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Ttulos originales: Histoire et Sciences Sociales
Pour une conomie historique Les responsabilits
de l'Histoire Histoire et Sociologie L'apport de
l'Histoire des civilisations Unit et diversit des sciences de l'homme
Traductora: Josefina Gmez Mendoza
.Primera edicin en El Libro de Bolsillo: 1968 Segunda
edicin en El Libro de Bolsillo: 1970
Fernand Braudel Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1968, 1970
Calle Miln, n 38; V 200 0045Depsito legal: M. 353-1970
Cubierta Daniel GilImpreso en Espaa por Ediciones Castilla, S. A.
Calle Maestro Alonso, 21, MadridPrinted in Spain
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ndice
Prlogo .............................................................................. 7 l. Las re sponsabi lidades de la Histor ia ................. 19 2. A favo r de una econ oma hi st r ic a ..................... 473. La larga duracin ..................................................... 60
1. Historia y duraciones .................................. '....... 642. La cont rove rs ia de l ti empo co rto .................... 763. Comunicacin y matemticas sociales .......... 824. Tiempo del histo riador, tiempo del socilogo. 97
4. Histor ia y sociologa .............................................. 107 Bibliografa seleccionada ....................................... 128
5. Aportacin de la historia de las civilizaciones. 1301. Civilizacin y cultura ........................................... 134
Origen y dest ino de es tos t rminos ............. 134 Intentos de definicin ...................................... 143
Guizot ................................................................ 144 Burckhardt ...................................................... 145 Spengler ........................................................... 146 Toynbee ............................................................. 151 Alfred Weber ................................................... 165 Philip Bagby ................................................... 167
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2. La his tor ia en la encruci jada ........................... 17 Sacrificios necesarios ...................................... 170 Criterios a retener .......................................... 171
Las reas cul turales ................................... 174 Los prstamos ............................................... 175 Las repulsas .................................................. 176 Posibilidades que este triple mecanismo
abre a la invest igacin ........................... 176
A favor de un d i logo de la His tor ia y las ciencias humanas .......................................... 179
Romper las f ronteras entre especial is tas . . . 182 La bsqueda sistemtica de estructuras. 184
3. La Historia frente al presente ....................... ... 185 Longevidad de las civilizaciones ..................... 186
El lugar de Francia ..................................... 189 Permanencia de la unidad y de la diversidad
a t ravs del mundo ........................ ............. 190 Las revoluciones que definen el ti empo pre
sente ............................................................. 194 Allende las civilizaciones .................................. 196 Hacia un humanismo moderno .................. 199
6. Unidad y diversidad de las ciencias del hombre. 201 Notas .................................................. ........................ 215
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Prlogo
En la historiografa contempornea, caracteri- zada por una profunda revolucin de conceptos y de mtodos, constituye incuestionable entidad en su conjunto y contemplada con la serenidad que proporciona la perspectiva de cierta distan-cia las novedades de la escuela francesa. Un
sector de la misma escucha temprano la crtica procedente del campo filosfico recurdense, por ejemplo, las consideraciones demoledoras de Nietzsche en De la utilidad y desventaja de laHistoria para la vida(1873) y se aparta dela manera de entender y de reconstruir el pasadoque vena practicndose durante la segunda mitad del siglo XIX. Aunque no faltaron resistencias,aquellos disidentes, poco a poco, fueron impo-nindose, hasta prevalecer. Hubieron de luchar
con la rutina acadmica, atrincherada en las c-tedras y sostenida por los manuales; el arma fue
la Revue de Synthse Historique.Creada en 1900 Por Henri Berr, en su torno agrup un conjunto
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de colaboradores heterogneos a los que una el comn horror a las limitaciones de los especia-listas a ultranza: ellos influyeron en la formacinde la generacin siguiente, que concret aspira-ciones y precis anhelos. Merced al feliz entendi-miento de Lu ci en Febvre y de Marc Bloch se
funda en 1929 los Annales d'histoire conomiqueet sociale,a travs de cuyas pginas los estudian-tes de entonces no satisfechos con la monotona
sin alcances de los cursos ordinarios, son alenta-dos con sugerencias y orientados con intuiciones. Fcil es imaginar la perplejidad de los jveneslicenciados habiendo al fin superado los ex-menes y acaso las oposiciones de agregados te-niendo que responder a programas absurdos con la pretensin de doctorarse haciendo su tesisde conformidad con las inclinaciones despertadasen su nimo por las recientes tendencias. Te-nan en su favor, ciertamente, excelente prepara-cin erudita recibida de los viejos maestros, estoes, saban moverse en los archivos y en las bi-bliotecas y manejar con tino fuentes inditas e im-
presas, confeccionando sobre la marcha, sutil-mente, papeletas escuetas, pero elocuentes, y
siendo factible tabular series, y representarlas grficamente, y discurrir con lgica positivista, y, por supuesto, posean el don de exponer de palabra y por escrito, aprendido desde la escuela primaria; haban ledo a algunos economistas y socilogos, destacadamente a Francois Simiand;conocan las exhortaciones de los Annales d'his-toire conomique et sociale, y los privilegiados
gozaran de la direccin personal de Marc Bloch(desapareci prematuramente, vctima de la gue-
rra) y de Luden Febvre (mentor generoso y pers- picaz, aunque exigente, de cuantos se le acerca-ban): con todo hubieron de abrirse paso a golpesde machete por la enredada selva virgen que eli-
gieron para sus penetraciones. No sorprender
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Prlogo 9
que slo algunos llegaran al trmino. Otros se
desviaron hacia la narracin poltica, ideolgica, social, econmica, sin analizar, sin reconstruir. No faltaron los que sucumbieron, abandonando latarea, apasionante pero dura de inmediato.
Tras de los estupendos resultados conseguidos por E. Labrousse, que seran pauta segura paramltiples seguidores que circunscribieron sus afa-
nes al perodo de transicin que cabalga entre el siglo XVIII y el siglo XIX bsicamente agrco-la, cuando la renta procedente de la tierra es el
sostn de la jerarquizacin social y del ordeneconmico, y fuente de acumulaciones primarias
para lanzamientos futuros, como ha demostradono hace mucho Pierre Vilar estableciendo ladinmica del crecimiento de Catalua , vino Fer-nand Braudel. Y con l la escuela francesa tomaotros derroteros, o si, se nos autoriza, ms altosvuelos.
Braudel inicia por 1923 sus investigaciones so-
bre el mundo mediterrneo y durante ms dequince aos, hasta 1939, afronta problemas que laencuesta cientficamente por l conducida le iba
sucesivamente planteando, los cuales, hasta enton-ces, nunca haban sido atisbados. Nadie, efectiva-
mente, haba osado abarcar un espacio dilatado,
casi inmenso, donde adems se conjuga el ele-
mento lquido y las tierras que le circundan, pro-
longando elsticamente stas hasta los lmites
lejanos que determinaban complejas repercusio-
nes e influencias emanadas del centro de grave-
dad. Y esa percepcin no se reduca a un instante;
se extenda lo suficiente como para captar la me-
cnica que operaba los movimientos, las fluctua-
ciones observables. Fue la tarea acometida unaempresa intelectual sencillamente gigantesca, que
requiri, a cada paso, improvisar el procedimiento
con arreglo al cual cernir la masa de conoc-
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mientos cualitativos y cuantitativos que se ibandesvelando. No haba precedentes, insstese, que
permitieran establecer un contraste, y frecuente-mente las referencias disponibles eran desorien-tadoras. Pero las dificultades acumuladas, es sa-bido, afianzan a un indagador autntico en laresolucin de vencerlas. Slo hay un riesgo: de-
jarse captar en el recorrido por un paisaje abierto y atrayente y, deleitndose en su admiracin, ge-neralizar despus lo que all, extendiendo la vista
y la mano, se ve y se toca. Los que se hayanasomado a un depsito de documentos no ignoranel esfuerzo que supone abandonar unos filonesrpida y fcilmente explotables para pasar a otros
fondos en la certeza de toparse con una maraainextricable. Pero se es el precio que han de pa-gar cuantos no se conforman con aquello queen la jerga profesional se llama una monografa.
Los ficheros as reunidos constituyen para quien,mientras los integraba, vivi desde el presente losacontecimientos pasados, singulares experiencias
personales. Al clasificar ese material ingente fuehacindose paulatinamente patente que los fen-menos captados entraaban, segn su peculiar na-turaleza, una duracin diferente del tiempo querespectivamente les haba sido preciso para des-envolverse. Algunos tenan sus orgenes remotos,decenios, si no centurias, atrs, lentamente habanido tomando forma y vigor, y, llegados a la ac-tualidad de 1550 a 1600, influan decisivamente,
siendo incuestionable que se proyectaran en el futuro ms o menos, no faltando los que an persisten. Otros no eran de tan prolongada exis-tencia, aunque s tuviesen eficacia durante un
cierto perodo; en fin, abundaban los que siendobrillantes, espectaculares, aparecan y desapare-can con celeridad. La gama de fenmenos en fun-cin de su correspondiente tiempo era mltiple.Simplificando, Braudel las redujo a tres tipos:
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Prlogo 11
fenmenos de larga duracin, fenmenos de du-
racin media y fenmenos de corta duracin. Los fenmenos de corta duracin un momento, unashoras, unos das, unas semanas o unos aos
son los acontecimientos: la suspensin de pagos
a los acreedores de la Real Hacienda de Castillaen 1557, 1560, 1575, 1596, la sublevacin de los
Pases Bajos, la batalla de Lepanto, las sucesivastreguas hispano-turcas, la muerte de Felipe II,
tambin cualquier operacin de crdito con o sinricorsaentre un ganadero de Segovia y un tejedor de Venecia con ste o aqul mercader-banquero, ola compra de una hidalgua o de un seoro por cualquier enriquecido. Los fenmenos de duracinmedia son menos nerviosos: la prosperidad quecunde por doquier entre 1540 y 1560, lacontraccin que se denota cuando termina el
siglo XVI y comienza el siglo XVII; la pujanzaque pierde la burguesa y gana la nobleza de viejoo de nuevo cuo, con simultaneidad a la dismi-nucin en l campo de la pequea propiedad y al aumento de los dominios enormes; la insuficien-cia del trigo de Sicilia para el abastecimiento de
su clientela suplicante y la recepcin de cerealesdel Bltico; las alternativas de los precios y de
la produccin y del consumo. Por ltimo, los fe-nmenos de larga duracin, sin duda los msimportantes: el desplazamiento de los montaesesa las poblaciones de la planicie prxima; lamediatizacin de las ciudades sobre su jurisdic-cin rural; el barbecho de las tierras de labrantoentre cosecha y cosecha; la trashumancia o el se-dentarismo de unas u otras cabaas de ganados;
la capacidad de rendimiento de la agricultura ode las manufacturas.
