el paÃs de las lágrimas (nueva edición)_ la búsqueda de la libertad y el amor en medio de...

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  • El Pas de las LgrimasMario Escobar Golderos

  • Copyright 2013, Mario Escobar Golderos

  • Vous regardez une toile pour deux motifs, parce quelle est lumineuse et parce quelle estimpntrable. Vous avez auprs de vous un plus doux rayonnement et un plus grand mystre, la

    femme1.Victor Hugo, Les misrables.

    From womens eyes this doctrine I derive: They are the ground, the books, the academes, Fromwhence doth spring the true Promethean fire 2.

    Shakespeare, Loves Labour Lost.

    Ein Einziges auf Erde ist nur schner und besser als das Weibdas ist:die Mutter 3.

    E. Schefer, Liebesbrevier.

  • NDICECopyrightNota del autorPrembuloProemioPrefacioIntroduccin a la primera edicinIntroduccin a la segunda edicinCaptulo 1. CaminoCaptulo 2. Abrazos y besosCaptulo 3. La sangreCaptulo 4. El baileCaptulo 5. Cartas desde el frenteCaptulo 6. SoledadCaptulo 7. El pas de las lgrimasCaptulo 8. El maquisCaptulo 9. Sueos desde la crcelCaptulo 10. La ciudadCaptulo 11. El seor gobernadorCaptulo 12. La carta cerradaCaptulo 13. MadridEplogoPeroracin

  • NOTA DEL AUTOR

    Los hechos que se narran en este libro son ciertos. Algunos nombres de personas y lugares han sidocambiados para preservar la intimidad de sus protagonistas.

  • PREMBULOLa ciudad de los muertos continuaba tal y como la dej hace ms de veinticinco aos. El bosque decruces segua perenne, sin flores, de un color gris lunar roto, pero ahora yo poda mirar sobre ellas ypasearme sin miedo contemplando los escuetos epitafios; los nombres desgastados y huecos quevolvan a resucitar frente a mis ojos. El viento agitaba las ramas desnudas y los cipreses,amarilleados por el calor del pasado verano, se sacudan el sopor de la cancula. Aceler el paso yaferr con ms mpetu el paquete contra mi pecho. Descend por unas escaleras resquebrajadas ycamin los ltimos pasos entre las paredes con nichos medio hundidos y flores de plsticosquemadas por el sol de octubre. El musgo coloreaba el cemento crudo hasta alfombrarlo. Enfrente,justo a la altura de mis ojos, la lpida recin cortada, con las letras esculpidas y pintadas en negro,me transport a todas las madrugadas y a su empeo de regalarme su memoria. Aquella visita eradiferente. Siempre haba ido de la mano, acompaada de mi madre y un ramillete de claveles rojos,en su lugar, ahora estrujaba un paquete roto. Suspir y apret los dedos hasta que el dolor acrecentla angustia. Hoy no llevaba flores a su tumba

  • PROEMIOMadrid, 19 noviembre de 2009.

    Seor Artola:Le escribo esta carta sin mucha esperanza y con poco convencimiento. Pero antes de nada permtameque me presente. Me llamo Ignacio Romero Candado, soy un hombre de edad y viudo. Leo conasiduidad su columna con sumo agrado, hasta el punto, que metido sin comerlo ni beberlo en esteembrollo, tan slo se me pas por la cabeza su nombre. Al ser viudo, perdone mi forma entrecortadade escribir; como le deca, al ser viudo, todas las semanas, despus de tomar el desayuno en el barde Cosme, doy un largo paseo hasta el Cementerio de la Almudena. Usted se preguntar, qu tienenque ver las tristes excursiones de un pobre jubilado con mi columna dominical? Nada, seor Artola.Pero como usted es escritor, por qu usted es escritor? A mi siempre me pic el gusanillo, perotengo las letras justas; en la posguerra no haba mucho tiempo para colegios y yo, ejerzo, buenoejerc como charcutero en un mercado cerrado por esa peste de centros comerciales. Pero esa es otrahistoria. Ser mejor que le cuente las cosas tal y como sucedieron.

    El mircoles pasado, un da de mil diablos (recordar el fro y la lluvia del mircoles pasado)me diriga al cementerio. Compr unas flores en la floristera del barrio, que es mucho mseconmica. Entr por la puerta principal y camin por los paseos desiertos del camposanto. El vientosacuda los cipreses, remova el polvo y en algunos rincones remolineaba levantando hasta los tallossecos de los claveles. Me cerr el abrigo y a punto estuve de darme la vuelta, tomar el autobs ycorrer hasta mi vivienda, un piso pequeo, pero en el que tengo todo el confort. Pero algo me decaen mi cabeza: no Ignacio, tu esposa necesita verte, no te amilanes. Cuando llegu a los nichos y bajlos escalones agrietados no me fij en la sombra que se mova a mi espalda. Me fui directamentehacia la escalera oxidada que utilizo para alcanzar la lpida de mi esposa. Tard un rato en abrir elcandado. Siempre me digo que tengo que llevar aceite, pero quin lleva aceite hasta un cementeriopara engrasar un candado viejo. Bueno, como le deca, estaba yo hurgando en el candado, cuando unasombra pas por detrs de m. Descend por la escalera y sent un pinchazo en el hombro derecho.Ser charcutero durante sesenta aos le destroza el brazo a cualquiera. Con la escalera en una mano ylas flores en la otra baj el ltimo escaln y enfil hasta el nicho. Los hierbajos cubran las piedrasde granito y alguna flor despistada segua luciendo sus colores en aquel callejn de la muerte. Ibaresoplando, dolorido, casi maldiciendo entre dientes cuando un barullo, una tormenta de papelescomenz a agitarse alrededor mo, como una bandada de palomas espantadas. Solt las flores y laescalera. Varios folios quedaron aplastados por sta, pero varias docenas revoloteaban y algunoscomenzaron a ascender. Aquello no era de Dios, me dije. Tirar papelotes en medio de un lugarsagrado. Comenc a pescarlos con los dedos. Los agarraba y los apretaba contra el pecho. Reun unbuen taco, pero algunos se escurran y volvan a unirse a sus compaeros. Cog una piedra y, despusde poner las hojas prisioneras en el montn de las que todava no se haban decidido a escapar, lasolt en medio del fajo. Corr a por el resto. Algunas comenzaban a subir por la escalera. Saba quesi lograban escapar del resguardo de las paredes de los nichos, el viento las llevara por todo elcementerio esparcindose para siempre entre las hojas otoales que parecan animarlas a volar. Mefaltaban manos, pero tras mucho sudar, aplastadas entre mis brazos, llev las hojas hasta el montn ylas reun por fin. Estaba agotado. Exhausto, abr la escalera y me sent en el primer escaln, sudandoy temiendo que aquello me costara una pulmona. Las hojas seguan movindose desafiantes bajo lapiedra. Me inclin, las aferr con fuerza y apart el pedrusco. Intent igualarlas, convertir el revoltijo

  • en un taco ordenado. Las hojas estaban escritas a mquina. Algunas se haban arrugado en la pugnacon el viento o aplastadas contra mi pecho. Quera echarles un vistazo antes de arrojarlas alcontenedor. Para mi sorpresa, querido Artola, aquellas hojas eran un libro. Bueno, realmente setrataba de un manuscrito. Dej las flores en mitad del suelo, me desentend de la escalera y cuandolas primeras gotas me cayeron en la frente, desaboton mi abrigo, refugi las hojas y sub atrompicones las escaleras.

    Media hora despus, empapado y congestionado llegue a casa. Las hojas estaban calientes ysecas bajo mi abrigo. Las dej en la mesa. Me puse algo cmodo, me prepar un t caliente y unaaspirina y me sent en el sof.

    Aquello, querido Artola, era un libro. Toda una vida, una biografa, unas memorias, que s yo.Empec y no pude dejar de leer. Se pas la hora de la cena, me qued toda la noche despierto.Deseando llegar al final de la historia, intentando encontrar el nombre o la referencia del escritor,que sin duda, por descuido, haba dejado el libro en el cementerio. No encontr nada, apenas unosnombres de pila y la sombra de unas ciudades.

    Acudo a usted, seor Artola, con el deseo de que haga algo por devolver la memoria a esasombra que debe andar por las calles de Madrid amnsica perdida, invisible.

    Esas hojas arrugadas son la piel de una vida, por favor no permita que la descarnada historia desus pginas se pierda.

    Un afectuoso saludo,

    Ignacio Romero Candado

  • PREFACIODe: Juan ArtolaEnviado el: martes, 23 de marzo de 2010 12:35Para: Pedro CamusCC: [email protected]: Manuscrito libro

    Hola Pedro:Te envo un archivo adjunto. Este es el libro que te coment. He estado todo el fin de semanatranscribindolo en el ordenador. No es muy largo, algo menos de ciento cincuenta pginas. Toda unavida en tan pocas palabras. No s cmo marchar todo el tema legal. El escritor no ha aparecido apesar del anuncio en mi columna y en varios programas de radio.

    Bueno, espero que puedas publicar el libro. Me he permitido corregir en parte el texto; ordenaralgunas frases confusas y ponerle un ttulo. El ttulo que he elegido, aunque podis ponerle otro, es:El pas de las lgrimas.

    Bueno, gracias por todo. Ya me tendrs informado.

    Un abrazo,

    Juan Artola

  • De: Pedro CamusEnviado el: domingo, 28 de marzo de 2010 11:43Para: Juan ArtolaCC: [email protected]: El libro del cementerioHola Juan:He ledo el manuscrito. La historia parece interesante. Aunque mepregunto si no est muy manido todo esto de las memorias de laPosguerra. Estamos en el ao de conmemoracin de la Guerra Civil yhay decenas de libros sobre la desgraciada vida de los que sufrieron laguerra, pero lo que me ha hecho decidirme es que la historia de estamujer es mucho ms que un libro de recuerdos. Forma parte del alma deeste pas olvidadizo. Creo que publicaremos el libro. Como no tieneautor conocido, te pondr a ti como coautor.

    Tenemos que darnos prisa si queremos aprovechar el aniversario. Endos semanas tendrs las galeradas. Quieres que ilustremos el libro?

    Hasta pronto.Pedro Camus

  • De: Juan ArtolaEnviado el: miercoles, 28 de abril de 20120 12:35Para: Pedro CamusCC: [email protected]: Manuscrito libroHola Pedro:Es muy apropiado que el libro salga precisamente en el aniversario de laGuerra Civil. Nunca haba visto tanto odio desatado, la mayor parte delos libros que han salido para conmemorar el evento son revanchistas ypartidistas. Algunos dirn lo mismo de El pas de las lgrimas, perocreo que su autor pretenda exactamente lo contrario. A pesar de todotengo dudas, en un pas tan beligerante y sectario, lo que no se perdonaes la neutralidad y objetividad.

    Un saludo,Juan

  • De: Pedro CamusEnviado el: mircoles, 28 de abril de 2010 13:13Para: Juan ArtolaCC: [email protected]: una novela sin autorHola Juan:No he podido evitar enviar el libro a un par de crticos. Entenders quecomo editor tena mis dudas con respecto al libro. Tal vez no ha sidouna buena idea. Los crticos han sido muy mordaces con el manuscrito.No s qu hacer. Estoy platendome parar el proyecto durante un tiempoy pensar todo con ms calma.

    Espero que entiendas mi postura.Un saludo.

    Pedro

  • De: Juan ArtolaEnviado el: jueves, 29 de abril de 2010 12:45Para: Pedro CamusCC: [email protected]: Manuscrito libroHola Pedro:No esperaba que al final todo el proyecto se viniese abajo, pero nopuedo meterme en los planteamientos de la editorial.

