wilches-chaux, gustavo 2005

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Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=105116726005 Redalyc Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Wilches-Chaux, Gustavo FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO Nómadas (Col), núm. 22, abril, 2005, pp. 48-61 Universidad Central Bogotà, Colombia ¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista Nómadas (Col) ISSN (Versión impresa): 0121-7550 [email protected] Universidad Central Colombia www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Riesgos-Análisis

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RedalycSistema de Información Científica

Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal

Wilches-Chaux, Gustavo

FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO

Nómadas (Col), núm. 22, abril, 2005, pp. 48-61

Universidad Central

Bogotà, Colombia

¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista

Nómadas (Col)

ISSN (Versión impresa): 0121-7550

[email protected]

Universidad Central

Colombia

www.redalyc.orgProyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

NÓMADAS48 WILCHES-CHAUX, G.: FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO

* Este texto es la edición parcial de otro, presentado en junio de 2002 en el UNDP Expertgroup meeting on risk management and adaptation, realizado en La Habana (Cuba). Esresultado de años de trabajo del autor con comunidades vulnerables tanto a las amena-zas naturales como a las amenazas antrópicas, la más grave de todas, la violencia. Elescrito fue, en su momento, adaptado del texto “De nuestros deberes para con la vida”,Gustavo Wilches-Chaux (CRC, Popayán – Colombia, 2000), el cual se puede bajarcompleto de http://amauta.org/deberes.htm

** Escritor payanés. Abogado y graduado en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad delCauca. Estudios posgraduales en manejo de desastres y producción de audiovisuales, Ingla-terra. Consultor en el campo ambiental y de la gestión del riesgo. E-mail: [email protected]

ORIGINAL RECIBIDO: 20-I-2005 – ACEPTADO: 04-II-2005

FUNDAMENTOS ÉTICOSDE LA GESTIÓN

DEL RIESGO*

Gustavo Wilches-Chaux**

Especialistas en gestión del riesgo concuerdan en que la humanidad será testigo de nuevos y mayores desastres, tenden-cia que viene en aumento desde la última década. Esto se debe, por una parte, al incremento de la población humana encondiciones de vulnerabilidad y, por otra, a que los fenómenos de la naturaleza están incrementando su poder destructivo.El autor de este artículo se encuentra entre quienes interpretan esto último como una expresión del sistema inmunológico dela biosfera intentando deshacerse de una especie que, por una parte, constituye “la obra maestra” del Cosmos, pero quesimultáneamente ha adquirido la condición de plaga. Una de las claves de la supervivencia de nuestra especie en el planetaestá en la Ética.

Palabras clave: riesgo, autorregulación, resiliencia, plaga, compasión, senestesia, ética.

Especialistas em gestão do risco concordam que a humanidade será testemunha de novos e maiores desastres, tendênciaque vem aumentando desde a última década. Isto ocorre, por uma parte, pelo incremento da população humana emcondições de vulnerabilidade e por outra parte, pelos fenômenos da natureza que estão incrementando o seu poder destrutivo.O autor deste artigo está entre as pessoas que interpretam este último como uma expressão do sistema imunológico dabiosfera que está tentando se desfazer de uma espécie que, por uma parte, constitui “a obra prima” do Cosmos, mas quesimultaneamente adquiriu a condição de praga. Uma das chaves da suprevivência da nossa espécie no planeta está naÉtica.

Palavras-chave: risco, auto-regulação, resiliência, praga, compaixão, sinestesia, ética.

Specialists in risk management agree of humanity will be witness of new and bigger disasters, tendency that has beengrowing in the last decade. This is due to the increase of human population in a condition of vulnerability, by the one hand,and to the increase of the destructive power of natural phenomena, by the other. The author of this article is among the oneswho interpret the last aspect as an expression of the immunological system of the biosphere that is trying to get rid of a speciesthat, although is the “masterpiece” of the Cosmos, has become a plague. One of the keys for the survival of our species onthe planet is on Ethics.

Key words: risk, self-regulation, resilience, plague, compassion, coenesthesia, ethics.

PÁGS.: 48-61

49NÓMADASNO. 22. ABRIL 2005. UNIVERSIDAD CENTRAL – COLOMBIA

A manerade introducción

El ser humano se puede consi-derar “la obra maestra” del Univer-so conocido, entre otras razonesporque su cerebro conforma la es-tructura más compleja de que pue-de dar cuenta la ciencia. Además,cada organismo humano es el re-sultado de la interacción de variostrillones de células,cada una especializa-da en cumplir una fun-ción específica. Losseres humanos, porotra parte, han creadouna estructura quepuede llegar a ser máscompleja que el cere-bro humano: la “noos-fera” conformada porlos cerebros humanosinterconectados entresí en tiempo real ycuya primera “ver-sión” conocemos hoycomo la world wideweb. Al mismo tiem-po, se debe reconocerque en los cuatro milmillones de años quelleva la vida de exis-tencia sobre la Tierranuestra especie se haconvertido en la peorde cuantas plagas han azotado aeste planeta. Fenómenos como elcalentamiento global y sus efectossobre eventos naturales como loshuracanes o los fenómenos de ElNiño y La Niña, pueden interpre-tarse de dos maneras: una, comoresultado del impacto de la activi-dad humana en perjuicio de losmecanismos de autorregulación dela biosfera; y, segunda –tesis quesuscribo–, considerar que lejos dehaberse deteriorado, los mecanis-

