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 CINCO VI S D E CCESO L RE LID D SOCI L Miguel Beltrán 1. étodo científico y métodos dr : la ociología Abordar por derecho l problema del método d e la Sociología implica se quiera o n o tomar posición acerca del método científico; y esto supone a s u vez al menos dos cuestiones diferentes: la primera relativa a si existe algo que pueda llamarse método científico en el sentido de ser sólo uno y d e estar generalmente aceptado y ser practicado por los científicos; la segunda relativa a s í e n el caso d e que tal cosa exista las ciencias sociales o humanas o de la cultura o la historia han acogerse a un método elaborado para las cien cias físico-naturales desde una perspectiva positivista. Pues bien por improcedente que parezca creo que e n este momento debo atreverme a dar respuesta breve y tajante a tan gruesos problemas y no por que piense que baste con ella que pueda cortarse sin más el nudo gordiano sin tomarse l trabajo de desatarlo sino por n o repetir l o que y a en otro lugar he dicho aliviando así al lector de una enfadosa vuelta a empezar. Así pues se m e perdonará s i me limito a anotar sucintamente varias afirmaciones que no argumentos. E n primer lugar me parece sumamente problemático que exista algo que pueda ser llamado sin equivocidad el método científico: n o sólo porque la Beltrán, M. (1989). Cinco vías de acceso a la realidad social. Revista Española de Investigaciones Sociológicas (29,58) pp. 7-41. (AR51910)

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Cinco vias de acceso a la realidad social

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  • CINCO VIAS DE ACCESO A LA REALIDAD SOCIAL

    Miguel Beltrn

    1. Mtodo cientfico y mtodos dr-: la Sociologa

    Abordar por derecho el problema del mtodo de la Sociologa implica, se quiera o no, tomar posicin acerca del mtodo cientfico; y esto supone a su vez, al menos, dos cuestiones diferentes: la primera, relativa a si existe algo que pueda llamarse mtodo cientfico, en el sentido de ser slo uno y de estar generalmente aceptado y ser practicado por los cientficos; la segunda, relativa a s, en el caso de que tal cosa exista, las ciencias sociales, o humanas, o de la cultura, o de la historia, han de acogerse a un mtodo elaborado para las cien-cias fsico-naturales desde una perspectiva positivista.

    Pues bien, por improcedente que parezca, creo que en este momento debo atreverme a dar respuesta breve y tajante a tan gruesos problemas, y no por-que piense que baste con ella, que pueda cortarse sin ms el nudo gordiano sin tomarse el trabajo de desatarlo, sino por no repetir lo que ya en otro lugar he dicho, aliviando as al lector de una enfadosa vuelta a empezar. As pues, se me perdonar si me limito a anotar sucintamente varias afirmaciones, que no argumentos.

    En primer lugar, me parece sumamente problemtico que exista algo que pueda ser llamado sin equivocidad el mtodo cientfico: no slo porque la

    291155 pp. 7-41

    Beltrn, M. (1989). Cinco vas de acceso a la realidad social. Revista Espaola de Investigaciones Sociolgicas (29,58) pp. 7-41. (AR51910)

  • MIGUEL BELTRAN

    filosofa de la ciencia no ha alcanzado un suficiente grado de acuerdo al res-pecto, sino porque la prctica de la ciencia dista de ser unnime. O, al menos, tal mtodo, nico y universalmente aceptado, no existe en forma detallada y cannica; aunque es evidente que bajo la forma de una serie de principios bsicos s que podra considerarse existente. En efecto, las actitudes que fun-damentan la que Gouldner llam cultura del discurso crtico; el recurso a la comunidad cientfica como rbitro y reconocedor de la verdad cientfica; la contrastacin posible con la evidencia emprica disponible; el juego mutuo de teora y realidad en la construccin de una y otra; la exclusin deliberada de la manipulacin o el engao; la renuncia a la justificacin absoluta de la ver-dad encontrada; stos y otros muchos principios que podran recogerse aqu, constituyen hoy da elementos prcticamente indisputados del mtodo cient-fico. Pero slo eso, y nada menos que eso. De aqu que, sin desconocer reali-dad tan abrumadora, haya que escuchar con escepticismo las apelaciones, tan enfticas como ruidosas, a un mtodo cientfico riguroso, detallado, universal y manualizable: tal cosa, ciertamente, no existe.

    En segundo lugar, reitero una vez ms mi opinin de que las ciencias so-ciales no deben mirarse en el espejo de las fsico-naturales, tomando a stas como modelo, pues la peculiaridad de su objeto se lo impide. Se trata, en efecto, de un objeto en el que est incluido, lo quiera o no, el propio estudioso, con todo lo que ello implica; y de un objeto, podramos decir, subjetivo, en el sentido de que posee subjetividad y reflexividad propias, volicin y libertad, por ms que estas cualidades de los individuos sean relativas al conjunto social del que forman parte. Conjunto social que no es natural, en el sentido de que es el producto histrico del juego de las partes de que consta y de los indivi-duos que las componen, siendo stos a su vez tambin producto histrico del conjunto, y ello en una interaccin inextricable de lo que el animal humano tiene de herencia gentica y de herencia cultural. Un objeto de conocimiento, adems, reactivo a la observacin y al conocimiento, y que utiliza a ste, o a lo que pasa por tal, de manera apasionada y con arreglo a su peculiar concepcin tica, limitaciones a las que tampoco escapa el propio estudioso. Un objeto, en fin, de una complejidad inimaginable (y para colmo de males compuesto de individuos que hablan, de animales ladinos), que impone la penosa obliga-cin de examinarlo por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, por el antes y por el despus, desde cerca y desde lejos; pesarlo, contarlo, medirlo, escu-charlo, entenderlo, comprenderlo, historiarlo, describirlo y explicarlo; sabiendo adems que quien mide, comprende, describe o explica lo hace necesaria-mente, lo sepa o no, le guste o no, desde posiciones que no tienen nada de neutras.

    Espero se me disculpe lo que parece ms un alegato literario que un razo-namiento, si se cae en la cuenta de que, pese a todo, la peculiaridad, com-plejidad y polivalencia del objeto de conocimiento de las ciencias sociales no quedan descritas sino de manera harto plida en las palabras anteriores. Si, pues, los objetos de conocimiento de unas y otras son tan radicalmente dife-

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    rentes, a qu empearse en configurar las ciencias sociales tomando como modelo a las de la naturaleza? Se explica tal empeo por el anhelo de respe-tabilidad de los cientficos sociales, pero su aceptacin como miembros de la comunidad constituida por los cientficos de la naturaleza se consigue al in-menso costo de traicionar el objeto de las ciencias sociales. El problema no es aqu simplemente de dos culturas, sino de negacin del objeto. Y si no ha de negarse el objeto, sino afirmarse en su excepcional especificidad, ello impli-ca afirmar tambin una epistemologa pluralista que responda a su complejidad, a la variedad de sus facetas. Y a tal pluralismo cognitivo no puede convenir un mtodo, un solo mtodo, y menos que ninguno el diseado para el estudio de la realidad fsico-natural (que es aplicable a algunas de las facetas de la realidad social, por descontado, pero solamente a algunas Je ellas).

    En tercer lugar, y como conocida conclusin, al pluralismo cognitivo pro-pio de las ciencias sociales, y particularmente de la Sociologa, corresponde un pluralismo metodolgico que diversifica los medos de aproximacin, des-cubrimiento y justificacin en atencin a la faceta o dimensin de la realidad social que se estudia, en el bien entendido que ello no implica la negacin o la trivializacin del mtodo, su concepcin anrquica, o la pereza de enfrentar lo spero: sino, por el contrario, la garanta de la fidelidad al objeto y la negativa a su reproduccin mecnica, a considerarlo como naturalmente dado del mismo modo en que nos es dado el mundo fsico-natural.

    De aqu que ms que del mtodo de la Sociologa se hable en estas pginas de los mtodos de la Sociologa, y no, desde luego, como intercambiables y aleatorios, o en el sentido del todo vale de Feyerabend (1974), sino como adecuados en cada caso al aspecto del objeto que se trata de indagar. Que en eso consiste el pluralismo metodolgico propio de la Sociologa.

    2. El mtodo histrico

    La ciencia de la sociedad ha de recurrir

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    (apud Carr, 1978: 182). En efecto, tambin la Sociologa implica en alguna medida una ruptura con la naturaleza, en el sentido de negar a lo social dado la condicin de natural y de profundizar en la conciencia de su contingencia; dicho ms brevemente, la Sociologa posibilita al menos la atenuacin del etnocentrismo en lo que se refiere a la organizacin y los procesos sociales y, literalmente, permite percibir la historicidad de los fenmenos sociales estu-diados. Por eso tiene tan poco sentido una Sociologa ahistrica que no se pregunte de dnde vienen los procesos y las instituciones sociales (y adnde van), sino que los examine fuera del tiempo: tal Sociologa, a la que dudo se pueda llamar as, hace con frecuencia buena la famosa pregunta de Cmo se puede ser persa?, aunque sin la irona con que en su momento se formul. Este tipo de Sociologa carente de sensibilidad histrica cree que estudia el presente, cuando ste no tiene ms existencia que la puramente conceptual de lnea divisoria imaginaria entre el pasado y el futuro: esta idea de Carr, con la que es difcil no estar de acuerdo, es particularmente aplicable al objeto de la Sociologa, pues la sociedad humana ha cambiado tanto de un pas a otro y de un siglo a otro que se impone considerarla ante todo como un fenmeno histrico (Carr, 1978: 43). De aqu el asombro de Braudel de que los socilo-gos hayan podido escaparse del tiempo, de la duracin (1968: 97), lo que consiguen o bien refugindose en lo ms estrictamente episdico y venemen-tiel, o bien en los fenmenos de repeticin que tienen como edad la de la larga duracin. Y por ello Braudel formula una invitacin a los socilogos, que apoya de una parte en la consideracin de ciencia global que la Sociolo-ga tena para los clsicos y, de otra, en la superacin por los historiadores de una historia limitada a los acontecimientos: invitacin a considerar que Socio-loga e historia constituyen una sola y nica aventura del espritu, no el envs y el revs de un mismo pao, sino este pao mismo en todo el espesor de sus hilos ( 1968: 115): La historia, en efecto, le parece a Braudel una dimensin de la ciencia social, formando cuerpo con ella: desde principios de este siglo, y especialmente en Francia gracias a los esfuerzos de Berr, Febvre y Bloch, la historia se ha dedicado ... a captar tanto los hechos de repeticin como los singulares, tanto las realidades conscientes como las inconscientes. A partir de entonces, el historiador ha querido ser -y se ha hecho- economis-ta, socilogo, antroplogo, demgrafo, psiclogo, lingista ... la historia se ha apoderado, bien o mal pero de manera decidida, de todas las ciencias de lo humano; ha pretendido ser ... una imposible ciencia global del hombre (Braudel, 1968: 113-114 ).