    La verdad es que lamento que no editis la novela.Muchas gracias por todo

    Juan

  • SMSLlevo horas intentando contactar.Publicamos libro. Vamos a x todas.un abrazoRemitente:PedroMovil+34636773433SMSGracias por todo. Tengo estropeado ordenador.un abrazo.Remitente:JuanArtola+34689898945

  • De: Juan ArtolaEnviado el: viernes, 30 de abril de 2010 12:35Para: Pedro CamusCC: [email protected]: Manuscrito libroHola querido Pedro:Bueno, creo que ya est todo listo. Pens que nunca llegaramos a estepunto, pero al final El pas de las lgrimas tendr su oportunidad. Teenvo algunas sugerencias en el archivo adjunto. Las pruebas de lasportadas son muy buenas. En mayo veremos si esta historia realconmueve o no, a unos lectores saturados de libros de historiapartidistas y mal intencionados.

    Un abrazo,JuanPD: Por favor, incluye en el libro la carta del jubilado, creo que esinteresante que la gente sepa de que forma lleg el manuscrito a ver laluz.

  • INTRODUCCINA LA PRIMERA EDICIN

    El pas de las lgrimas, un libro sin autor o mejor dicho un libro a la bsqueda de su autor, nospertenece, en cierto sentido, a todos nosotros. Compone una de las piezas de ese inconscientecolectivo que nos une como individuos y nos amalgama como sociedad. En el principio fue as. Enidiomas vetustos como el snscrito, la lengua indoeuropea ms antigua que se conoce, en la que seescribieron los primeros libros de los Veda, se desconoca la vanidad del creador. Los escritosformaban parte del Todo y, ese Todo no tena dueo. El Samhita, los Sutra o el Brahmana no tienenautores conocidos. Son textos sagrados. El primer prosista conocido fue Kalidasa, desde entonces,los dioses dejaron de hablar y comenzaron a hablar los hombres.

    Las historias son arrastradas siempre por el viento impetuoso de la nada. Tal vez, detrs de esainexsistenta, las historias, escondidas y agazapadas, esperan para lanzarse sobre la espalda del airey cabalgar hasta la vida con la esperanza de convertirse mgicamente en vivencias. El pas de laslgrimas forma parte de esas historias que se convierten en vivencias, pero al mismo tiempo nodejan de ser una recreacin literaria. Estas pginas son, en cierto sentido, un pequeo diario derecuerdos; un suspiro en la profunda respiracin de la vida.

    El pas de las lgrimas enraza con ese tipo de textos que pertenecen a los que los leen ms quea los que los escriben. Engarza con la tragedia griega, en la que Dioniso el dios del teatro, es elverdadero depositario de las palabras de los poetas. Dioniso observa desde su lejano Olimpo alnico actor de la tragedia primitiva, el hroe. En la tragedia griega, el hroe, que calzaba unoszancos para asemejar la fabulosa estatura de los gigantes, tiene el rostro cubierto con una mscaraferoz. En cambio el coro, enmascarado con la misma expresin, canta impasible las sucesivasdesgracias que suceden al protagonista. El hroe de la tragedia, abocado a su destino, se mueve comouna marioneta sobre el escenario. Sin poder nunca cambiar su o4. El pas de las lgrimascumple con ese modelo clsico. La herona se revela contra un destino terrible y funesto, lanzndosepor los caminos de una Espaa pobre, que representa la encrucijada entre el pasado y el futuro.Dante nos describe este momento de incertidumbre vital en las primeras pginas de su DivinaCommedia: A te convien tenere altro viaggio, rispuose poi che lagrimar mi vide, se vuo campardesto loco selvaggio. El florentino nos muestra, dando al texto una lectura anaggica, ms all delsimbolismo alegrico y moral, que el hombre en un momento de su vida tiene que elegir entre supasado aciago o su futuro incierto.

    La primitiva esencia de El pas de las lgrimas se caracteriza adems por su carcter oral y suestilo lrico, a ratos pico, muy alejado de los actuales cnones literarios. Una extraa voz annimaque devuelve a la literatura su carcter sagrado.

    Juan Artola.

    Nota del los editores: Si usted reconoce la paternidad de esta obra, le pido que se ponga en contactocon la editorial.

  • INTRODUCCINA LA TRIGSIMO SEGUNDA EDICIN

    Esta trigsimo segunda edicin es la clara evidencia de que El pas de las lgrimas es ms que unasimple novela. Ustedes, los lectores, han respondido al baladro de nuestra protagonista, que porencima de posiciones maniqueas (lo humano traspasa las ideologas y forma el tejido de nuestrocorazn social y de nuestra memoria colectiva) busca escapar de su destino. Nadie esperaba que estelibro se convirtiera en la referencia literaria del momento. La unanimidad de la crtica al conceder ala obra su mximo galardn y los diferentes premios que ostenta el libro lo han convertido en unreferente para escritores y lectores. Lo ms sorprendente de todo es que, despus de varios mesesningn autor reclamara su paternidad. El presente libro, que la annima mano del viento otoal nosha brindado, se ha convertido en el tesoro de toda una nacin; como las ltimas gotas de un extraoperfume destinado a desaparecer para siempre.

    Comencemos de nuevo el camino, atentos a las pisadas de Fortaleza y su madre. Nunca msestarn solas, acompaadas por la gran muchedumbre de ojos que las contemplan desde la ventanaabierta de estas pginas.

    Juan Artola.

  • CAPTULO 1EL CAMINO

    No saba que la pena se viviese como miedo. En aquellas noches en blanco, escuchando los quejidosde los enfermos, el sonido burbujeante del oxgeno y la vocinglera barahnda de las enfermeras, mimadre me relat los aos de su infancia; cuando se acostaba acunada por el hambre y el deseo,imaginando que su padre regresaba de una guerra que nunca ha terminado del todo. Entre besos yabrazos, lgrimas estranguladas por las palabras, pasamos las horas recuperando las voces perdidas.Hasta que mi abuela, a la que nunca conoc, me hablo a travs de sus labios.

    ***Arrastro la muerte como un fardo durante todo este camino. La muerte perennemente intil, como losabrigos en las tardes lluviosas de la primavera, cuando el campo repleto de flores nos hace imaginarindestructibles. No estoy vaca, su muerte no me lo permite, pero hay algo que me quema por dentro,desde la garganta y me pelliza el estomago, como si su recuerdo me estrujara las entraas. Cmopuede estar tan muerto y tan vivo a la vez? Los difuntos no se van con el atad, no descansan en loscamposantos, siguen a nuestro lado, aunque no como espectros; cincelados en nuestros ojos, grabadossobre la piel.

    Que seco est el labranto, no deb traer a Fortaleza, a pesar de que me hace falta, ms falta quenunca. Ella ignora el verdadero pozo del sufrimiento. Su rostro es todava inocente, la muerte no hapodido emponzoarlo todava. Pero la nia se cansa, tengo que detenerme a cada rato para atarle lasalpargatas, para darle agua de la bota o dejar que coma un poco de queso y pan. No poda dejarla, yaera mucha carga para mi prima cuidar de los dos pequeos y de Esteban. Qu grande est el nio, sile viera su padre.

    Al alejarme del pueblo me he sentido aliviada, como si escapara de una prisin sin portones.Cuntas veces planeamos irnos a la capital. Coger lo poco que hemos reunido en estos doce aos decasamiento y sin mirar atrs, emprender una nueva vida. Que ilusos ramos, qu jvenes. Los niosnos encadenan aqu, a esta tierra dura y fra en invierno y polvorienta y calurosa en verano. Pero queimporta eso ya. Me has dejado sola.

    La nia me pregunta cunto queda. Apenas hemos recorrido nada. Esas son las huertas del seorRamn, ni siquiera hemos dejado atrs las lindes del pueblo. Maldita bastarda de cobardes. Si losvieras ahora, como se relamen los seoritos enfundados en sus camisas azules. La nia me preguntauna y otra vez cunto queda, a cada paso se para y tengo que tirar de ella para que siga caminando.Quiere saber para qu vamos a la ciudad. Eso me pregunto yo amor mo. Qu espero de nadie si tya no estas?

    Me gustara volver a cantar como antes. Cuando Marciana y yo nos escapbamos de la casa dedon Jaime, el farmacutico, y recorramos los campos. Cuando una canta, se siente libre. Libertad.Desprecio esa palabra. Fue la ltima que me dijiste antes de liar el hato, en tus labios sonaba dulce,pero esa proterva palabra me ha robado lo que ms quera. Para qu quiere ser libre una viuda sinalma? Eso es lo que ha conseguido tu palabra. Me ha vaciado hasta dejarme hueca. Si no estuvieranlos nios me reunira contigo, una existencia sin amor es acaso vida? Para mi no, ya no. Siguelatindome el corazn, como si soplara dentro el eco de un aliento que se march contigo.

    Todos libres, todos muertos. Ya estis al amparo de Dios, con las almas de los hombres, dondelos ricos tienen la misma racin que los pobres. Pero, por qu nos has dejado aqu? Por qu noviniste a recogerme? Tus palabras permanecen frescas en mi pensamiento. Tu sonrisa con la gorra

  • militar ladeada. Quiero recordarte con el bigote recin recortado, oliendo a jabn y a ropa limpia.Que bien vestas el uniforme, parecas un general. Quiero recordarte as, como un soldado. Siemprefuiste un soldado. Tenas una causa y un enemigo. A los hombres os gobiernan las ideas, estisdemasiado despegados del suelo. No tenis la vida en las entraas. Por eso os elevis, nada puededeteneros. Tus hijos sin padre y t buscando la libertad en la punta de una bayoneta. A caso noramos libres juntos? Cuando mi padre te peg aquel puntapi al verte conmigo paseando. Cuandonos veamos furtivamente despus de misa. No ramos verdaderamente libres?

    La gente habla de muchos muertos, de miles de muertos. Pero t ni siquiera ests muerto deltodo. En los papeles sigues vivo, en este pecho sigues vivo, para la Guardia Civil, te ocultas en losmontes para sisarles el sueo. Y yo qu soy? Ni enlutada ni enlazada. Tan slo la hembra de unrojo, con sus cachorros hambrientos mendingando el pan de los vencedores. Las mujeres no somoslibres; los nios cuelgan de nuestras piernas con sus ojos inflados por las lgrimas, lgrimas dehambre. La libertad queda muy lejos de la costura, el lavadero, el mercado y la cocina.

    Por las noches, cuando tus hijos dormitan, me agito en la cama, noto el vaco que se acuesta a milado, el aliento de la nada que ocupa tu lugar y el asombro de verte en mis delirios. Te advierto en laoscuridad; entrando y besndome como cuando ramos novios; acariciando mi cara, bebiendo mislloros. Pero las sombras son sombras, espectros de libertad. Por que slo t eres mi patria, mibandera, tu voz es mi himno y tus ojos azules mi firmamento. Nunca sabrn tus hijos como era supadre, como un fantasma que nunca existi, tan slo tu foto de soldado ser su recuerdo. Malditaguerra, maldigo a cada hombre que necesita morir y matar por ideas. Tengo celos de esa hembrahermosa por la que lo dejaste todo. Libertad. Las ideas no dan pan, nicamente traen muerte. Algunoshombres han vuelto. A todos les pregunto por ti. Dnde est mi hombre? Nadie te ha visto. Los quehan vuelto tienen la mirada difunta, como si les hubieran despellejado el alma. No sonren, apenashablan, miran siempre al suelo, pareciera que su cabeza no pudiera erguirse, ya no son hombres. Nos lo que son. Mis letras no dan para adivinar lo que les ronda la cabeza. La guerra les ha dejadolisiados del alma. Todos parecen iguales, visten sin gana, sus barbas crecen blancas y arrastran lospies como si les pesara el cuerpo. Estas t como ellos? Caminas sin rumbo por los campos deEspaa?