mos de autorregulación de labiosfera se encuentran en perfectoestado y, a través de fenómenoscomo el calentamiento global y suimpacto sobre los fenómenos natu-rales descritos, están actuando paradeshacerse de la plaga. La gestión delriesgo busca evitar que los fenóme-nos naturales, socio-naturales yantrópicos se conviertan en ame-nazas contra los seres humanos y,

en consecuencia, que den origen ariesgos y desastres. ¿Quienes se de-dican a la gestión del riesgo esta-rán, entonces, evitando que losmecanismos de autorregulación dela biosfera cumplan sus objetivos,y, en consecuencia, estarán favore-ciendo a la plaga? Para mí, la únicaética aceptable es la que tiene comoobjetivo último la felicidad huma-na. Pero, al mismo tiempo, creonecesario garantizar que nuestra es-pecie sea consciente de su condi-

ción de plaga y adopte decisionestrascendentales para que no se con-vierta en una amenaza contra losecosistemas. Lo anterior exige, en-tre otras cosas, escuchar a la natu-raleza y reconocerle su derecho aparticipar en todas las decisionesque la afectan. De lo contrario, lanaturaleza pasa la cuenta.

Este texto fue escrito en Co-lombia y, por supues-to, está marcado delado a lado por la do-lorosa realidad de laguerra que hoy vive elpaís y que, en palabrasdel investigador fran-cés Daniel Pecaut, másque una guerra civil, esuna guerra contra la so-ciedad civil.

La violencia en Co-lombia produce cua-renta mil homicidiosen el año, de los cua-les cerca de treinta milse atribuyen a la delin-cuencia común. Losrestantes, a los enfren-tamientos entre acto-res armados (fuerzasmilitares y de policía,grupos guerrilleros ygrupos paramilitares);

a los efectos de esos enfrentamien-tos sobre la población civil desar-mada que, como sucedió hace untiempo en Bojayá (Chocó), suelequedar atrapada entre dos fuegos;y a las masacres que la guerrilla ylos paramilitares llevan a cabo,indistintamente, contra las comu-nidades que sindican de ser cola-boradoras o simpatizantes delbando contrario, o cuyos territoriosposeen interés estratégico paracualquiera de esos grupos, lo cual

Estados Unidos. “Una familia numerosa”. National Geographic.Foto: Harry Fifield, 1937

NÓMADAS50 WILCHES-CHAUX, G.: FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO

motiva su desplazamiento forzado.El número de desplazados internosen Colombia, en junio de 2002,se acercaba a los tres millones depersonas1.

Pero al mismo tiempo, mien-tras esto se escribía, un porcentajemuy alto del territorio colombia-no y de las comunidades que lohabitan en ciudades y en zonas ru-rales se encontraba literalmentebajo el agua, debido a los fuertesaguaceros registrados y al conse-cuente crecimiento de los ríos yotros cuerpos de agua del país,cuyas orillas se encuentran densa-mente pobladas2.

La población colombiana, aligual que sucede con otras comu-nidades del mundo, está perdien-do su capacidad de adaptación aunos cambios del entorno, que sibien son aparentemente naturales,cada vez son más contundentes yque interpreto como expresionesdel afán de la biosfera por recupe-rarse de las agresiones de que hasido víctima por parte de la espe-cie humana.

Si los ecosistemas poseen unacapacidad de resiliencia que les per-mite “sanar” o recuperarse de lascrisis que los afectan, la biosfera,conformada por todos los ecosiste-mas del planeta y por las estrechasinterrelaciones e interdependenciasentre unos y otros, también poseeuna capacidad global de resiliencia(expresión de la capacidad deautorregulación u homeostasis delos seres vivos), que se expresa demanera planetaria o a través de pro-cesos locales. Se trata de un siste-ma inmunológico propio de lacondición de ser vivo que ostentala Tierra y que, al igual que el siste-

ma inmunológico del organismohumano, produce “fiebre” cuandoregistra el ataque de algún virus. Eneste caso, posiblemente los virusseamos los seres humanos y el sis-tema inmunológico del planeta estáintentando deshacerse de nosotros.Paradójicamente, vistas así las co-sas, nuestra función como promoto-res de la gestión del riesgo, podríainterpretarse, entonces, como evi-tar que el sistema inmunológico delplaneta tenga éxito en su propósi-to de deshacerse de la plaga. A me-nos que, como parte de la gestióndel riesgo, logremos encontrar lamanera de seguir actuando en be-neficio de la especie humana, perosin mantener –y mucho menos in-crementar– nuestra condición deplaga.

Para ese propósito, la ética cons-tituye una herramienta de primerorden.

Los colombianos estamos co-menzando a comprender que simul-táneamente a nivel local y a nivelde la Tierra, y tanto en nuestra con-dición de colombianos como deintegrantes de la especie humana,la ética es para nosotros, en este mo-mento, un requisito de supervivencia.El punto de partida para solucio-nar constructivamente las crisis quenos afectan, es el reconocimientodel carácter sagrado de toda forma devida (incluida por supuesto la hu-mana), el reconocimiento de launidad del fenómeno vital (que seexpresa en la interdependencia en-tre todos los seres vivos que con-formamos la biosfera y entre losecosistemas de los cuales formamosparte) y el reconocimiento de laresponsabilidad que nos correspondeasumir, como seres humanos, fren-te a la vida terrestre.

Somos una obramaestra del deveniruniversal

Nuestro sol, la estrella de lacual se deriva toda la energía queconsumimos en la Tierra, se en-cuentra en la periferia de una ga-laxia –la Vía Láctea– de la cualforman parte, según el más pruden-te de los cálculos, cien mil millo-nes de estrellas más. Los astrónomosafirman que existen en el cosmosotras cien mil millones de galaxias,algunas con dos, tres o cuatro ve-ces más estrellas que nuestra VíaLáctea.