Atenindose a esos tres tipos de fenmenos re-dacta Fernand Braudel su obra en buena me-dida de memoria, entre 1939-1945, circunstanciaque confiere a la trama del texto una notable
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cohesin y la pone, bajo el ttulo de La Mdi-terrane et le monde mditerranen a l'poque dePhilippe II,dividida en tres partes, a tenor delas duraciones: larga, media y corta, que soncomo tres estratos superpuestos, descansando los
fenmenos de las dos capas elevadas, los de corta y media duracin, en los fenmenos de la capainferior, los de duracin larga. De abajo a arriba
se producen los impulsos. Por eso si las interco-
nexiones son evidentes hay una gradacin de in- fluencias entre lo que es fundamental y lo quees ms o menos accesorio. Braudel demuestra suaseveracin a travs de cada caso que registra,bien se trate de un gesto individual, bien sea undestin colectivo; con otras palabras, un hecho
singular o un hecho de repeticin. Luden Febvrehizo resaltar esa interdependencia lograda como
la conquista ms fructfera de la edificacin de
Braudel tan pronto como apareci en 1949. La historia coyuntural, es decir, la de las oscilacio-nes, la de los ciclos, la de los Kondratieff, queconsagrara Ernest Labrousse entre los historiado-res y Wesley Clair Mitchell y Joseph Schumpeter entre los economistas asustados por la grandepresin desatada en 1929 , perda su condi-cin de vedette,aunque no dejase de tener adep-tos fieles. Se inauguraba la era de la historiaestructural que tendra en Ren Clmens y Johan
Akerman sus portavoces entre los economistas ya Fernand Braudel entre los historiadores, y, por
supuesto, en Karl Marx un precursor olvidado.
En La Mditerrane et le monde mditerranena l'poque de Philippe IIla articulacin mayor est en la dialctica espacio-tiempo. Es lo que con-
fiere rango especial al libro y lo que le permiteno envejecer. Por eso la segunda edicin del mismo,
terminada en 1963 y salida en 1966, no obstante
estar renovada y aumentada en proporciones
considerables de las pginas de la versin
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Prlogo 13
original no creo que se hayan repetido ni la mi-tad ., sigue siendo sustancialmente la de 1949.
Discurre en torno a idntica trayectoria: la largaduracin como factor esencial, determinante, in-cidiendo en la duracin media y en la duracincorta; si acaso es puesto el acento en aspectosque confirman realmente aseveraciones tericasdel propio autor. Porque las nociones nucleares la clave de La Mditerrane et le mondemdi-terranen l'poque de Philippe II,expuestas concisamente en su prefacio yaclaradas en prrafos que oportunamente lorequeran como introduccin a lo que venadetrs, fueron por Braudel desarrollados
sistemticamente en unos cuantos artculos posteriores, insertos ac y all aunque, por supuesto, lo principal en los A nnales, Socits,conomies Civilisations,que bajo sus auspicioscontinuaban la labor, el combate, de losAnnales de histoire conomique et social con la ms completa exposicin de su
pensamiento sobre la contribucin que lahistoria puede y debe prestar a la renovacindeseable y urgente del conjunto de las ciencias
sociales. Una seleccin representativa de esostrabajos, de consulta incmoda, no siempreaccesibles para quien expresamente las busca, esla que se ofrece en este volumen.
Fernand Braudel se dirige particularmente, por
separado, unas veces a los historiadores, otras a
los economistas, otras a los socilogos, o a los
demgrafos, o a los antroplogos... por lo comn
como consecuencia de una invitacin a participar
en sus debates, en sus polmicas, en el seno de
sus grupos hermticos. En estas condiciones las
reiteraciones, las repeticiones, se justifican: son
obligadas para quien escribe con destino a lecto-
res en cada ocasin distintos, a no ser que sacri-
fique con omisiones o amputaciones su mensaje.
Lo que variar de conformidad con las convenien-
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cias es el tono de la argumentacin. En el encaje
de su prosa Fernand Braudel utiliza unos u otroshilos aconsejado por la peculiaridad del trance,con miras a conseguir su objetivo: inquietar a losque se encierran en su torre de marfil, creyndose,los menos perspicaces y ms pretenciosos, que
son vigas nicos, suficientes. Ser solemne constos, mientras que con aqullos apela al recursode la broma; de lo que no se apear con unos y
con otros es de toques irnicos que brotan espon-tneos de su pluma. Los puntos tratados se ordenan en una sucesin
temtica, cuya premisa es la imprescindible con-vergencia de las ramas del rbol que integran lasdiversas ciencias sociales, de modo que cada una
sea auxiliar de las dems y todas simultneamente y de concierto laboren por vencer la crisis que al
avanzar independientemente las constrie, loacepten o lo rehusen, entre querellas recprocas y pujos unilaterales de exclusivismo. La menta-lidad de campanario, los monlogos estriles de-ben cesar. Se impone un debate colectivo para
superar ese humanismo retrgrado que ya no puede valer de cuadro. Las coordenadas que Brau-del propone para la armona son: la nocin clara
de que es actuante la larga duracin, la adscrip-cin al suelo de los acaecimientos y la matema-tizacin. Los historiadores tienen mucho queaprender asevera , mas tambin un poco queensear, principalmente sobre la larga duracin,que vincula el pasado al presente. Porque, capta-do con esa ptica, el pasado penetra en el presen-te. Dnde empieza el presente y termina el pasado
bajo los efectos de la larga duracin? La fron-tera no es fija.
Fernand Braudel toca la espinosa cuestin de la
continuidad o discontinuidad del proceso social.
Recuerda la contradictoria respuesta a la in-
terrogante de dos economistas alemanes: Gustav
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Prlogo 15
Schmoller, que se pronunci por lo continuo; Er-
nest Wagemann, que se inclino por lo discontinuo. Invoca el irrecusable testimonio de lo descubierto por Ignacio Meyerson en el mundo del pensa-miento, y cmo por su mbito se camina a sal-tos. Pero es a un socilogo, George Gurtvich, cuyo
magisterio en Pars fue tan fructfero, al que Braudel concede ms prolongada audiencia, y en-tabla con l un dilogo chispeante sobre los cortes
unos someros, otros profundos que aqul admite en el proceso social sin por eso excluir un destino sin interrupcin.
En torno a las mutaciones estructurales no podamenos de discurrir, aunque fuese raudo, apuntando
insinuante, ms que definiendo con nfasis, quin propugna como insoslayable la larga duracin. Larecomendacin de utilizar modelos estructurales
por el historiador para distinguir cundo seregistran las transiciones decisivas, es unamanifestacin de los deseos de equilibrio y de
exactitud que alientan en un hombre de letras y su fe en que un adecuado tratamiento matemticotiene reservado el porvenir en las ciencias so-
ciales.
De ah la curiosidad complaciente de Braudel hacia cuanto en ese terreno se intenta, aunque sonra cuando se emplee un aparato complicado para el anlisis por va de la comunicacin de una tribu desde el punto de vista antropol-
gico. Mas tratndose de un ensayo, lo que importaes el procedimiento, no los resultados. Pero quelas cosas marchan con ese rumbo lo estn
probando los tanteos de los econmetras norte-americanos y de los contabilizadores franceses del I.S.E.A., aunque sus resultados, hoy por hoy, sean
de alcances modestos en los norteamericanos y
en los franceses demasiado transigente la depura-cin de los datos estadsticos. Sin embargo, no
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es dar vueltas y vueltas, quedndose en el estadio
de la historia coyuntural? Y la historia estructural? Fernand Braudel acaba
de dar cauce y viabilidad a su antiguo proyecto enCivilisation matrielle et capitalisme (XVe-XVIIIe sicle). La superposicin de estratos delarga duracin y de duracin media y corta se
llaman aqu civilizacin material,al ras del
suelo, hecha de rutinas, de herencias, de xitosremotos, y vida econmica,que ya presupone
una ascensin, un resultado, una combinacin, sobre la que, en un tercer piso, juega su papel
privilegiado el capitalismo.Sera convencional
examinar las habilidades del capitalismo sin
previamente conocer la vida econmica, y sta
es incomprensible prescindiendo de la civilizacin
material. As ordinariamente se hace; de ah laendeblez de las deducciones: un soplo ligero
basta para disolverlas. Empecemos, pues, por los
cimientos, prescribe Braudel, para, planta tras
planta, escalar hasta la cima; y por su parte
consagra un volumen entero al peso de los
hombres, al pan de cada da, a lo que se come
y se bebe, a las casas y a los vestidos, a las
tcnicas, a las monedas y, en fin captulo de
antologa , a las aglomeraciones urbanas, todoello minuciosa y panormicamente, abarcandolos cinco continentes. Gestos repetidos, viejasrecetas, procedimientos empricos, que se
remontan a un milenio conforme a Ios cuales se
mueve la mayora de los habitantes del planeta
todava en 1800. Y sobre los que cabalga el clculo de la vida econmica a la que seconsagrar un segundo volumen , hija del co-mercio, de los transportes, de las condiciones nocoincidentes de los mercados, del juego entre los
pases avanzados y los pases atrasados, entre ri-cos y pobres, acreedores y deudores; por encima,
superpuesto, especula gilmente el capitalismo.
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Prlogo 17
Ni la civilizacin material, ni la vida econmica,
ni el capitalismo son estables; pero el ritmo de su evolucin es diametralmente distinto.