    Todo iba a ser nuevo, recuerdas? Eso me decas mientras escuchabas el parte en la radio de lavecina. La Repblica. Todos iguales. Arco Iris de un solo color, el rojo de la sangre. Mucha sangreha regado estas tierras. Lodo mezclado con lgrimas. Lgrimas de rabia, de miedo, de dolor apenassoportado por los corazones de las mujeres. El da que las mujeres vivan por sus ideas se acabar elmundo.

    Tengo a la nia entre los brazos. Su calor me quema. Preferira no sentir nada, pero siento tantascosas: amor, odio, miedo, dolor. El sentir me hace vivir, por eso quisiera no sentir nada. Que semarchitara el fuego que un da ardi. Extinguido por las fuentes de mis ojos, apagado por el mar queno he visto y que nunca ver. Fortaleza est viva y necesita comer. No lo entiendes? No necesitalibertad, marido mo. Necesita un padre que la proteja, que la cuide. Quin la besar por ti? En quehombro apoyar su cabeza rubia? Quin dar puntapis a los mozos que la ronden? Una nia sinpadre.

    No me pesa su cuerpo, el agotamiento tiene de bueno que duerme el cuerpo. Es como soardespierta. Ests y no ests, como mi madre. Te mira con sus ojos de cristal, pero detrs de ellos nohay nada. Ya estaba mal cuando te fuiste, pero ahora ya no es. As querra apagarme yo, como cuandoal candil se le acaba el aceite. Primero parpadea, como un ltimo suspiro y luego slo hay humo.

    Libres, los pobres nunca seremos libres. Los bolsillos rotos no acumulan lo que hace falta para

  • ser libres. El que camina por el campo es libre, pero cuando vuelve a la casa, ah uno es lo que letoca. Pobre, rico, cura o mujer. Tal vez la muerte sea la verdadera libertad. All todos somos iguales.Aunque los muertos no parecen muy contentos. Adems, quin quiere morir? Nadie, ni los locosquieren morir. Pero t sabrs como se est all. A lo mejor el cielo es como Francia: grandesavenidas con rboles y nios regordetes y rosados paseando en carricoches.

    Cuando muri mi padre, te acuerdas? Pas una semana llorando. Pareca tan desvalido en lacama. Su carcter, su fuerza, todo lo que l haba sido, ya no estaba. El cuerpo, un traje que lequedaba grande, como si el alma le hubiese encogido. Por lo menos se ahorr toda esta guerra y estehambre. En su lecho, cuando el cura vino a darle la extremauncin, mir al cielo como si viera unpabelln de ngeles que fuera a llevrselo. Empez a hablar a todos sus muertos. Al abuelo, supadre, al Juanito que muri antes de los diez aos, a don Pedro, su amigo el barbero. Todos all paraacompaarle hasta el Paraso. A ti te fueron a recibir nuestros muertos? Puede que la guerra espantehasta a los muertos.

    Juanito era un nio bello. Un ngel cado del cielo, por eso vol tan pronto. Este mundo noestaba hecho para l. Muri inocente, en gracia de Dios. El atad era tan pequeo. Mi padre lollevaba con los brazos extendidos como si lo ofreciera a la muerte que lo reclamaba para saciar suhambre. En el cementerio el cura solt una rpida letana, los entierros de los pobres son tristes y lasveinte personas que estbamos alrededor del pequeo agujero nos miramos confundidas, hastiadas deuna vida que pide tanto y da tan poco. Pero no quiero entristecerte, marido mo, hablar de muertos aun muerto es algo intil. Tal vez este viaje sea tambin estril, pero qu ms puede hacer una viudapor sus hijos?Mi padre muri; t ests muerto, un da me reunir con vosotros y mirar a los vivos como aextraos.

    Cuntas lgrimas pueden llenar tu tumba? Si por lo menos me hubieran dado tu cuerpo, situviera en una caja la figura de tu alma, tendra el consuelo de velar el recipiente de tu existencia, lalmpara sin luz de tu ser. No me queda ni eso de ti; slo tu imagen en mis ojos y esa foto queamarillea junto a la ventana. No s si los muertos sin tumba son realmente muertos. Tu cuerpo no esten camposanto, tus huesos descansan en una fosa comn junto a otros locos de la libertad, abrazadoscomo hermanos, familiares de la guerra. No hay mortaja para los perdedores, los derrotados nomerecen el cielo de los vencedores, en esta nueva nacin slo la mitad de los hombres puede llevarflores a sus difuntos.

    Este ao no han crecido las flores. La tierra borracha de sangre no quiere colorear los campos;la beldad contenida en las flores se pudre con la sangre inocente. La raza de Abel reclama venganza.Dos hermanos han tronchado la vida, enfrentndose brutalmente.

    Marido mo, te deca que los hombres necesitis ideas para caminar por ste mundo, que oscuesta pisar el suelo duro de la existencia, me gustara volar contigo, imaginar que todo esto hatenido un sentido, que los muertos no son intiles, que sigo casada con el mismo hombre que conocen un baile, que su sonrisa siempre reposar en mi mirada. Pero tus hijos tienen hambre de pan ypadre, y yo no tengo nada para darles, tan slo recuerdos y dolor. Herederos de mis lgrimas,hurfanos de la desgracia y el deshonor, hijos de la muerte. Qu fra esta la casa, qu lejos quedanlos das de felicidad, ya no hay sonrisas, ni los nios juegan, el silencio es el nico que camina pornuestras vidas.

    Morir. Es fcil desaparecer y dejar todo sin terminar, correr tras las estrellas, vivir en lascumbres de los cerros y aqu quedamos los verdaderos muertos. Los que no tenemos nombre, de losque nunca hablarn los libros; los olvidados. Yo tambin morir sin tumba, como t, esposo mo, en

  • la fosa comn de los desheredados, fusilada por el hambre, el miedo y la desesperanza.Tu hija y yo caminamos juntas. Ella est viva, tiene todo por delante, pero no la envidio, no

    tendra fuerzas para andar otra vez este camino. Lo bueno de la vida no compensa tanto sufrimiento.Agua pasada no mueve molino. Los recuerdos son una carga intil y el pasado est hecho derecuerdos. La noche se acerca pero no tengo miedo. Qu ms pueden robarme? Mi hombre estmuerto y yo camino desesperada. No necesito luces, para m es siempre de noche. Mis ropas sonnegras, nunca ms saldr la luz del alba. Pero la nia est cansada y nadie quiere dar asilo a dosvagabundas harapientas. Buscaremos refugio debajo de los rboles que no entienden de riqueza ni depobreza, porque todos son iguales. S que no dormir, soar es vivir y yo, esposo mo, estoy muerta.

    ***Por la maana, la impertinente luz del amanecer nos devuelve a la vitalidad anrquica de la ciudad.Desde la ventana, los coches parecen minsculas lucirnagas metlicas que caminan en bandadasentre bosques de ladrillo. Contemplamos el alba a ocho plantas de la realidad. Mi madre deja lahabitacin hastiada del calor sofocante del hospital y de las cadenas invisibles de la enfermedad. Seducha mientras yo saco de la mquina de caf algo caliente con lo que despertar mi lucidez, antes deregresar a casa.

  • CAPTULO 2ABRAZOS Y BESOS

    Despus de unos das sin dormir con mi madre en el hospital, aquella primera noche me parecelejana, visionaria. Nada mejor para volver a la realidad que los ojos acuosos de mi hermana y lasonrisa de mi cuado que junto a mi madre, esperan en el hall de la planta 8. Mientras me acerco y laveo sonrer, con su cara palidecida por los fluorescentes y la reclusin de las ltimas semanas, micorazn se acelera y sonro deseando llorar. Siento el ahogo del calor del hospital, la asfixia de lossentimientos reprimidos, la ansiedad y la impotencia de todo aquello que se nos escapa de las manos.Mis gestos son rpidos, para imprimir en mi alma la seguridad que me falta, la fortaleza que noposeo. Despus, cuando nos quedamos solos, damos vueltas por los pasillos, hablamos de la familia,de la montona disciplina del hospital, de las visitas del da y nos agotamos dando vueltas sin llegara ninguna parte. Regresamos a la habitacin, donde le espera la cena liviana y desabrida en bandejasde plstico y despus la noche. Una noche ms mi Sherezade me describe parte de su vida,salvndose de la inquina, del aburrimiento, del aliento ftido de la desesperanza. Mientras hablatransforma las palabras en risas y lgrimas. Sus recuerdos fraguan estatuas desfiguradas por lamemoria. Las dos caminamos juntas hasta la mente inviolable de mi abuela y nos dejamos envolverpor los pliegues de su traje negro, perdindonos entre los mechones de su pelo blanco y los surcos desu piel morena.

    ***Ser pobres tiene sus ventajas. Caminamos por la vida con la ligereza de la falta. Creo, queridoesposo, que la verdadera felicidad est en la pobreza. Al fin y al cabo, Dios era pobre, naci en unpesebre. Al mismo tiempo me siento, me senta mejor dicho, tan dichosa. T estabas aqu cada da.Poda escuchar tu tos matutina que me despertaba cada maana, me levantaba para hacerte el caf yjuntos compartamos los minutos sisados a la noche. Cuando salas por la puerta y te veadesaparecer por la calle oscura cubierta de barro, saba con certeza que volveras. El da pasabarpido, cuidar a cuatro nios no es fcil, aunque Fortaleza me ayuda un poco. Cmo es posible quesiendo tan pequea est tan espabilada? Esta maldita guerra nos ha robado la inocencia a todos.Cuando regresabas, ya anochecido y escuchaba tus pasos detenerse frente a la puerta mi vientre dabaun brinco. Siempre entrabas sonriendo, torciendo tu bigote afilado y corto, con los brazos extendidosy los nios corran hacia ti en bandada y te coman a besos. Yo era la ltima, me levantaba despaciode la silla, dejando la labor y te besaba en las mejillas, t me abrazabas con esos msculos duros yme levantabas del suelo y crea que poda volar.

    El primer beso es la conquista del ser. Rompemos el cascarn y salimos de nosotros mismos ynos extendemos al otro. Me acuerdo de nuestro primer beso. Tan deseado y tan temido. Fue rpido yfurtivo, como un robo; entre las sombras de la calle Mayor, bajo las estrellas del pueblo, a la hora enque duermen las cotillas agotadas de destruir la vida de la gente feliz. Te puedo asegurar que notcomo las piernas me flaqueaban, si no me hubieras tenido sujeta me hubiera cado al suelo. Con elcorazn acelerado fuimos hacia mi casa, aquella noche no dorm. Mi mente repeta el beso, loalargaba hasta el infinito y senta que mi cuerpo se rompa por dentro, como si me hubieranarrancado con unas tenazas de hierro las entraas.

    El deseo, marido mo, es el amor con dedos y labios. Palabras encarnadas en caricias ysusurros, las lgrimas de felicidad vertidas sobre el altar del amor. El placer que convulsiona elcuerpo y rompe con todo lo que nos ata a esta tierra y nos hace mortales. Ningn hombre podr

  • darme eso. Desde que te fuiste, los cobardes y los traidores me han estado acechando como buitresante la carne fresca. Una viuda, una mujer sola es una presa fcil. Pero yo no estoy sola, siento tupresencia, a veces me doy la vuelta porque me invade un escalofro, como si me miraras por detrs.Cuando me vuelvo y no ests algo se me parte por dentro. El otro da cuando fui con la cartilla deracionamiento, se me acerc el Marcial, ya sabes como es el Marcial. Esa bola de tocino de pielroja. Que poda darme otra racin ms si me pasaba por las noches por su tienda. Le escup en lacara. Quin se ha credo que soy yo? Pobre, viuda de rojo, lo que quieras, pero furcia nunca. Yeso que me duele ver a los nios pasar hambre. Nadie nos ayuda. Todos nuestros amigos o estnmuertos, se han marchado o miran a otro lado cuando pasamos por la calle. Mis hermanas, ni contarcon ellas. Parece que se alegraran de mi desdicha. Todos me han dejado. Estoy sola, hasta t estsdesaparecido.