Suponiendo que todas las gala-xias tuvieran en promedio unas cienmil millones de estrellas, existiríanen el universo cien mil millones deestrellas al cuadrado, es decir, diezmil trillones de estrellas, un unoseguido de 22 ceros, cifra imposi-ble para nosotros de concebir3.

No todas esas estrellas poseenplanetas girando a su alrededor (dehecho se presume que, por ejem-plo en la Vía Láctea, sólo el cincopor ciento de las estrellas los po-seen), ni en todos los planetas sedan las condiciones para que enellos surja la vida, al menos en al-guna forma similar a como la co-nocemos en la Tierra, para lo cuales necesario que el agua en estadolíquido exista.

Los astrónomos tienen en cuen-ta otros factores para calcular laprobabilidad de que en algún otrolugar del universo pueda existirvida, y en especial alguna forma devida consciente de su propia exis-tencia y de la existencia del cosmos,tal y como somos los seres huma-nos: es decir, lo que orgullosamente

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denominamos “vida inteligente”, opor lo menos “vida consciente”.

Entre esos factores está la pro-babilidad de que, en efecto, en unplaneta propicio parala vida, este fenómenohaya llegado a surgir;la probabilidad de queen ese planeta la vidahaya alcanzado a evo-lucionar hasta una for-ma “inteligente” decivilización y que hayalogrado sobrevivir a supropio desarrollo tec-nológico, sin caer enfenómenos autodes-tructivos como unahecatombe nuclear.

Lo cierto es quepor muy bajas quefueran esas probabili-dades, por decir cual-quier cosa, de uno porcada diez mil millonesde estrellas, en un uni-verso de diez mil tri-llones existirían unbillón (un millón demillones) de estrellas acuyo alrededor giraríaal menos un planetahabitado por unacivilización.

Es decir que, desdeel punto de vista de las probabili-dades, no solamente es posible, sinocasi seguro, que en algún otro lu-gar del universo existan seres vivos,e incluso otros seres como nosotros,conscientes de su propia existencia.

Nuestra existencia sobre esteplaneta se debe a la confluencia demúltiples factores, tan extrañoscomo la presencia del gigante

Júpiter en su órbita alrededor delsol, cuya enorme influencia gravita-cional determina que choquescomo el que se produjo hace 65millones de años al estrellarse un

cometa contra la Tierra, no se pro-duzcan con una mayor regularidad(lo cual habría impedido que la vidaalcanzara a evolucionar hasta lle-gar a nosotros).

Pero aún así, como ya dijimos,por compleja que sea la confluen-cia de factores necesarios para quesurja y permanezca la vida sobre unplaneta y por muy pequeña que sea

la probabilidad de que todos esosfactores se den, no resultaría con-cebible que en un universo de di-mensiones tan gigantescas (1033

años luz cúbicos de espacio, segúnTimothy Ferris), sola-mente se haya desarro-llado la consciencia enun pequeño planetaque gira alrededor deuna estrella insignifi-cante situada cerca delborde exterior de unagalaxia de tamañopromedio.

Más aún cuandopueden existir formasde vida y formas deconsciencia no nece-sariamente ligados aprocesos biológicossimilares a los de la Tie-rra, sino materializadosen otras formas deenergía o en otro tipode procesos que no lle-gamos a sospechar.

En conclusión:tiene que haber vida–y además vida cons-ciente– en algún otrolugar del universo,sobre lo cual no pue-de caber duda al-guna, por lo menosdesde el punto de vis-

ta de –incluso las más prudentes–probabilidades.

Sin embargo, en este universo dediez mil trillones de estrellas, única-mente tenemos la absoluta seguri-dad de la existencia concreta de vidaen un solo planeta: la Tierra.

Y solamente estamos completa-mente seguros de la existencia con-

Hembra de jaguar cazada en Yucatán con fusil. National Geographic, 1929

NÓMADAS52 WILCHES-CHAUX, G.: FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO

creta de una sola forma de vidaconsciente de su propia existenciay consciente de la existencia delcosmos: la especie humana, nues-tra propia especie.

Debo anticiparme a decir quecomparto las críticas que se le for-mulen a la anterior afirmación, enel sentido de que es posible queotras formas de vida, como los ani-males e incluso las plantas (o lasmontañas y las nubes), tambiénpuedan ser conscientes –a su ma-nera– de su propia existencia.Como también es posible que al-gunas especies animales (¿los ele-fantes, las ballenas, los delfines?)puedan ser conscientes –tambiéna su manera– de la existencia delcosmos.

Es más: me atrevo a afirmar queyo creo que sí lo son (el mero actode ser lo que se es, esa “dignidadsin palabras de los animales salva-jes” de que habla Timothy Fe-rris (1993: 98) , podría entendersey vivenciarse como otra forma deconciencia cósmica). Pero entra-mos en el terreno de la subjetivi-dad, en el cual (si bien no les niegovalidez), entran a jugar la cosmo-visión de cada quien y los valorespersonales.

En cambio parece objetiva-mente comprobado que, posible-mente con algunas excepciones,todos los seres humanos somosconscientes de nuestra propia exis-tencia, así no podamos estar tanseguros de que todos los seres hu-

manos sean igualmente conscientesde la existencia del universo y deque forman parte de él. Pero estoúltimo por razones culturales, y noporque existan diferencias cerebra-les que les impidan a algunas per-sonas adquirir esa conciencia depertenencia y de totalidad.