En el transcurso del siglo XV al XVIII hay undespliegue, una falta tectnica, si se nos permitela expresin: un desconcierto para la historia eco-nmica y social. La explicacin climtica el descenso de los glaciares que se brinda, conalegaciones convincentes, en el tomo primerode Civilisation matrielle et capitalisme (XVe-XVIIIe sicle) nos sume en meditacin sobre loscambios estructurales.
En conclusin, estamos ante las reflexiones de
un historiador precisamente el mentor princi-
pal de la escuela francesa durante la poca en
que la corresponde la responsabilidad de un puesto
de vanguardia . Pero esto no es por s solo
decisivo en el relato que constituyen los textos
ahora escogidos y compilados; lo importante es
que condensan las impresiones de un observador
que ha reiterado las incursiones por honduras os-
curas, para emerger a continuacin a zonas claras,
adiestrndose en descubrir el engranaje de las
corrientes que configuran una situacin y pueden
robustecerla o deteriorarla, redundando en subien o en su mal. Y esto cuando la gran incgnita
de las Ciencias Sociales no es ya la riqueza de
las naciones, s la pobreza, si no el hambre, de las
reas atrasadas tomo la idea y la frase de Jos Luis Sampedro , me parece que no deja de ser oportuno. Que se haga en un estilo literario pri-moroso por mrito de la traductora, Josefina
Gmez Mendoza, reflejado en la versin espao-
la que apunta y seala, insinuante, sin expla-
yarse jams en consideraciones, es un aliciente,no desdeable, que se da por aadidura.
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1 Las responsabilidades de la historia
Seor administrador,Queridos colegas,
Seoras y seores: La historia se encuentra, hoy, ante responsabili-
dades temibles pero al mismo tiempo exaltantes.
Sin duda, porque siempre ha dependido, en su ser
y en sus transformaciones, de condiciones sociales
concretas. La historia es hija de su tiempo. Su
preocupacin es, pues, la misma que pesa sobre
nuestros corazones y nuestros espritus. Y si sus
mtodos, sus programas, sus respuestas ayer ms
rigurosas y ms seguras, y sus conceptos fallan
todos a la vez, es bajo el peso de nuestras reflexio-
nes, de nuestro trabajo, y, ms an, de nuestras
experiencias vividas. Ahora bien, stas, en el curso
de los ltimos cuarenta aos, han sido particular-
mente crueles para todos los hombres; nos han
Fernand Braudel: Leccin Inaugural, leda el viernes 1 de di-diciembre de 1950 en el College de France, Ctedra de Historia de lacivilizacin moderna
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20 Fernand Braudel
lanzado con violencia hacia lo ms profundo de
nosotros mismos y, allende, hacia el destino del
conjunto de los hombres, es decir, hacia los pro-
blemas cruciales de la historia. Ocasin sta par
apiadarnos, sufrir, pensar, volver a poner todo
forzosamente, en tela de juicio. Adems, por qu
habra de escapar el arte frgil de escribir histo-
ra a la crisis general de nuestra poca? Abando-
namos un mundo cabe decir el mundo del pri-
mer siglo xx? sin haber tenido siempre tiempo
de conocer y hasta de apreciar sus ventajas y su
errores, sus certidumbres y sus sueos. Le deja-
mos, o mejor dicho, se evade inexorablemente
ante nuestros ojos.
1
Las grandes catstrofes no son necesariamente
los artfices pero s, con toda seguridad, los pre-
goneros infalibles de revoluciones reales; en todo
caso, constituyen siempre una incitacin a pen-
sar, o ms bien a replantearse, el universo. De la
tormenta de la gran Revolucin francesa, que,
durante aos, ha constituido toda la historia dra-mtica del mundo, nace la meditacin del conde
de Saint-Simon, y, ms tarde, las de sus discpu-
los enemigos, Augusto Comte, Proudhon y Karl
Marx, que no han cesado, desde entonces, de
atormentar a los espritus y a los razonamientos
de los hombres. Pequeo ejemplo ms cercano a
nosotros, los franceses: durante el invierno que
sigui a la guerra franco-alemana de 1870-1871,
no hubo testigo ms al amparo que Jacobo
Burckhardt en su querida Universidad de Basilea.
Y, no obstante, la inquietud le visita, una gran
exigencia de gran historia le acosa. Dedica sus
clases de aquel semestre a la Revolucin fran-
cesa. Esta no constituye declara en una profe-
ca demasiado exacta ms que un primer acto,
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Las responsabilidades de la historia 21
un alzar el teln, el instante inicial de un ciclo,de un siglo de revoluciones, llamado a tener larga
vida. Siglo interminable, en verdad, y que marcar
a la estrecha Europa y al mundo entero con
trazos rojos. No obstante, Occidente iba a cono-
cer una larga tregua entre 1871 y 1914. Pero es
difcil calcular hasta qu punto estos aos, rela-
tivamente apacibles, casi felices, iban progresiva-
mente a restringir la ambicin de la historia, como
si nuestro oficio necesitara, sin fin, para mante-
nerse alerta, el sufrimiento y la inseguridad fla-
grante de los hombres.
Se me permitir evocar la emocin con la
que le, en 1943, la ltima obra de Gastn Roup-
nel, Histoire et Destin, libro proftico, alucina-
do, medio sumido en el sueo pero alentando
por una gran piedad hacia el dolor de los hu-
manos? Ms tarde, el gran autor me escriba:
Comenc [este libro] en los primeros das de
julio de 1940. Acababa de presenciar en mi pue-
blo de Gevrey-Chambertin el paso por la carretera
nacional de las oleadas del xodo, del dolorosoxodo; las pobres gentes, los coches, las carretas,
gente a pie, una lastimosa humanidad, la miseria
de las carreteras, todo mezclado con tropas, con
soldados sin armas... Ese inmenso pnico eso
era Francia!... En mi vejez, a los irremediables
infortunios de la vida privada, vena a aadirse
el sentimiento del infortunio pblico, nacional...
Pero, empujada por la desgracia, por las ltimas
meditaciones de Gastn Roupnel, la historia la
gran, la intrpida historia reemprenda su mar-
cha a toda vela, con Michelet de nuevo como
dios: me parece escriba tambin Roupnel
el genio que llena la historia. Nuestra poca es demasiado rica en catstrofes,
en revoluciones, en imprevistos, en sorpresas. La
realidad de lo social, la realidad fundamental delhombre, nos parece nueva; y, se quiera o no el
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Las responsabilidades de la historia 23
la realidad del pasado: una realidad verificada,
desempolvada, reconstruida. De ese paisaje, nada
deba escapar al pintor: ni esos matorrales, ni
ese humo. No omitir nada; pero s, algo: el pintor
olvidar su propia persona porque el ideal sera
suprimir al observador, como si hubiera que sor-
prender a la realidad sin asustarla, como si la his-
toria tuviera que ser captada, fuera de nuestras
reconstrucciones, en su estado naciente, por tan-
to, en bruto, como hechos puros. El observador
es fuente de errores; contra l la crtica debe per-
manecer vigilante. El instinto natural de un hom-
bre en el agua escriba muy en serio Charles
Vctor Langlois es hacer todo lo posible por
ahogarse; aprender a nadar es adquirir el hbito
de reprimir los movimientos espontneos y de
ejecutar otros. De la misma manera, el hbito de
la crtica no es natural; exige ser inculcado y
slo se convierte en orgnico tras repetidos ejer-
cicios. El trabajo histrico es un trabajo crtico
por excelencia; cuando alguien se dedica a l sin
haberse protegido previamente contra el instinto,
se ahoga. No tenemos nada que oponer a la crtica de los
documentos y materiales histricos. El espritu
histrico es bsicamente crtico. Pero, ms allde prudencias evidentes, es tambin reconstruc-
cin, como ha sabido decir con su aguda inteli-
gencia Charles Seignobos en varias ocasiones.
Pero era suficiente, tras tantas precauciones,
para preservar el impulso necesario de la his-
toria?
Cierto es que si nos remontramos ms en esta
vuelta atrs, si nos dirigiramos a muy grandes
espritus como Cournot o Paul Lacombe, am-
bos precursores o a muy grandes historiadores
un Michelet sobre todo, un Ranke, un Burck-hardt o un Fustel de Coulanges su genio impe-
dira la irona. No obstante, no es menos cierto
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que a excepcin quiz de Michelet, una vez ms,
el ms grande de todos, en el que hay tantos re-
lmpagos y premoniciones sus respuestas no
concordaran en absoluto con nuestras pregun-
tas: historiadores de hoy, tenemos la sensacin
de pertenecer a otra edad, a otra aventura del
espritu. Nuestro oficio no nos parece ya esa em-
presa sosegada, firme, coronada en justicia, con
primas concedidas nicamente al trabajo y a la
paciencia. No nos deja la certidumbre de haber
aprehendido el total de la materia histrica que,
para rendirse ante nosotros, slo esperara ya
nuestra escrupulosa valenta. Con toda seguri-
dad, nada nos es ms ajeno que la constatacin
del joven Ranke cuando, apostrofando con entu-
siasmo a Goethe, hablaba fervorosamente del s-lido terreno de la historia.
2Difcil tarea condenada de antemano la de
explicar en unas cuantas palabras lo que real-
mente ha cambiado en el campo de la historia y,
sobre todo, cmo y por qu se ha operado este
cambio. Multitud de detalles reclaman nuestraatencin. Albert Thibaudet pretenda que las ver-
daderas conmociones son siempre sencillas en el
plano de la inteligencia. Dnde se sita, enton-
ces, ese algo, esa eficaz innovacin? Con certeza,
no en la quiebra de la filosofa de la historia, pre-
parada con mucha antelacin y cuyas ambiciones
y precipitadas conclusiones no aceptaba ya na-
die incluso antes de principios de siglo. Tampoco
en la bancarrota de una historia-ciencia, por lo
dems apenas esbozada. En el pasado, se consi-
deraba que no haba ms ciencia que aquella ca-
paz de prever: tena que ser proftica o no ser.