    Cuando naci Victoria pareca que el mundo iba a cambiar. Le pusiste ese nombre porque nacien abril del 31. Ahora el cura quiere que la bautice y le cambie el nombre. Que la nueva Espaa escatlica, apostlica y romana. Me pregunto qu tiene eso de nuevo. Siempre ha sido as. Ellos, losricos y los curas, mandando y el resto obedeciendo. Sabes lo que te digo, que no voy a cambiar a mihija el nombre que le puso su padre. Pero como te contaba, cuando naci Victoria fuimos felices. Tdecas que la Repblica iba a repartir la tierra y el dinero, que por fin tendramos una casa comoDios manda y que todos los nios podran estudiar. Sueos, slo eran eso. Sobrevivir es la nicavictoria a la que podemos aspirar.

    Aquel da hicimos una bonita fiesta. Cada uno llevo una cosa: queso, pan, vino, unos dulces ychorizo. Los vecinos pasaban por el umbral y me felicitaban. Me acuerdo del traje que llevaba, decolor blanco, con pequeas flores verdes que resaltaban mis ojos. Me lo haba cosido mi madre, ellasiempre ha tenido buena mano para las telas. Fue la ltima vez que habl con mis hermanas. Se lesnotaba que se moran de envidia. Ya ves, ellas que lo tenan todo, que se haban casado con dosmozos con tierras, que hacan la matanza todos los aos y sentan envidia de nuestro queso rancio ydel vino picado. A la gente no le duele lo que tienes, lo que realmente le molesta es que seas feliz.Ahora estarn contentas, ya no soy feliz. Junto a ti siempre lo fui, pero sin ti, sin ti no soy nada.

    Toms y Herminia se prometieron aquella misma tarde. Tu mejor amigo y mi amiga del alma.Sabes?, Toms s ha vuelto de la guerra. Aunque ha vuelto a trocitos. Le falta un ojo y un brazo. Unagranada le dej as. Ya no es hombre ni es nada, no habla y se pasa el da sentado a la puerta de sucasa con la mirada de su ojo sano perdida. No le encerraron ni en el calabozo. Herminia hace loposible por sobrevivir. l no lo sabe, pero ella se acuesta con el sastre donde trabaja de criada.Pobre Herminia, dej marchar a su hombre y le han devuelto un cascarn sin alma. Yo te soy fiel, loser hasta la muerte, sta piel no est hecha para otras muelas. Cuando no tenga que comer y elhambre venza la batalla, acostar a los nios y dormiremos hasta que los ngeles nos lleven a todoscontigo.

    Nadie se besa desde que acab la guerra, todos estn retenidos, estancados como una cinaga.Corrompidos por sus complicidades y sus indiferencias. En cambio yo me siento redimida por losrecuerdos, te prefiero muerto que vaco y seco como una mujer estril. Las evocaciones me traen lomejor de ti y me olvido de las tristezas y de las torpezas de la convivencia.

    En el camino se ve gente de toda ralea. Expatriados del hambre, del miedo; aturdidos de todasclases que buscan sus pueblos, mendigos de besos y abrazos. No me dan miedo, aunque la nia seagarra a mi pierna, porque los intuye muertos en vida. Aunque yo s que son inofensivos, leoncillossin dientes. El mal que pudieran hacer se les agot en la guerra y en las alforjas tan slo llevan elmiedo a no ser nunca ms ellos mismos.

  • Hoy no llegaremos a nuestro destino, la nia camina poco y yo no quiero forzarla, apenas comela chiquilla. Un poco de pan y algo de queso es todo lo que llevamos. No tengo prisa. Lo nico queme sobra es tiempo. Ese es mi nico capital y mi tesoro. Ya ves, a mi me sobra lo que a ti te falta.Aunque bien visto, los muertos tenis toda la eternidad y ya no sufrs ms.

    Mi madre nunca fue cariosa, tal vez por eso yo necesito volcarme con mis hijos. Como si deese mal hubiera nacido este bien, como sin ese rechazo yo no hubiera podido amar tanto. Me gustararecordarla abrazndome, besndome o dicindome algo agradable o carioso, pero nunca fue asconmigo. No puedo reprocharle nada, y ahora menos, cuando ya casi ni siente ni padece, invadidapor esa especie de melancola que tienen los ancianos. La quiero, pero no puedo falsear la realidad,convertir mi infancia en una mentira endulzada por los recuerdos. Aun as, en muchas ocasionessiento rabia. No contra ella, ms bien contra la vida que nicamente te da una oportunidad para hacerlas cosas. Una sola oportunidad para ser feliz y, lo que es ms importante, para hacer felices a losdems.

    Mi padre tampoco era carioso. Llegaba a casa cansado, al besarme senta su aliento a vino ysus ojos brillantes. Se sentaba a la mesa mirando hacia el infinito mientras mi madre le pona la cena.Coma en silencio. Nunca le vi sonrer. Pareca invadido de una extraa tristeza.

    Mis hermanas, t las conoces, como buitres deseando que mi madre muera para quedarse con lacasa y el huerto del palomar. Pero tal vez no est bien que hable as de ellas, por sus venas corre lamisma sangre. Se criaron en el mismo vientre y bebieron los mismos pechos. Sus maldadesseguramente slo sean la invencin de mi mente torturada. Estoy tan cansada, necesito verte denuevo, aunque sea por ltima vez.

    El Sebastin, ya sabes el marido de Palas, mi hermana, a veces trae a escondidas panales demiel a los nios. Cuando le ven entrar con las manos escurriendo el nctar de las flores, las criaturasle apretujan desesperadas. Pero te puedes creer, que cuando les llamo al orden, los nios se paran yse sientan en el pollote y las dos sillas de esparto que todava no he vendido. Sebastin miraasombrado la disciplina de los cros, deja sobre la mesa los panales y se despide con una sonrisa,con el dedo sobre los labios para que su mujer no se entere de nada. Muchas veces he pensadorechazar las ayudas de Sebastin, pero si l es buen hombre, si tiene ms entraas que Palas, porqu voy a dejar que mis hijos pasen ms hambre?

    Nos hemos sentado a comer con unas mujeres que viajan en direccin contraria que nosotros.Eran tan amables, parecan dos ngeles en este infierno. Nos han ofrecido unas uvas, pan blanco y untrozo de salchichn que era gloria bendita. Enseguida se han interesado por la nia y yo ya las veavenir. Me preguntaron si tena ms nios, me contaron tristes historias de sus hijos destripados por lametralla de una bomba y despus sacaron un fajo de billetes, de esos nuevos que han fabricado ahora.La verdad es que me rompa el corazn verlas tan desesperadas. Mi hija no est en venta, les dije,y cuando lo escuch de mis labios, me son cruel. Nios hurfanos seguro que no faltan, aad,vayan a Madrid o a Toledo, seguro que encuentran uno. Cog a Fortaleza del brazo y nos fuimos sindespedirnos. Los nios no pueden comprarse, como no se compran los besos y los abrazos.

    ***Nos hemos quedado dormidas. Ella, en la cama, con el cuerpo tapado pero los pies fuera de lassbanas. Yo, en el silln de skay, cubierta con una toalla blanca del hospital, con los calcetinessobresaliendo al otro lado. La mano de mi madre sale de la cama hacia m, como si intentaraprotegerme, alejar los monstruos de la infancia. Me calzo en silencio. Al lado, otras cuatro personasviven sus angustiosas realidades ajenas a mis miedos. Camino titubeante por el pasillo interminable y

  • en el bao del hall intento recuperar un aspecto decente. Las ojeras negras sobre mi plido rostroachican an ms mis ojos, el pelo se mantiene en su sitio, la boca reseca por la calefaccin que meagrieta los labios. Apenas me reconozco frente al espejo. Respiro hondo, me seco las gotas de lacara con la mano y salgo del bao.

    Antes de que se despierte mi madre ya he dejado el hospital. Mientras arranco el coche piensoen el da que me espera. Siento la cabeza pesada, el cuerpo acolchado e incmodo en la ropa del daanterior y una opresin en el pecho, como si el aire caliente del hospital estuviera cansado decircular por mis alvolos limpios y vrgenes. Quisiera estar muy lejos de all. Bandome en unaplaya de Torremolinos mientras mis padres, sobre dos tumbonas azules, me miran en la orilla. El mara media tarde toma un tono verdoso, un color que me recuerda a unos ojos que llevo viendo toda lavida. Los ojos de una enferma de hospital que no quiere que muera su memoria.

  • CAPTULO 3LA SANGRE

    La Navidad se acerca. La ciudad se viste de largo, cubrindose de recargadas luces que pretendenalargar los esculidos das de invierno. En el hospital todo sigue igual, las celebraciones se reducenal beln de la planta 1 y a dos o tres guirnaldas colgadas en la sala de enfermeras. Todos esperamosel alta de mi madre con angustia y desesperacin. Su estado de salud contina igual y los mdicos nologran darnos un diagnstico claro. Tan slo han decidido vaciar el lquido que se acumulaba en suvientre y a la vuelta de las vacaciones tomar una decisin definitiva. Despus de extraer diez litrosde un lquido incalificable, mi madre parece ms animada y, con el permiso de su doctora lallevamos a casa de mi hermana mayor. Por la noche, cuando la casa est en silencio, comenzamos ahablar sobre la abuela y su largo viaje.

    ***La sangre ha salido del exilio de la carne y se extiende por los campos. Todo viene con sangre. Meacuerdo de Fortaleza entre mis piernas cubierta por un velo rojo, con su piel rosada y escalofriada.Mi madre a un lado, agarrada a mi mano, hincando sus nudillos, como si tuviera miedo de quehuyera, que dejara a mi dolor hurfano. La tierra se resiste a ser frtil, pero es como si todosquisieran que la normalidad volviera cuanto antes. Enterrar a los muertos, tapar con unas paladas detierra su dignidad, todo por lo que mereca la pena vivir y existir a secas, con los ojos cortados,cegados por la desesperanza. Pero la sangre vuelve a brotar de cada calle, de cada tapia, de cadacuneta y persigue a los asesinos, los asalta en sueos y rompe con ellos la madrugada. Los muertosregresan sobre las olas rojas con los nombres de sus verdugos escritos en la frente. De eso soyculpable, marido mo, de recordarles a todos con mi valor su cobarda.

    Estoy sola, arao con mis dedos desgastados los recuerdos que evocan el tiempo en el quefuimos felices, pero a mi mente vienen las penas, el miedo que recorra mis entraas y que ahora seha convertido en la realidad que me niego a aceptar emprendiendo este viaje desesperado. Por quno me resigno como los dems? Por qu no dejo que el odio que les devora se sacie sobre estacarne vieja y blanca? Ser por ellos, por tus hijos. No quiero que nazcan con la seal de la bestia ensu frente, que sean adems hurfanos de su pasado, analfabetos de la Verdad.

    Tengo los pies ensangrentados. La nia, gracias a Dios, tiene unos zapatos mejores. Algunoslabriegos la dejan montar en sus carros partes del camino y eso alivia su cansancio. Ahora me alegrode haberla trado. S que un da correr ella sola por este mismo camino en busca de respuestas,entonces, desde las voces distantes de la memoria, escuchar, sabr y tendr confianza.

    El precio de la sangre sobre la balanza. Algunos dicen que los que prueban su sabor no puedendejar de matar. Hay mujeres que venan de la ciudad y hablaban de aviones que arrojaban bolas defuego que lo consuman todo en un instante. En el pueblo no hemos visto cosas de esas. Los quedaban el paseo nunca regresaban a sus casas, pero en las calles segua la pulcra limpieza de lamiseria. Ayala, el profesor; Joaqun, el barbero; el Cordobs; Juan, el hijo de la seora Mara;Marquitos, tu amigo y compaero, a todos les dieron el paseo. Por la noche, cuando se comenten lospecados ms vergonzosos, les arrancaron de sus camas, medio desnudos para su ltima cita con lamuerte. El pelotn, segn dicen algunos, estaba compuesto por los dos cabos, el sargento de laGuardia Civil, los dos o tres falangistas demasiado cobardes para ir al frente, el relojero y elguards de los Pantalen. Los cobardes y los ruines, el ejrcito de retaguardia que mata a los que nose agachan ante los seoritos.

