, o de la más «libertaria» generación del 68, en definitiva sin conocer y sin comprender todo el trabajo, intelectual y político, además de sindical y de lucha obrera, llevado a cabo en difíciles condiciones durante todos esos largos años del franquismo (a pesar de la represión y de los miedos a las amenazadoras consecuencias) para reconstruir una cultura y una praxis democrática, difícilmente podrá entenderse el paso, en tan breve espacio de tiempo, de la dictadura a la democracia una vez acaecido, el 20 de noviembre de 1975, el tan decisivo y esperado «hecho biológico». Esto es lo que fundamentalmente quería yo resaltar en estas páginas. Quien desconozca u olvide esa historia de la resistencia democrática y de lucha por la libertad -en algunos heroica, en otros, los más, de simple pero necesaria supervivencia ética y hasta racional- no podrá entender sino como «milagro» lo acaecido en nuestro país en ese tiempo de la transición y después. O, casi peor, «more funcionalista», tenderá a explicarlo -secularizando el «milagro»- como algo producido de modo exclusivo, natural,

22 Véanse para ese entorno del 56, antes pero también después, dos importantes y polémicos libros recientes: el de Jordi G racia, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, Barcelona, 2004 y, con mucho más amplio espectro temporal el de Santos Juliá, Historias de las dos Españas, Madrid, 2004.

23 Raúl M orodo, Por una sociedad democrática y progresista, Madrid, 1982, p. 13. Después con mayor detalle y amplia documentación en su obra Atando cabos. Memorias de un conspirador moderado (1), Madrid, 2001. En esa mejor línea resulta asimismo ilustrativo y clarificador a no pocos efectos su reciente libro Siete semblanzas políticas: republicanos, falangistas, monárquicos (Barcelona, Planeta, 2010), todos ellos, desde diferentes posiciones, opositores al general Franco y «anticipadores de la democracia» como resalta Felipe N ieto en Sistema, 223, octubre 2011.

24 Textos y discursos políticos de Juan N egrín , Edición, estudio introductorio y notas de Enrique M o ra d ie llo s, p. CLXXVIII (Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010). Véase, asimismo, Pablo de A zcárate , En defensa de la República. Con Negrín en el exilio, Edición, estudio preliminar y notas de Ángel V iñ as (Barcelona, Crítica, 2010), en similar posición como también la de Manuel Azcárate (p. 89-90). Entre los exiliados habría que recordar igualmente aquí, con los mismos propósitos y con validez para varios contextos, el libro de Juan M arich al, El nuevo pensamiento político español (México, Finisterre, 1966) con explícito reconocimiento de la importancia de la llegada, en torno al 56, de esas «nuevas generaciones» caracterizadas por su gran «inquietud y rebeldía» (p. 23-24).

Page 14: Intelectuales: la oposición a la dictadura, la transición

espontáneo (e, incluso, voluntariamente buscado), por el economicismo tecnocràtico y franquista que detenta todo el poder a lo largo de los años sesenta y ya hasta el mismo final25.

Por su íntima y profunda vinculación he tenido en cuenta aquí tanto la política y la cultura de la oposición a la dictadura como propiamente la política y la cultura de la transición a la democracia. Hay entre ambas, con las raíces en la primera, correlaciones personales y continuidades temáticas coherentes con la nueva situación política que por ellas también se ha contribuido a crear. Así, entre sus principales básicas aportaciones de todo ese tiempo estarían las luchas teóricas y prácticas para la recuperación de la libertad, la reconstrucción de la razón, la reincorporación de la vieja cultura liberal, laica, progresista, democrática y también socialista refugiada durante largos decenios en el exilio, la superación del aislamiento intelectual y político con Europa (y sus afines), el entendimiento de la pluralidad lingüística, cultural y política de las comunidades y nacionalidades que (con) forman España. Todas ellas y otras coherentes con ellas fueron conquistas que hubo que arrancar desde aquella cultura de la oposición a la dictadura y que sólo pudieron comenzar a realizarse y asegurarse de verdad con la transición y consolidación de la democracia26.

Después de 1975, por supuesto que enseguida tendríamos encima todos los problemas propios de ésta y, en un grado u otro, de todas las democracias: problemas económicos, políticos, institucionales, sociales, incluso éticos, que llegan hasta hoy, agravados todos ellos por la gran crisis desde 2008. La transición no fue probablemente modélica ni perfecta: nunca, nada ni nadie lo es. Por su parte, los residuos y rémoras del franquismo - como ejemplo, el inaudito asunto del Valle de los Caídos, de nuevo aquel maldito embrollo de juntos eclesiásticos y franquistas- siguen demasiado presentes en la sociedad, en la política, incluso en la psicología y en la cultura de tantas gentes, más de treinta años después. Pero, aún sin conformismo alguno, considerando -ponderando- límites lógicos y limitaciones históricas, condiciones objetivas y condicionamientos reales, cabe decir que la parte fundamental de aquello, la Constitución, la transición, la democracia y lo que de ahí procede, fueron cosas que nos salieron -me refiero a todos los españoles- relativamente bien. En ello, para su constante mejora (también el gremio de los intelectuales), habrá que seguir trabajando.

25 Para entender mejor el trasfondo de todo ese tiempo sería bueno y útil tener muy en cuenta los libros, junto a otros, de Abdón M ateos, El PSOE contra Franco. Continuidad y renovación del socialismo español (1953-1974), y de Antonio G arcía Santesmases, a partir precisamente de sus trabajos de 1974, Repensar la izquierda. Evoluciones ideológicas del socialismo en la España actual, ambos publicados respectivamente por Anthropos y Fundación Pablo Iglesias en 1993.

26 He tratado en cierto detalle acerca de todas esas aportaciones en mi ya citado libro Etica contra política. Los intelectuales y el poder (p. 195-213). Evito reiterarlo aquí, pero sí necesitaría prolongarlo con algunas obras coetáneas o posteriores (demás de las ya mencionadas en estas páginas) que me parecen de alto interés y utilidad: así, para esos núcleos de la razón y de la libertad, las de Javier M uguerza, La razón sin esperanza (1977) donde en su tercera edición (Plaza y Valdés 2009) promete cercana su esperada Trilogía ética, reflexiones acerca del uso moral de la razón; también José Carlos M ainer y Santos Juliá, El aprendizaje de la libertad (1973-1986): la cultura de la transición. Alianza Editorial, 2000; o de Gregorio Peces B arba, La democracia en España. Experiencias y reflexiones (Madrid, Temas de Hoy, 1996) y La España civil (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2005).

61