El universo es consciente de supropia existencia a través de noso-tros. Se conoce a sí mismo por in-termedio del cerebro humano ysiente que existe y que está vivo através de nuestros sentidos y denuestra senestesia. Podríamos afir-mar que los seres humanos consti-tuimos la propiocepción del universo,el sentido de su propia existencia(o por lo menos uno de sus órganosde propiocepción), es decir, su

Barco ballenero japonés.National Geographic, 1925

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cenestesia (con “c”), pero que a suvez somos la senestesia (con “s”) delcosmos: ese sentido a través delcual el cosmos capta la sensaciónde existir y percibe (o se interrogasobre) el significado y la direcciónde ese existir (Wilches-Chaux,1996).

Cada ser humano, cada uno delos seis mil millones de seres huma-nos que hoy poblamos el planeta,somos un universo único, irrepeti-ble y particular. Cada uno de no-sotros ha recorrido en nueve meses,dentro del vientre materno la his-toria de la vida en la Tierra, desdecuando comenzó a existir hace cer-ca de cuatro mil millones de añosen un medio acuoso similar al lí-quido amniótico dentro del cual sedesarrolla nuestra gestación, hastala aparición de los primeros sereshumanos sobre la superficie terres-tre. Timothy Ferris afirma que nose conoce en el universo una estruc-tura más compleja que el cerebro

humano, quizás con excepción delo que el ruso Vladimir IvanovichVernadsky, y los franceses EdouardLe Roy y Teilhard de Chardin, de-nominaron la noosfera, es decir, elencadenamiento de todos nuestroscerebros a través de la biosfera.

Aun cuando efectivamente exis-tieran en el universo otros seresconscientes, a través de los cuales elcosmos se perciba a sí mismo y seinterrogue sobre su razón de ser, no-sotros, los seres humanos, no deja-ríamos de ser, si bien no “la obramaestra” (así con un artículo tanantropocéntricamente determina-do), sí por lo menos “una de las”obras maestras del devenir universal.

Reconocernos ese carácter nose opone a la conciencia de nues-tra pequeñez en términos tanto es-paciales como temporales. Entérminos de dimensiones o de du-ración podríamos afirmar que no esnada. Pero en términos de signifi-

cado podemos considerar que lo estodo.

Nuestra capacidad para elamor, para el descubrimiento, parala creatividad y para la poesía entodas sus expresiones (incluidanuestra capacidad para escrutar eluniverso a través de la ciencia aca-démica y “popular” y muchas de lasaplicaciones de la tecnología), mehacen sentir orgulloso de pertene-cer a la especie humana.

Somos la peor plagaque existe o hayaexistido sobre lasuperficie de la tierra

Ninguna especie constituye unaplaga por sí misma, pero cualquierespecie animal o vegetal puede con-vertirse en plaga si desaparecen losmecanismos que regulan su impac-to sobre los ecosistemas de los cua-les forma parte; impacto que puede

Alimentándosede una ballenabeluga. Groenlandia.National Geographic.Foto: Roy Chapman,1911

NÓMADAS54 WILCHES-CHAUX, G.: FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO

provenir del tamaño de la pobla-ción, del comportamiento ecológicode la especie o, por supuesto, de lacombinación explosiva de los dosfactores mencionados.

En los ecosistemas naturales esosmecanismos de regulación se ma-terializan y llevan a cabo a travésde las múltiples interacciones queconectan a unas especies con otrasy a los seres vivos (animales, plan-tas, microorganismos) con los lla-mados componentes abióticos osupuestamente no vivos de losecosistemas (minerales, humedad,luminosidad, temperatura, etc.).

El crecimiento de una especieestá controlado, entre otros facto-res, por las condiciones que legarantizan un hábitat para prote-gerse, para alimentarse, para repro-ducirse y para levantar a sus crías;por la cantidad de alimento dispo-nible y por los “enemigos natura-les” o predadores que se alimentande esa especie en particular. Esa

telaraña viva de interacciones de-termina que, por ejemplo, si la pre-sión de una especie sobre su fuentede alimento es muy grande, el ali-mento disminuye, con lo cual dis-minuirán las posibilidades de laespecie para reproducirse y enconsecuencia disminuirá la espe-cie, reduciéndose así la presiónsobre la especie animal o vegetalque le sirve de alimento.

O si se incrementa la poblaciónde una especie habrá más alimentopara sus predadores (las especiesque se alimentan de ella) y en con-secuencia más predadores, lo cualconllevará a que disminuya la es-pecie predada. De esta manera, através de mecanismos permanentesde autorregulación (basados en unacombinación dinámica de retroali-mentaciones positivas y negativas)los ecosistemas naturales, al igualque los llamados agro-ecosistemas(sistemas productivos administra-dos por los seres humanos con baseen los principios de los ecosistemas

naturales), mantienen una condi-ción de estado estable, que se traduceen una relación armónica (aunqueno necesariamente “equilibrada”)4

de las especies vivas entre sí y deestas con su entorno.

Si en un ecosistema se talan losárboles en los cuales anidan unasaves que se alimentan de unas ma-riposas, debido a lo cual esas avesse ven obligadas a migrar, muy po-siblemente las mariposas se conver-tirán en plagas. Y si esa tala se realizapara reemplazar los árboles por unmonocultivo de una planta que lessirva de alimento a las mariposas,se reforzará aún más esa condición.