  • Mientras camino veo las cunetas llenas de cosas viejas abandonadas. Cuanto ms cerca de laciudad, ms tratos y ms rostros descoloridos que se afanan en encender su mirada con los paisajesdel campo, pero es intil, las tierras yermas, abandonadas a su suerte, tan slo responden conyerbajos retorcidos y enfermos. Los rboles, vencidos por la sequa, renuncian a las ramas superfluasy se concentran en unos pocos tallos jvenes. Las ramas secas araan el aire, quiebran las torturadasmentes de los refugiados. El goteo de gente se convierte en raudales. Mezcla de ropas viejas yelegantes vestidos gastados por la guerra. Fortaleza los observa en silencio, a veces se detiene antealgn nio brindndole una de sus eternas sonrisas, pero la respuesta siempre es la misma, un vacoinagotable. Las piernas flacas de Fortaleza parecen dos alambres tratando de sostenerla. An quedams de un da para llegar a nuestro destino, a veces dudo de que podamos lograrlo. Me asaltan losmiedos de ver a la Guardia Civil, de que me paren y me pidan un salvoconducto que no llevo, peroconfundida entre la multitud de desplazados rezo para poder llegar a la ciudad. Todo ser ms fcilall. Llevo semanas pensando lo que voy a hacer pero a veces me falta valor. Puede que ir a laciudad tan slo complique an ms las cosas.

    Un grito me saca de mis negros pensamientos. Fortaleza me mira asustada mientras con susdedos minsculos se agarra el pie, como si jugara a la pata coja. Su gesto me es conocido. Unamezcla de dolor y miedo. Por un momento sus gritos traspasan mi mente y puedo escuchar su llanto.

    Mam! No pasa nada. Tan slo es una herida. Sintate en esa piedra, rpido.Le quito la alpargata y veo una astilla que atraviesa la piel formando un bulto, la extraigo

    despacio, Fortaleza mira la herida y agita la pierna. No mires. Es mejor que no mires. Ah!La astilla ya esta fuera, pero tras ella un hilo de sangre muy roja gotea en la tierra. Saco de mi

    bolsillo un pauelo blanco y se lo ato alrededor del pie. Esto servir por ahora.La nia mira la tela blanca y vuelve a sonrer. Dos o tres personas se han detenido para

    prestarnos ayuda. Un hombre demasiado elegante con su gabardina rada me extiende una botellita. Eche un poco de esto a la herida. No deje que se infecte. El lquido es marrn y huele fuerte

    a alcohol. El hombre se sienta en el suelo. La nia no puede dejar de sonrer al ver al elegantedesconocido sobre la tierra.

    Perdone que no me haya presentado. Emilio Candilejas dice. Me coge la mano y la intentabesar, pero yo la aparto de un tirn. El hombre no se ofende, me sonre y acaricia el pelo de la nia.Los mechones rubios se alborotan entre sus dedos huesudos, de piel fina y rosada. Me contempladespacio e intenta hablar pero, al final vuelve a sonrer.

    Gracias le contesto. A dnde se dirigen en medio de esta desolacin? Una madre y su nia pequea no deben

    faltar de su casa en das como estos. Hay desertores, bandidos de la peor calaa y moros que daan alas mujeres.

    Todo eso ya lo s, pero la desesperacin es ms fuerte, digo para m. El desconocido se ponetieso. Recupera su gallarda figura y me mira esperando una respuesta. Sigo callada, con los ojosgachos.

    Ahora entiendo cul es la razn del silencio de la nia. Perdone, pero no estoy acostumbrada a hablar con desconocidos. En el pueblo, para mal o

    para bien, todos sabemos de que pie cojeamos. Usted no es para m ms que otra sombra que se cruza

  • en el camino.El hombre mira a su alrededor. Personas con los trajes rados caminan cabizbajos. Algunos

    carros llenos de paja o lea levantan nubes de polvo, cubren nuestras ropas de rojo y nos irritan lamirada. Asiente con la cabeza, como si se reconociera en la multitud confundida, espectral.

    Tal vez necesitemos hablar para dejar de ser fantasmas. Eso cree? Yo en cambio pienso que las palabras lo han destruido todo. Ahora slo habla la

    sangre.Instintivamente miramos la herida de la nia que cansada de nuestra charla se ha puesto a jugar

    con un palo, dibujando cosas en el polvo. Ahora el rojo intenso de la venda se ha transformado enmarrn.

    No diga eso se lamenta el hombre. Se encorva, parece como si mis palabras le hubiesenenvejecido repentinamente . Todos han muerto. Vengo en direccin contraria a la suya. Salgo dela ciudad. All he dejado lo poco que no he malvendido. No huyo. Para qu hacerlo?

    El hombre calla y el silencio se hace doloroso. Le miro y deja de ser un desconocido, unfantasma y se transforma en otro hermano ms de la tristeza. Despus comienza a hablar de nuevo:

    Las bombas caan muchas tardes. Se escuchaba el zumbido que provena del oeste. El cielorojizo rompa la tarde y cuando el sonido estaba sobre nuestras cabezas, comenzaban los silbidos.Tras ellos, el estruendo. Explosiones tan fuertes que nos ensordecan. Luego el silencio. Losprimeros estallidos volvan todo callado, como en una pelcula muda. El fuego, los destellos yescombros lanzados como proyectiles que nos picaban como insectos rabiosos, cesaban en uninstante, pero la gente continuaba corriendo de un lado para el otro, como si eso les hiciese sentirsevivos.

    Yo tambin haba escuchado los zumbidos en mitad de la noche, a veces al despuntar la maana.Pero siempre pasaban de largo. Nuestro pueblo msero no mereca una bomba. La muerte del cielobuscaba una masa de cuerpos informes que aguijonear.

    La sangre se desparramaba como el roco. Los cuerpos reventaban y dejaban una estelaprpura. Una llovizna de gotas rojas, que el calor de la plvora pona a hervir. Cuando todo pasabacaa la noche y el fuego de las casas incendiadas, el chasquido de la madera, el olor a carnechamuscada, apenas me preocupaba. Estbamos vivos. Mi mujer, los dos nios, hasta el pequeocanario haba sobrevivido a tres aos de guerra.

    El hombre se encogi hacia delante, como si hubiera recibido un golpe en la tripa, levant lacabeza y me mir.

    Por qu tuvo que ser una de las ltimas bombas? No hubiera sido mejor que todosmuriramos al principio? Para qu les he sobrevivido?

    No saba qu responderle, querido marido. Por un momento escap de mi dolor, contemplcomo la pena sacuda a los que me rodeaban. Las desgracias se encarnaron a mi alrededor y elpalpitar de un corazn inmenso, martille dentro de mi cabeza. Cuntas historias hay dentro de todosesos espectros?, pens observando a los centenares de personas que hacan el mismo camino que yo.La fila era interminable, se perda la vista y al otro lado de las colinas, en las lejanas serranas, enlas ciudades atestadas de muchedumbres, el dolor se extenda como una inmensa mancha de aceite,impregnndolo todo.

    Sujet a las nias entre mis brazos. Sus cuerpos estaban todava calientes y su viscosa sangrelos cubra por completo, los tea y los deshumanizaba. No poda llorar. Los apretaba con mis dedos,los araaba con furia esperando que se despertasen. Despus los abrac hasta que comenzaron ahelarse, a ponerse rgidos y agarrotados. Unos camilleros intentaron arrancarlos de mis manos, pero

  • no pudieron. Pas toda la noche con sus cuerpos pegados al mo, intentando transmitirles mi calor,pero su glidos brazos enfriaban mi pecho.

    El rostro del hombre cubierto por unas lgrimas sucias pareca ido, al observarlo intu mipropia expresin en su mirada. Fortaleza jugaba con una nia que se le haba acercado y losvagabundos nos esquivaban inexpresivos.

    Donde usted se dirige slo hay muerte. Una informe nube roja que cubre cada calle y cadaplaza.

    La muerte ya no se aposenta en un solo lugar. No busca sus presas entre los lechos de losagonizantes. Su trono est sobre esos montes, en las cumbres ms altas y junto a las orillas de todoslos mares. No escapo de ella. Salgo a su encuentro, la espero en cada recodo del camino, pero merehye. Lo nico que teme es nuestra valenta, no soporta que la escupamos a la cara y nos riamosdel sonido sordo de sus cadenas. Yo tambin me aferro a la piel de mis hijos. Intento que no me losrobe la misma dama que se llev a su padre.

    El vagabundo caballero afirm con la cabeza e hizo un esfuerzo por sonrer a Fortaleza, pero enel ltimo momento sus labios se negaron a abrirse. Tom de la mano a la nia y nos alejamos delhombre. Su dolor me haba robado el mo. La manta invisible que cubra el mundo, la barrera queseparaba mi pena de la pena ajena se haba roto. Ahora, esposo mo, ya no eras el nico soldadomuerto de esta guerra.

    ***Ros rojos que hacen brotar sus plidas ojeras. Ojos desenfundados de ambicin, rotos por la duracarga de la enfermedad, por la carga de ser carga, ella que siempre ha sido el blsamo de todos. Losbrazos y los pies de la familia; el motor que impulsa un coche desbaratado, quejumbroso, en el quese ha convertido el cuerpo de belleza que le regalaron las estrellas. El tinto rojo derramado sobre unmantel blanco de hilo, diluido hasta convertirse en una mancha rosada. Un ocano de vino quereflejan los cielos prpuras sin nubes. En sus manos abiertas quedan los restos de las agujas, la vaenvuelta en esparadrapo se escapa de las sbanas. Los dedos blancos y largos estn huesudos en sumxima expresin. Una gota roja que deserta de sus venas ante el naufragio de su salud. Las venasazules brillan bajo la luz de los fluorescentes. Le miro los brazos y casi veo a la sangre circulandopor los hilillos de venas. Ella est dormida. Mi Secherezade respira profundamente, formando uncoro con las dems enfermas, que entre quejidos y suspiros cantan a la luna. Esa noche me tocaimaginar sus dulces palabras volando como un susurro entre la agnica cama hasta mis odos vidos.En el pasillo, las ltimas instrucciones de las enfermeras se anuncian a gritos y el barco comienza asoltar amarras hacia el mar de los sueos, en la habitacin prohibida de nuestro cerebro, en donde seesconden los recuerdos que el alma ya no puede soportar.

  • CAPTULO 4EL BAILE

    La televisin est puesta a todo volumen. La vecina de cama quera ver el programa homenaje a LolaFlores y como est sorda como una tapia y medio ciega, pone el volumen al mximo. Mi madre ya nove bien. La cabeza le da vueltas y apenas se tiene en pie. Me recibe con su sonrisa e intentatranquilizarme con la mirada, le beso, mientras en la tele Lola Flores canta a pleno pulmn. Con unpoco de perfume intenta disimular su olor a medicamento y hospital, pero el pestilente aroma de laenfermedad lo llena todo. Por unos segundos la imagino vestida, perfumada y pintada. Respiro hondoy freno el ahogo que me sube por la garganta. Sonro y ella comenta algo de la tele y el volumen,despus hace un gesto jocoso que ilumina su mirada apagada y ciega. Me toma del brazo y salimoscostosamente hasta el pasillo. A eso se ha reducido su vida. Una habitacin blanca, fra, de paredesdesconchadas y un pasillo largo que conduce hacia la libertad. Esa noche no espera a estar tumbadapara hablar de su madre. Comienza a contar su historia en medio del pasillo en penumbra, con la vozde la Faraona remachando sus palabras.