    Pues bien, no se trata, evidentemente, de asumir esta suerte de imperia lismo de los jvenes aos de los Annales y reimplantarlo en la Sociologa, sino slo de reconocer con Braudel que con frecuencia historia y sociologa se iden-tifican y se confunden, especialmente por el carcter global de ambas, y de manera particular en el plano de los fenmenos de larga duracin y en el del anlisis de la estructura global de la sociedad. Esto era bien comprendido y practicado por la mayora de los padres fundadores de la Sociologa, en tan-

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    to que la parte ms importante de la investigacin llevada a cabo en los aos de la que se llam sociologa moderna fue puramente de fenmenos epis-dicos o atemporalmente examinados. Me parece que es preciso reaccionar con-tra tal ahistoricismo, y no dudo en suscribir la opinin de Carr: Cuanto ms sociolgica se haga la historia y cuanto ms histrica se haga la sociologa, tanto mejor para ambas (1978: 89 ).

    Pero negarse al ahistoricismo no implicar caer en el nefando historicismo popperiano con todas sus denostadas miserias? Recordemos que Popper en-tiende por historicismo un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone que la prediccin histrica es el fin principal de stas, y que supone que este fin es alcanzado por medio del descubrimiento de los 'ritmos' o los 'modelos', de las 'leyes' o las 'tendencias' que yacen bajo la evolucin de la historia ( 197 3: 17 ); en contra de ello, la tesis de Popper es que la creencia en un destino histrico es pura supersticin y que no puede haber prediccin del curso de la historia humana por mtodos cientficos o cualquier otra clase de mtodo racional ( 197 3: 9 ). Sea cual fuere la opinin que se tenga acerca de la posicin popperiana (y sin duda est hoy bastante desacreditada a causa de que la nocin de historicismo es ms bien, como dice Carr, una especie de cajn Je sastre en el que Popper rene todas las opiniones acerca de la histo-ria que le desagradan, inventando adems los argumentos historicistas que le interesan: cfr. Carr, 1978: 123 n.), es evidente que cuando reclamo para la Sociologa la necesaria sensibilidad histrica, e incluso un mtodo histrico, no estoy defendiendo la necesidad de que los socilogos hagan prediccin his-trica, sino ms bien postdiccin histrica: esto es, que se esfuercen en ver la formacin de los fenmenos sociales a lo largo del lapso de tiempo conve-niente, y que perciban la duracin de la realidad social, tanto en el perodo corto como largo, como el mbito preciso para hablar de los cambios experi-mentados. Aunque, desde luego, nada se opone a la prediccin, salvo que sta se convierta en la proclamacin proftica de un sino histrico trascendente, que es contra lo que en realidad est Popper y en lo que se puede estar de acuerdo con l.

    Es evidente que, tanto en el caso de la postdiccin como en el de la pre-diccin, el socilogo que busca en la historia est buscando factores causales; no, desde luego, la causa que explique maravillosamente lo que se estudia, sino el conjunto de mltiples causas que siempre rodean confusamente el proceso de que se trate, por ms que en el mejor de los casos pueda discer-nirse una cierta jerarqua causal. Y tampoco el socilogo practicante del mto-do histrico ha de limitarse al establecimiento de puras secuencias temporales que pueden ser perfectamente irrelevantes en trminos causales, de acuerdo con el clsico sofisma de post huc, ergo propter huc, sino que ha de explorar en lo posible la variedad de i11 "tancias que hayan podido influir, condicionar o determinar el fenmeno que se trae entre manos. Tngase en cuenta que cuan-do hablo aqu de indagacin de causas estoy muy lejos de sugerir un plantea-miento mecanicista de la causacin que privilegie la exclusividad (una causa,

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    y el automatismo (la necesidad del sequitur); por el contrario, creo que es mucho ms realista y ms cientfico, aunque mucho menos concluyente, pos-tular que de ordinario lo que habr ser una multiplicidad de causas operando en un campo variable y complejo la produccin ms o menos probable de determinadas consecuencias; pero por impreciso que pueda parecer este plan-teamiento, siempre ser ms consistente que la consideracin de los fenmenos como producidos de la nada en ese momento, o que la atribucin dogmtica de una causa porque alguien con autoridad lo haya dicho, o porque tal meca-nismo causal figura en la panoplia de alguno de los grandes modelos abstractos al uso. Creo que debe darse como buena en Sociologa la recomendacin de Polibio: Donde sea posible encontrar la causa de lo que ocurre, no debe re-currirse a los dioses. Y seguramente tampoco donde no lo sea, que la ciencia no debe descargar sus responsabilidades sobre quien no ha de protestar por ello. Por ltimo, he de hacer notar que cuando indico que el recurso a la historia implica la bsqueda sin ambages de la explicacin causal, no excluyo con ello en modo alguno la pretensin de comprender el fenmeno en sentido weberiano: como creo haber puesto de relieve en otro lugar (1979: 368-382), explicacin y comprensin no se oponen, y no hay duda de que las conclusio-nes que Weber trata de establecer son causales. En todo caso, y para la jus-tificacin del recurso a la historia que aqu me interesa, tanto en lo que tiene de explicativo como de comprensivo, y tanto en el estudio del presente como en el intento de prediccin del futuro, creo que Lled ha expresado magistral-mente lo que quiero decir: Parece, pues, que el sentido de la historia hu-mana no es la visin pasiva del hecho histrico, sino la actualizacin de ese hecho en el entramado total de sus conexiones, para atender a lo que el hombre ha expresado en l. Y esa atencin es posible cuando se interpreta el trans-currir humano desde el pasado que lo proyecta, pero tambin desde el futuro que lo acoge y determina (1978: 61-62). Texto al que mis nicas reservas, timoratas si se quiere, son la utilizacin del trmino total -por la irrealiza-ble ambicin que implica-, y la nocin de que el futuro determina el transcurrir humano -por la spera paradoja que contiene-. Y, por continuar con Lled, de los seis aspectos que propone para la consideracin del pasado, entiendo que el ms propio al recurso del socilogo es el que concibe el pasado como gestador del presente: lo que somos es, sencillamente, lo que hemos sido; de aqu que Bloch pudiera afirmar que la incomprensin del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado (cfr. Lled, 1978: 71-77). La Sociologa no puede versar sobre el presente sino buscando su gnesis en el pasado: si ha de haber una Sociologa del presente ha de apoyarse en una historia del presente, esto es, en una historia.

    El paciente lector habr observado mi reiteracin, hablando como estoy del mtodo histrico en Sociologa, en referirme a sta como sociologa del presente. Ello tiene por objeto descartar en este contexto cualquier veleidad hacia la sociologa de la historia, empeo respetable si los hay pero que no tiene nada que ver con la necesidad en que insisto aqu de que el socilogo

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    tome en cuenta la gnesis de lo yuc cstuJia. La Soziologie der Geschichte es muy otra cosa, de la que podran ser huenos ejemplos el conocido ensayo de Von Wiese sobre la cultura de la Ilustracin (cfr. 1954, y el prlogo de Tierno), o el de Von Martin sobre la sociologa de la cultura medieval (cfr. 1970, y el prlogo de Truyol), incluidos ambos precisamente en el Hand-worterbuch der Soziologie, editado por Vierkandt en 1931, o el estudio de Dawson sobre los fundamentos sociolgicos de la cristiandad medieval (cfr. 195 3 ), o tantos y tantos brillantes ejercicios que, cuando amplan el fen-meno o la poca estudiada, pueden llegar a configurarse ms bien como trabajos de filosofa de la historia. Ciertamente, lo que caracteriza a la socio-loga de la historia es su intento de poner de manifiesto los condicionamientos sociales de los fenmenos del pasado, y en ese sentido s que se confunde de hecho -y de modo totalmente legtimo- con determinada historiografa que persigue idntico propsito; pero en ocasiones, como antes he apuntado, la perspectiva sociolgica se desplaza tanto hacia la metafsica que la confusin se produce con la filosofa de la historia. Pues bien, es claro que al propugnar el mtodo histrico en sociologa no me refiero a hacer sociologa del pasado, sino a hacer historia de la sociedad presente: y ello en la medida necesaria para poner de manifiesto su gnesis.

    Una ltima cuestin, referida a la vieja polmica que niega a la historia la condicin de ciencia porque su objeto de conocimiento est constituido por hechos individuales e irrepetibles, en tanto que el de la ciencia consiste en lo inmutable y uniforme de la naturaleza y la materia, objecin que en alguna medida afectara a la utilizacin del mtodo histrico por la Sociologa; de acuerdo con tal argumento, la historia sera un saber sobre lo individual in-capaz de abstraccin ni generalizacin (un conocimiento idiogrfico), en tanto que la ciencia sera saber de lo universal, abstrado de la experiencia y capaz de expresarse en leyes generales (un conocimiento nomottico ). No es del caso reproducir aqu los conocidos argumentos de Rickert (cfr. 194 5) en contra de la conclusin obtenida de tal distincin (negar a la historia el estatuto cientfico), puesto que la polmica a que me refiero ha perdido prcticamente toda su fuerza inicial: de una parte porque, gracias sobre todo a la obra de Darwin, se ha introducido la variacin y la historia en la ciencia natural, de modo que su objeto no se concibe ya como algo intemporal y esttico sino en permanente proceso de transformacin, lo que ha llegado a afectar hasta a la astronoma; de otra parte, la vieja nocin de ley de las ciencias fsico-naturales ha ido suavizndose con el tiempo, de modo que hoy se prefiere hablar simplemente de hiptesis, como sugiri Poincar (cfr. 1963 ), atribuyendo a la teora no un significado nomottico, sino sobre todo pragmtico. Todo ello implica que en las ciencias fsico-naturales no preocupa ya primordialmente el establecimiento de leyes, sino la explicacin de cmo funcionan las cosas, que es justamente lo que hace el historiador, tanto ms cuanto que, como dice Carr, no est realmente interesado en lo nico, sino en lo que hay de general en lo nico (1978: 85): la historia se distingue de la mera recopilacin de

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    datos precisamente por su empeo en la generalizacin y la abstraccin. Pues bien, si las ciencias fsico-naturales se han revelado como menos nomotticas de lo que se supona, y la historia como menos idiogrfica, no parece tener mucho sentido seguir prestando atencin a una discusin planteada en tales trminos. Y tanto menos cuanto que la peculiar condicin de la Sociologa le impide considerarse como ciencia nomottica que hubiera de recelar de una presunta condicin no cientfica de la historia por su naturaleza idiogrfica. Mejor ser, como aqu hago, reconocer que la Sociologa trabaja con un objeto de conocimiento, la realidad social, que es esencialmente histrico: cada so-ciedad es nica, y ha sido configurada en una trayectoria histrica especfica que da razn de ella explicando su gnesis; lo que no excluye, sino impone, la abstraccin y la generalizacin convenientes, pues esa unicidad de cada sociedad no las impide.