Hoy nos inclinaramos a pensar que ninguna cien-
cia social, incluida la historia, es proftica; por
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va de consecuencia, de acuerdo con las antiguasreglas del juego, ninguna de ellas tendra derechoal hermoso ttulo de ciencia. Adems, slo habra profeca represe bien en ello en el caso deque se diera la continuidad de la historia, lo quelos socilogos, que no todos los historiadores, po-nen violentamente en duda. Pero para qu en-tablar discusin sobre el confuso nombre deciencia y sobre todos los falsos problemas que del derivan? Tanto vale sumirse en la controversia,ms clsica pero ms estril an, de la objetivi-dad y de la subjetividad en la historia, de la queno nos libraremos mientras algunos filsofos, quiz por costumbre, se sigan complaciendo enla, mientras no se resuelvan a preguntarse silas ciencias ms gloriosas de lo real no son, ellastambin, objetivas y subjetivas a un tiempo. Nos-otros, que nos resignaramos sin esfuerzo a nocreer en la obligacin de la anttesis, aliviaramosde buena gana nuestras habituales discusionesde mtodo prescindiendo de este debate. El pro-
blema de la historia no se sita entre pintor ycuadro, ni siquiera audacia que hubiera sidoconsiderada excesiva entre cuadro y paisaje,sino ms bien en el paisaje mismo, en el coraznde la vida.
La historia se nos presenta, al igual que la vidamisma, como un espectculo fugaz, mvil, forma-do por la trama de problemas intrincadamentemezclados y que puede revestir, sucesivamente,multitud de aspectos diversos y contradictorios.Esta vida compleja, cmo abordarla y cmofragmentarla a fin de aprehender algo? Numero-sas tentativas podran desalentarnos de ante-mano.
No creemos ya, por tanto, en la explicacin de la
historia por ste u otro factor dominante. No hay
historia unilateral. No la dominan en exclusiva niel conflicto de las razas, cuyos choques y
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avenencias determinaran el pasado de los hom-
bres; ni los poderosos ritmos econmicos, factores
de progreso o de caos; ni las constantes tensio-
nes sociales; ni ese espiritualismo difuso de un
Ranke por el que son sublimados, a su modo de
ver, el individuo y la amplia historia general; ni el
reino de la tcnica; ni la presin demogrfica, ese
empuje vegetativo de consecuencias retardadas so-
bre la vida de las colectividades. El hombre esmucho ms complejo.
No obstante, estas tentativas de reducir lo ml-tiple a lo simple, o a lo prcticamente simple,
han significado un enriquecimiento sin preceden-
tes, desde hace ms de un siglo, de nuestros estu-
dios histricos. Nos han ido colocando progresi-
vamente en la va de la superacin del individuo
y del acontecimiento; superacin prevista con
mucha antelacin, presentida, barruntada, pero
que, en su plenitud, apenas si acaba de realizarse
ante nosotros. Quiz radique ah el paso decisivo
que implica y resume todas las transformaciones.
No quiere esto decir sera pueril que negue-
mos la realidad de los acontecimientos y la fun-
cin desempeada por los individuos. Habra, no
obstante, que poner de relieve que el individuo
constituye en la historia, demasiado a menudo,
una abstraccin. Jams se da en la realidad vivaun individuo encerrado en s mismo; todas lasaventuras individuales se basan en una realidadms compleja: una realidad entrecruzada, como
dice la sociologa. El problema no reside en negar
lo individual bajo pretexto de que es objeto de
contingencias, sino de sobrepasarlo, en distinguir-
lo de las fuerzas diferentes de l, en reaccionar contra una historia arbitrariamente reducida a lafuncin de los hroes quintaesenciados: no cree-
mos en el culto de todos esos semidioses, o, di-cho con mayor sencillez, nos oponemos a la or-
gullosa frase unilateral de Treitschke: Los hom-
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bres hacen la historia. No, la historia tambinhace a los hombres y modela su destino: la his-
toria annima, profunda y con frecuencia silen-
ciosa, cuyo incierto pero inmenso campo se im-
pone ahora abordar.
La vida, la historia del mundo, todas las historias particulares se nos presentan bajo la forma de
una serie de acontecimientos: entindase, deactos siempre dramticos y breves. Una batalla,
un encuentro de hombres de Estado, un impor-
tante discurso, una carta fundamental, son ins-tantneas de la historia. Conservo el recuerdo deuna noche, cerca de Baha, en que me encontr
envuelto por un fuego de artificio de lucirnagas
fosforescentes; sus plidas luces resplandecan,
se apagaban, refulgan de nuevo, sin por ello ho-
radar la noche con verdaderas claridades. Igual
ocurre con los acontecimientos: ms all de suresplandor, la oscuridad permanece victoriosa.
Otro recuerdo me permitir abreviar ms an mi
razonamiento. Hace unos veinte aos, en Amrica,una pelcula, anunciada con gran antelacin, pro-
duca sensacin sin igual. Se trataba nada menos
anuncibase entonces, que de la primera pe-
lcula autntica sobre la Gran Guerra, convertidadesde entonces, para nuestra desgracia, en Pri-
mera Guerra Mundial. Durante ms de una hora pudimos revivir las horas oficiales del conflicto
y asistir a cincuenta revistas militares, pasadas
las unas por el rey Jorge V de Inglaterra, las otras
por el rey de los belgas o por el rey de Italia,
por el emperador de Alemania o por el presidente
francs Raymond Poincar. Se nos hizo asistir a
la salida de las grandes conferencias diplomti-
cas y militares, a todo un desfile de personas
ilustres pero olvidadas, que el ritmo entrecortado
del cine de aquellos lejanos aos converta en
todava ms fantasmagricas e irreales. En cuan-
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to a la verdadera guerra, estaba representada por
tres o cuatro trucos y explosiones ficticias: un
decorado. El ejemplo es sin duda abusivo, como todos los
ejemplos a los que se confiere un poder de ense-
anza. Confisese, sin embargo, que, a menudo,
la crnica, la historia tradicional, la historia-relatoa la que tan aficionado era Ranke no nos ofrece del
pasado y del sudor de los hombres ms que
imgenes tan frgiles como stas. Fulgores, pero
no claridad; hechos, pero sin humanidad. Advir-
tase que esta historia-relato pretende siempre
contar las cosas tal y como realmente acaecie-
ron. Ranke crea profundamente en esta frase
cuando la pronunci. En realidad, se presenta
como una interpretacin en cierta manera sola-
pada, como una autntica filosofa de la historia.
Segn ella, la vida de los hombres est determi-
nada por accidentes dramticos; por el juego
de seres excepcionales que surgen en ella, dueos
muchas veces de su destino y con ms razn del
nuestro. Y cuando se digna hablar de historia
general, piensa en definitiva en el entrecruza-
miento de estos destinos excepcionales, puesto
que es necesario que un hroe tenga en cuenta a
otro hroe. Falaz ilusin, como todos sabemos.O digamos, para ser ms justos, visin de un
mundo demasiado limitado, familiar a fuerza dehaber sido rastreado e inquirido, en el que el
historiador se complace en medrar; un mundo,
para colmo, arrancado de su contexto, en el que
con la mejor intencin cabra pensar que la his-
toria es un juego montono, siempre diferente
pero siempre semejante, al igual que las mil com-
binaciones de las piezas de ajedrez: un juego que
encausa situaciones siempre anlogas, sentimien-
tos eternamente iguales, bajo el imperativo de un
eterno e implacable retorno de las cosas.
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Nuestra labor consiste precisamente en sobre-
pasar este primer margen de la historia. Hay que
abordar,en s mismas y para s mismas, las rea-
lidades sociales. Entiendo por realidades socia-
les todas las formas amplias de la vida colectiva:
las economas, las instituciones, las arquitectu-
ras sociales y, por ltimo (y sobre todo), las civi-
lizaciones; realidades todas ellas que los historia-
dores de ayer no han, ciertamente, ignorado, pero
que, salvo excepcionales precursores, han consi-
derado con excesiva frecuencia como tela de fon-do, dispuesta tan slo para explicar o como si
se quisiera explicar las obras de individuos ex-
cepcionales, en torno a quienes se mueve el his-
toriador con soltura.
Inmensos errores de perspectiva y de razona-
miento, porque lo que se intenta concordar me-
diante este procedimiento e inscribir en un mis-
mo marco son movimientos que no tienen ni la
misma duracin ni la misma direccin, integrn-
dose los unos en el tiempo de los hombres, el de
nuestra vida breve y fugaz, los otros en ese tiem-
po de las sociedades, para el que un da, un ao
no significan gran cosa, para el que a veces un
siglo entero no representa ms que un instante
de la duracin. Entendmonos: no existe un tiem- po social de una sola y simple colada, sino un
tiempo social susceptible de mil velocidades, de
mil lentitudes, tiempo que no tiene prcticamente
nada que ver con el tiempo periodstico de la cr-
nica y de la historia tradicional. Creo, por tanto,
en la realidad de una historia particularmente
lenta de las civilizaciones, entendida en sus pro-
fundidades abismales, en sus rasgos estructura-
les y geogrficos. Cierto, las civilizaciones son
mortales en sus floreceres ms exquisitos; cierto,
resplandecen y despus se apagan para volver a
florecer bajo otras formas. Pero estas rupturas
son ms escasas, ms espaciadas, de lo que se
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suele creer. Y, sobre todo, no lo destruyen todo
por igual. Quiero decir que en un rea determi-
nada de civilizacin el contenido social puede
renovarse por entero dos o tres veces sin por ello
alcanzar ciertos rasgos profundos de estructura
que permanecern como poderosos distintivos de
las otras civilizaciones vecinas. Existe tambin," por as decirlo, ms lenta an que la historia de
las civilizaciones, casi inmvil, una historia delos hombres en sus ntimas relaciones con la tie-rra que les soporta y les alimenta; es un dilogo
que no cesa de repetirse, que se repite para durar,
susceptible de cambiar como en efecto cambia
en superficie, pero que prosigue,tenaz, como si
se encontrara fuera del alcance y de las tarasca-
das del tiempo.