    ***Hay algn acuerdo secreto entre la msica y el movimiento. Escucho a los carros chasqueando entrelas piedras, las bisagras chirriantes, el golpeteo de los pasos y siento que todo unido forma unameloda confusa. La msica de la vida en su esencia ms primaria, el movimiento. Nadie canta, nohay melodas silbadas, no he visto una sola guitarra en todo el camino. Las canciones que siempre mehan acompaado. Canciones mientras sembrbamos los campos, canciones al recoger la cosecha,canciones en las fiestas y en las bodas, palabras cantadas en las misas, la msica de la banda en lasfiestas; tarareos en el ro mientras se lava la ropa, silbidos secos de los pastores, estridentes acordesde violn en la casa de los ricos, pianos desafinados de pueblo. Ahora ya no hay canciones, pero lamachacona meloda de la vida se resiste a desaparecer.

    Al caminar siento el ritmo de mis pasos. Me viene a la cabeza el baile en el que te conoc. Teras de un pueblo cercano, un mozo guapo, con tu bigote fino, como un hilo negro, el pelo ondulado,la frente despejada, los ojos con pestaas largas y femeninas. Los labios carnosos empapaban unpequeo palul que mordisqueabas apoyado en un rbol. Tus amigos bailaban, mis amigas hacan lomismo, pero t y yo nos penetrbamos con los ojos. Intentbamos danzar solos, en mitad de la plaza,ajenos al bullicio, absortos en nuestra propia meloda, componiendo una msica que nunca nadieantes haba escuchado. Entonces te erguiste, comenzaste a andar hacia m y el corazn querasalrseme del pecho. Baj la mirada, respiraba con dificultad, not como me enrojeca. Entonces vitus zapatos, meneabas un pie al son de la orquesta. Levant la mirada. Me cruce en la selva de tusojos y extendiste el brazo sin mediar palabra. Bailamos pero yo no oa la msica. El mundo estabaparalizado, nosotros ramos los nicos que nos movamos. El silencio nos guiaba, la meloda surgade los latidos frenticos de mi pecho y de tu respiracin profunda. Apoy mi cabeza en tu pecho ysupe que ya no quera estar en otro lugar. En ese momento el padre Damin nos separ, nos marc ladistancia, pero tu piel y mi piel ya formaban una sola.

    Tres aos despus, tenamos algo ahorrado. De picapedrero no ganabas mucho y mi dote erapoco ms que dos colchas, un juego de sabanas y el viejo bal de mi abuela, pero nos casamos contoda la ilusin del mundo. Despus de la breve ceremonia que tuvimos que compartir con otras dosparejas, en la taberna una destartalada banda toc unos pasodobles, hasta mi ta Felisa se anim abailar. T bebiste mucho, parecas confuso, con los ojos turbios e inexpresivos.

  • No haba boda en la que no me sacaras a bailar. La gente nos miraba, ramos tan bien plantados,delgados, guapos y jvenes. El picapedrero ms apuesto de La Mancha y la costurera ms bonita deCiudad Real. Pero nunca bailamos como aquella primera vez, piel sobre piel, corazn desbocado yrespiracin profunda.

    Te gustaba orme cantar. Barra y mi voz chocaba contra las paredes torcidas de nuestra casitaencalada, me pona en el hogar a calentar el cocido y de dentro de mi garganta flotaban las notas delas mil canciones escuchadas a mi madre, de las mismas melodas que mi abuela cantara frente almismo fuego. T, sentado en la silla, me mirabas en silencio. Yo senta el escalofrio y, en aquellosprimeros meses de estar juntos, nada hubiera podido hacerme ms feliz. Nunca te escuch cantar.Cuando te llevaba el almuerzo, tus compaeros araaban las piedras con su canto, pero tpaladeabas el palul, golpeabas rtmicamente la roca, pero nunca cantabas. Cuando la casa se nosllen de nios, ya no eras t el nico que me mirabas, uno a uno nuestros hijos fueron creciendo conmis canciones. Nuestra casa era modesta. Un cuarto grande, con una chimenea y una gran roca queserva de asiento y de cama a los nios. Nuestra habitacin, casi vaca, tena los nicos muebles dela casa. Una gran cama de hierro, con su colchn de paja y su cabecero oxidado, un bal grande y unasilla de esparto desgastada y rota. No nos haca falta ms. El suelo de tierra batida, las paredesencaladas, y dos ventanas con postigos de madera y cortinas viejas. Un palacio. Para nosotrossiempre fue el mejor de los sitios donde vivir. Hacamos planes. El oficio de picapedrero no llenabalas alforjas, pero cada mes lograba araar unos reales y planear un futuro para nuestros hijos.

    La radio de doa Mariana sonaba por las maanas junto a mi ventana. Repicaban las coplas enlas paredes y con los nios sentados en el suelo, jugando con una mueca de trapo o un simple palo,barra el suelo despacito, para no levantar el polvo. De vez en cuando abrazaba la escoba ycomenzaba a bailar; los nios se levantaban, se agarraban a mis faldas y remolinebamos por elsuelo y reamos a carcajadas.

    Camino con la mirada gacha y Fortaleza prendida a mis faldas charla para s. De vez en cuandore suavecito y la gente que nos espa, casi le regaa con su enmaraada mirada. La nia contina ensus ensueos, pero al rato se cansa, se aburre y me repite: Queda mucho, madre? Le paso la manopor el cabello rubio e intento sonrer pero algo me aprieta la tripas y asiento con la cabeza, vencidapor la tristeza.

    Una msica lejana se asoma al recodo del camino y se me escalofra la piel. Hace meses que noescucho a nadie cantar. Durante la guerra se cantaba mucho, tal vez para espantar a la muerte, pero yatodos estamos difuntos y lo nico que espanta es abrir los ojos cada maana horrorizados decontinuar respirando. Las voces son de mujeres. El resto de los caminantes intenta seguir al sonido,muchos maldicen y perjuran. Quin canta en medio de un entierro? Las plaideras, enjutas, grises,flacas, se santiguan, cogen tierra roja del camino y la lanzan sobre sus pauelos negros. Los hombres,vestidos de andrajos, como en una fiesta de carnaval de campesinos, despiertan del miedo y gritaninsultos. Fortaleza me mira con sus ojos grises y con un gesto en el odo me seala que se escuchamsica. Que no ha desaparecido, que se esconde de las penas, de la muerte; que un da de estos tenaque dar la cara.

    No s que pensar, querido esposo. El dolor se enfra y, como cuando el pie dormido recupera sufuerza, siento mil pinchazos por todo el cuerpo. Primero duele, escuece, pero luego noto el calor queme invade y el sonido de las pisadas y el tintineo de las campillas de las mulas, acompaan a lasvoces distantes.

    La msica se aproxima o somos nosotras las que caminamos ms deprisa. Fortaleza tira de mifalda. Ya no se queja, no hay que arrastrarla. La nia casi corre hacia las voces. Ascendemos una

  • pequea cuesta y noto el cansancio de los ltimos das. En lo alto vemos un corro que casi tapona elcamino. Fortaleza se suelta y camina dos o tres pasos por delante. Hace meses que no se aparta tantode mi lado, pero ahora la msica le llama. Se da la vuelta y me sonre, sin darme cuenta yo tambinsonro y, enseguida miro a un lado y al otro por si alguien me ha visto. Avergonzada de ese instantede felicidad.

    De cerca, el corro cerrado tapa a las mujeres pero sus voces se escapan entre el pblicoimprovisado que las rodea. La gente mira disgustada. Cojo de la mano a Fortaleza y la separo unpoco. Ella insiste en clavarse entre la gente y mirar entre sus piernas. Tengo miedo de que loscaminantes enfurecidos las apedreen all mismo. Tiro de la nia pero ella se me escapa y se sienta enel suelo, enfrente de las mujeres. Entonces la msica cesa y se disuelve el corrillo. Fortaleza siguesentada. Ahora veo a las tres mujeres. Una de ellas tiene la piel amarillenta y arrugada, los ojoscomo dos gotas de aceite negro brillan hundidos. A su lado dos muchachas, casi unas nias, laagarran una de cada brazo y comienzan a caminar. La anciana se detiene y mira sonriente a Fortaleza.

    Hola nia, cmo es que t sonres?La nia observa a la seora extraada y se levanta. Es hija suya? pregunta, pero no la escucho. Me siento aturdida y tomo de la mano a la

    nia. Que linda.Las dos muchachas sonren y rodean a Fortaleza. Tiemblo y estiro de la nia hasta pegarla a mis

    faldas. Las tres mujeres no dicen nada. Las muchachas agarran a la anciana y comienzan a caminar. Por qu cantan?Escucho mi propia voz y me ruborizo. Noto el calor que me asciende por la cara. Las tres se

    miran y la anciana se adelanta un poco hasta casi tocarme y despus se sienta en una piedra. Cierralos ojos y farfulla algo, parece ms un sonido que una palabra. Me aproximo, me agacho un poco.Ella me hace un gesto para que me siente. Dudo un instante, pero estoy cansada. Llev varias horascaminando y cargando a Fortaleza. Al sentarme en las races de un rbol noto al cuerpo flojear. Laschicas se acomodan alrededor y fortaleza se apoya en m.

    Que por qu cantamos? repite la anciana. Sus arrugas se contraen y expanden a medidaque habla, como las olas del mar. La gente nos mira al pasar. Algunos escupen al suelo y otros noshincan una mirada muerta . Nosotras somos gitanas. Cuando comenz esta guerra todo sigui igualpara nosotras. Continuamos recorriendo los caminos con nuestro viejo carromato. Cantbamos porlos pueblos, adiestrbamos a una cabra para saltar por unos aros de colores. Un da estbamos conun bando y otro da cruzbamos las lneas y los enemigos se rean con la misma fuerza y bailaba conel mismo arte nuestras coplas. No haba mucho que manducar. Sopa de gallina, algn queso rancio,un poco de pan, pero no nos quejbamos. Yo soy viuda, pero mis dos hijas y mi hijo meacompaaban a todas partes y logrbamos esquivar las balas y rernos de la muerte. Que los payos sematen o se dejen de matar no era algo que nos importara. Un gitano es siempre un gitano, gobiernequien gobierne. Una tarde, maldita sea su estampa, un sargento al mando de unos soldados se acercal carromato y al ver a mi hijo le pregunt la edad. Pues tiene edad para hacerse un hombre,coment. Yo le agarr del brazo y jur y maldije, pero el payo se haba empeado en llevrselo parala guerra. Dos aos hemos pasado con miedo y tristeza. Dnde estar mi ngel, mi luz? Tirado enuna cuneta? Prisionero? Perdimos el carro, en un bombardeo, nos quitaron lo poco que tenamos.Nada nos quedaba. Una maana lleg a casa de mi hermana una carta de mi ngel. l no sabe escribiry yo no s leer. Me la leyeron y deca que mi ngel estaba vivo. Nos dirigimos a su encuentro. Poreso cantamos. La Santsima Virgen nos ha devuelto a mi nio.

  • La mujer sonre. Sus ojos se encienden debajo de los pliegues de la carne surcada de arrugas ypor unos momentos observo como se le ilumina la cara. Me dan ganas de abrazarla y de atravesarleel corazn con un cuchillo. Por qu su hijo ha sobrevivido? Un muchacho sin obligaciones, sinesposa ni hijos. Si hubiera muerto, el corazn de la anciana se habra partido en mil pedazos, peroella slo es una anciana que no sobrevivir al hambre y la fatiga. Si el gitanillo hubiera desaparecidoni su nombre seco estara en una hoja, en un registro; como si nunca hubiese existido. Me ruborizo yhorrorizo al ver desfilar esas ideas por mi mente. En ese momento la rabia y el dolor se transformany me alegro por la suerte de un gitano desconocido, un pobre vagabundo que ha sobrevivido paracontinuar siendo un paria. Fortaleza escucha a la mujer y de vez en cuando levanta los ojos y melanza una mirada triste. Intenta hablar varias veces, pero no le sale la voz de la boca. Al final arrancay me pregunta.