Los seres humanos hemos idoeliminando paulatinamente todoslos mecanismos naturales que enalgún momento regularon nuestroimpacto sobre los ecosistemas queocupamos, con lo cual nuestra es-pecie ha adquirido no solamentela condición de plaga, sino de lamás destructiva de cuantas plagas

Cazadores adornansu Ford con laspieles de pumas

asesinados pordeporte. National

Geographic, 1934

55NÓMADASNO. 22. ABRIL 2005. UNIVERSIDAD CENTRAL – COLOMBIA

han existido o existen hoy sobreel planeta.

En primer lugar, hemos acaba-do con casi todos los “enemigosnaturales” que amenazan nuestraexistencia (aunque, como ya vi-mos, en los ecosistemas naturales,si bien unas especies constituyenuna amenaza para los individuos deotras especies, en términos másglobales contribuyen a la supervi-vencia de la especie que les sirvede presa). Los pocos seres vivos quepodríamos considerar nuestros“enemigos naturales” se encuentrana nivel de microorganismos (virusy bacterias). Los científicos siguentrabajando para eliminar, o por lomenos para controlar, esos “enemi-gos naturales”, por ejemplo median-te la búsqueda de una vacunacontra la malaria o contra el Sida,o de medios para combatir estafilo-

cocos y otros microorganismos queconstituyen un dolor de cabeza paranuestra especie.

En segundo lugar, hemos lo-grado que no existan ni ecosiste-mas ni condiciones ambientalescompletamente vedadas paranuestra especie: los seres huma-nos hemos conquistado los polos,los trópicos, las zonas costeras dedistintas latitudes, los desiertos, ycomenzamos a aventurarnos en elespacio exterior y los fondosoceánicos. Si bien el espacio ex-terior y los fondos oceánicos to-davía no están habitados demanera permanente por los sereshumanos, sí es notorio el impac-to que sobre los mismos causa laactividad de nuestra especie. Al-rededor de la Tierra giran en estemomento varios cientos de tone-ladas de chatarra espacial.

En tercer lugar, hemos logradoliberarnos de los mecanismos me-diante los cuales la selección natu-ral limita las posibilidades desupervivencia de los individuos “me-nos aptos” desde el punto de vistaestrictamente biológico, al igual quehemos logrado superar –y seguimossuperando– la “esperanza de vida”de los seres humanos. Y si bien escierto que un porcentaje muy altode la población humana vive pordebajo de los límites de la pobre-za, lo cual se traduce en condicio-nes de hambre, también lo es quedicha hambre no se debe a quenuestra especie no esté en condi-ciones de producir todos los ali-mentos que necesitamos, sino a queni los recursos están equitativa-mente distribuidos, ni a nivel glo-bal los mercados tienen comoprioridad la satisfacción de las ne-cesidades humanas, sino la protec-

Magnatesdel diamantey cazadoresen Sudáfrica“hacen alardede su excursión”.National Geographic.Foto: De Beers, 1896

NÓMADAS56 WILCHES-CHAUX, G.: FUNDAMENTOS ÉTICOS DE LA GESTIÓN DEL RIESGO

ción de los intereses económicosde unos pocos productores e inter-mediarios. Por eso vemos que confrecuencia en los países “desarro-llados” –y algunas veces en elnuestro– se destruyen alimentos“sobrantes” para conservar eleva-dos sus precios. En términos teóri-cos, la humanidad podría producirlos alimentos que necesitarían aúnel doble o el triple de sus habitantesactuales. Otra cosa es el impactosobre el planeta que esa producciónimplicaría y las posibilidades realesde mantenerla en el largo plazo, esdecir, de llevarla a cabo de manerasostenible.

En cuarto lugar, la población denuestra especie se incrementa cadavez más rápido. “En la actualidadla población mundial asciende aunos 6.000 millones de seres huma-nos. Si el período de duplicaciónse mantiene constante, dentro de40 años (hacia el 2040) habrá12.000 millones; dentro de 80,24.000 millones; al cabo de 120años, 48.000 millones... Sin embar-go, pocos creen que la Tierra pue-da dar cabida a tanta gente” (Sagan,1998: 29).

En quinto lugar, ninguna espe-cie ha tenido la capacidad de im-pacto sobre el ambiente (no sólo anivel local sino también global),que ha alcanzado la tecnología hu-mana en sus efectos tanto directose intencionales, como indirectos oaccidentales. Para citar sólo unoscuantos ejemplos, en pocas déca-das hemos deteriorado la capa deozono que filtra las radiacionesultravioleta procedentes del sol, yque la vida tardó cerca de dos milmillones de años en formar. El fe-nómeno del calentamiento global,producido por la contaminación

humana sobre la atmósfera terres-tre, ha agudizado la capacidaddestructiva de huracanes y torna-dos, así como de otros fenómenosnaturales como El Niño y La Niña.

Hoy es un hecho la posibili-dad de manipular los códigosgenéticos de los seres vivos, in-cluidos los seres humanos, conconsecuencias todavía impredeci-bles para el futuro del planeta yde la especie. Poseemos la capa-cidad tecnológica para transvasaraguas de unas cuencas a otras, paracrear nuevos elementos químicos,para extraer la energía encerradaen los átomos, para desecar zonascosteras y humedales, para extraercualquier mineral o sustancia en-cerrada en la corteza de la Tierra,ya sea en la superficie o en el fon-do del mar.