    3. El mtodo comparativo

    Tradicionalmente se ha venido diciendo que el mtodo comparativo susti-tuye en las ciencias sociales al imposible o muy difcil mtodo experimental, propio de muchas de las ciencias fsico-naturales. En efecto, en el experimento controlado de laboratorio el qumico puede aadir o eliminar una sustancia, y observar el resultado que se produce; el socilogo, en cambio, no puede aadir o suprimir nada en una sociedad para comprobar su efecto: el cientfico social slo muy raramente puede manipular las variables de manera directa. En tanto que gracias al mtodo comparativo puede manipular indirectamente las va-riables que le interesa controlar. Pues bien, esto es verdad slo dentro de ciertos lmites; por una parte, son muchas las ciencias fsico-naturales que no tienen acceso a la experimentacin controlada de laboratorio, como la astro-noma; por otra, esa manipulacin indirecta

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    comparativo en las ciencias sociales parece que quiere irse ms lejos de esas bsicas operaciones de toda ciencia.

    Una importante consecuencia de lo que he llamado conciencia de la di-versidad es la eliminacin, o al menos la erosin, de lo que conocemos como etnocentrismo, actitud que se ha revelado particularmente estril y perniciosa en las ciencias sociales en la medida en que trata de explicar y comprender fenmenos ajenos con categoras propias, desvirtuando con ello el empeo de obtener conocimiento que pueda ser llamado tal. Una forma particularmen-te rechazable de etnocentrismo es la que podemos calificar de naturalismo, esto es, de considerar lo propio como lo natural, valorando lo ajeno no ya como extico, sino como. desviacin rechazable: lo que es dado en el mbito sociocultural del estudioso viene a ser considerado as como lo.natural, normal, apropiado o valioso, en tanto que todo lo que no es as se considera malfor-mado, deficiente, no civilizado o insuficientemente desarrollado. Una expo-sicin suficiente a la diversidad puede terminar convirtiendo tal parroquialismo en una visin ms objetiva, esto es, ms relativa, aunque no necesariamente. En resumidas cuentas, y como dice Andreski, el conocimiento de otras so-ciedades y la consiguiente aptitud para comparar ayudan enormemente al an-lisis de una sociedad dada y, sobre todo, al descubrimiento de relaciones causales (1973: 78 ). Pero principalmente, y a ms de todo ello, el mtodo comparativo responde al inters de desarrollar y comprobar teoras que sean aplicables por encima de las fronteras Je una sola sociedad, como sealan Holt y Turner (1970: 6 ), ya que carecera de sentido intentar la formulacin de teoras cuyos referentes empricos estuvieran confinados en el entorno del investigador. Pero adems de permitir la universalidad de la ciencia (o por lo menos de impedir su injustificable compartimentacin), lo cierto es que el mtodo comparativo tiene una larga tradicin en ciencias sociales: propuesto formalmente por John Stuart Mill en su A System o/ Logic al establecer los cuatro famosos cnones de la induccin destinados a descubrir las relaciones de causalidad (concordancia, diferencia, residuos v variaciones concomitantes), es no slo utilizado sino enfticamente recomendado por Durkheim, quien sostie-ne que el mtodo comparativo es el nico que conviene a la sociologa (1965: 99 ): La sociologa comparada no es una rama particular de la socio-loga; es la sociologa misma, en tanto deja de ser puramente descriptiva y aspira a dar razn de los hechos (1965: 107 ). Bien es verdad que Durkheim defiende como mtodo comparativo el de las variaciones concomitantes, iden-tificando as mtodo con mtodo de prueba, y especficamente de la prue-ba causal (cfr. 1965: cap. VI), y no es cosa de entrar aqu a discutir todos los problemas implcitos en dicha posicin; me limitar, pues, a indicar que no es preciso identificar el mtodo comparativo tal como aqu se presenta con nin-guno de los cnones de Mill, y tampoco considerarlo necesariamente como par-te del ars probandi. Por mtodo comparativo basta entender aqu el recurso a la comparacin sistemtica de fenmenos de diferente tiempo o mbito espacial, con objeto de obtener una visin ms rica y libre del fenmeno

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    perteneciente al mbito o poca del investigador, o de articular una teora o explicacin que convenga a fenmenos que trasciendan mbitos o pocas concretos.

    Naturalmente, carece de sentido comparar dos cosas cualesquiera: es habi-tual la prudente norma de recomendar un grado suficiente de analoga estruc-tural y de complejidad entre los fenmenos que hayan de confrontarse, as como la necesidad de no desgajar arbitrariamente de su contexto las institu-ciones, procesos u objetos culturales que se comparen; pero, como bien dice Duver-5er, S se llevaran hasta el fin las exigencias de la analoga se hara imposible todo estudio comparativo (1962: 418), pues terminaran compa-rndose slo cosas idnticas. La comparacin se interesa tanto por las diferen-cias como por las semejanzas (tanto ms por las primeras cuanto la analoga sea mayor), y no siempre versa sobre objetos diferentes pertenecientes a pocas o mbitos separados, sino que en ocasiones se comparan los resultados obtenidos del estudio de un mismo fenmeno desde perspectivas diferentes: pero, en contra del parecer de Duverger, dudo que deba emplearse el trmino comparativo para calificar este tipo de trabajo.

    Como seala Rokkan, el inters de los padres fundadores por el mtodo comparativo se perdi entre sus seguidores, y slo en los aos cincuenta sur-ge de nuevo, esta vez motivado por los esfuerzos en favor de la integracin internacional, de la cooperacin poltica y econmica, y de los programas de ayuda a los pases del tercer mundo: esas nuevas demandas de las relaciones internacionales incrementaron la necesidad de conocimientos acerca de las condiciones sociales, econmicas, culturales y polticas de los ms distintos pases del mundo y, consecuentemente, estimularon la investigacin compara-tiva sistemtica (1966: 4 ). Bien es verdad que las construcciones tericas que respaldaban estos esfuerzos de comparacin cross-cultural y cross-national eran pobres y fragmentarias, y no haban llegado a desarrollarse herramientas de anlisis ni procedimientos probatorios adecuados para manejar datos a muy distintos niveles de comparabilidad (ibdem). La mayor parte de los trabajos llevados a cabo en esos aos versaban sobre datos que no haban sido obtenidos por los propios investigadores: el anlisis secundario comparativo planteaba el problema de apreciar la comparabilidad de datos procedentes de fuentes inde-pendientes, de modo que era necesario ir ms all del simple manejo de informaciones tabuladas de manera similar (1966: 16 ). El intento de estable-cer generalizaciones, por otra parte, impona la necesidad de replicar en otros pases las proposiciones ya validadas en algunos de ellos, cosa sin duda ms fcil de llevar a cabo a travs de estudios de opinin (esto es, a un nivel microsociolgico ), que de anlisis de las estructuras de los sistemas sociales en su conjunto, aunque las indagaciones del primer tipo dejasen siempre abierto el portillo de la duda acerca de su validez. Para Rokkan, la consolidacin del inters en la metodologa comparativa se desenvuelve entre dos polos, el de manejarse con datos obtenidos por el investigador en condiciones de completo aislamiento respecto

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    y sociedades estudiadas, o el de asegurar la comparabilidad de los datos en todos los temas y fases del proceso a travs de la participacin de cientficos sociales de todas las culturas y sociedades estudiadas; entre estos dos hipo-tticos extremos se desenvuelve la investigacin comparativa en Sociologa, y normalmente en uno de estos tres niveles: un primer nivel en el que se lleva a cabo la coleccin y articulacin sistemtica de datos producidos independien-temente y de hallazgos producto de investigaciones no coordinadas; Rokkan aduce los ejemplos de los estudios de parentesco de Murdock, los de socializa-cin de Child y Whiting, o los de Lipset y su escuela sobre los factores sociales y econmicos determinantes del comportamiento poltico. En un segundo nivel se situaran los esfuerzos dirigidos a influir sobre las instituciones que llevan a cabo regularmente procesos de recogida de datos en diversos pases, para el dsarrollo de metodologas ms apropiadas (cuestionarios, cdigos, tabulacio-nes y procedimientos de anlisis): las estadsticas demogrficas y econmicas realizadas por las Naciones Unidas, la OIT, la UNESCO, la Organizacin Mundial de la Salud, etc., experimentaron importantes mejoras en orden a la comparabilidad internacional gracias a tales esfuerzos. En un tercer nivel, por fin, habra que clasificar la organizacin de programas ad hoc de recogida de datos en distintos pases con el especfico propsito de compararlos, como se-ran los casos del trabajo de Lerner sobre el Medio Oriente, o del de Almond y Verba sobre la cultura cvica (Rokkan, 1966: 21-22). Desde la poca en que S llevaron a cabo tan conocidas investigaciones, el inters por la compa-racin se ha consolidado, y sus presupuestos tericos y herramientas metodo-lgicas se han refinado extraordinariamente, aunque no siempre la eleccin de lo que se compara ni sus resultados sean completamente satisfactorios.

    La cuestin de qu pueda o deba compararse, en trminos de si ha de ser la totalidad de los sistemas o algunas de sus partes, ha sido objeto de discusin, especialmente en el campo de la ciencia poltica. Riggs, por ejemplo, entiende que de no tomar en consideracin el sistema poltico como un todo, debilitaramos innecesariamente nuestra capacidad de ver la Gestalt de la po-ltica (1970: 76 y 78 y ss.) LaPalombara, por el contrario, mantiene que debe seleccionarse un segmento del sistema y organizar a su alrededor las proposiciones tericas que constituyan el foco para la indagacin empri-ca (1970: 13 3 ), en una posicin muy anloga a la del Merton de las teoras de alcance medio, a quien expresamente cita. Pero tal discusin, sea cual fuere su valor en el mbito de la ciencia poltica, no es trasladable sin ms a la Sociologa: pinsese lo que significara estudiar el sistema social como un todo, y compararlo sin ms con otro todo. Dejando aparte el problema, ms filosfico que otra cosa, de si la sociedad como tal, globalmente considerada, es susceptible de ser objeto de conocimiento de la Sociologa (esto es, de si es posible una sociologa de la sociedad), lo cierto es que la totalidad social slo ha sido estudiada a travs de esquemas y modelos reductores -cuando no reduccionistas- que de hecho la segmentalizan en algunas lneas o carac-tersticas que se consideran ms relevantes que, o determinantes de, las dems.