    Padre tambin regresar?Maldigo a la gitana por dentro, que con las tenazas de su fortuna me arranca las entraas.

    Fortaleza sigue mirndome y yo aparto los ojos y con la voz ahogada digo que s. Un s mentiroso,roto y reseco. Ella sonre y me abraza, siento el chasquido del corazn y el suspiro que me nace delestmago y se confunde con la nausea, aprieto los labios y noto la arcada que me quema la garganta.La gitana anciana se levanta con una agilidad inesperada y me abraza. Su calor y su olor me invaden.Nadie me haba abrazado desde haca mucho tiempo. Fortaleza se asusta y tambin me abraza.Permanecemos un rato quietas, inmviles, petrificadas. Empiezo a llorar. Las lgrimas se espesancon el barro pegado a la cara y cuando llegan a mis labios percibo el sabor a tierra y sal. Mi cuerpose estremece. El pozo de los sentimientos se desatasca, explota y se derrama por el camino. Gimo yel ahogo de la garganta se afloja, se disuelve y los pulmones se inflaman para vaciar un nuevosuspiro y un nuevo llanto. La gitana me acaricia el pelo y susurra palabras que no entiendo, pero quesignifican lo mismo en todos los idiomas. Poco a poco me calmo y me seco las lgrimas con lasmanos.

    Dios te guarde dice la anciana. Su rostro se ha empequeecido y sus ojos se han vuelto ahundir tras los pliegues de su piel arrugada. Mi tristeza le ha devuelta la suya perdida. Su alegra hatransformado mi desesperacin en la peor de las esperanzas: La fe.

    La gitana mira a sus hijas que han permanecido sentadas y en silencio. Junta las palmas de susmanos y canta:

    El grito deja en el vientouna sombra de ciprs.

    (Dejadme en este campollorando).

    Todo se ha roto en el mundo.No queda ms que el silencio.

    (Dejadme en este campollorando).

    El horizonte sin luzest mordido de hogueras.

    (Ya os he dicho que me dejisen este campo

    llorando).

  • CAPTULO 5CARTAS DESDE EL FRENTE

    15 de septiembre, 1936.

    Querida esposa,Hace una semana que llegu al frente. Los compaeros se encuentran animados, parece queestuviramos de excursin. Los campesinos nos traen comida, la Cruz Roja llena las despensas conlatas y creo que he engordado un poco.

    Te echo mucho de menos. Echo de menos tus migas, el pan que amasas por las maanas, tuscanciones y tu sonrisa. Cmo estn los nios? Seguro que por las noches se acercan hasta el portnpara ver si regreso del trabajo. Fortaleza llor mucho cuando me puse en la fila de los voluntarios.El camino fue fatigoso. Casi todo el trayecto lo hicimos a pie. No nos dieron uniformes ni botas, ni unrifle por si los fascistas se nos cruzaban por el camino. Pasamos las caminatas cantando y saludandoa los campesinos que nos miraban con recelo. Por las noches, el Julin tocaba la armnica junto a lahoguera y nos asbamos alguna liebre matada a pedradas y nos reamos del hambre.

    En el frente las cosas no estn mucho ms encaminadas. La gente viene y va como si se tratarade una verbena. Que si esto de la guerra no era lo que esperaba, que yo me tengo que volver. Losmandos no ponen muchas pegas. Nos llaman camaradas, se remangan como nosotros para excavar lastrincheras y se emborrachan con el vino y el licor requisado en las iglesias. Por las noches hacemucho calor. Se escuchan los grillos y a lo lejos, el estampido de las bombas nos recuerda dondeestamos.

    Juego a las cartas, pero no te preocupes, lo ms que apostamos son unos pitillos. Me dieron unfusil al llegar, pero no he podido disparar un solo tiro. Dicen que debemos guardar las balas para losfascistas. Tres balas, cario, con tres balas quieren que matemos a todo el fascismo internacional.

    Los fines de semana vienen a visitarnos las mujeres de algunos compaeros. Muchas traen lacomida para sus hombres y las ms lanzadas cargan con dos o tres churumbeles. Por eso he pensado,no s si te parecer, que vengas a visitarme. Peligro no veo. Si lo hubiera no te lo pedira.

    Bueno, no me queda ms papel y me duele la cabeza. Ya sabes que no tengo muchas letras.Marcial me pide que le digas a Sebastiana que est bien. Que la echa en falta.

    Un beso a los nios.

  • 21 de marzo, 1937.Querida esposa,Los meses han pasado muy rpidos. Los das se han convertido en unaspequeas hojas de papel y los he ido arrancado con desidia, con lamonotona de un mal que se acerca. Tu rostro est siempre presente enmis pensamientos. Recuerdo los juegos de los nios y me preguntocundo podr volver a verlos.

    Hemos entrado varias veces en combate, pero no he visto a ningnenemigo. La sola palabra me resulta extraa: enemigo. Tiros ycaonazos, aviones rasantes peinando los campos verdes todava.Bombas que estallan por delante y por detrs. Mucho barro y ratas, queno s de qu se mantienen, ya que la comida empieza a escasear. Si nofuera por las provisiones que traen las esposas de los compaerosmuchos das nos iramos a dormir con la tripa vaca. Los oficiales ya nose muestran tan amigables. Apenas se mezclan con nosotros; andanserios e intentan mantener la disciplina entre los soldados. Seguimoscortos de ropa, de balas y de casi todo. Por las noches, Emilio elcordobs nos anima un poco cantando algunas canciones, pero lascoplas me recuerdan tanto a ti.

    El otro da salimos a inspeccionar un monte cercano. Apenas amedio kilmetro de las trincheras. El corazn me golpeaba en la boca,no paraba de sudar de tan slo pensar en no volver a veros a ti y a losnios.

    Al final vendrs a verme? Todava la situacin es buena, no s comose encontrar en unas semanas.

    Da un beso muy grande a los nios.Con amor.

  • Julio, 1937.Querida esposa,Desde que te fuiste la cosa no ha hecho si no empeorar. Los jefes hanordenado restringir las visitas de los civiles. La fiesta termin, ahora sele ven las orejas al lobo. Las noticias que nos llegan son pesimistas,aunque los comisarios del partido intentan animarnos y nos hablan de ladura lucha que ganaron nuestros hermanos rusos en la Unin Sovitica.Maldita sea mi estampa, que me importa a m lo que hagan o dejen dehacer esos rusos. Los pocos que he conocido son secos y fros. Con susbotas de pato, sus uniformes grises y su mirada amarga.

    El otro da cogieron a un par de desertores al otro lado del ro, eseque t y yo caminbamos cuando estuviste aqu. Nos reunieron a todosen filas, creo que es la primera vez que hemos estado de forma ordenada.Los muy animales han colocado a los dos hombres en el centro. En vozalta han ledos sus nombres. Los pobres sollozaban y uno de ellos sepuso a arrastrarse hasta el capitn. Dos sargentos los cogieron y lospusieron de rodillas. Apuntaron sus pistolas y los mataron sinmiramientos. Acaso no eran esos hombres libres de irse o quedarse?No estamos luchando para que nunca un hombre le vuelva a decir aotro cmo tiene que vivir y por qu tiene que morir?

    Tengo miedo de que lean estas cartas, pero, qu pueden hacerme?Llamarme traidor por pensar, por mirar por encima de esta pocilga debarro? Los que estn al otro lado de las trincheras, no son campesinosy obreros como nosotros?

    Querida no quiero preocuparte. La vida no est tan mala por aqu, loque sucede es que esta guerra es demasiado larga. Todos estamoscansados y las tropas de Franco no hacen ms que vencer y masacrar.

    Da un fuerte beso a los nios y diles que estoy luchando para queellos no vuelvan a luchar nunca ms.

    Este que te quiere.

  • 2 de octubre, 1937.Querida esposa,Hace unos das hemos lanzado una ofensiva para ganar posiciones. Noshemos dirigido ms all de las trincheras. Las bateras enemigas nosmartilleaban con sus bombas, pero nadie dio un paso atrs. Los oficialesnos apuntaban con las pistolas; queremos infundir valor a loscobardes, nos decan. Ha sido una carnicera, los compaeros a mi ladosaltaban por los aires destripados, la sangre salpicaba por todas partes ynos tirbamos a los charcos para engaar a las balas, pero los miembrosdel partido y los cabos nos sacaban a culatazos. Muchos se meabanencima y lloraban como nios mientras los oficiales les amenazaban conlas pistolas en el cuello. Llevbamos as horas, casi medio da corriendoy cubrindonos. Nuestras bateras no llegaban hasta las posicionesenemigas y los obuses caan a nuestros pies. Entonces hemos llegadohasta una de sus lneas. Yo me he lanzado gritando con los ojoscerrados, ms de miedo que de rabia. Al abrirlos he visto unas pupilasque se me clavaban; su miedo me ha horrorizado. Dos tiros y el chico,no era ms que un nio, ha abierto la boca para decir algo, sorprendidopor la muerte y en un ltimo suspiro se le ha escapado el aliento. Elruido de las balas zumbaba por todos lados, nos aturda, en un momentoel suelo estaba cubierto de cadveres y los pisbamos para seguiravanzando y no hundirnos en el barro y la sangre. No s por qu tecuento esto. Por qu aado horror a tu horror, muerte y ms muerte.Cuando nos han dejado descansar un poco, me ha subido la arcada quecontena el miedo y he vomitado hasta que no me ha quedado nada en elestmago.

    Matar a un hombre, quitarle lo nico que poseemos, este cuerpodbil, que no soporta el fro ni el calor; con los msculos cansados decargar los aos y la cartuchera; con los huesos helados, que empiezan amarcarse en nuestras ropas sucias y empapadas de sangre, barro ytristeza.

  • Ya no veo las banderas rojas, los himnos han cesado con laslgrimas y se han asfixiado con la bilis del dolor. Los ojos de miscompaeros comparten la misma expresin; el sinsentido, la bochornosamensajera de los ideales. Todos iguales, tan iguales como un cadversobre otro en un campo lleno de crteres. No quiero matar ms. No hayninguna idea que merezca un nio con hambre, una anciana arrastradade su habitacin en plena noche, un infante estallado contra una tapia,unos hombres fusilados al amanecer junto a la cuneta donde orinan losperros.

    Querida esposa, yo ya he acabado mi guerra. Esperar a que soldadotras soldado cado, como piezas de domin, termine lo que nuncadebimos empezar.Un fuerte abrazo.

  • 6 de enero, 1938.Querida esposa,Hace meses no que te escribo. Nuestro ejrcito se bate en retirada desdehace semanas. Apenas llegamos a un sitio y hay que recoger todo conurgencia y marchar a pasos forzados hacia el norte. No s como estars,cul es tu situacin, ni siquiera si esta carta llegar hasta tus manos o siestar vivo cuando la recibas. No me resigno a caer atravesado por unabala. Los nios y t me necesitis, a pesar de lo cual no puedo decir quetenga muchas esperanzas de reunirme contigo cuando esto termine. Losvencedores no suelen ser misericordiosos con los vencidos. Nosotroshemos asesinado tanto o ms que ellos. Violadas en las cunetas estnsus mujeres y sus hijos muerden el polvo de la venganza. Pero alguientendr que volver a levantar lo que hemos destruido, necesitan manospara segar los campos, picapedreros que reconstruyan los caminos.

    Todos mis amigos han muerto, los ms afortunados una mala bala lesinutiliz un brazo o una pierna y estn en hospitales de campaa oprisioneros de los fascistas. Por qu sigo yo en pie? Qu ngelmalicioso ha alejado la muerte de mi vera? Se re de m el destino, medeja para el final; me reserva la ltima bala, quiere mantenerme erguidofrente al horror, ronco ante la masacre y, cuando me haya arrancado elcorazn, cuando mis ojos se cieguen con las ltimas astillas de estaguerra, entonces, calladamente, vendr a por m.