No sabemos, en cambio, quéhacer con una gran mayoría de losdesechos que producen todos esosprocesos en que se materializa el“desarrollo” y que cada día invadende manera más agresiva los suelosy subsuelos, la atmósfera y los cuer-pos de agua, además del –hastahace pocas décadas todavía in-contaminado– espacio exterior.Refiriéndose a la pérdida de la re-ciprocidad en la relación entre lacomunidad humana y los ecosiste-mas que ocupamos, afirma ThomasBerry que “lo que ocurre ahora y elorigen de nuestra tragedia (eco-lógica), es nuestra negativa a de-volver lo que se nos ha dado; elsistema industrial es un esfuerzopara evitar la devolución, el pre-cio de nuestras comodidades actua-les. Tomamos de la Tierra sin darle.Así de simple. Tomamos recursos ydevolvemos productos venenosos”(1997: 143).

En sexto lugar, la cultura, queantes sustituía en la sociedadhumana los mecanismos de autorre-gulación que rigen en los ecosiste-mas naturales, a través de creenciasy conductas como los mitos y losritos que los materializaban, o delanimismo de las llamadas “religio-nes primitivas” (que reconocía elcarácter sagrado que poseen todoslos seres que comparten con noso-tros el planeta), hoy está cada vezmás al servicio de nuestra condiciónde plaga. Desde el hecho mismo deque carezcamos de una cosmovisióntotalizante que nos permita apre-hender el universo como un todo ydescubrir el papel y la posición delser humano dentro de esa tramacompleja que es el cosmos, hastael desconocimiento de los derechosde otras especies animales y vege-tales, derechos inherentes a sucondición de seres vivos, indepen-dientemente de que sean o no “úti-les” a los intereses (especialmenteeconómicos) de los seres humanos.

Nuestra cultura refuerza, a tra-vés de la mayor parte de sus expre-siones, la convicción de que losseres humanos constituimos la ra-zón de ser y el fin último de esteplaneta que ocupamos y explota-mos. Hemos perdido la concienciade las interacciones y de las mutuasdependencias entre unas especies yotras y entre los seres vivos y losdemás elementos que conforman elambiente. Como ya indicamos, loscientíficos sospechan con altas pro-babilidades de certeza, que la vidaha logrado evolucionar hasta for-mas tan complejas como la socie-dad humana, gracias a la presenciadel planeta Júpiter en su órbita.Saben, por ejemplo, que la vidaaeróbica de la Tierra depende parasu existencia de la sanidad del

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fitoplancton (plantas microscópicasen suspensión) que habita en lasaguas marinas y que a través de lafotosíntesis genera la mayor partedel oxígeno que respiramos. Laciencia sabe también que la estabi-lidad de la temperatura de nuestroplaneta depende de la capacidad delas selvas tropicales para regular,también por medio de la fotosínte-sis, la cantidad de gas carbónicopresente en la atmósfera terrestre.Así mismo, se sabe que en labiodiversidad de las selvas tropica-les existen los principios activos ca-paces de curar muchas de lasenfermedades conocidas, así comoposiblemente enfermedades quetodavía no se conocen o que toda-vía no existen, pero que, al paso quevamos, para cuando aparezcan, yahabremos destruido la farmacia na-tural que contiene las sustancias ca-paces de curarlas.

Como nos hemos hacinado enciudades aparentemente indepen-dientes de los condicionamientos

de la naturaleza, hemos olvidadonuestra dependencia de los ciclosestacionales, e incluso de la nece-sidad del día y de la noche. La dis-ponibilidad de luz artificial nos hahecho olvidar que la oscuridadcumple una función tan esencialpara la diaria revitalización de lavida, como la función que cumpleel sol como fuente de energíalumínica y de calor.

En lugar de maravillarnos antelos prodigios más tangibles del cos-mos –de un cosmos que comienzaen nuestros propios cuerpos y decuya milagrosa voluntad de vidanosotros, los seres humanos, somosuna expresión tangible, concreta einmediata–, en vez de reconocer lasmás evidentes interdependenciasque nos vinculan con otras especiesy con otros seres que compartencon nosotros desde nuestro hábitatmás inmediato hasta esa “comuni-dad sagrada” que es la biosfera, nosextasiamos ante la posibilidad deimprobables dependencias, dicta-

minadas por “ciencias” ocultas ydudosas. Estamos tan obnubiladospor las posibilidades de lo sobrena-tural que hemos perdido la capaci-dad para reconocer los milagroscotidianos que nos ofrece la natu-raleza, incluyendo el milagro deexistir. Como afirma el escritor co-lombiano Arturo Guerrero, “sole-mos añorar al medio día las estrellas,sin advertir que el sol es una deellas”.

Todo lo anterior determina queno solamente actuemos sino queademás pensemos como plaga.

Nos arrogamos los derechos devida y de muerte, y de extinción yde existencia, sobre las demás espe-cies vivas y sobre los demás elemen-tos del entorno, y nos consideramosla única razón de ser de este plane-ta, hasta el punto de eliminar todocuanto pueda constituir un obstá-culo para nuestra prepotencia;construimos múltiples discursos fi-losóficos y aparentemente “éticos”

Leñadoresde secoyasen California(“ocho metrosde ancho”).NationalGeographic.Foto: A. R.Moore, 1917

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para justificar nuestro derecho aexplotar otras formas de vida o adestruir sus hábitats.