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    Y todo esto, evidentemente, en el bien entendido de que el estudio de que se trata es emprico (aunque no necesariamente cuantitativista), esto es, que se remite a determinadas realidades a cuya comparacin se apela. De hecho, la tradicin sociolgica se apoya sistemticamente en exmenes de la realidad social a un nivel de anlisis inferior al de la totalidad social, excesivamente compleja para dejarse prender en las mallas de la ms ambiciosa investigacin; lo que no excluye que el investigador respalde su trabajo con una teora de la totalidad social. Pienso, pues, que las investigaciones de alcance medio, que son en la prctica las nicas posibles, necesitan teoras a su medida, tambin de alcance medio; pero que aqullas y stas requieren imperiosamente ser respaldadas por teoras de largo alcance, incluso por teoras generales de la totalidad social en la problemtica medida en que sean posibles. Pero dejemos esto ahora, pues lo nico que quiero destacar aqu es que en ciencia poltica podr o no ser posible y conveniente el estudio y la comparacin de sistemas polticos en su conjunto, considerados como un todo; pero en Sociologa tal empeo referido a totalidades sociales, en lugar de a rasgos o dimensiones de-terminados, no parece viable.

    La necesidad de no ser excesivamente ambiciosos en el acotado de lo que se compara ha llevado a cierta desconfianza de las comparaciones intercultu-rales, e incluso de las internacionales aun dentro del mismo rea cultural, ori-ginndose as una corriente de inters en favor de las comparaciones interna-cionales de diferencias intranacionales. Como dicen Linz y De Miguel, la com-paracin puede versar sobre dos aspectos de un mismo pas, sobre dos as-pectos de dos pases diferentes, o sobre el resultado de la comparacin de dos aspectos de un pas con el resultado de la comparacin de dichos dos aspectos en otro pas ( 1966: 270). Y todo ello porque, siendo las sociedades a compa-rar muy heterogneas, cualquier media (estadstica o no) enmascarar la situacin real. La comparacin internacional, y no digamos la intercultural, ha de tener siempre in mente la existencia de diferencias intranacionales ms o menos grandes, tan grandes a veces que despojan de sentido a todo intento comparativo que no cuente con ellas, y cuya ignorancia conduce a extrapola-ciones completamente gratuitas de, por ejemplo, el proceso de desarrollo eco-nmico experimentado por una sociedad a otra diferente. La heterogeneidad interna, la diferenciacin regional y los desequilibrios en el desarrollo consti-tuyen algunas de las caractersticas esenciales de muchas sociedades, y son responsables de muchos de sus problemas (Linz y De Miguel, 1966: 272): no pueden, pues, ignorarse en el caso de pretender llevar a cabo comparaciones internacionales, e incluso deben constituir expresamente el objetivo de tales comparaciones.

    4. El mtodo crtico-racional

    En 19 3 7 sealaba Horkheimer en un famoso artculo que las varias es-cuelas de sociologa tienen idntica concepcin de la teora, y sta es la de las

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    ciencias naturales ... En esta concepcin de la teora, ... la funcin social real-mente cumplida por la ciencia no se hace manifiesta; no se explica lo que la teora significa para la vida humana ( 1976: 209 y 212). Tal funcin social, rechazada por el autor, parte de que los cientficos se dedican a actividades meramente clasificatorias y consideran la realidad social como extrnseca, en-frentndola como cientficos y no como ciudadanos; consecuentemente, la rea-lidad se concibe como consistente en datos que han de ser verificados, sin mayor implicacin de la actividad cientfica en la organizacin racional de la actividad humana para la construccin de un mundo que satisfaga las necesi-dades de los hombres. Frente a esta concepcin tradicional o positivista de la ciencia, Horkheimer opone la teora crtica, que nunca busca simplemente un incremento del conocimiento como tal: su objetivo es la emancipacin del hombre de la esclavitud (1976: 224). El mismo autor sostuvo en 1947 que el positivismo cientfico implica consagrar la que llama razn subjetiva o ins-trumental y rechazar la razn objetiva: se considera que la tarea de la razn consiste en hallar medios para lograr los objetivos propuestos en cada cas~ (1973: 7), sin reparar en qu consiste en cada caso el objetivo especfico propuesto; la razn tiene as que habrselas tan slo con la adecuacin de modos de procedimiento a fines que son ms o menos aceptados y que pre-suntamente se sobreentienden (197 3: 15 ). Los fines no son, pues, mane-jables por la razn instrumental, esto es, por la ciencia positivista: cons-tituyen algo dado, sobreentendido; la ciencia se ocupa de clasificar y deducir, de adecuar medios a fines. En contraste con ello, la ciencia articulada como razn objetiva debe enfocarse sobre la idea del bien supremo, del problema del designio humano y de la manera de cmo realizar las metas supremas (197 3: 17 ). De no ser as resultara que no existe ninguna meta racional en s, y no tiene sentido entonces discutir la superioridad de una meta frente a otras con referencia a la razn (1973: 17-18), lo que implicara la abdicacin de la ciencia de lo que constituye su obje-tivo ms importante: cooperar con la filosofa en la determinacin de las me-tas del hombre. Si tal abdicacin se produce (y se produce, en efecto, en la ciencia social positivista que se pretende value-free ), entonces el pensar no sirve para determinar si algn objetivo es de por s deseable ... los principios conductores de la tica y la poltica ... llegan a depender de otros factores que no son la razn. Han de ser asunto de eleccin y de predileccin, y pierde sentido el hablar de la verdad cuando se trata de decisiones prcticas (197 3: 19). Los fines ya no se determinan a la luz de la razn ... nuestras metas, sean cuales fueren, dependen de predilecciones y aversiones que de por s care-cen de sentido (1973: 42 y 47).

    No es del caso volver aqu sobre los diversos extremos de la teora crtica, de los que me he ocupado ya con cierto detalle (cfr. 1979: 96-100, 128-162 y 388-394 ), pero s quiero destacar la importancia que en ella se concede al papel de la ciencia, su negacin de una ciencia de corte positivista que se cons-tituya como libre de valoraciones, y su correlativa afirmacin de una ciencia

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    que se ocupe racionalmente de los fines: el acuerdo al respecto de Horkhei-mer, Marcuse, Adorno y Habermas, con todas sus diferencias, es verdadera-mente notable. Cuando el positivismo relega los fines humanos a las tinieblas exteriores (esto es, cuando niega que la ciencia pueda ocuparse de valores valiendo), limita la razn al papel puramente instrumental de enjuiciar la adecuacin de medios diversos a fines dados: lo que el positivismo consagra es la no racionalidad de la esfera de los fines, y lo que la teora crtica reivin-dica es justamente la restitucin de los fines del hombre al mbito de la ra-cionalidad, esto es, de la ciencia. Entindase bien, la teora crtica no pretende sustituir la racionalidad de la ciencia por la irracionalidad de la no-ciencia, sino recuperar para los fines humanos, para los valores y para el deber ser, su lugar en la ciencia. Como dice Bottomore, el desasosiego general sobre las consecuencias sociales de la ciencia y la tecnologa presta cierto estmulo y justificacin a los crticos del racionalismo cientfico, pero no me parece que sea de gran ayuda para la causa de la liberacin humana renegar de ste en favor del misticismo religioso que crece de forma tan exuberante entre los exponentes de una contracultura no cientfica (1975: 15). La teora crtica no trata de sustituir la ciencia por el misticismo, sino de que la ciencia recobre su competencia para la consideracin racional de los fines del hombre, lo que implica reclamar para la ciencia el ejercicio de la reflexin racional, y no slo la prctica del empirismo positivista que se niega a ir ms all de los hechos. Esto es lo que significa en ltimo extremo la expresin teora crtica, frente a la celebracin de la sociedad tal como es, en la conocida frase de Mills.

    Pues bien, este reclamar para la ciencia social el ejercicio de la racionali-dad en la consideracin de los fines, en este caso de los fines sociales, es tanto como decir que uno de los mtodos de la sociologa ha de ser el crtico-racional. Se trata, como a la vista est, de discutir y apreciar la racionalidad de los fines, cuestin de la que la ciencia positivista no quiere saber nada, ya que es una cuestin de valores, por lo que se limita a la de la racionalidad de los medios en trminos de su adecuacin a fines dados: es decir, a una racio-nalidad instrumental planteada como cuestin meramente tcnica.

    En otro lugar me he ocupado en poner de relieve la imposibilidad de una ciencia social que se pretenda value-free, lo que noimplica en modo alguno la imposibilidad de la ciencia social (cfr. 1979, esp. ap. II ), sino slo que para las ciencias sociales es inviable el modelo positivista de las ciencias fsico-natu-rales: las ciencias sociales son ciencias de otro tipo, ya que, para lo que en este momento nos interesa, no pueden construirse pretendiendo una asepsia valora-tiva imposible en el investigador, y no deben construirse dejando expl-citamente al margen de la consideracin racional los fines sociales. Lo que en la prctica sucede es que, pese a la retrica avalorista, toda la ciencia social que se hace est inevitablemente coloreada de los valores en que comulga el investigador, y ello de forma ms o menos consciente y en ocasiones, podra decirse, ms o menos artera. Resulta, pues, paradjico que la ciencia social positivista se empee en una asepsia imposible y, como consecuencia, produzca

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    el resultado indeseable de negar a los fines sociales derecho a la consideracin racional, es decir, cientfica, relegndolos al terreno de la preferencia personal y de la lucha poltica; con lo que el mismo cientfico que al tiempo que afirma su neutralidad valorativa impregna su trabajo de valores larvados, al plantear-se cuestiones relativas a fines sociales ha de despojarse de su condicin de cientfico y limitarse a la de ciudadano. Se predica la racionalidad instrumental o tcnica donde hay en realidad mucho ms que eso, y se niega cualquier ra-

    ci~malidad cientfica a lo ms importante. La ciencia social positivista considera, en contra de lo que dice, los fines sociales: pero lo hace de manera clandestina, en un mbito que afirma no les corresponde por estar exento de valoraciones. En contra de este planteamiento, que me parece imposible e inconsecuente, creo que hay que devolver a las ciencias sociales su tradicional componente nor-mativo, esto es, su derecho a considerar cientficamente, racionalmente, los fi-nes sociales; y ello a travs de lo que puede calificarse como mtodo crtico-racional.