    Amor, abraza a mis nios. Qutales el aliento con tus brazos.Perdname por no ver antes este final, por no escuchar tu voz, por noatesorar la riqueza infinita de tu prudencia. Qu otra cosa poda hacer?El alma de esta Espaa rota en dos pedazos, dividida para siempre, slome daba a elegir un camino. Cuando todo pase, cuando me humillendelante de una bandera que no es la ma; cuando reciba en este cuerpocansado los golpes de mis hermanos, de mis padres, de mis hijos, con elltimo aliento, consumido por el fuego de creer hacer lo que es justo,cuando ese fuego purificador de la muerte me fulmine, en ese instante, si

  • permanezco, si logro cruzar todos esos glgotas, s que tu estars all,siempre a mi lado.Hasta que vuelva a verte.

  • 23 de marzo, 1939.Estimada Seora:Estas letras parecen lanzadas en medio de la nada. A medida que nuestracolumna retrocede, a nuestros pies desaparece todo lo que hemosconstruido con sudor y sangre. Permtame que me presente, slo dir dem que soy el Capitn Zaragoza. Su esposo viaja herido con nuestraunidad. No le ocultar que su estado es grave. Le encontramos en unacuneta cosidos a balazos. Alguno de mis compaeros me dijeron que lediera el tiro de gracia. S que es duro hablarle en estos trminos, pero enesta guerra no hay tiempo para las formalidades. Me negu a dejarlemorir como un perro. Su marido luch para que todo fuera diferente, yahora que el mundo vuelve a girar y el sol alumbra otra vez para losmismos, no deba abandonar a su suerte a un hombre que quiso cambiarla suerte de toda Espaa.

    Le tengo aqu a mi lado. No habla, pero cuando la camioneta bota enlos baches, se le escapa un sordo gemido que indica que sigue connosotros. Yo le hablo de vez en cuando. Desconozco si me escucha, nohay nada ms que hacer en una camioneta que apenas avanza por mediode una interminable columna de parias y aptridas.

    Seora, el pas se nos acaba a cada paso, ciudad tras ciudad, pueblotras pueblo, se borra lo que fuimos y lo que seremos. Al final de esteviaje no s lo que nos espera, tal vez una nada tan inmensa como de laque escapamos. Mientras siga vivo cuidar de su marido, no me preguntepor qu, a mi lado todo es muerte, tal vez salvando a uno, aunque seaslo a uno de los fantasmas que se desangran en la cunetas, Dios oLenin perdonen mis pecados y me devuelvan mi conciencia.

    No puedo escribir ms, disculpe la mala letra, pero los balanceos deeste cascarn no me permiten otra cosa que arrancar una slaba a cadabache.

    A sus pies seora,

  • Viva la Repblica!Capitn Zaragoza

  • CAPTULO 6SOLEDAD

    El dolor siempre es solitario. Es una realidad misteriosa que nos acecha detrs de cada esquina.Vivimos en la quimera de que nosotros nunca sufriremos, que escaparemos ilesos. Que la temibleniebla del dolor, que opaca la luz hasta devorarla completamente, ser breve, como cerrar los ojosunos instantes y ver la claridad que atraviesa los prpados cuando miramos hacia el sol. El enigmadel dolor es siempre inexplicable e inexplicado, sordo ante la pregunta: qu sentido tiene?

    Cuando las olas de dolor te sacuden, chocando contra tu inquebrantable resistencia,estrellndose una y otra vez contra tu frgil cuerpo, y te tambalean hasta que te retuerces en la cama yya no hay nada ms que dolor. Entonces, maldigo la fuente que arrastra las corrientes a travs de tusnervios, los impulsos que comunican el desgraciado mensaje del sufrimiento. Te observo impotente.No hablas, no intentas ni logras mirarme. Estas asustada? Me cuesta imaginarlo. En medio de lahabitacin repleta de gente s que ests sola. Esta noche no habr historias. Viajas hasta el corazn,el alma misma de El pas de las Lgrimas, recorriendo nuevamente los mismos caminospolvorientos de tu infancia.

    ***Al final nos vimos. Las horas de camino, los traqueteos del camin. El aroma a caf mezclado con elpestilente olor a patatas podridas. Nada me importaba. Como una loba que abandona a sus cachorrosatrada por la fragancia de una presa que pasa junto a su lobera, sal a buscarte. Me puse el traje deflores. Brillaba bajo aquel sol incendiario, con el pelo ondulado, como a ti te gustaba. Las demsmujeres me miraban con desdn. Se escondan de mi frondosa mirada, hastiadas de viajar junto aalguien que exhalaba felicidad. Un temor me estorbaba. Cmo ser tu aspecto? Estars delgado,con la piel macilenta azotada por el sol? Te ver como un extrao, con el gesto distante? Memirars con tus dos ocanos y ladears el bigote al verme? Me levantars en volandas y yo girarcomo una nia sin parar de rer? Me besars, tus labios sabrn todava a jazmines y azahar?

    El paisaje comienza a volverse gris. El cielo azul est entreverado por grandes nubes de polvo;polvo de guerra. Las bombas se escuchan cercanas. Nuestros odos se taponan. No saba que paraacrcame a ti debiera llegar hasta el infierno, pero acaso no lo vivo ya cada da lejos de ti. Las otrasmujeres se ponen nerviosas, se aprietan los pauelos de la cabeza, se ajustan las medias, miranimpacientes fuera del camin. No me creers, esposo mo, pero yo no tengo miedo. Cada da melevanto inmortal, renazco bajo la brillante mirada de la maana y cuando llega el crepsculoinevitable s que nacer de nuevo el prximo amanecer. Nunca he tenido miedo. De nia mi madre,que siempre andaba contndome los pasos me deca: andas siempre subida a los rboles, vadeandolos arroyos; azuzando a los perros, slo puedes llevarte mordidas. Yo ya saba que era inmortal.

    Un avin pasa muy cerca e instintivamente todas las mujeres se agachan debajo del toldo delcamin. El aire se llena de sabor a combustible y una ventisca sopla por unos segundos. Luego, lasmujeres histricas gritan y se aprietan unas contra otras. Miro fuera y observo la estela de humoblanco dibujada sobre nuestras cabezas. Cmo puede volar algo tan pesado?

    Cuando llegamos al frente, el cielo parece manchado de barro. Nos ponemos unas botasabsurdas que nos estn grandes y caminamos entre crteres hasta una gran fosa larga. All, comohormigas, se mueven una multitud de hombres. Ninguno nos mira descaradamente, apartan los ojoscuando pasamos y nos sentimos amedrentadas por su respeto. No sabemos si nos respetan porquesaben que somos viudas o por temor a desvelar a la muerte algn ansia de vivir. Un escalofro me

  • recorre la espalda. Me siento desnuda en medio de la indiferencia. El barro en la trinchera esparduzco y hace terrones grandes en la tierra. No s cuanto caminamos, la angustia y el barro hacenlenta la marcha. La trinchera es ancha, en momentos sube y despus desciende. No hay horizonte, lapared marrn traspasa nuestras cabezas. Pienso en ti y en los cuatro ngulos de esta crcel lineal.

    Pasamos ante una pequea enfermera. El silencio se vicia con los leves gemidos de los heridosy el olor a muerte nos ensucia los ojos. Aceleramos el paso, el soldado que nos conduce hasta tuseccin es un hombre viejo, muy viejo. Apenas parece una sombra debajo de una chaqueta elegante yun pantaln militar. En los labios lleva un cigarro humeante y en el hombro le cuelga un fusiloxidado. Pasamos junto al pequeo burdel y las mujeres de mala vida nos penetran con sus ojos degata. Las observo por unos instantes y contemplo detrs de su mirada algo parecido al miedo, pero noes miedo. Es dolor, tal vez soledad.

    Nunca he visto la guerra. Siempre ha sido un rumor. A veces escucho por la noche los avionesque matan en otras partes. La gente habla de los que han cado, de las batallas perdidas. Las viudascaminan erguidas, los hurfanos no parecen ms hurfanos que cuando sus padres eran tan slosoldados. No hay mucho que comer, pero antes tampoco lo hubo y, si lo hubo, no tenamos cuartospara pagarlo. Entiendo que la guerra es esto: soledad y dolor. No una soledad o un dolor; unainmensa soledad, un terrible dolor.

    En la ltima encrucijada he escuchado algo diferente. Voces alegres que viajaban por latrinchera. Las mujeres se han puesto a sonrer y yo me he puesto seria. Cmo estars? Sers elmismo hombre? Qu tontera, nunca somos los mismos por demasiado tiempo. Cada da nos amoldahasta convertirnos en extraos ante el espejo. Veo los primeros rostros alegres, pero se me mezclanlos ojos y las sonrisas y se me nubla la vista, noto el corazn acelerado; se me seca la boca, retengola respiracin. Te busco entre las caras. Esa no, no, no. Esa, tampoco. Un espacio vacocompletamente oscuro, de repente un resplandor y dos soles que lo iluminan todo. Mueves los labiosllamndome. Las mujeres se abalanzan sobre sus hombres, pero t y yo nos quedamos quietos,observndonos desde lejos, reconocindonos. No s quin da el primer paso; slo recuerdo unabrazo y dos cuerpos que se funden de nuevo en uno.

    Nos separamos del resto del grupo en silencio. Yo quiero salir de la trinchera, pero estanocheciendo y me dices que cuando oscurece nadie puede abandonar la seguridad del agujero.Caminamos hacia una parte oculta. Entonces me besas, siento un escalofro y ya no pienso.

    Unas horas, una corta noche y volveremos a separarnos. No dormimos. Primero me tientas contus manos, me oprimes con tu cuerpo caliente y all, en medio de la muerte, de la guerra, del odio, enel hospicio de la esperanza, hacemos el amor como dos chiquillos, a escondidas, con urgencia.

    No paras de hablar. Me inundas con tus palabras, me preguntas por todos y yo escondo lasnoticia duras; el hambre que estamos pasando, la indiferencia de mis hermanas, la mirada ausente demi madre y la soledad que invade mi ajetreado da. Te res, cmo te res, como si te fuera la vida enello. Veo tus dientes brillantes a la luz de las estrellas y por unas horas las bombas dejan de caer y sehace el silencio. Entonces nos callamos, exprimimos la nada, escuchamos los minsculos murmullosde la noche y contemplamos la inmensa bveda celeste. Tu mano aprieta la ma, pero la soledadsigue atenazndome. En ese instante lo s, nunca ms volver a verte. Se me hace un nudo en lagarganta y cruzo la cara para que las lgrimas no lleguen hasta tu pecho descubierto. T no eresinmortal. No s cuantos das te levantars, durante cuantas maanas tus ojos grises colorearn elcielo, pero un doloroso presagio me corta la respiracin. Entonces comprendo que un da yo tambintendr que morir y que ser a la misma hora, en el mismo instante en el que t dejes de respirar.

  • CAPTULO 7EL PAS DE LAS LGRIMAS

    Qu hay entre una emisora y otra emisora de radio? Un vaco que espera, un camino de ondas quenos conduce en un salto mgico hasta otra isla de voces? La infinitud de una tierra, de un pasinexplorado?

    En el hospital no quieres escuchar la radio. T que dormas con ella debajo de la almohada,siempre encendida en tus pensamientos; en la mezcla inevitable de sueos y voces. Ahora, cuandoms sola te siento, prefieres navegar en el inexplorado pas del silencio. No aoras la msica, te sonindiferentes los testimonios lunticos de los oyentes, la verborrea mstica de los locutores eclcticosy ramplones. Desconozco si los sonidos te molestan. Apenas hablas, i