Pero al mismo tiempo nos ol-vidamos del carácter sagrado detoda vida humana, del valor decada individuo como manifesta-ción del universo, como expresiónde la “comunidad sagrada”. Estaafirmación no es mera retórica, enun país como Colombia en dondese asesinan cuarenta mil personasen el año, en donde el secuestroes una industria lucrativa y en don-de existen un millón y medio depersonas desplazadas, seres huma-nos arrancados violentamente desus costumbres, de sus raíces, desu territorio, de su universo simbó-lico y de su historia. Sólo podemosentender el profundo drama huma-no de los desplazados si nos imagi-namos que de la noche a la mañanaalguien resuelve arrancarnos de raízde nuestro hábitat y nos vemos obli-gados a trasplantarnos a un territo-rio desconocido y hostil.

Ninguna otra especie alcanzalos extremos de crueldad contra símisma y contra otras especies deque somos capaces los humanos.

Ninguna otra especie es capaz delos horrores del secuestro o la tor-tura en cualquiera de sus formas fí-sicas o espirituales. Ninguna otraespecie se divierte o se enriquece acosta del dolor planificado de otrosseres vivos, ni se solaza en la cruel-dad como la especie humana. Nin-guna otra especie propicia comoforma de diversión las peleas amuerte entre otras especies e inclu-so entre seres humanos.

Nuestra capacidad para lacrueldad y nuestro poder destruc-tivo en todas sus expresiones (in-cluidas tantas manifestacionesperversas de la ciencia, la religióny la política, y muchas aplicacio-nes nefastas de la tecnología) mehacen sentir avergonzado de perte-necer a la especie humana.

La dimensión denuestro dilema: ¿cómoactuar en favor del serhumano sin acentuarla condición de plaga?

Si por una parte, a nivel de es-pecie, nos reconocemos a nosotrosmismos como una de las obras

maestras del devenir universal einterpretamos la razón humanacomo una de las formas a través delas cuales el universo es conscientede su propia existencia y se inte-rroga sobre su razón de ser, y si anivel individual aprendemos a va-lorar en cada ser humano unaexpresión única, particular e irre-petible de esa “comunidad sagrada”que es el cosmos, pero al mismotiempo adquirimos consciencia denuestra condición de plaga, nosveremos enfrentados a un dilemaético, pues todo cuanto hagamos enfavor de la especie humana, de sucalidad de vida y de su felicidad loestaremos haciendo en favor de laplaga.

Personalmente no concibo unaética que no tenga como objetivoúltimo mejorar las condiciones deexistencia –materiales y espiritua-les– de los seres humanos. Creo,con el cura Camilo Torres, que “elamor es eficaz o no es amor” y que,así mismo la ética, que es una he-rramienta del amor, se convierte enacción eficaz a través de múltiplesexpresiones concretas de la activi-dad humana: la producción de másalimentos y de mejor calidad para

Fútbolbritánico,

“un deportede alto

riesgo”.National

Geographic,1914

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satisfacer las necesidades crecien-tes de la población; el desarrollo devacunas y de tratamientos para pre-venir y curar enfermedades comoel cáncer y el Sida; la reducción dela mortalidad infantil; la prolonga-ción de la vida en condiciones decalidad y dignidad material y espi-ritual; la curación de enfermedadescongénitas; la gestión de riesgosencaminada a prevenir la ocurren-cia de desastres o a reducir laspérdidas y el sufrimiento que pro-ducen; la búsqueda de solucionespacíficas a los conflictos; el desar-me de las naciones; la abolición delas armas químicas, biológicas,informáticas y nucleares... Resulta-ría imposible enumerar todas lasformas a través de las cuales varioscientos de miles de seres humanosse dedican y se han dedicado, a tra-vés de la historia, a trabajar en fa-vor de nuestra especie.

Sin embargo, repito, si no lo-gramos cambiar radicalmente lamanera como nos relacionamosentre nosotros mismos y con nues-tro planeta, todo cuanto sigamoshaciendo en favor de los seres hu-manos lo estaremos haciendo encontra de la Tierra.

Aunque a nivel puntual resulteválido que los avances que logre-mos, por ejemplo, con miras a re-ducir la pobreza e incrementar lasoportunidades de las comunidadesmarginadas, contribuye a la preser-vación de los ecosistemas con loscuales éstas interactúan y de las es-pecies no humanas que los habitan,a nivel global esto solamente po-drá producir efectos reales en favorde la biosfera, si somos capaces derevertir globalmente el rumbo denuestra especie como plaga.

Como dice el antes citadoThomas Berry, “necesitamos unaprofunda terapia cultural”, una re-volución ética que redimensione elsentido de cuanto hagamos en be-neficio de la especie humana, paraque al mismo tiempo beneficie a laTierra.

Sería inconcebible que renun-ciáramos a la búsqueda de la curade las enfermedades que afectan anuestra especie, que les diéramos labienvenida a las masacres y a lasguerras como medio para reducir lapoblación humana, que impidiéra-mos –de estar en nuestras manos–la posibilidad de salvar la vida de

un niño enfermo o de prolongarcon dignidad la existencia de unanciano, o que dejáramos de tra-bajar para evitar que los fenóme-nos propios de la dinámica de lanaturaleza se conviertan en desas-tres para las comunidades humanas.

Pero creo sí en la necesidad deun “ambientalismo místico”, quenos permita sentirnos uno con elcosmos –con ese cosmos que arran-ca y tiene su expresión en nuestrospropios cuerpos– y que nos permi-ta reconocer y admirar en cada unode los seres y fenómenos que nosrodean (también partiendo de no-sotros mismos) a esa “comunidadsagrada de sujetos” de que hablaThomas Berry.

Aunque en algunos momentospudiera parecer lo contrario, estetexto se basa en una actitud espe-ranzada sobre el futuro de la espe-cie humana y de nuestra capacidadpara convivir armónicamente conla Tierra y con las demás especiesque, junto con nosotros, conformanla biosfera.