3
Si no me equivoco, los historiadores empiezan
a tomar conciencia, hoy, de una historia nueva,
de una historia que pesa y cuyo tiempo no con-
cuerda ya con nuestras antiguas medidas. Esta
historia no se les ofrece como un fcil descubri-miento. Cada forma de historia implica, en efec-
to, una erudicin que le corresponde. Me ser
lcito decir que todos aquellos que se ocupan de
destinos econmicos, de estructuras sociales y
de mltiples problemas muchas veces de poco
inters de civilizaciones se encuentran frentea investigaciones en comparacin con las cua-
les los trabajos de los eruditos ms conocidos
del siglo xviii y hasta del xix nos parecen de
una asombrosa facilidad? No es posible una his-
toria nueva sin la enorme puesta al da de una
documentacin que responda a estos problemas.
Dudo incluso que el habitual trabajo artesanal
del historiador est a la medida de nuestras am- biciones actuales. A pesar del peligro que esto
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pueda representar y de las dificultades que la so-lucin implica, no hay salvacin fuera de los m-todos de trabajo en equipo.Por tanto, hay todo un pasado a reconstruir.
Interminables tareas se nos proponen y se nos
imponen, incluso para las realidades ms simples
de estas vidas colectivas: me refiero a los ritmoseconmicos de corta duracin de la coyuntura.
Consideremos el caso de Florencia, objeto de una
crisis bastante aguda de retroceso entre 1580 y
1585, crisis llamada a ahuecarse de prisa paradespus colmarse de una sola vez. Una serie de in-
vestigaciones realizadas en Florencia y sus alre-
dedores lo pone de manifiesto a travs de snto-
mas tan expresivos como las repatriaciones de
comerciantes florentinos que dejaron entonces
Francia y la Alta Alemania, abandonando a vecessus tiendas hecho todava ms significativo para comprarse tierras en Toscana. Esta crisis,tan clara en una primera auscultacin, habraque diagnosticarla mejor, establecerla cientfica-mente gracias a unas series coherentes de precios,lo que es an trabajo local; pero se plantea in-mediatamente la cuestin de saber si la crisis estoscana o general. Pronto la encontramos en Ve-necia, y en Ferrara esfcilmentedetectable. Pero,hasta dnde se hizo sentir su repentina herida?Es imposible precisar su naturaleza si no se co-noce su rea exacta. Se impone, entonces, que elhistoriador emprenda un viaje hacia todos losdepsitos de archivos de Europa para tratar deencontrar series ignoradas, por lo general, por laerudicin? Interminable viaje!: pues todo lequeda por hacer. Para colmo, si este historiador se preocupa por la India y China y considera quefue el Extremo Oriente quien determin la circu-lacin de los metales preciosos en el siglo xvi y, por consiguiente, el ritmo del total de la vida eco-nmica del mundo, advertir que a estos aos
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florentinos de dificultad corresponden, apenas
desplazados en el tiempo, aos de perturbaciones
en Extremo Oriente en lo que al comercio de las
especias y de la pimienta se refiere. Este corner-
cio pasa de las dbiles manos portuguesas a las
de los hbiles mercaderes moros, y, ms all de
estos viejos habituados del Ocano Indico y de
la Sonda, a las de los caravaneros de la India,quedando, al final, absorbido el conjunto por el
Alta Asia y China. La investigacin acaba por su
propio impulso, en este terreno tan simple, de
dar la vuelta al mundo. Me dedico, precisamente, con algunos jvenes
historiadores, a estudiar la coyuntura general de
siglo xvi y confo poder hablaros de ello un da
no muy lejano. Es necesario sealar, a este res-
pecto, que tambin en este caso es el mundo en
tero quien reclama nuestra atencin? La coyun-
tura del siglo xvi no es solamente Venecia
Lisboa, Amberes o Sevilla, Lyon o Miln; es tam-
bin la compleja economa del Bltico, los viejo
ritmos del Mediterrneo, las importantes corrien-
tes del Atlntico y las del Pacfico, las Ibricas,
los juncos chinos (y prescindo adrede de
muchos otros elementos). Pero hay que
insist tambin en que la coyuntura del siglo
xvi est igualmente constituida por el siglo
xv y por el xvii; la determinan no slo el
movimiento de conjunto de los precios sino
tambin el haz variado de estos precios y su
comparacin, acelerndose unos ms que otros.
Sin duda es verosmil que los precios del vino y
de los bienes inmuebles precedieron en aquel
entonces a todos los dems en su carreraregular. Se explicara, as, a mi entender, de
qu manera la tierra absorbi, atrajo e
inmoviliz la fortuna de los nuevos ricos. Todoun drama social. Por este mismo motivo seexplicara tambin esa civilizacin invasora y
obstinada de la vid y del vino: al exigir lo los
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precios aumentan las flotas de barcos cargados de barriles de vino, en direccin del Norte, a partir de Sevilla, de las costas portuguesas o de laGironda; crecen de manera anloga esos ros decarretas, loscarretoni, que, a travs del Breero,trasladan cada ao a Alemania los vinos nuevosdel Friul o de las Venecias, vinos turbios que el propio Montaigne palade en su lugar de origen.
La historia de las tcnicas, la simple historiade las tcnicas, por encima de investigaciones in-ciertas, minuciosas, continuamente interrumpi-das ya que el hilo se rompe demasiadas vecesentre los dedos o, dicho de otra manera, ya que bruscamente faltan los documentos a interro-gar tambin descubre paisajes amplios en ex-ceso y plantea problemas demasiado vastos. Enel sigloXVI, el Mediterrneo, el Mediterrneo con-siderado en bloque, fue objeto de toda una seriede dramas tcnicos. Es entonces cuando la arti-llera se instala en el estrecho puente de los bar-
cos; y, por cierto, con qu lentitud! Es entonces
cuando sus secretos son transmitidos hacia losaltos pases del Nilo o el interior del. Oriente Me-
dio, con duras consecuencias siempre. Se produ-
ce, entonces, un nuevo drama ms silencioso, unalenta y curiosa disminucin de los tonelajes ma-
rtimos. Los cascos se vuelven cada vez ms lige-
ros. Venecia y Ragusa son las patrias de los grue-
sos cargos: sus veleros de carga desplazan hasta
mil toneladas e incluso ms. Son los grandes
cuerpos flotantes del mar. Pero semejante lujo
pronto excede los medios de los que Venecia
puede disponer. Contra los gigantes del mar prue-
ban por doquier fortuna los pequeos veleros
griegos, provenzales, marselleses o nrdicos. En
Marsella, es la poca en que triunfan las tarta-
nas, las saetas y las naves minsculas. Esquifes
que cabran en el hueco de la mano; rara vez re-
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basan las cien toneladas. Pera a la hora de laverdad estos barcos de bolsillo dan pruebas desus posibilidades. El mnimo soplo de viento lesempuja; entran en todos los puertos; cargan en
unos cuantos das, en unas cuantas horas, mien-tras que los barcos de Ragusa tardan semanas ymeses en engullir sus cargas.
Uno de estos grandes cargos ragusianos puede
apresar a uno de los buques ligeros marselleses,apoderarse de su carga y, tras tirar al agua a latripulacin, hacer desaparecer en un minuto al
barco rival: el hecho constituira un suceso que
ilustra, por un instante, la lucha de los grandescontra los pequeos esquifes del mar. Pero incu-rriramos en falta si pensramos que el conflictose circunscribe al mar interior. Grandes y pe-queos pugnan y se devoran sobre los siete ma-res del mundo. En el Atlntico, su lucha es la msimportante del siglo. Invadirn los ibricos In-glaterra? Problema planteado antes, con y despusde la Armada Invencible. En cuanto a los nr-dicos le metern el diente a la Pennsula y es-tamos ante la expedicin de Cdiz o se conten-tarn con atacar al Imperio de los ibricos yhenos ante Drake, Cavendish y muchos otros?Los ingleses poseen la Mancha; los ibricos, Gi- braltar. Cul de estas dos supremacas es msventajosa? Pero sobre todo quin ser el ven-cedor: las pesadas carracas portuguesas y losgrandes galeones espaoles o los finos veleros del Norte (1.000 toneladas de un lado contra 200, 100y hasta a veces 50 del otro)? Contienda a menudodesigual, ilustrada por uno de esos grabados depoca que muestran a uno de los gigantes ibri-cos cercado por una nube de cascos liliputienses.Los pequeos hostigan a los grandes, los acribi-llan. Cuando logran apoderarse de ellos, cogenel oro, las piedras preciosas y algunos paquetesde especias para despus prender fuego al enorme
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e intil casco. Pero se encuentra la razn ocultade la historia nicamente en este resumenexcesivamente claro? Si la resistencia ibrica con-tina, se debe a que, a pesar de todo, los convo-yes de galeones consiguen pasar prcticamenteindemnes, llevados de la mano de Dios dicenlos genoveses camino de las Antillas, de las quevuelven henchidos de plata; las minas del NuevoMundo permanecen al servicio de los dueosibricos. La historia de las embarcaciones no cons-tituye una historia en s. Hay que volver a situarlaentre las otras historias que la rodean y lasostienen. De esta forma, la verdad, sin negarsede plano, nos elude una vez ms.
Todo problema, cercano a la temtica central,no cesa insisto en ello de complicarse, de ex-tenderse en superficie y en espesor, de abrir sin
trmino nuevos horizontes de trabajo. Tendrocasin de decirlo a propsito de la vocacin im- perial del siglo xvi de la que voy -a tratar estecurso y que no se puede como es de sospe-char adjudicar tan slo al siglo xvi. Ningn problema se ha dejado nunca encerrar en un slomarco.