    Pero debe quedar claro desde el primer momento que la consideracin de la racionalidad de los fines no implica ningn contenido dogmtico, en el sentido -vulgar si se quiere- de que la ciencia social hubiera de suplantar la decisin poltica, llegndose con ello a la engaosa utopa del gobierno de los sabios. Por el contrario, de lo que se trata es del ejercicio racional de la crtica de fines, de la negacin a lo existente de su postulada condicin de orden natural necesario, de mostrar el pedestal de barro en que descansan los idola de todo tipo. La consideracin de la racionalidad de los fines sociales no tiene por objeto absolutizar ninguno de ellos, sino ms bien corromper la fe en el pretendido carcter absoluto de alguno de ellos. Y me apresuro a decir que no se trata de que a la ciencia social pueda darle igual un fin que otro: siempre la justicia ser mejor que la injusticia o la libertad mejor que la opre-sin, y la ciencia social deber sealar la injusticia implcita en posiciones que se pretenden justas, o los recortes a la libertad que se presenten como con-quistas de la libertad. No hay, pues, vestigio alguno de relativismo axiolgico en la negacin del dogmatismo, sino slo la constatacin de que el papel normativo de la ciencia social es ms bien de crtica que de propuesta, y que, en el caso de esta ltima, tratar de defender valores y no programas polticos concretos. No se trata, pues, de arrnpar con el eventual prestigio de la ciencia opciones polticas concretas que se presentaran pblicamente como decididas, sino de someter a discusin racional los fines ,propuestos y sus alternativas. Y no cabr normalmente esperar una posicin unnime de la comunidad cientfica en cada punto sujeto a discusin, del mismo modo que no existe tal unanimi-dad ni siquiera en el pretendido mbito neutral exento de valoraciones en que la ciencia social positivista afirma moverse. El mtodo crtico-racional no com-porta el que la ciencia social como tal asuma la tarea de fijar los fines sociales, sino slo que los fines sociales sean susceptibles de una consideracin cientfica racional y crtica. E insisto una vez ms: contra el mtodo crtico-racional no hay ms argumento que el emprico-positivista de rechazar el mundo de los

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    valores, argumento de cuya inanidad estoy completamente convencido por ra-zones que ya he expuesto y que no es del caso repetir aqu. Y siendo esto as, nada exige a la ciencia social que renuncie a la razn objetiva o sustantiva, recluyndose en una mera razn instrumental que acepte como dados y consi-dere indiscutibles los fines sociales establecidos por puras razones de prefe-rencia o de intereses; por el contrario, la ciencia social debe reivindicar su discusin.

    No estar de ms indicar que cuando Weber habla de Zweckrationalitat, o racionalidad de fines, se est refiriendo a una de las distintas formas que puede revestir la accin social (que puede ser racional con arreglo a fines, racional con arreglo a valores, afectiva, o tradicional); la accin racional con arreglo a fines est

    determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como condiciones o medios para el logro de fines propios racional-mente sopesados o perseguidos . . . Acta racionalmente con arreglo a fines quien oriente su accin por el fin, medios y consecuencias implica-dos en ella y para lo cual sopese racionalmente los medios con los fines, los fines con las consecuencias implicadas y los diferentes fines posibles entre s; en todo caso, pues, quien no acte ni afectivamente (emotiva-mente, en particular) ni con arreglo a la tradicin. Por su parte, la deci-sin entre los distintos fines y consecuencias concurrentes y en conflicto puede ser racional con arreglo a valores; en cuyo caso la accin es racio-nal con arreglo a fines slo en los medios ... La orientacin racional con arreglo a valores puede, pues, estar en relacin muy diversa con respecto a la racional con respecto a fines. Desde la perspectiva de esta ltima, la primera es siempre irracional, acentundose tal carcter a medida que el valor que la mueve se eleve a la significacin de absoluto, porque la reflexin sobre las consecuencias de la accin es tanto menor cuando mayor sea la atencin al valor propio del acto en su carcter absolu-to (1964: 20-21).

    La transcripcin de estos prrafos de Weber creo que pone de manifiesto, sin necesidad de recurrir a las muchas y refinadas exgesis que de ellos se han hecho, que Weber est tipificando las formas de la accin social, dos de las cuales considera racionales: una de ellas lo es como respuesta a las exigencias que sus convicciones imponen al actor, quien acta de acuerdo con ellas sin consideracin a las consecuencias previsibles de sus actos; sta es la accin ra-cional con arreglo a valores. La otra, racional con arreglo a fines, es racional en la medida en que sopesa y calcula las consecuencias previsibles de la accin que tiene por objeto alcanzar un fin determinado. En cierta medida, pues, y por paradjico que parezca, podra decirse que la racionalidad de fines de que habla Weber es en realidad una racionalidad de medios, instrumental, pues ms

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    bien que determinar los fines lo que hace es perseguirlos; en tanto que la que llama W ertrationalitiit, o racionalidad de valores, consiste en la constitucin de un valor en el papel de fin: ms que alcanzar un fin propiamente dicho, la accin racional con arreglo a valores lo que pretende es dar satisfaccin a un valor valioso, sean cuales fueren sus consecuencias. Como vemos, pues, nin-guno de los dos tipos de racionalidad considerados se postula como capaz de seleccionar racionalmente entre fines alternativos: si acaso, y de manera os-cura, lo pretende la racionalidad con respecto a fines, pero -si no lo entiendo mal- como adecuacin de fines de orden intermedio para otros fines de orden superior, esto es, como mera racionalidad instrumental. Resultara as confir-mada la posicin weberiana de atribuir la decisin entre fines al hamo volens valorador, y no al discernimiento racional de la ciencia: ciencia y poltica seran as dos vocaciones separadas, y la primera no tendra nada que decir en el mbito de la segunda, salvo meras consideraciones tcnicas. Pues bien, en otro lugar he concluido que Weber no resuelve satisfactoriamente el problema de una ciencia social wertf rei, pese a la muy prolija y complicada frmula con que establece la relacin de la ciencia social con los valores (cfr. Beltrn, 1979: 36-55), y no es de extraar que encontremos de nuevo aqu la misma limita-cin, tanto ms cuanto que aqu se refiere Weber a las formas de racionalidad de la accin social y no a la racionalidad de la ciencia. La consecuencia, a m modo de ver, es que Weber considera la eleccin entre fines alternativos como algo que pertenece primordialmente, si no totalmente, al mbito e)l.:terno a la accin que estima racional; para la orientada a valores, el objetivo de la ac-cin es dar satisfaccin a un valor exigido, o autoexigido, al actor, y por tanto previo al planteamiento de la accin; para la orientada a fines, el objetivo de la accin es alcanzar determinado estado de consecuencias, y lo racional es justamente el proceso por el que se alcanzan las consecuencias queridas y no otras. Pues bien, lo que me parece que falta en la consideracin weberiana es fo accin racional de crtica y valoracin de fines, con vistas a su seleccin racional; y me temo que falta porque, heredero de este punto tanto de la tradicin positivista como de la neokantana, Weber entiende que el tema de la eleccin de fines entra de lleno en el campo en que se libra la guerra de los dioses y no en el campo de la ciencia. Con lo que, para evitar la embarazosa conclusin de que la eleccin ha de ser irracional, no queda otro camino que el de la ambigedad: como es el caso de Aron cuando sostiene que la nece-sidzd de la eleccin ... no implica que el pensamiento est pendiente de deci-siones esencialmente irracionales y que la existencia se cumpla en una libertad no sometida ni siquiera a la Verdad>, (196 7: 77 ). Pues bien, no basta escri-bir la palabra verdad con mayscula para resolver el problema: ste slo se resuelve (planteando otros, naturalmente) al reconocer a la ciencia social la dimensin crtico-racional que aqu se postula.

    Reconocimiento que, ciertamente, no puede ser pacfico ni aproblemtico, como lo acredita la polmica histrica que enfrenta al racionalismo con otras posiciones filosficas, fundamentalmente el empirismo; aqu nos interesa slo,

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    claro es, el racionalismo gnoseolgico, si bien en una vers1on moderada que no excluye el empirismo, del mismo modo que los grandes empiristas ingleses, como Locke y Hume, no se opusieron al racionalismo, sino a su hipertrofia (particularmente a sus formas metafsicas, que sostienen la racionalidad de lo real). El mtodo racional, pues, ha de considerarse en el contexto de una teora del conocimiento que no se agote en el empirismo; su apoyo radica so-bre todo en la tradicin ilustrada, que concibe a la razn como luz mediante la que el hombre puede disolver la oscuridad que le rodea. Como indica Ferrater, la razn del siglo XVIII es a la vez una actitud epistemolgica que integra la experiencia y una norma para la accin moral y social ( 1979: 2762): de aqu la inseparable referencia crtica que acompaa al racionalismo, y la denomina-cin de crtico-racional que vengo utilizando para el mtodo a que me refiero. No se trata, pues, de enfrentar como mutuamente excluyentes a racio-nalismo y empirismo, pues a fin de cuentas el empirismo no es un simple contacto sensible con lo exterior, sino que es un modo especfico de ejercitar la razn; y una y otra posicin, racionalista y empirista, estn en la base de mtodos que aqu se predican como propios de la Sociologa. Una y otra son, a mi modo de ver, posiciones complementarias, y el papel del racionalismo consiste precisamente en ir ms all de lo dado, en penetrar en el mundo de los valores y de las opciones morales, y en el necesario ejercicio de la crtica de fines.

    Una ltima precisin: el mtodo crtico-racional que defiendo para la Sociologa no tiene nada que ver con el racionalismo crtico popperiano des-arrollado por Albert, que consiste bsicamente en una prueba crtica constante que no ofrece certidumbre absoluta, pero que invalida todo dogma (cfr. esp. Albert, 1973: 181-219); es obvio que al moverse gnoseolgicamente en el territorio del empirismo, el trmino racionalismo no tiene en esta posicin el sentido con que lo manejo en las presentes pginas; como seala Wellmer, el concepto de ciencia qe Popper representa implica una estricta separacin entre hechos y juicios de valor, atribuyndose a estos ltimos el status de decisiones subjetivas e irracionales. De ah tambin que la determinacin de metas prcticas, es decir, de aplicabilidad, tenga que quedar estrictamente separada de la ciencia como tal, malvendindola al traspasarla a la esfera de la poltica ( 1979: 19 ). Nos encontramos, pues, de nuevo con el tema que tan pertinazmente nos acompaa: en la medida en que la ciencia se encastilla en el mundo de los hechos y rechaza como no cientfico el de los juicios de valor, las opciones morales y polticas respecto de fines humanos y sociales quedan entregadas a la pura volicin arbitraria y al nudo juego de intereses: al irracio-nalismo, en una palabra. Lo que tiene tanto menos sentido cuanto que la pretensin de una ciencia exenta de juicios de valor es un imposible.

    Se observar, por otra parte, que un punto bsico de mi razonamiento es identificar ciencia con racionalidad (o racionalidad con ciencia, si se prefiere). Podra ser de otra manera? Evidentemente, entiendo que la ciencia emprica es una forma de racionalidad, pero, por lo que hace al menos a las ciencias

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    sociales, no es la nica forma de racionalidad; las ciencias sociales son cierta-mente empricas, pero no slo empricas. En la medida en que no rechazan la discusin sobre fines y en que se manejan conscientemente con juicios de valor, son tambin metaempricas sin dejar por eso de ser racionales. De aqu la utilizacin del mtodo crtico-racional al que me refiero, y que constituye una ms de las diferencias que distinguen a las ciencias sociales de las ciencias naturales; en palabras de Wellmer,

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    observado, en apreciaciones estadsticas de relevancia, en determinaciones ma-temticas de la relacin existente entre unas y otras variables, y en valoracio-nes o tests probabilsticos de las conclusiones o predicciones establecidas. De esta forma, y por diferentes que sean sus objetos de conocimiento, las ciencias fsico-naturales tienen en comn una actitud y unos procedimientos de natura-leza cuantitativa, aptos por tanto para ser formalizados matemticamente. Por supuesto, tales procedimientos no son los nicos que estas ciencias manejan, pero s son los ms importantes; junto al que aqu vengo llamando mtodo cuantitativo, tambin se utilizan mtodos cualitativos, pero no son stos los caractersticos de la ciencia natural.