En sus diálogos epistolares conCarlo María Martini, Obispo de

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Milán, Umberto Eco se pregunta si“existe una noción de esperanza (yde propia responsabilidad en rela-ción al mañana) que pueda ser co-mún a creyentes y a no creyentes.¿En qué puede basarse todavía?¿Qué función crítica puede adop-tar una reflexión sobre el fin queno implique desinterés por el futu-ro, sino juicio constante a los erro-res del pasado?” (Eco y Martini,1999: 21).

Posiblemente esa esperanza sepueda materializar en una actitudética y comprometida tanto a nivelde la voluntad como de la razón,basada en la comprensión de la uni-dad e interdependencia entre todaslas formas de vida que habitamos enla Tierra y con la Tierra misma, y ennuestra capacidad para sabernos ysentirnos uno con el cosmos.

Tenemos en nosotros mismos laposibilidad de la compasión, no en-tendida con el sentido restringidocomo la define el diccionario (“Sen-timiento de lástima por el dolor o lapena ajena”) sino, volviendo a laetimología de la palabra, como lacapacidad de compartir la pasión delotro o de la otra, sin que necesaria-mente ese otro o esa otra tengan queser seres humanos. Poder sentir ennuestras propias tripas lo que sien-ten los demás seres que conformanel cosmos, es decir, la senestesia osentido de ser a la cual hicimos refe-rencia en párrafos anteriores.

Posiblemente la importancia deque los niños convivan desde sumás temprana infancia con seres deotras especies (siempre y cuandologren establecer con ellos lazosafectivos y no tratarlos como me-ros juguetes desechables), radica enque los animales tienen una capa-

cidad infinita para convertirse ennuestros maestros de compasión.Nuestro contacto afectivo con otroanimal nos enseña a entender len-guajes que van más allá o más acáde las palabras y a comunicarnoscon otras formas vivas a través dela piel, del lenguaje corporal, de laintuición y del amor.

Tenemos el reto de descubrir dequé manera podemos continuar tra-bajando en beneficio de la calidadde la vida y de la felicidad de losseres humanos, sin que ello quieradecir que sigamos alimentandonuestra condición de plaga plane-taria. Seguramente se requerirá unaprofunda redefinición de la culturaa partir de una ética no antropo-céntrica sino biocéntrica, es decir, queno conciba el bienestar humano ais-ladamente –y mucho menos a cos-ta– del beneficio de los demás seresvivos existentes en la Tierra, y de laTierra entera, considerada en sí mis-ma como un ser vivo, de la cual losseres humanos somos sistema nervio-so, senestesia y conciencia.

Convertir ese reto en compro-miso de vida y aceptar, en térmi-nos de Berry, que el universo no esuna colección de objetos sino una“comunidad sagrada de sujetos” dela cual formamos parte, implica cla-ra y expresamente una actitud reli-giosa frente al cosmos y frente anuestra propia existencia. Actitudque se alimenta, entre otras fuen-tes, de la compasión que, como atrásse indicó, consiste en la capacidadpara sentir en uno mismo la pasiónde otros seres, y que, en palabrasde Schweitzer, se expresa en que“así como en mi deseo de vivir exis-te un anhelo hacia la vida trascen-dente, y hacia esas misteriosasalturas del afán de vivir que se lla-

man placeres, y al mismo tiempoun terror de la aniquilación por esemisterioso enemigo de la voluntadde vida que se llama dolor; del mis-mo modo reconozco esas tenden-cias en la voluntad de vida que merodea, ya se expresen de maneracomprensible, ya permanezcanmudas” (1958: 104) .

Citas

1 Los desplazamientos forzados de pobla-ción civil no combatiente, además deestar estrictamente consagrados comouna de las prohibiciones a los actores ar-mados de un conflicto por el ProtocoloII de Ginebra, constituyen una clara vio-lación a los Derechos Humanos.

2 Y, precisamente, mientras este texto sereedita para publicarlo en la revista Nó-madas, las noticias del día (febrero 9 de2005) informan sobre graves inundacio-nes en Girón (Santander) y sobre la si-tuación de cinco departamentos de Co-lombia que a la fecha no se recuperan delas consecuencias de la oleada invernal de2004 que, entre octubre y diciembre, pro-dujo 29 muertes y dejó 444.126 damnifi-cados en 24 departamentos. Por otra par-te, la temporada de huracanes de 2004superó todos los récords, con 14 tormen-tas tropicales y nueve huracanes, cuatrode ellos de intensidades máximas. Paranuestro país, en particular, resulta grave latendencia de las rutas de los huracanes dedesplazarse hacia territorio colombiano.

3 En su libro póstumo titulado Miles demillones, Carl Sagan (1998) calcula quesi contáramos a razón de una cifra porsegundo durante día y noche, tardaría-mos 32.000 millones de años, posible-mente el doble de la edad del Universo,para contar hasta un trillón. Aquí esta-mos hablando de una suma diez mil ve-ces mayor. La cifra de 1023 estrellas en elcosmos la corrobora Sagan en la obracitada.

4 En términos termodinámicos, es decir,de intercambios de energía, el equilibrioes sinónimo de muerte. Cuando se hablade “equilibrio ecológico” no se hace refe-rencia al equilibrio termodinámico, sino,paradójicamente, a la capacidad de unsistema para mantener una relación esta-ble de desequilibrios, que recibe el nom-bre de “estado estable”.

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Bibliografía

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