Si abandonamos el terreno de lo econmico yde la tcnica, si nos aventuramos por el de lascivilizaciones, si pensamos en esas insidiosas ycasi imperceptibles fisuras que, en el curso deun siglo o dos, se convierten en profundas grie-
tas ms all de las cuales todo cambia en la viday en la moral de los hombres, si pensamos en
esas prestigiosas revoluciones interiores, enton-
ces el horizonte, lento en abrirse paso, se ampla
y se complica con ms intensidad an. Un jovenhistoriador italiano, despus de pacientes pros-
pecciones, lanza la hiptesis de que la idea y la
representacin de la muerte cambian totalmente
hacia la mitad del siglo xvi. Se abre entonces un
profundo foso: una muerte celeste, vuelta hacia
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el ms all y apacible, puerta- ampliamente
abierta por la que todo hombre (con alma y
cuerpo casi por entero) pasa sin crisparse en ex-
ceso, esta muerte serena es sustituida por una
muerte humana, colocada ya bajo el primer sig-
no de la razn. Resumo con torpeza un debate
apasionante. Pero el hecho de que esta nueva
muerte, morosa en mostrar su verdadero rostro,nazca o parezca nacer con mucha antelacin en
los pases romanos, orienta la encuesta y nos pone
en contacto con esta historia silenciosa, pero
imperiosa, de las civilizaciones. Navegaremos en-
tonces ms all del habitual decorado de la Re-forma, no sin vacilaciones y mediante
cautelosas, y pacientes investigaciones. Habr
que leer los; devocionarios y los testamentos,
coleccionar los; documentos iconogrficos, o
consultar en las ciudades, celosas guardianas de
sus cartularios, como Venecia, los papeles de los
Inquisitori contra Bestemmie, esos archivos
negros del control de las costumbres de
inapreciable valor.
Pero no basta, como es sabido, con refugiarse en
esta interminable y necesaria prospeccin de
materiales nuevos. Es imprescindible someter es-
tos materiales a mtodos. Estos, sin duda, varan algunos al menos de un da para otro. Den-
tro de diez o veinte aos, nuestros mtodos eneconoma y en estadstica habrn perdido su va-
lor, al mismo tiempo que nuestros resultados, que
sern impugnados y rechazados: srvanos de
ejemplo la suerte que hoy corren estudios relati-
vamente recientes. Es necesario que estas infor-
maciones y estos materiales sean vueltos a pensar
a la medida del hombre y por debajo de las
precisiones que puedan aportar; se trata, en la
medida de lo posible, de reencontrar la vida: de
mostrar cmo estn unidas estas fuerzas, si secodean o chocan brutalmente, cmo con frecuen-
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ca mezclan sus aguas furiosas. Hay que recogerlo
todo para reinstalarlo en el marco general de la
historia, para que, a pesar de las dificultades, de
las antinomias y de las contradicciones funda-
mentales, la unidad de la historia, que es uni-
dad de la vida, sea respetada.
Labor demasiado pesada, se me replicar.
Siempre se piensa en las dificultades de nuestro
oficio; sin pretender negarlas, puedo permitir-
me, una vez ms y sin que sirva de precedente,
poner el acento sobre las insustituibles comodi-
dades que ofrece? Un primer examen nos permi-
te, en efecto, desentraar lo esencial de una situa-cin en lo que a su devenir se refiere. Entre
las fuerzas en pugna, somos capaces de distin-
guir aquellas que triunfarn; discernimos de an-
temano los acontecimientos importantes, los que
tendrn consecuencias, aquellos a quienes per-
tenecer en definitiva el futuro. Inmenso privi-
legio! Quin se consideracapaz de diferenciar
en la compleja trama de la vida actual lo dura-
dero de lo efmero? Ahora bien, esta distincinse sita en el corazn mismo de la investigacin
de las ciencias sociales, en el corazn mismo delconocimiento, de los destinos del hombre, en lazona de sus problemas capitales. Como historia-
dores, nos encontramos, sin esfuerzo, dentro deeste debate. Quin puede negar, por ejemplo,
que la inmensa cuestin de la continuidad y de
la discontinuidad del destino social, que los so-
cilogos discuten, constituye, en primer lugar, un
problema de historia? Si grandes cortes trocean
los destinos de la humanidad, si, tras su desga-
rro, todo encuentra fundamento en nuevos trmi-nos y ninguna de nuestras antiguas herramientas
de trabajo o de nuestros pensamientos sirve ya
para nada, entonces la realidad de estos cortes
pertenece a la historia. Existe o no una excep-
cional y efmera coincidencia entre todos los di-
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versos tiempos de la vida de los hombres? Enor-me pregunta, que nos pertenece. Toda progresinlenta se termina un buen da; el tiempo de lasverdaderas revoluciones es tambin el tiempo enque florecen las rosas.
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Seoras y seores: La historia ha sido arrastrada a estas orillasquiz peligrosas por la propia vida. Ya lo he
dicho: la vida es nuestra escuela. Pero sus leccio-nes no slo las ha escuchado la historia; y, trascomprenderlas, no slo la historia ha sacado susconsecuencias. En realidad, la historia se ha be-neficiado, ante todo, del empuje victorioso de las jvenes ciencias humanas, ms sensibles aun queella a las coyunturas del presente. Hemos asis-tido, desde hace unos cincuenta aos, al naci-miento, renacimiento o florecimiento de una se-rie de ciencias humanas, imperialistas; y, a cadavez, su desarrollo ha significado para nosotros,los historiadores, tropiezos, complicaciones y,ms tarde, inapreciables enriquecimientos. Quizsea la historia la mayor beneficiara de estos re-cientes progresos. Es necesario insistir en su deuda hacia la geo-grafa o la economa poltica, o tambin la socio-loga? Una de las obras ms fecundas para lahistoria, quiz incluso la ms fecunda de todas,ha sido la de Vidal de la Blache, historiador deorigen, gegrafo por vocacin. Me atrevera adecir que elTableau de la gographie de la France,aparecido en 1903, en el umbral de la granhistoria de Francia de Ernest Lavisse, constituyeuna de las obras ms importantes de la escuelahistrica francesa. Bastarn tambin unas pala- bras para subrayar todo lo que la historia debe
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a la obra capital de Francois Simiand, filsofoconvertido en economista y cuyo magisterio eneste mismo College de France fue ejercido, por desgracia, demasiados pocos aos. Lo que Si-miand descubri sobre las crisis y los ritmos dela vida material de los hombres ha hecho posiblela magnfica obra de Ernest Labrousse, la contri- bucin ms renovadora para la historia de estosltimos veinte aos. Represe tambin en todolo que la historia ha podido retener de la presti-giosa enseanza de Marcel Mauss, que ha sidouna de las autnticas glorias del College de Fran-ce. Nadie nos ha enseado a los historiadoresmejor que l el arte de estudiar las civilizacionesen sus intercambios y en sus aspectos friables, elarte de seguirlas en sus realidades rudimentarias,fuera de la zona de excelencia o de calidad en laque la historia de antao, al servicio de todaslas estrellas del momento, se ha complacido mo-rosa y exclusivamente. Por ltimo, me sientoobligado a recordar todo lo que la sociologa deGeorges Gurvitch, sus libros y ms an sus des-lumbrantes conversaciones, me han aportado per-sonalmente en sugerencias y en nuevas orienta-ciones.
No es necesario multiplicar los ejemplos para
explicar hasta qu punto se ha enriquecido la his-toria en los ltimos aos gracias a las adquisi-ciones de las ciencias vecinas. De hecho, puededecirse que se ha construido de nuevo.
Pero era necesario que los propios historiadores,
molestos en funcin de su formacin y a
veces de sus admiraciones se convencieran deello. Ocurre con frecuencia que, sometida a la
influencia de poderosas y ricas tradiciones, una
generacin entera atraviese, sin participar en l,
el tiempo til de una revolucin intelectual. Pero,
por fortuna, existen casi siempre algunos hom-
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bres ms sensibles y ms capacitados que los
dems para percibir las orientaciones del pensa-
miento de su poca. No cabe duda que la funda-
cin, en 1929, en Estrasburgo, por Lucien Febvre
y Marc Bloch, de los Annales d'histoire cono-
mique et sociale represent un momento decisivo
para la historia francesa. Permtaseme que hable
de ellos con admiracin y gratitud, puesto que
se trata de una obra enriquecida por ms de
veinte aos de esfuerzos y de xito, de la que no
soy ms que un artfice de segunda hora.
Nada ms fcil hoy que subrayar y hacer com-
prender la originalidad vigorosa del movimiento
en sus orgenes. Lucien Febvre escriba en el en-
cabezamiento de su joven revista: Mientras que
los historiadores aplican a los documentos del
pasado sus viejos mtodos consagrados, hom-
bres cada vez ms numerosos dedican con entu-siasmo su actividad al estudio de las sociedadesy de las economas contemporneas... Esto sera
inmejorable, claro est, si cada cual, en la prc-
tica de una especializacin legtima, en el cultivo
laborioso de su jardn, se esforzara, no obstante,
en mantenerse al corriente de la labor del veci-no. Pero los muros son tan altos que muy a
menudo impiden ver. Y, sin embargo, cuntas
sugestiones inapreciables respecto del mtodo y
de la interpretacin de los hechos, qu enrique-
cimientos culturales, qu progresos en la intui-
cin surgiran entre los diferentes grupos gracias
a intercambios intelectuales ms frecuentes! El porvenir de la historia... depende de estos inter-
cambios, como tambin de la correcta inteleccinde los hechos que maana sern historia. Con-
tra estos temibles cismas pretendemos levantar-
nos... Repetiramos hoy sin ningn reparo estas pa-
labras, que an no han convencido a todos los
historiadores individualmente, pero que, no obs-
tante, han marcado lo admita o no a toda
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la joven generacin. Lo admita o no, ya que los Annales han sido acogidos, al igual que todo loque tiene fuerza, al mismo tiempo con vigorososentusiasmos y con hostilidades obstinadas, mas .han tenido y continan teniendo a su favor lalgica de nuestro oficio, la evidencia de los he-chos y el incomparable privilegio de encontrarseen la vanguardia de la investigacin, inclusocuando esta investigacin resulta aventurada.