    Las ciencias sociales, por su parte, pueden y deben utilizar el mtodo cuantitativo, pero slo para aquellos aspectos de su objeto que lo exijan o lo permitan. Desde dos puntos de vista se ha vulnerado esta adecuacin del m-todo con el objeto: por una parte, un cierto humanismo delirante ha rechazado con frecuencia cualquier intento de considerar cuantitativamente fenmenos humanos o sociales, apelando a una pretendida dignidad de la criatura humana que la constituira en inconmensurable; de otro lado, una actitud compulsiva de constituir a las ciencias sociales como miembros de pleno derecho de la familia cientfica fsico-natural ha llevado a despreciar toda consideracin de fenmenos que no sea rigurosamente cuantitativa y formalizable matemtica-mente. Espero que resulte obvio que una y otra actitud, la humanista y la naturalista (por llamarlas as), traicionan la peculiaridad del objeto de cono-cimiento de las ciencias sociales, que impone en unos de sus aspectos la con-sideracin cuantitativa y la impide en otros; es el objeto el que ha de deter-minar el mtodo adecuado para su estudio, y no espreas consideraciones ticas desprovistas de base racional o cientifismos obsesionados con el prestigio de las ciencias de la naturaleza.

    El hombre y la sociedad humana presentan mltiples facetas a las que conviene el mtodo cuantitativo: todas aquellas en que la cantidad y su in-cremento o decremento constituyen el objeto -de la descripcin o el problema que ha de ser explicado; esta afirmacin, que a primera vista es una platitud, implica sin embargo que, si bien el problema puede ser de cantidad, quiz la explicacin no tenga por qu ser cuantitativa; pinsese, por ejemplo, en un problema demogrfico (cuantitativo) y en su explicacin sociolgica (que muy bien puede no ser cuantitativa, esto es, sujeta a medicin, a apreciacin esta-dstica y a prueba probabilstica). Pero, en todo caso, lo que aqu me importa es destacar la necesaria utilizacin del que vengo llamando mtodo cuantitativo para el estudio de determinados aspectos de la realidad social. Y se me per-donar si indico lo que es verdad de perogrullo: mtodo cuantitativo y empi-rismo no son la misma cosa. En efecto, el mtodo cuantitativo es siempre em-prico, pero no es cierto lo contrario, pues emprica es tambin la investigacin cualitativa, en la medida en que no es puramente especulativa, sino que hace referencia a determinados hechos. Una interpretacin exageradamente amplia de la nocin hacer referencia a hechos llevara a que prcticamente toda

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    indagacin o reflexin posible sera emprica, pues siempre habr algn hecho como referente ms o menos prximo para ella; quiz convenga, sin embargo, reservar la utilizacin del trmino emprico para la investigacin o la refle-xin cuyo referente fctico sea sumamente prximo, ya se utilice el mtodo cuantitativo o el cualitativo. Y no emprica, o no inmediatamente emprica, sera aquella investigacin o reflexin de corte filosfico, lgico o valorativo en que el referente fctico fuese ms lejano o pre-textual. No creo necesario in-sistir a estas alturas en que tanto los mtodos empricos como los no empricos me parecen igualmente legtimos para la Sociologa, siempre que guarden la debida adecuacin con el contenido especfico del objeto de conocimiento de que se hace cuestin. La Sociologa no es una ciencia emprica en el sentido de que sea slo emprica, y no lo es porque no puede acomodarse al modelo de las ciencias fsico-naturales, ya que su objeto se lo impide.

    Pues bien, la investigacin sociolgica que haya de habrselas con datos que sean susceptibles de ser contados, pesados o medidos tendr que utilizar una metodologa cuantitativa, bien sobre datos preexistentes, ofrecidos por muy diversas fuentes (practicando as lo que llamamos anlisis secundario), bien sobre datos productidos ad hoc por el propio investigador (datos que lla-mamos primarios). Las tcnicas de medida, de construccin de ndices e indi-cadores, de manejo estadstico de masas ms o menos grandes de datos, de anlisis matemtico de dichos datos -casi siempre con vocacin de anlisis causal-, y de contrastacin probabilstica de hiptesis, son o pueden ser co-munes tanto al anlisis secundario como al de datos primarios. He utilizado para nombrar a tales operaciones el trmino de tcnicas, pues entiendo que no son sino modos, pasos o procesos del mtodo cuantitativo, subordinados a su propsito; en la prctica se habla, sin embargo, de cosas tales como el mtodo del path analysis, o del mtodo de Kolmogorov-Smirnov, cuando ms que de mtodos propiamente dichos se trata de meras tcnicas o, incluso, de simples procedimientos. Pero no discutamos aqu sobre palabras, y quede remitido el lector a la abundante literatura metodolgica cuantitativista exis-tente. Y volvamos brevemente al anlisis secundario.

    Los datos numricos que pueden interesar al socilogo carecen en la prc-tica de fronteras: en cada caso habr de determinar su relevancia como eviden-cia emprica para el problema que le interesa, y no siempre podr utilizarlos tal como se los ofrecen las fuentes disponibles, sino que habr de elaborarlos. Entiendo que han de ser calificados de secundarios todos los datos preexisten-tes como tales datos, aunque no fuesen conocidos de antemano (por ejemplo, un registro demogrfico descubierto por el investigador), o careciesen de la forma numrica en la fuente manejada por el investigador (por ejemplo, unas tablas de mortalidad que haya que calcular a partir de tal registro). El dato secundario est ah, ms o menos inmediatamente manejable, pero al investiga-dor le viene dado. Normalmente, el anlisis secundario es imprescindible para buena parte de los planteamientos macrosociolgicos, en los que se trate de indagar cuestiones referentes a la estructura social global o a la articulacin de

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    sus subestructuras; los mtodos histrico y comparativo recurren constante-mente a la forma secundaria de cuantificacin, y el carcter mximamente pro-blemtico de la Sociologa se manifiesta tambin en este mbito al resistirse a ver como constantes magnitudes que son esencialmente variables. Es propia de la Sociologa su resistencia a utilizar la lgica del caeteris paribus, no tanto por su incapacidad para llevar a cabo experimentos controlados en que, efec-tivamente, se puedan mantener artificialmente constantes el resto de las ~ariables para ver qu efectos produce la variacin del factor que se considera, sino ms bien por su experiencia acerca de la fluidez de la realidad. Es muy difcil, pues, reconocer aqu reglas especficas para el anlisis secundario en Sociologa, salvo quiz por lo que se refiere al importante tema de los indi-cadores sociales, desarrollado ante la necesidad de cuantificar determinadas dimensiones de una situacin social como, por ejemplo, el bienestar o nivel de vida. Es muy conocida la definicin de indicador social elaborada para el proyecto de Dossiers Rgionaux et Indicateurs Sociaux (proyecto DORIS) del Gobierno de Quebec, segn la cual un indicador social es la medida estads-tica de un concepto o de una dimensin de un concepto o de una parte de sta, basado en un anlisis terico previo e integrado en un sistema coherente de medidas semejantes, que sirva para describir el estado de la sociedad y la eficacia de las polticas sociales (apud Carmona, 1977: 30); de la definicin citada salta a la vista la vocacin aplicada con que fueron concebidos los indi-cadores sociales, pero tal carcter no es en absoluto esencial: los indicadores pueden ser elaborados y utilizados como puros instrumentos de conocimiento, tpicos del anlisis secundario. En su Introduccin a la Seccin I de The Lan-guage of Social Research, Lazarsfeld apunta un proceso cuyo primer paso consiste en la formulacin de un concepto derivado de la inmersin del inves-tigador en los detalles de un problema terico, y que pese a su inicial impre-cisin da sentido a las relaciones observadas; inmediatamente el investigador especifica aspectos o dimensiones del concepto, deductiva o inductivamente, de suerte que se ponga de manifiesto cmo el tal concepto consiste en una combi-nacin de fenmenos ms o menos compleja, para los que debe seleccionarse un cierto nmero de indicadores observables que puedan servir como medidas de los aspectos o dimensiones del concepto; la ltima fase del proceso consiste en la construccin de un ndice que sintetice las observaciones medidas por los indicadores (cfr. Lazarsfeld y Rosemberg, 1955: 15). Este planteamiento tan lineal ha sido discutido por Blalock, quien a partir de la distincin de un len-guaje conceptual o terico y de otro observacional o emprico objeta que no hay correspondencia directa entre teora y realidad, o entre conceptos y ob-servaciones, por lo que se requiere la existencia de una teora auxiliar como intermediaria entre ambos planos, que especifique en cada caso el modo de relacin de un indicador determinado con una variable terica determinada (cfr. Blalock, 1968: passim). Pero no me propongo entrar aqu en esta discu-sin, y s sealar que estoy en todo de acuerdo con el excelente trabajo publi-cado por Moya en 1972 cuando la boga de los indicadores sociales pareca

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    anunciar la era de una nueva investigacin social emprica, constituyendo aqullos la tecnologa de la investigacin social emprica en cuanto actividad social progresivamente organizada y estandarizada:

    La fijacin de sistemas ndices standard aparece como estandariza-cin de esquemas tericos y conceptuales que tienden a homogeneizar internacionalmente la investigacin social en el contexto de su progresiva industrializacin, de su progresiva organizacin burocrtica en un medio tecnolgico de costes progresivamente crecientes ... (Con ello) la investigacin cientfica de la realidad social pierde su vieja forma de planteamiento radicalmente problemtico: la discusin crtica de enfo-ques tericos y metodolgicos desaparece; basta ahora con seguir las recetas de investigacin operacional avaladas por los mejores nombres de la Sociologa acadmica (Moya, 1972: 169-170).

    En todo caso, desde entonces ha quedado claro que la construccin de sis-temas de indicadores sociales no es, como dice Moya, sino un momento de la metodologa que en ninguna forma la agota: la definicin operacional y sub-siguiente formalizacin cuantificable de las variables significativas es sin duda una tcnica valiosa, particularmente para la comparacin de sociedades com-plejas; pero ni esta tcnica ha desplazado a otras en el campo cubierto por el mtodo cuantitativo, ni menos an a los planteamientos tericos radicalmente problemticos de que hablaba el autor citado. Los indicadores, con su forma de recetario tecnolgico que reducira la tarea del investigador a la aplicacin de soluciones establecidas en un contexto de mxima racionalizacin con vistas al mercado, no han conquistado hegemona alguna en la investigacin socio-lgica, y se limitan a constituir una herramienta de inters entre las muchas que se incluyen en el mtodo cuantitativo. Aquel famoso cambio revolucio-nario en el anlisis de los estudios de la opinin pblica de que hablaba Berelson a mitad de los aos cincuenta, ha terminado por no producirse; la temida primaca de la investigacin extensiva encaminada a la produccin masiva de datos (Moya, 1972: 175) fue en trminos generales una falsa alar-ma, y las aguas ha tiempo que volvit:ron a su cauce. Podr, en efecto, cons-truirse un sistema nacional de contabilidad social, y seguramente ser de gran utilidad no slo para la consecucin de valores y objetivos establecidos, sino para la propi investigacin social: pero tal empeo no constituye en modo alguno la culminacin de la ciencia social.