No es necesario que hable aqu ante un pblico de historiadores, de este largo y mltiplecombate. Tampoco tengo que insistir sobre laamplitud y la diversidad y la riqueza de laobra de mi ilustre predecesor: todo el mundoconoce los trabajos de Lucien Febvre sobre
Philippe II et la Franche-Comt, La terre et l'volution humaine, Le Rhin, Luther, su
magnfico libro sobre Rabelais et l'incroyancereligieuse au XVI eme sicle, y el tan fino estudio,ltimo en aparecer, sobreMarguerite de
Navarre. Insistir, por el contrario, sobre losinnumerables artculos y las innumerables cartasque constituyen lo digo sin vacilar su msamplia contribucin intelectual y humana al pensamiento y a las controversias de su poca.
En ellos abord con libertad todos los temas,todas las tesis, todos los puntos de vista, conesta alegra de descubrir y de hacer descubrir ala que nadie que haya estado verdaderamente encontacto con l ha podido permanecer insensible. No creo que nadie sea capaz deestablecer la cuenta exacta de todas las ideas que
Febvre ha prodigado y difundido de esta
forma; y no siempre le hemos alcanzado en susgiles viajes. Slo l hubiera sido capaz, sin duda, de fijar nuestro camino en medio de los conflictos y delos acuerdos de la historia con las ciencias so-ciales vecinas. Nadie mejor que l ha estado en
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disposicin de devolvernos la confianza en nues-
tro oficio, en su eficacia. Vivir la historia: stees el ttulo de uno de sus artculos, un hermosottulo y al mismo tiempo todo un programa. La
historia nunca supuso para l un juego de eru-
dicin estril, una especie de arte por el arte, de
erudicin que se bastara a s misma. Siempre
la consider como una explicacin del hombre
y de lo social a partir de esa coordenada inapre-
ciable, sutil y compleja el tiempo que slo
los historiadores sabemos manejar y sin la cual
ni las sociedades ni los individuos del pasado o
del presente pueden recuperar el ritmo y el ca-
lor de la vida. Ha sido, sin duda, providencial para la historia
francesa que Lucien Febvre, al mismo tiempo
que demostraba una rara sensibilidad para los
conjuntos, para la historia total del hombre, con-
siderada bajo todos sus aspectos, al mismo tiem-
po que comprenda con lucidez las nuevas posi-
bilidades de la historia, permaneciera sensible,
con la cultura refinada de un humanista, y fuera
capaz de expresarlo con vigor, todo lo que hay de
particular y de nico en cada aventura indivi-
dual del espritu.
Todos somos conscientes del peligro que entra-
a una historia social: olvidar, en beneficio dela contemplacin de los movimientos profundos
de la vida de los hombres, a cada hombre bre-gando con su propia vida, con su propio destino;
olvidar, negar quiz, lo que en cada individuo
hay de irreemplazable. Porque impugnar el papel
considerable que se ha querido atribuir a algu-
nos hombres abusivos en la gnesis de la historia
no equivale ciertamente a negar la grandeza del
individuo considerado como tal, ni el inters que
en un hombre pueda despertar el destino de otro
hombre. Como deca hace un momento, los hombres, in-
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cluso los ms grandes, no nos aparecen ya tan
libres e indeterminados como a nuestros prede-
cesores en el oficio histrico; mas no por ello
disminuye el inters que su vida despierta: ms
bien al contrario. Y la dificultad no radica enconciliar, en el plano de los principios, la nece-
sidad de la historia individual y de la historia
social; la dificultad reside en ser capaz de tener
sensibilidad para ambas al mismo tiempo y en
conseguir apasionarse por una de ellas sin por
ello olvidar a la otra. Es un hecho que la histo-
riografa francesa, introducida por Lucien Febvre
por el camino de los destinos colectivos, no se
ha desinteresado jams, ni por un momento, de
las cumbres del espritu. El propio Lucien Febvre
ha vivido con pasin y obstinacin junto a Lu-
tero, Rabelais, Michelet, Proudhon y Stendhal;
una de sus originalidades consiste precisamente
en no haber renunciado jams a la compaa de
estos autnticos prncipes. Pienso, en particular,
en el ms brillante de sus libros, en Luther, enel que sospecho que por un instante aspir a
ofrecer el espectculo de un hombre verdadera-
mente libre, dueo de su propio destino y del
destino de la historia. Por este motivo sigui sus
pasos tan slo durante los primeros aos de su
vida rebelde y creadora, hasta el da en que se
cierran sobre l, de manera implacable, el des-
tino de Alemania y el de su siglo.
No creo que esta ardiente pasin por el espritu
haya dado lugar en Lucien Febvre a una con-
tradiccin. A sus ojos, la historia contina siendo
una empresa prodigiosamente abierta. Resisti
siempre al deseo, no obstante natural, de atar
el haz de sus nuevas riquezas. Acaso construir
no supone siempre restringir? Por esta razn, si
no me equivoco, todos los grandes historiadores
de nuestra generacin, los ms grandes y por
consiguiente los ms poderosamente individuali-
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zados, se han sentido a sus anchas a la luz y enel impulso de su pensamiento. No es necesarioque insista sobre las oposiciones que existen en-tre las obras capitales, cada una a su manera, deMarc Bloch, de Georges Lefebvre, de Marcel Ba-taillon, de Ernest Labrousse, de Andr Piganiol,de Augustin Renaudet. Y, no obstante, todas ellasse concilian sin esfuerzo con esa historia vislum- brada, y ms tarde conscientemente propuesta,hace ms de veinte aos.
Quiz sea ese haz de posibilidades el que con-fiere su fuerza a la escuela histrica francesa dehoy. Escuela francesa? Un francs apenas seatreve a pronunciar esta palabra; y, si la pronun-cia, se percata en el acto de tantas divergenciasinternas que vacila en repetirla. Y, sin embargo,vista desde el extranjero, nuestra situacin no parece tan compleja. Un joven profesor inglsescriba hace poco: En el caso de que una nuevainspiracin deba penetrar en nuestro trabajo his-trico, lo ms probable es que nos venga de Fran-cia: parece como si Francia estuviera llamada adesempear en este siglo el papel que Alemaniadesempe en el precedente... No es necesarioinsistir en que juicios de este tipo slo pueden
aportarnos aliento y orgullo. Nos confieren tam-
bin la sensacin de una excepcional responsa- bilidad, la inquietud de no mostrarnos dignos dela confianza que se nos concede.
Seor administrador, queridos colegas, sabenustedes muy bien que este desasosiego que pare-ce sobrecogerme en los ltimos instantes de miconferencia me acompaaba ya incluso desde an-
tes de haber pronunciado la primera palabra.A quin no le causara, en efecto, ansiedad elentrar a formar parte del College de France? Me-
nos mal que la tradicin es una buena consejera;ofrece, por lo menos, tres refugios. Leer la con-
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ferencia; y es la primera vez en mi vida, lo
confieso, que me resigno a ello. Buena prueba
de mi confusin! Eludir el compromiso tras la
presentacin de un programa, al amparo de sus
ideas ms apreciadas: ciertamente, pero la pan-
talla no todo lo tapa. Por ltimo, hacer alusin
a las amistades y a las simpatas, a fin de sen-
tirse menos solo. Esas simpatas y esas amistades
estn todas ellas presentes en mi recuerdo agra-
decido: simpatas activas de mis colegas de la
cole Pratique des Hautes tudes, a donde fui
llamado hace ya casi diez aos; simpatas activas
de mis colegas historiadores, mayores que yo y
contemporneos mos, sobre todo en la Sorbona,
en donde he tenido tanto placer en conocer, bajo
su amparo, la juventud de nuestros estudiantes.
Por ltimo, otras, muy queridas, velan aqu
por m.
He sido conducido a esta casa por la excesiva
benevolencia de Augustin Renaudet y de Marcel
Bataillon. Sin duda porque, a pesar de mis de-
fectos, pertenezco a la estrecha patria del si-
glo xvi y he querido mucho y sigo queriendo a
la Italia de Augustin Renaudet y a la Espaa de
Marcel Bataillon. No han reparado en el hecho
de que fuera, con relacin a ellos, un visitante
del atardecer: la Espaa de Felipe II no es ya
la de Erasmo, la Italia de Tiziano o del Cara-vaggio no se ilumina ya con las antorchas de
la Florencia de Lorenzo el Magnfico y de Mi-
guel ngel. El crepsculo del siglo xvi! Lucien
Febvre acostumbraba a hablar de los tristes hom- bres de despus de 1560. Hombre tristes, sin duda,
aquellos hombres, expuestos a todos los golpes,
a todas las sorpresas, a todas las traiciones de
los otros hombres y de la suerte, a todas las amar-
guras, a todas las rebeldas intiles. A su alre-
dedor, y en ellos mismos, tantas guerras inexpia-
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bles... Pero, por desgracia, esos hombres tristes
se parecen a nosotros como hermanos.
Gracias a ustedes, queridos colegas, ha sido
preservada la ctedra de historia de la civiliza-
cin moderna y me incumbe el honor de asegu-
rar su continuidad. Amistades, simpatas, buena
voluntad, inters por una labor que se siente en
el fondo de uno mismo no pueden impedir que
se tema, con toda conciencia y sin falsa humildad,
el suceder a un hombre sobre quien reposa toda-
va hoy la inmensa tarea que he definido, al mar-
gen de sus libros, en los derroteros mismos de
su pensamiento incansable: a nuestro gran y que-
rido Lucien Febvre, gracias a quien, durante
aos, se hizo or de nuevo, para mayor gloria de
esta casa, la voz de Jules Michelet, a la que se
hubiera podido creer callada para siempre.
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2 A favor de una economa histrica
Los resultados conseguidos por las investiga-
ciones de historia econmica son ya lo suficien-
temente densos como para que sea lcito, en teo-
ra al menos, rebasarlos y desentraar, ms all
de los casos particulares, reglas tendenciales? Di-
cho en otros trminos: puede el esbozo de una
economa histrica, atenta a los amplios conjun-
tos, a lo general, a lo permanente, ser de utilidad
a las investigaciones econmicas, a las soluciones
de amplios problemas actuales o, lo que es ms, a
la formulacin de estos problemas? Los fsicos se
tropiezan de cuando en cuando con dificultades
cuya solucin slo la pueden encontrar los
matemticos en virtud de sus reglas particulares.
Nos encontraramos nosotros, los historiadores,
en anloga posicin respecto de nuestros colegas
economistas? La comparacin es sin duda dema-
siado ventajosa. Supongo que si se aspira a ob-
Fernand Braudel: Pour une conomie histonque, La Revue conomique,1950, I, mayo, pgs. 37-44
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tener una imagen ms modesta, y quiz ms
exacta, habra que compararnos a esos viajeros
que van tomando nota de los accidentes del ca-
mino y de los colores del paisaje y a los que la
advertencia de semejanzas y de similitudes move-
ra a recurrir, para salir de dudas, a amigos ge-
grafos. Tenemos la sensacin, en efecto, en el
curso de nuestros viajes a travs del tiempo de
los hombres, de haber adivinado realidades eco-nmicas, las unas estables, las otras fluctuantes,dotadas o no de ritmo. Se trata de ilusiones, de
comprobaciones intiles o, por el contrario, de
trabajo ya vlido? No podemos juzgarlo nosotros
solos.
Tengo, pues, la impresin de que puede y debe
entablarse un dilogo entre las diferentes cien-
cias humanas: sociologa, historia, economa.
Como consecuencia de ese dilogo, cada una de
estas ciencias humanas podra experimentar con-
mociones. Estoy, de antemano, dispuesto a aco-
ger a estas conmociones en lo que a la historia
se refiere; y, por consiguiente, no trato o no soy
capaz de definir un mtodo en estas pocas lneas
que he aceptado escribir, no sin aprensin, para
la Revue conomique.Pretendo, todo lo ms, po-
ner de relieve algunas cuestiones sobre las que
deseara que los economistas volvieran a reflexio-
nar, a fin de que, a su regreso a la historia, las
encontrramos transformadas, aclaradas, amplia-
das, o, quiz, a la inversa, devueltas a la nada
(pero incluso en este caso se tratara de un pro-
greso, de un paso adelante). No es necesario in-
sistir en que no pretendo plantear todos los pro-
blemas, y ni siquiera los problemas esenciales
que sacaran provecho de un examen confronta-
do de ambos mtodos, el histrico y el econmi-
co. Se podran enunciar miles de ellos. Pero me
limitar, en este caso, a algunos que me preocu-
pan personalmente y sobre los que he tenido oca-
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A favor de una economa histrica 49
sin de reflexionar en la prctica del oficio de
historiador. Quiz se aproximen a las preocupa-
ciones de algunos economistas, aunque nuestros
puntos de vista me siguen pareciendo muy aleja-
dos unos de otros.
1
Se piensa siempre en las dificultades del oficio
de historiador. Sin pretender negarlas, permta-
seme insistir, por una vez, en sus insustituibles
ventajas. Podemos, en efecto, en un primer exa-
men, desentraar lo esencial de una situacinhistrica en lo que a su porvenir se refiere. Dis-
cernimos entre las diferentes lneas de fuerzacules sern las triunfadoras. Distinguimos de an-
temano los acontecimientos importantes, los que
han de tener consecuencias, aquellos a los que,
en definitiva, pertenece el futuro. Inmenso pri-
vilegio! Quin, en efecto, sera capaz,en la com-
pleja urdimbre de hechos de la vida actual, de
distinguir con tantos visos de seguridad lo dura-
dero de lo efmero? A los ojos de los contempo-
rneos los hechos se presentan, por desgracia
con excesiva frecuencia, en un mismo plano de
importancia; y los muy grandes acontecimientos
constructores del futuro hacen tan poco ruido
llegan sobre patas de trtola, deca Nietz-
sche que es difcil adivinar su presencia. De
ah el esfuerzo de un Colin Clark aadiendo a losdatos actuales de la economa profticas prolon-
gaciones hacia el porvenir, en la pretensin de
distinguir de antemano las corrientes esenciales
de acontecimientos que fabrican y arrastran a
nuestra vida. Lo que primero percibe el historiador es, pues, la
tropa de acontecimientos vencedores en la ri-
validad de la vida; pero estos acontecimientos se
vuelven a colocar y se ordenan en el marco de
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mltiples posibilidades contradictorias, entre las
que la vida ha realizado finalmente una seleccin:
por una posibilidad que se ha realizado decenas,
centenas y millares de ellas, demasiado humildes
o demasiado secretas para imponerse de golpe a
la historia, se han esfumado. Conviene, no obs-tante, tratar de reintroducirlas, porque estos mo-
vimientos derrotados representan las fuerzas ml-
tiples, materiales e inmateriales, que en cada
instante han frenado los grandes impulsos de la
evolucin, retrasado su florecimiento y puesto a
veces un trmino prematuro a su carrera. Es in-
dispensable conocerlos. Diremos, pues, que es necesario que los histo-
riadores vayan contra corriente, reaccionen con-
tra las facilidades del oficio y no se limiten a
estudiar el progreso, el movimiento vencedor,
sino tambin su opuesto, esa proliferacin de ex-
periencias contrarias cuya derrota exigi muchos
esfuerzos cabe decir, en una sola palabra, la
inercia, en el caso de que no se confiera a este
trmino ningn valor peyorativo. En cierta ma-
nera, Lucien Febvre estudia en su Rabelais un problema de este tipo cuando se pregunta si la
incredulidad que tan gran porvenir tena reser-
vado para precisar el ejemplo, yo dira incluso
la incredulidad reflexiva, de raigambre intelec-
tual era una especulacin posible en la primera
mitad del siglo xvi, si el utillaje mental del siglo
(entindase su inercia frente a la incredulidad)autorizaba su nacimiento y su clara formulacin.
Volvemos a encontrar y, por lo general, ms
claramente planteados, si no ms fciles de re-
solver estos problemas de inercia, de frenazos,
en el terreno econmico. No se ha descrito aca-
so bajo los nombres de capitalismo, de economa
internacional, de Welwirtschaft (con todo lo que
el trmino arrastra consigo de turbio y de rique-
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za en el pensamiento alemn) evoluciones de
punta, superlativos y, a menudo, excepciones? En
su magnfica historia de los cereales en la Grecia
clsica, Alfred Jard, despus de haber soado
con las formas modernas del comercio de losgranos, con los negociantes de Alejandra, due-
os de jugosos trficos, imagina a un pastor del
Peloponeso o de Epira que vive de su tierra, de
sus olivos, y que los das de fiesta mata a un
cochinillo de su propio rebao: ejemplo de miles
y miles de economas cerradas o semicerradas,
al margen de la economa internacional de su
tiempo, y que, a su manera, determinan la expan-
sin y los ritmos. Inercias? Tambin hay aque-
llas que en cada edad imponen sus medios, su
poder, sus velocidades, mejor dicho, sus lentitu-
des relativas. Todo estudio del pasado debe ne-
cesariamente comportar una minuciosa medida
de lo que, en una determinada poca, afecta exac-
tamente a su vida: obstculos geogrficos, obs-
tculos tcnicos, obstculos sociales administra-tivos. Para precisar mi pensamiento, me ser
lcito decir, confidencialmente, que si yo empren-
diera el estudio que me tienta de la Francia
de las Guerras de Religin, partira de una im-
presin que puede parecer en una primera apro-
ximacin arbitraria, pero que estoy seguro que
no lo es? Los pocos recorridos que he podido
hacer a travs de esa Francia me han hecho ima-ginarla como a la China de entre las dos guerras
mundiales: un inmenso pas en el que los hom-
bres se pierden, tanto ms cuanto que la Francia
del siglo XVI no tiene la superabundancia demo-
grfica del mundo chino; en cualquier caso, la
imagen de un gran espacio dislocado por la gue-
rra nacional y extranjera es vlida. En ambos
casos existen ciudades sitiadas y atemorizadas,
matanzas, disolucin de ejrcitos flotantes entre
provincias, dislocaciones regionales, reconstruc-
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ciones, milagros, sorpresas. Represe que no digo
que fuera posible mantener durante mucho tiem-
po la comparacin, hasta el final del estudio, sino
que es de ella de donde habra que partir: de
un estudio de ese clima de vida, de esa inmen-sidad, de los frenazos innumerables que suponen,
para comprender todo el resto, incluidas la eco-
noma y la poltica. Estos ejemplos no plantean el problema. Lo
presentan, no obstante, en sus aspectos funda-
mentales. Todas las existencias, todas las expe-
riencias, son prisioneras de una envoltura dema-
siado gruesa para ser rota de un solo golpe;
lmite de poder de un utillaje que slo permite
ciertos movimientos, por no decir ciertas reaccio-
nes o innovaciones metodolgicas. Grueso lmi-
te, desesperante y razonable a la vez, bueno o
malo, que impide tanto lo mejor como lo peor,
hablando en moralista. Acta casi siempre con-
tra el progreso social ms indispensable; pero
tambin puede ocurrir que frene la guerra pien-
so en el siglo xvi con sus luchas ahogadas, entre-
cortadas de pausas o que impida el paro, como
ocurri en el mismo siglo xvi, en el que las acti-
vidades de produccin estn desmenuzadas en
organismos minsculos y numerosos, de una
asombrosa resistencia a las crisis.
Este estudio de los lmites, de las inercias in-vestigacin indispensable, o que debera serlo,
para el historiador obligado a tener en cuenta
realidades de antao a las que conviene devolver
su verdadera medida, acaso no pertenece tam-
bin a la jurisdiccin del economista en sus ta-
reas ms actuales? La civilizacin econmica dehoy tiene sus lmites, sus momentos de inercia.
Sin duda a un economista le resulta difcil ex-traer estos problemas de su contexto histrico
o social. Pero a l le incumbe, no obstante, de-cirnos cmo formularlos de la mejor manera, o
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si no demostrarnos por qu se trata de falsos
problemas, sin inters. Un economista al que yo
interrogaba recientemente, me responda que para
el estudio de estos frenazos, de estas viscosida-des, de estas resistencias, contaba sobre todo conlos historiadores. No es seguro. Me atrevera a
afirmar que existen ah, por el contrario, elemen-
t