    Defina ms arriba el anlisis de datos primarios como el mtodo cuantitati-vo que versa sobre datos ad hoc producidos por el propio investigador; la forma ms caracterstica de tal produccin es la encuesta, en la que se acos-tumbra a interrogar a una muestra de individuos estadsticamente representa-tiva de la poblacin que interesa estudiar, pidindoles respuesta, por lo gene-ral de entre un repertorio cerrado, a una serie de preguntas acerca de sus actitudes y opiniones sobre determinadas cuestiones, as como acerca de ciertos

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    atributos, variables, conoc1m1entos y actuaciones que les corresponden, con-ciernen, o han llevado a cabo previamente. Seala Rokkan que en la primera fase de la utilizacin de entrevistas en masa, empleadas con fines de estudios de mercado, los informes elaborados se limitaban a indicar el porcentaje de entrevistados que contestaban de acuerdo con cada uno de los items propues-tos, con lo que

    el modelo subyacente de pblico era plebiscitario e igualitario. Los inves-tigadores de la opinin partieron de la premisa bsica de la democracia de sufragio universal: un ciudadano, un voto, un valor. Igualaron los votos con otras expresiones de la opinin, y dieron el mismo valor nu-mrico a cada una de tales expresiones, tanto si se articulaban con inde-pendencia de cualquier entrevista como si se manifestaban en el curso de una de elias. La suma total de expresiones era presentada como una estimacin de la opinin pblica acerca de la cuestin de que se tra-tase. El objetivo perseguido con toda claridad no era solamente clasifica-torio y enumerativo, sino identificar la voluntad popular a travs de entrevistas por muestreo, en lugar de hacerlo a travs de elecciones y referenda. Para los pioneros como George Gallup y Elmo Roper, la encuesta era esencialmente una nueva tcnica de control democrtico; las entrevistas contribuan a sacar a la luz la voluntad de la mayora no organizada ni articulada, como un poder compensador de la presin ejercida por muchos intereses minoritarios (1966: 16 ).

    El modelo un ciudadano, una opinin fue siendo gradualmente abando-nado, de modo que hacia el final de la dcada de los cincuenta la prctica de los investigadores de la opinin comenz a reflejar los modelos diferenciados de formacin de la opinin elaborados por psiclogos, socilogos y politlogos; en resumidas cuentas, lo que se abra paso era la nocin de la existencia de distintos pblicos en el seno del electorado, y la presencia en ellos de forja-dores, transmisores y receptores de opinin; por otra parte, un mejor conoci-miento de los mecanismos de la entrevista pona de manifiesto cmo el entre-vistador mismo condicionaba las respuestas del entrevistado, y con qu fre-cuencia ste formulaba sus respuestas prcticamente al azar, sin que expresa-ran conviccin alguna ni estuvieran apoyadas por la mnima informacin y reflexin previas. La preocupacin por el nivel de educacin del respondente, por su grado de informacin sobre el tema, y por su inters respecto de la cuestin planteada, se convirtieron en criterios bsicos para la valoracin de las respuestas obtenidas, corrigindose en este sentido la primitiva concepcin de la opinin pblica como un simple agregado aritmtico de respuestas.

    Hyman, un clsico en materia de encuestas, se muestra ms preciso que Rokkan al reconstruir la discusin sobre el carcter plebiscitario de las prime-ras encuestas; justamente porque se pensaba que las encuestas permitan ex-presarse a quienes carecen de poder y relaciones, se desat contra ellas la cr-

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    tica de los defensores de un tipo de sociedad pluralista, la sociedad norte-americana, en la que las presiones sobre los legisladores y gobernantes consti-tuan una pieza necesaria y respetable del mecanismo poltico. La nocin de que el juego de las minoras informadas y poderosas constitua el medio natu-ral de la accin poltica se completaba con una visin del Gobierno como el que efecta ajustes entre ellas y establece el adecuado equilibrio. Las encues-tas de opinin recogen normalmente las de quienes carecen de influencia poltica, por lo que no reflejan el peso del poder poltico dentro de la nacin; no hay, pues, una relacin necesaria entre las opiniones expresadas y la accin poltica. La insistencia en la gran diferencia de poder poltico entre los indi-viduos es caracterstica de esta crtica a la pretensin plebiscitaria de las en-cuestas de opinin: Kriesberg pudo escribir en 1949 que la opinin del director de un peridico o de un comentarista de radio, de un poderoso hacendado, un industrial o un lder obrero, es mucho ms importante desde el punto de vista poltico que la de un trabajador o un pen de granja comu-nes (apud Hyman, 1971: 411). Lo que estas crticas negaban era, pues, el ideal democrtico de la igualdad poltica, y ello en nombre de una sociedad pluralista organizada; Blumer ( 1954) indica expresamente que las encuestas pasan por alto las diferencias de prestigio, posicin e influencia de los indivi-duos, que tanta relevancia tienen en la formacin y expresin de la opinin p-blica. El propio Hyman se hace eco de tales crticas, y llega a la conclusin de que quiz las encuestas de opinin puedan disearse y analizarse de ma-nera que sea posible ponderar las opiniones expresadas en funcin de algn 'coeficiente de poder' que trascienda la opinin del individuo o del gru-po (1971: 412 ). Algunas de las crticas dejan de lado el argumento de las desigualdades individuales y del funcionamiento a travs de grupos organiza-dos de la sociedad pluralista a la ameri~ana, y se centran con ms pulcritud en el rechazo del aspecto plebiscitario de las encuestas, como es el caso de Arbuth-not cuando escribe que no hay forma de adoptar una poltica mediante una votacin 'ad hoc' sobre cuestiones especficas ... Nunca ser posible reempla-zar el sistema representativo de la democracia moderna por el voto directo, porque evidentemente debe existir un pequeo grupo que tome decisiones, les imprima coherencia y separe las cuestiones principales de las subsidiarias (apud Hyman, 1971: 416); en esta direccin se ha llegado incluso a propugnar la no publicacin de los resultados de los sondeos de opinin, ya que consti-tuyen una forma atpica de presin sobre los gobernantes, cuyo papel no se reduce a dar cumplimiento directo a la voluntad popular, al menos a la que no se canaliza a travs de los medios establecidos.

    He querido detenerme sumariamente en esta discusin, que muchos con-siderarn completamente superada, por parecerme que refleja con especial cla-ridad la ambigedad originaria de una tcnica o modo de investigacin que con frecuencia ha sido confundido vulgarmente con la propia Sociologa: in-dagacin de la opinin pblica y posibilidades de accin poltica parecen ha-ber marchado al mismo paso en la utilizacin de las primeras encuestas, del

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    mismo modo que lo han hecho en su crtica el rechazo de las consultas plebis-citarias por mor del funcionamiento de las instituciones representativas, y el rechazo del igualitarismo en nombre de la gestin minoritaria de intereses or-ganizados que caracteriza la concepcin norteamericana de la sociedad plura-lista. En todo caso, y como ha sabido ver Habermas, la opinin pblica es-tudiada por las encuestas de opinin ha quedado despojada de su vinculacin histrica con el contexto de las instituciones polticas: el pathos positivista abstrae sus aspectos institucionales y procede a la disolucin sociopsicolgica del concepto de opinin pblica, reducindolo a poco ms que actitudes, inclu-so sin verbalizar; lo que pasa hoy por opinin pblica no es ms que su sucedneo sociopsicolgico (1981: 264-26 7). Sucedneo que, pese a repetidas declaraciones de que indaga opiniones de grupo, no recoge sino opiniones in-dividuales: por ms que stas se ordenen de acuerdo con los grupos sociales a que pertenecen los respondentes, y por ms que la distribucin de frecuencias muestre regularidades grupales en las respuestas, las opiniones recogidas son opiniones de individuos agregadas cuantitativamente, no de grupos.

    Dejando aparte los muchos problemas que plantea la formacin de escalas y la determinacin de ndices y tipos, el anlisis de la agregacin cuantitativa de opiniones individuales goza de una larga tradicin de simplicidad a travs de su presentacin en forma de tabulaciones porcentuales cruzadas, en las que una de las entradas corresponde a la variable presuntamente independiente, y la otra a la dependiente; pero incluso las ms complejas tablas de este tipo, con tres o quiz cuatro variables, no son capaces sino de establecer la direccin de la relacin entre dos de ellas o dos grupos de ellas, sin muchas posibilida-des de apreciar el juego conjunto y diferenciado de una serie ms o menos lar-ga de variables independientes o intervinientes (dificultad que, dicho sea de paso, afecta de parecida manera a la correlacin y regresin simples). De aqu que este anlisis de pan y chocolate est siendo sustituido ltimamente por formas mucho ms refinadas de anlisis multivariable, que persigue precisa-mente la identificacin de procesos multicausales, atribuyendo a cada una de las variables presuntamente independientes su cuota de responsabilidad en el proceso estudiado. El inconveniente obvio de tales procedimientos es el exceso de fe en su sofisticacin estadstica, que lleva al olvido de que toda la com-plejidad analtica descansa sobre una construccin hipottica llevada a cabo por el investigador, sobre la definicin de sus variables y su modo de relacin, y en ltimo extremo sobre la calidad de los datos de base. Parece como si una vez ordenados los datos en una matriz sufrieran un doble proceso de abstrac-cin y purificacin que los convirtiera sin ms en cientficos, o como si una vez formalizadas las relaciones entre variables en un grafo se convirtieran en relaciones indiscutibles; pero ste es el riesgo de cientifismo que siempre acecha al mtodo cuantitativo, y contra el que har bien en estar crticamente prevenido el investigador.

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    6. El mtodo cualitativo

    Acerca de la antinomia cantidad-cualidad ha podido escribir Brodbeck: la cuantificacin se ha tornado en smbolo de prestigio para muchos cientfi-cos sociales ... Para otros, por el contrario, la cuantificacin es anatema ... Tanto el sueo ilusionado como la pesadilla son reacciones desproporcionadas. La lgica de la situacin no justifica ni el exceso de celo ni la repudiacin to-tal..., pues la dicotoma cantidad-cualidad es esprea. La ciencia se refiere al mundo, esto es, a las propiedades y a 1as relaciones entre las cosas. Una canti-dad es una cantidad de algo. En concreto, es una cantidad de una 'cualidad' ... Una propiedad cuantitativa es una cualidad a la que se le ha asignado un n-mero (cit. por Castillo, 1972: 126). Cosa parecida viene a decir Mayntz, Holm y Hbner en su popular manual, aunque de manera a la vez ms pru-dente y ms operativa: al establecer la diferencia entre propiedades cuantitati-vas y cualitativas, sealan que en las primeras el valor especfico de la propiedad es una medida, grado o cantidad, mientras que en las cualitativas es una manera; y se apresuran a sealar que los atributos o propiedades cualitativos permiten, no obstante, su cuantificacin ... Con suficiente frecuen-cia la propiedad cualitativa puede representarse como un atributo cuantitativo pluridimensional mediante su divisin analtica en dimensiones parciales ais-ladas... La diferenciacin entre propiedades cuantitativas y cualitativas es, pues, provisional e inexacta (Mayntz, Holm y Hbner, 1975: 19), con lo que la distincin entre un mtodo cuantitativo y otro cualitativo, aunque posible, sera igualmente provisional; y desde el punto de vista del prestigio de lo cuantitativo, todo mtodo cualitativo sera insuficientemente cientfico, no lo bastante maduro, o demasiado perezoso. Pues bien, va de suyo que no puedo estar de acuerdo con estos planteamientos, que de manera confesa son cuan-titativistas. Tanto por lo que se refiere al objeto de conocimiento como al mtodo que le sea adecuado, cantidad y cualidad se sitan en dos planos com-pletamente diferentes (abstraccin hecha de la ley de la dialctica que afirma el paso de la primera a la segunda, y que no voy a discutir aqu), planos que implican modos no convergentes de enfrentar la cuestin.

    Creo que lleva toda la razn Ibez cuando plantea el problema de la renuncia a la ilusin de transparencia del lenguaje y su consideracin como objeto, y no slo como instrumento, de la investigacin social ( 1979: 19): la negacin al lenguaje de su condicin de dado, su cuestionamiento, implica una ruptura epistemolgica que constituye el mtodo cualitativo; segn Ib-ez, as como la ruptura estadstica intenta ir a las cosas mismas, a los he-chos desnudos, traspasando la ideologa que la cosa traa, la ruptura lings-tica des-construye la nocin ideolgica para reconstruir con sus fragmentos un concepto cientfico (la ideologa es su materia prima, la materia sobre la que trabaja: y que des-construye para re-construir una ciencia) (1979: 21 ). De esta forma, el propio discurso se constituye en el objeto privilegiado de la

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    investigaoon: el lenguaje no es slo un instrumento para investigar la socie-dad, sino el objeto propio del estudio: pues, al fin y al cabo, el lenguaje es lo que la constituye o al menos es coextensivo con ella en el espacio y en el tiempo (1979: 42 ). En definitiva, como el propio autor seala, la tecnologa estadstica ocupa un lugar subordinado a la tecnologa lingstica, pues contar unidades es una operacin posterior y lgicamente inferior a la de establecer identidades y diferencias; o dicho de otro modo: Las tcnicas 'cualitativas' no son menos matemticas que las 'tcnicas cuantitativas'; lo son antes y ms, pues la mathesis -'ciencia del orden calculable'- es, histrica y lgicamente, anterior al nmero (1979: 44). El autor, en esta suerte de pugna de prela-cin, coloca por delante del mtodo cuantitativo al cualitativo, y, desde luego, lleva toda la razn desde el punto de vista lgico; para m que, sin embargo, huelga entrar en tal discusin. Creo que basta con afirmar el mtodo cualita-tivo junto al cuantitativo, dejando que sea el objeto de conocimiento el que lo justifique y reclame en funcin de sus propias necesidades, perfectamente diferenciadas. Esta determinacin por el objeto, esto es, por el aspecto o com-ponente del objeto de que se quiera dar razn, implica que uno y otro m-todo han de calificarse de empricos, aunque en uno, el cualitativo, se trate de establecer identidades y diferencias y el lenguaje sea elemento constitu-tivo del objeto, mientras que en el otro, el cuantitativo, se cuenten unida-des y no se haga cuestin del lenguaje; pero en ambos casos es necesaria la observacin del ob\eto como Qroceso de 12roduccin de datos (en feliz ex-presin de Ibez: cfr. 1979: 38), aun cuando, tambin en ambos casos, no pueda ocultarse al investigador que no hay datos inmediatos, sino que todos estn lingsticamente producidos, esto es, mediados. En efecto, como seala el autor, no slo los datos primarios son ante todo una enunciacin lings-tica (la encuesta no registra como datos otros fenmenos que los que ella misma produce), sino incluso los secundarios, producidos en todo caso por medios tcnicos que implican determinaciones verbales. Desde este punto de vista s puede sostenerse la preeminencia del mtodo cualitativo sobr el cuan-titativo, en la medida en que opera a partir de la renuncia a la ilusin de la transparencia del lenguaje; en tanto que el mtodo cuantitativo se contenta con la ruptura estadstica, sin llegar a ser consciente de que los hechos que maneja se manifiestan en un lenguaje estructurado. Pero, insisto, no me inte-resa aqu establecer prelaciones, sino concurrencias; los mtodos empricos cuantitativo y cualitativo son, cada uno de ellos, necesarios in sua esfera, in suo ordine, para dar razn de aspectos, componentes o planos especficos del objeto de conocimiento. No slo no se excluyen mutuamente, sino que se requieren y complementan, tanto ms cuanto que el propsito de abarcar la totalidad del objeto sea ms decidido.

    Una de las vas cualitativas ms caractersticas es el llamado grupo de discusin, al que lbez dedica su libro, y que es definido como una con-fesin colectiva (1979: 45) que deja inmediatamente de serlo, o de parecer-

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    lo, ya que el sujeto del enunciado dejar de ser el sujeto de la enunciacin: se hablar en grupo, en segunda o tercera persona, de cualquier cosa (1979: 123 ); esta tcnica, heredera con la tambin cualitativa entrevista en profundi-dad de la sesin de psicoanlisis o clnica, se emparenta con las tcnicas de grupo ampliamente utilizadas en el campo de las relaciones humanas. Para Ibez, en el grupo de discusin se dan dos niveles de discurso: uno primero o emprico, en el que el grupo se manifiesta, y otro segundo o terico, que habla del discurso de primer nivel y que permite interpretarlo o analizarlo. La interpretacin es una lectura: tiende a descifrar lo que la realidad dice -como si la realidad hablara-. El anlisis es una escritura: desconstruye el 'discurso' (ideologa) de la realidad, reconstruyendo con sus piezas otro dis-curso ... el grupo es el lugar privilegiado para la lectura de la ideologa do-minante (1979: 126). La discusin que tiene lugar en el grupo, provocada por el investigador, convierte en objeto de conocimiento la ideologa del grupo, y ello con una importante particularidad: as como la encuesta no traspasa el contenido de la conciencia, el grupo de discusin explora el in-consciente (1979: 130 ). Adems, as como el diseo de la encuesta es cerrado (todo est previsto de antemano, salvo la distribucin de frecuencia), el del grupo de discusin es abierto, y en el proceso de investigacin est integrada la realidad concreta del investigador. Las personas que han de formar parte de un grupo de discusin (entre cinco y diez) requieren un cierto equilibrio entre homogeneidad y heterogeneidad que haga posible y fructfera la interaccin verbal; su seleccin no se confa al azar, sino que, determinadas previamente las clases de informantes y su distribucin en grupos (y son necesarios relati-vamente pocos grupos para llevar a cabo una investigacin), se les invita a participar a travs de canales concretos, particulares y preexistentes; el inves-tigador o preceptor propone la cuestin a discutir y se abstiene despus de toda intervencin, salvo las estrictamente necesarias para catalizar o controlar la discusin, que se registra para su anlisis posterior: El grupo (micrositua-cin) produce un discurso que se refiere al mundo (macrosituacin) (1979: 347 ). En dicho anlisis, el investigador es un sujeto en proceso que se integra en el proceso de investigacin; para reducir a unidad la masa de datos obtenida no cuenta con ningn procedimiento algoritmizado, ni con reglas a priori que le indiquen cmo ha de proceder, sino con su intuicin y con una constante vi-gilancia epistemolgica que analice las condiciones que le mueven a interpre-tar como lo hace. Como dice el autor,

    La interpretacin es una lectura: escucha de una realidad que habla. Por eso parte de la intuicin. Como punto de partida, el investigador intuye ... Pero, en una segunda operacin (anlisis), debe evaluar esas intuicions ... Frotar sus intuiciones contra las teoras construidas ---0 construibles-, verificarlas en un proceso que articula su dimensin sis-

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    temtica (coherencia con el conjunto de los campos tericos) y su di-mensin operatoria (aplicabilidad a los fenmenos) (Ibez, 1979: 350-351).

    Me he detenido, si bien de manera superficial, en la tcnica del grupo de discusin porque me parece que constituye una de las formas ms caracters-ticas del mtodo cualitativo, en la que el anlisis del lenguaje, la implicacin del investigador y el acceso al inconsciente suponen rasgos fuertemente dife-renciales con respecto al mtodo cuantitativo. Segn he recogido, se nos in-dica el parentesco de la discusin de grupo con tcnicas como la focussed inter-view (Merton, Fiske y Kendall, 1956) o la clinical interview (Adorno et al., 1950), conocidas como tcnicas de entrevista en profundidad: se trata de una tcnica intensiva en la que se abordan no solamente las opiniones del indivi-duo interrogado, sino incluso su propia personalidad; la entrevista enfocada parte de una determinada experiencia del sujeto cuyos efectos quiere anali-zarse (en el modelo propuesto por Merton y sus colaboradores, la exposicin a un determinado flujo de informacin que provee de guin a la entrevista), en tanto que la clnica parte de unas opiniones o actitudes del sujeto cuyas motivaciones se desea determinar (en el caso de la personalidad autoritaria se exploran los fundamentos de la actitud previamente determinada, con ob-jeto de obtener un diagnstico). El guin de la entrevista, y la intervencin en ella del investigador, puede ser ms o menos detallado: en el caso mnimo ( non-directive interviews) el papel del investigador se reduce a iniciar la en-trevista, que se desarrolla en la prctica como un monlogo del entrevistado, reorientado por el investigador slo cuando resulta imprescindible. Las entre-vistas pueden ser nicas o mltiples, produciendo estas ltimas una importan-te masa de informacin que, de ser biogrfica, da lugar a una tcnica prxima conocida como historia de vida. Todas estas tcnicas trabajan sobre el re-gistro que recoge las manifestaciones del entrevistado, y en todas ellas la interpretacin y el anlisis revisten caracteres anlogos a los que se han apun-tado para el grupo de discusin, con la radical diferencia de que en ste es el grupo el que habla, mientras que en las diversas formas de la entrevista en profundidad lo ha